miércoles, 12 de junio de 2013

Hampa taurina


Esta semana hemos presenciado un entrañable episodio tauro-mafioso en el tweetendido. El martes, a la hora del almuerzo, el empresario y apoderado Javier Chopera -sobrino de Choperita y primo de los Choperones-, se dejó caer con el siguiente mensaje:


A raíz de este sobrecogedor tuit, se produjo una cascada de respuestas de lo más ingeniosas y variopintas:

(Pinchar sobre las imágenes para verlas a mayor tamaño)

Poco después, el propio Javier Chopera volvió a escribir para pedir disculpas públicas por el canal elegido para ejercer de cobrador del frac. Un mal día lo tiene cualquiera.
 

Sin embargo, como este blog lo visitan grandes cinéfilos, el rifirrafe de Chopera-Adame nos da pie para rememorar algunas obras maestras sobre el cine de gánsters.
 
 
Tras el precedente de la película muda Underworld (Josef von Sternberg, 1927), la época dorada de este género duró apenas cinco años, entre 1929 y 1935, un intervalo de tiempo en el que se rodaron unas 250 películas relacionadas con el crimen organizado. Tres de ellas componen la joya de la corona mafiosa: Hampa dorada (Mervin LeRoy, 1931), El enemigo público (William A. Wellman, 1931) y, la sublimación, Scarface, el terror del hampa (Howard Hawks, 1932). Desde entonces, los gánsters siempre tendrían las facciones de James Cagney y Edward G. Robinson (no termino de decidir quién de los dos interpretaría mejor el papel de Javier Chopera).
 

Antes de que entrara en vigor el gazmoño Código Hays -promovido por grupos católicos-, todos estos guiones se narraban desde el punto de vista del gánster, a quien se le terminaba tomando un enorme aprecio. A partir de 1943, el crimen empezó a perder justo antes del "The End" y la policía dejó de estar corrompida, al menos en la gran pantalla. Una sosería. Tras la Segunda Guerra Mundial, el cine de gánsters se transformó en cine negro o film noir, más sofisticado, más prodigioso, pero también más light.
 
 
Creo que en el mundo taurino debemos aparcar las florituras y resucitar a los auténticos gánsters. Javier Chopera ha dado un paso en la buena dirección. Ya que hemos perdido la emoción en el ruedo, lo recuperaremos en las callejuelas contiguas a las plazas de toros.
 
 

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