sábado, 15 de septiembre de 2012

En busca de la magdalena perdida

"No es un muffin, es una magdalena. No es un cupcake, es un pastelito. No es una cookie, es una galleta. No son pancakes, son tortitas. Y no eres moderno, eres gilipollas".


"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costubre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llama magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? [...]

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto [
...]


Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té".

"En busca del tiempo perdido", Marcel Proust



Sevilla está en mi paladar en los bizcochos de El Horno de San Buenaventura y de forma más profunda en los sabores del Arenal: calentitos del Postigo -que tanto gustan a don Antonio Burgos- y en las  magdalenas de Los Ángeles, esas magdalenas con delicado aroma del aceite que quizás hubiesen sorprendido a Proust (porque las de su tia sabrian a mantequilla y no hay comparación posible). Yo le seré fiel a Los Ángeles hasta la muerte.  



Feliz desayuno de sábado y que disfrutéis de vuestras magdalenas, mojicoles, sobaos, galletas María, tortas de Inés Rosales y bizcochos de Soletilla migados en el café. A los lectores de este blog se nos atragantan los muffins.


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