"Yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida, no a la felicidad [...] Además, no creo que existan los niños felices [...] Estoy empezando a pensar que hay un sector de educadores postmodernos que se han convertido en el aliado más fiel de la barbarie, que lo que hacen es ocultar la realidad y sustituirla por una ideología buenista, acaramelada, y de un mundo de «teletubbies». Personalmente, me resultan más atractivas la valentía y el coraje de afirmar la vida. Tenga usted un hijo feliz y tendrá un adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones" (Gregorio Luri).
Acabamos de superar el Lunes Triste (Blue Monday), nombre asignado al tercer lunes de enero por ser, según la pseudociencia, el día más deprimente del año. La deuda acumulada durante la Navidad, el tiempo invernal, la falta de nuevas vacaciones hasta verano o Semana Santa y el fracaso de los propósitos de Año Nuevo explican la melancolía que se encierra tras el Blue Monday. Esta hipótesis -idiota, sin duda- sólo puede nacer en una sociedad enferma donde, desde la cuna, nos educan para ser eternamente felices: "Hazte un favor y se feliz", "Moldea la mente para ser más feliz", "Las 50 claves de la felicidad", "Cosas a las que debes renunciar para ser feliz"... La lista de eslóganes es interminable. Hasta tal extremo que, algunas personas, piensan que la vida es Disneyland y se deprimen cuando el cielo no está cuajado de estrellas, los animalitos no hablan o las amapolas se mustian. Y así, a la espera de una infancia eterna o de una felicidad ficticia, estas personas dejan escapar las jornadas entre suspiros, encerradas en una rutina banal, porque la realidad no se corresponde con los cuentos de hadas. Viven encadenando... días normales.
Llegan
y se van sin hacer ruido
-como buenos
clientes-,
luego el tiempo
los confunde en la memoria,
y ya ni sabes
si aquel lunes era jueves
o al revés.
Que no te engañen,
no son tan poca cosa
como parecen:
suelen poder
con el amor.
(Karmelo C. Iribarren)
Camus fue un hombre que buscaba la felicidad ("no hay amor a la vida sin desesperación de vivir"), un panteísta mediterráneo que adoraba el sol y el mar, y que consiguió escapar de los días normales. Él lo explicó así: "En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible". Cuando uno es capaz de encontrar ese "verano invencible" (es decir, cuando uno es capaz de amar la vida a pesar de que ésta, a menudo, es dura e injusta), los lunes tristes pasan de largo.
Cuando tengo un mal jueves o un mal lunes, me acuerdo de Rafael Alberti y me lo como:
ResponderEliminarTe digo y te lo repito
para no comprometerte,
que tenga cuernos la muerte
a mi se me importa un pito.
Da, toro torillo, un grito
y ¡ a la gloria en angarillas ¡
¡ Qué salero ¡
¡ Que te arrastran las mulillas ¡
¡Qué revuelo ¡
¡ Cógeme torillo fiero ¡