jueves, 10 de octubre de 2013

La importancia de comprender lo que leemos

"La obra de un hombre no es otra cosa que esa larga marcha para volver a encontrar, mediante el arte, dos o tres imágenes simples y grandes sobre las que el corazón por primera vez se abrió".
(Albert Camus)
 
 
Los españoles estamos a la cola en compresión lectora, según la OCDE. No entendemos un texto de El Quijote, pero tampoco un prospecto farmacéutico o la factura de la luz. Sin embargo, nos escolarizan bien temprano, casi desde la cuna. Estos datos -por otro lado nada sorprendentes- confirman la perversión de los sucesivos sistemas educativos que han ido encadenándose desde que empezó la democracia.
 
 
Tuve la suerte de aprender a leer en casa con las cartillas Palau pero, para los menos afortunados, la escuela debería jugar un papel crucial en la formación moral e intelectual del niño. El ganador del premio Nobel de Literatura de 1957 habría sido un humilde argelino si el sistema educativo francés, duro y humano a la vez, no lo hubiera convertido en el hombre que fue: Albert Camus.
 
 
Camus nace el 7 de noviembre de 1913 -está a punto de cumplirse un siglo- en Mondovi, un pueblo situado a unos 15 kilómetros al sur de Bône, en la explotación vitícola Le Chapeau de Gendarme, en la que su padre, Lucien Camus, estaba empleado como bodeguero. Su madre, Catherine Sintès, de origen español, había nacido en 1882 en Argel, era analfabeta y tenía serios problemas de elocución. Cuando nació Albert, ya tenían otro hijo, tres años mayor.
 
Mientras su padre era llamado a filas, la familia encontró asilo en casa de la abuela -una mujer autoritaria y tiránica- que vivía en Belcourt, un barrio popular de Argel. Lucien Camus, herido de gravedad durante la batalla del Marne, muere en Saint-Brieuc en 1914. El exilio provisional de la familia en el número 23 de la calle de Lyon se convirtió entonces en definitivo.
 
 
La escuela primaria y el buen maestro Louis Germain van a formar al joven Albert, ávido de descubrimientos. En la tonelería donde trabajaba uno de sus tíos, Camus estuvo a punto de hacerse obrero. Los esfuerzos conjugados de su madre y de Louis Germain acabaron con los argumentos de la abuela, que había decidido que, al acabar la escolaridad, se convertiría en aprendiz.
 
Camus siempre fue un apasionado del fútbol, que practicó desde su adolescencia con sus compañeros del barrio pobre. Incluso aspiraba a convertirse en futbolista profesional. En cuanto empieza el instituto, se apunta a la asociación deportiva de Mont-pensier antes de jugar, como portero, bajo los prestigiosos colores del Racing Universitario de Argel, el RUA. En 1930, al final de un partido, fue víctima de un resfriado. Se trataba, en realidad, de los primeros ataques de la tuberculosis. Tenía 17 años y nunca se curó. La enfermedad le obligó a medir su respiración, sus palabras.
 
 
Albert fue acogido en casa de su tío Acault, un carnicero de la calle Michelet. Pudo así comer carne roja, que entonces tenía fama de ayudar a superar la tuberculosis. En este piso de los bellos barrios, tuvo acceso a una biblioteca que le permitió descubrir a grandes autores, como Nietzsche o Gide. También leyó La Douleur de Jean Richaud, que le convenció de la posibilidad de escribir sobre gente y cosas sencillas... Su vocación literaria encontró allí otro apoyo.
 
Después de la Selectividad, decidió cursar estudios de Filosofía y se incorporó a la Facultad de Argel. Jean Grenier reparó en este estudiante brillante y le animó a seguir estudiando y a escribir. Al impedirle su enfermedad dar clases en la enseñanza superior, Camus optó definitivamente por la escritura. En 1957, ganó el premio Nobel de Literatura.
 
 
"Es cierto que Marx no me ha enseñado la libertad:
me la ha enseñado la miseria" 
(Camus)

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