La otra noche, volví a ver Habana, aquella película dirigida por Sidney Pollack y protagonizada por un irresistible Robert Redford en 1990.
Redford es un jugador de cartas que llega a Cuba para jugar la partida de póker de su vida. Allí, entre mojito y mojito, se deja seducir por una mujer casada con un castrista a las puertas de la revolución de 1959. El tipo no se resiste a los encantos de la chica (Lena Olin) y, en el primer tercio de la película, ya la lleva a su casa con la excusa de hacerle el desayuno. Aunque cuesta trabajo desviar la mirada de Redfort mientras bate unos huevos, tras él, en la pared de su apartamento, se ve un cartel taurino: plaza de toros de Palma de Mallorca, 13 de julio de 1958. Ganadería de Duque de Pinohermoso para Manolo Vázquez, Gregorio Sánchez y Luis Segura. Y es que hay hombres perfectos incluso a la hora de decorar el salón.
Inevitablemente, y salvando las distancias, la Habana de Pollack recuerda a la Casablanca de Curtiz: un americano lejos de su país, una historia de amor imposible y un ambiente de guerra/revolucionario. Para más inri, Lena Olin es sueca, como la Bergman. Al final, ni Bogart ni Redford se quedan con la chica. Las películas que acaban mal tienen un encanto especial.
Decoraría el salón con un cartel mejor que el de Robert Reford. Por ejemplo, con Joselito, Belmonte y Rafael El Gallo, pero, paradójicamente, aún siendo más atractivo, al final no me quedaría con la Jefa Gloria, un amor imposible. La película, por tanto, tendría un final más injusto, y por ello un encanto mucho más especial y arrebatador. Y no quiero ni pensar lo que sería un cartel con Manolete, Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez
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