Bien conocido es el refrán de "año nuevo, vida nueva", por eso, en las postrimerías de este 2014, ahí va la historia de Quevedo, un personaje inventado por Ramón Gómez de la Serna que, de la noche a la mañana, se hizo inmensamente rico.
"Una racha de dinero, la herencia de su tía María, le había puesto en disposición de hacer vida de millonario durante una temporada, porque él no era de los que podría aguantar toda la vida gastando poco a poco su dinero, él no quería saber lo que llevaba en la cartera ni lo que quedaba en casa.
Como había recorrido el mundo modestamente, conocía sus caminos. Y en cuanto cobró el dinero, se fue a Ginebra. París le iba a confundir mucho: había allí muchos amigos y, además, los grandes hoteles no tenían aquel empaque majestuoso, con sus amplias perspectivas, que tenían en Suiza. Sólo paró en París las horas suficientes para el empalme de trenes.
Llegó a Ginebra con sus grandes maletas de piel de Rusia y el baúl maravilloso, en el que todo iba plegado y bien puesto, como en el más amplio de los armarios, y en el que había hasta una caja de caudales que habría que deshacer todo el baúl para poder arrancar [...] Recordaba cómo había entrado otras veces en Ginebra, derrotado, teniendo que escatimar el franco, o sea llevando las maletas hasta fuera de la estación, para no tener que pagar dos mozos: el que no puede pasar el dintel de la estación y el que se encarga del bulto para llevarlo a la ciudad.
Tan a todo lujo iba, que había telegrafiado al dueño del Hotel Beau Rivage para que le reservase las tres mejores habitaciones y saliesen a buscarle a la estación. Quevedo solía hacer bien las cosas, aunque nunca las hubiese hecho. Se había puesto en el lugar de los grandes millonarios en aquella ocasión, aunque había viajado siempre como el más modesto de los viajeros, no pudiendo usar siquiera las almohadillas de viaje.
Siempre había pasado por delante de los hermosos balcones del Beau Rivage pensando en cómo se debería ver la vida desde allí [...] En el gran hotel parecía esperarle todo el gran hotel, representado por sus hombres de levita y sus hombres de gran uniforme, todos escalonados en la escalera como si del seno del Parlamento se hubiese nombrado una comisión para esperar al que parecía un rey yendo a inaugurar una exposición. Iba a hacer una vida espléndida durante un año, sin escatimar nada, sin regatear, dando propinas a la entrada y a la salida del hotel.
[...] Los grandes hoteles están llenos de sí y tienen una estabilidad por la que no pasan los días y en la que no hay días de non. Esta idea del pobre viajero, de que cuando él se va pasa algo en el hotel, no rige en los grandes hoteles. En todos los rincones del hotel había seguridad en el presente".
(Ramón Gómez de la Serna, El Gran Hotel, 1942)
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