Por esquinas del aire mal dormido,
nubes con intención de telegramas,
algodón inflamado por las llamas
de un día apenas en la luz crecido.
Herida va una voz, casi gemido,
buscando a San Gabriel entre las camas,
y el nardo ya lo sabe y las retamas
y el topo que aún sin verlo lo ha creído.
Pisando tiernos rizos de madera
San Gabriel presuroso como el día
trae un clamor sin sobre entre las manos,
y en Roma no sospechan los romanos
que una palma de sol rubia y entera
se borda sobre el vientre de María.
(César González-Ruano)
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