Desde el pasado sábado, algo me quita el sueño. Aún trato de digerir una noticia publicada por Fernando Carrasco en ABC, titulada "Un cordobés encuentra el estoque perfecto". La nueva -maligna, como digo- comienza así: "Al igual que se innovó con las banderillas, llega ahora
algo que puede cambiar, radicalmente, la suerte suprema del toreo, tanto en el
aspecto visual como a la hora de entrar a matar los diestros. Y es que un
cordobés, Rafael de Lara, ha creado (ya está además patentado) un estoque
que evitará la sangre y el sufrimiento del animal y que podrá propiciar,
además, mayor índice de triunfos […] Técnicamente, la forma triangular de
la parte de abajo permite el drenado, por medio de un canalillo, de la sangre,
que llega hasta un depósito en una cápsula superior -situada debajo de la
empuñadura-, con lo que la que se ve es mínima".
Paco Camino
Durante la suerte suprema, el torero pierde de vista la cara del toro, volcándose sobre él, jugándose la vida a carta cabal. Por ello, constituye uno de los momentos más emocionantes y puros de la faena. Antes de convertirnos en unos mojigatos hipócritas, inventores de "estoques incruentos", las espadas Luna, empleadas por todas las figuras del toreo, eran consideradas como las mejores... y las que más mataban. Porque una estocada certera porta en su empuñadura la llave del triunfo.
Iván Fandiño
Si la suerte se ejecuta correctamente, la muerte de algunos toros resulta memorable, aguantando en el ruedo sin doblar las manos y con la boca cerrada, cara a cara ante el hombre que ha logrado introducir la hoja hasta los gavilanes. No se trata de una exhibición sanguinaria, sino del colofón imprescindible de una lucha noble donde, al final, uno de los dos combatientes tiene que morir, el toro o el torero. El hallazgo de un estoque que drena la sangre sólo demuestra nuestra imbecilidad, nuestra incomprensión y nuestros complejos ante un espectáculo tan honesto y conmovedor como la suerte suprema.
Bataclán tras los atentados
Vivimos en una sociedad hipócrita donde hay que ocultar la muerte y la sangre de un animal mientras, en todas las televisiones, nos bombardean con imágenes de atentados, de terroristas inmolándose, de civiles fallecidos. Escenas que no pertenecen al mundo de la ficción, sino de la realidad, y que las emiten constantemente, hasta insensibilizarnos. ¿Acaso las espadas Luna hieren más la susceptibilidad del público que las víctimas amontonadas sobre el suelo de la Sala Bataclán? ¿Se oculta la sangre vertida por el toro mientras, a todas horas, se exhibe la humana?
La muerte es ya monopolio del Estado Socialista, y morir una muerte propia entra en abierto conflicto con el contrato de propiedad, más aún cuando ésta se produce en público y en uno de los últimos lugares que quedan (la plaza de toros) dotado de un nomos propio, de una costumbre no sancionada por el Estado. Poco importa que muera bestia u hombre; lo propio es que se muera en sus términos.
ResponderEliminarDe las consideraciones artísticas expuestas nada entiende el Estado porque no caen en el ámbito del utilitarismo, luego resulta ocioso exponerle el caso en ese lenguaje. Ocioso sí, pero necesario, o de lo contrario no se habría aprendido nada de la lectura de Cocteau. Así que adelante y en los términos propios y elevados del toreo, porque entrar en los términos asamblearios del momento para dialogar con el Estado es caer derrotado de antemano.