Lo difícil que resulta llegar a ser un
buen torero. No hablo de figuras ni leches, sino de hombres que saben su
oficio, que resuelven con cualquier encaste y ganadería, que conocen los
terrenos y las distancias, que bajan la mano cuando hay que bajarla, que
templan cuando hay oportunidad, que miden las faenas y que se cruzan al pitón
contrario. Algunos también son mañosos con el estoque. Entonces, capitán
general.
Reconozco que, a menudo, prefiero ver a
un buen torero antes que a una figura. Los primeros no son de "arte y
pellizco", pero sí profesionales de las zapatillas a la castañeta. Ellos
se adaptan al toro, al que salga por toriles, sea el que sea. Para hacer faena,
no tienen que alinearse los planetas. Ellos están allí para resolver, toreando
bien, con recursos y oficio. Rara vez dan una mala tarde.
Jonathan Sánchez, es decir, Juan del Álamo, es un buen torero. Lo mismo mata una "zalduendada" en Valencia que toda la camada de Pedraza de Yeltes. En las últimas siete veces que ha toreado en Las Ventas, ha cortado seis orejas. Y si la espada hubiera entrado a la primera, una Puerta Grande habría caído con todas las de la ley. Ante el toro, tiene la facilidad de los elegidos, como si ningún otro oficio se adaptara a su forma de ser. Sólo torero. Un buen torero; seco, sin florituras. Algunos llaman a esto "ser académico". Pues vale.
Del Álamo ha venido a Fallas dispuesto a
cortar orejas por lo civil o por lo criminal. Y su lote de Zalduendo, de una
sosería atroz, no le ha ayudado nada. Así que ha tirado de recursos para atacar
-y poner un poco de sal- sin atacarse él, que no es fácil. Luego, ha medido el tiempo de ambas faenas y ha matado con solvencia. Si un académico hace esto, firmo por
poblar el escalafón de académicos.
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