domingo, 9 de junio de 2013

Toro en agonía


"La espada fina, helando tus jardines,
pegajosos de entrañas. Por tus ojos,
nieblas sin rio. Tu bramar tenía
sollozo o amenaza. Un viento helado
ponía otoños a tus cuernos, leña
vieja ya, sin capullos de la herida.

Envejecías por momentos; y eras
buey sin amor, nostálgico de arados
Se doblaban tus patas, bajo el vómito
de vinos y amapolas que abrasaba
tu morro azul, hinchado por la asfixia.
Aún la capa traidora
te fingía molinos de escarlata,
rosas de azul, saltos, tabaco y oro.
En tu sueño de luna,
los caballos sin vientre te miraban
con un marfil marchito entre los ojos.
Vacilabas, la tierra se movía
en el ruedo cuajaba una montaña
con cimas y barrancos; y viste pozos;
débil te sumergías lentamente
en barro de lagunas.
¡De pronto! (eran las cuatro de la tarde)
vino el atardecer; se te apagaron
sin fresa de crepúsculos, los cielos.
Una arena sin malvas ni amapolas
te ardía en las pezuñas.
Buscaste la madera de las tablas,
la madera maldita,
con números pintados.
Te apoyaste en astillas donde nunca
entró la primavera…
¡Oh, toro enorme, vacilante y noble!
Con ubre rosa en tu recuerdo y nata.
Toro de España, agonizante y ciego
Embistiendo a la muerte…"


(AGUSTÍN DE FOXÁ)


"Soy un vino de sangre. Yo no soy una aislada vendimia, un casual de uvas con latidos: me empujan desde lejos, desde siglos y siglos, sangres que se quedaron madurando por dentro, envejeciendo bravas, sin prisas. Como el vino. Y como el vino puedo encender una fiesta o dejar sobre el hule -borrachera de muerte- a quien no haya sabido beberme con respeto, a quien se descuidara de mis tragos mortales, a quien se le subiera mi vino a la cabeza. Soy el toro de España, el bravo que ha creado a su alrededor un mundo donde tiemblan la espada y las encinas. Un mundo estremecido de hombres que se dejan la edad pronunciando mi nombre, hablándome en silbidos, interjecciones, ese otro lenguaje de dehesa que nació solamente para sonar conmigo. Fuego sobre otro fuego, al año ya he sentido la identidad candente, y la navaja en la oreja. Ya sé que el hierro quema. Pero sé que es sólo por mí por lo que se extiende el campo y se aparta el cemento, se agrupan las encinas, se levanta la yerba, y -se me posan en bando de aladas banderillas- yo soy el caballete de los espulgabueyes. El campo que yo impongo no es un erial acorralado: crece la vida en mí y en cuanto me rodea. Mi vida exige vida: aire, sol, agua, espacio, verdor, sombra, silencio, pastizales abiertos, noches por las que sólo se mueven los vuelos atrevidos y luceros que guiñan en el azul sin fondo, y una luna que amaga como curvo unicornio, o se muestra como un ruedo de estaño, como tarde dividida en alto solisombra".
(ANTONIO GARCÍA BARBEITO)

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