"El toreo es el único arte que juega con la muerte" (Montherland)
Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde. Generalmente, demasiado tarde. "Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante", que escribió el poeta; aunque, a veces, la vida, incluso siendo joven, puede llevarte por delante a ti.
En mitad del jolgorio, de la vitalidad de las fiestas de San Fermín, la noche del 9 de julio, a las once, como de costumbre, sobre la ciudad sonó el estallido de los fuegos artificiales. En los bulevares, en los parques y en las explanadas, la gente se congregó para ver las luces. Nadie, o casi nadie, sabía que, pocas horas antes, un toro había matado a Víctor Barrio en la plaza de Teruel. La universalmente llamada "Fiesta del Toro" continuaba sin rastro de dolor o luto. Y nadie era culpable ni de la reciente desgracia ni de la irrefrenable alegría que desbordaba Pamplona. Nadie. Porque morir en el ruedo es una clausula ineludible en el oficio del torero.
La certeza de que todo puede cambiar demasiado deprisa, y de que hasta los bienes aparentemente más sólidos pueden agotarse o desaparecer, se adquiere la tarde en la que se descubre el significado de una corrida de toros. Es entonces cuando se comprende que la vida va en serio y que los días felices no son un maná celestial, como los fuegos artificiales en verano. Víctor Barrio moría en Teruel de una cornada en el pecho mientras en Pamplona otros toreros se jugaban la vida bajo los cánticos de las peñas. En una plaza, la moneda caía de cara; en la otra, de cruz. Y hasta que esa realidad no nos golpea, seguimos pensando que la muerte sólo es una dimensión más del teatro. "Sabemos que esto puede pasar pero, en el fondo, nunca esperamos que pase. La muerte nos sigue sorprendiendo, incluso vistiéndonos de torero", fueron las palabras anoche de un amigo.
Sin embargo, aunque nadie es responsable de la muerte de Víctor Barrio salvo el propio Víctor Barrio, aunque cada 9 de julio Pamplona reverbera con su San Fermín, la fría noticia de la muerte de un torero que venía a llevarse la vida por delante, resultó demasiado triste, demasiado descarnada. Y llorar, en mitad de la gente y la alegría de la fiesta, se volvió inevitable; lágrimas por él y por todos los toreros, por pena y por gratitud, porque ellos nos enseñan lo en serio que va la vida.
Mi mejor recuerdo para el torero. Donde vaya, que tenga gloria.
ResponderEliminarEmocionante y tan lleno de realidad, tu articulo. Y puede que al tratarse de un torero modesto, los medios no pusieron tanto enfasis....
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