Me miro el dedo gordo del pie, y gozo.
Gozo porque nadie me molesta. Igual que una tortuga, a la mañana, saco la
cabeza debajo la caparazón de mis colchas y me digo, sabrosamente, moviendo el
dedo gordo del pie:
-Nadie me molesta. Vivo solo, tranquilo y gordo como un archipreste glotón.
Mi camita es honesta, de una plaza y gracias. Podría usarla sin reparo ninguno
el Papa o el arzobispo.
A las ocho de la mañana entra a mi cuarto la patrona de la pensión, una señora
gorda, sosegada y maternal. Me da dos palmaditas en la espalda y me pone junto
al velador la taza de café con leche y pan con manteca. Mi patrona me respeta y
considera. Mi patrona tiene un loro que dice: "¡Ajuá! ¿Te fuiste? Que te
vaya bien", y el loro y la patrona me consuelan de que la vida sea ingrata
para otros, que tienen mujer y, además de mujer, una caterva de hijos.
Soy dulcemente egoísta y no me parece mal.
Trabajo lo indispensable para vivir, sin tener que gorrear a nadie, y soy
pacífico, tímido y solitario. No creo en los hombres, y menos en las mujeres,
mas esta convicción no me impide buscar a veces el trato de ellas, porque la
experiencia se afina en su roce, y además no hay mujer, por mala que sea, que
no nos haga indirectamente algún bien.
Me gustan las muchachitas que se ganan la vida. Son las únicas mujeres que
provocan en mí un respeto extraordinario, a pesar de que no siempre son un
encanto. Pero me gustan porque afirman un sentimiento de independencia, que es
el sentido interior que rige mi vida.
Más me gustan todavía las mujeres que no se pintan. Las que se lavan la cara, y
con el cabello húmedo, salen a la calle, causando una sensación de limpieza
interior y exterior que haría que uno, sin escrúpulos de ninguna clase, les
besara encantado los pies.
No me gustan los chicos, sino excepcionalmente. En todo chiquillo, casi siempre
se descubren fisonómicamente los rastros de las pillerías de los padres, de
manera que sólo me agradan a la distancia y cuando pienso artificialmente con el
pensamiento de los demás que coinciden en decir: "¡Qué chicos, son un
encanto!", aunque es mentira.
Me baño todos los días en invierno y verano. Tener el cuerpo limpio me parece
que es el comienzo de la higiene mental.
Creo en el amor cuando estoy triste, cuando estoy contento miro a ciertas mujeres como si fueran mis hermanas, y me agradaría tener el poder de hacerlas felices, aunque no se me oculta que tal pensamiento es un disparate, pues si es imposible que un hombre haga feliz a una sola mujer, menos todavía a todas.
He tenido varias novias, y en ellas descubrí únicamente el interés de casarse,
cierto es que dijeron quererme, pero luego quisieron también a otros, lo cual
demuestra que la naturaleza humana es sumamente inestable, aunque sus actos quieran
inspirarse en sentimientos eternos. Y por eso no me casé con ninguna.
Personas que me conocen poco dicen que soy un cínico; en verdad, soy un hombre
tímido y tranquilo, que en vez de atenerse a las apariencias busca la verdad,
porque la verdad puede ser la única guía del vivir honrado.
Mucha gente ha tratado de convencerme de que formara un hogar; al final
descubrí que ellos serían muy felices si pudieran no tener hogar.
Soy servicial en la medida de lo posible y cuando mi egoísmo no se resiente mucho,
aunque me he dado cuenta que el alma de los hombres está constituida de tal
manera, que más pronto olvidan el bien que se les ha hecho que el mal que no se
les causó.
Como todos los seres humanos he localizado muchas mezquindades en mí y más me
agradaría no tener ninguna, mas al final me he convencido que un hombre sin
defectos sería inaguantable, porque jamás le daría motivo a sus prójimos para
hablar mal de él, y lo único que nunca se le perdona a un hombre, es su
perfección.
Hay días que me despierto con un sentimiento de dulzura floreciendo en mi corazón. Entonces me hago escrupulosamente el nudo de la corbata y salgo a la calle, y miro amorosamente las curvas de las mujeres. Y doy las gracias a Dios por haber fabricado un bicho tan lindo, que con su sola presencia nos enternece los sentidos y nos hace olvidar todo lo que hemos aprendido a costa del dolor.
Si estoy de buen humor, compro un diario y me entero de lo que pasa en el
mundo, y siempre me convenzo de que es inútil que progrese la ciencia de los
hombres si continúan manteniendo duro y agrio su corazón como era el corazón de
los seres humanos hace mil años.
Al anochecer vuelvo a mi cuartujo de cenobita, y mientras espero que la
sirvienta -una chica muy bruta y muy irritable- ponga la mesa, "sotto
voce" canturreo Una furtiva lágrima, o sino Addio del passato o Bei giorni
ridenti... Y mi corazón se anega de una paz maravillosa, y no me arrepiento de
haber nacido.
No tengo parientes, y como respeto la belleza y detesto la descomposición, me he
inscripto en la sociedad de cremaciones para que el día que yo muera el fuego
me consuma y quede de mí, como único rastro de mi limpio paso sobre la tierra,
unas puras cenizas.
Roberto Arlt (1900-1942) fue un escritor y periodista argentino.
En sus columnas, describía la vida cotidiana de Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario