«Para los niños no existe separación alguna entre el Cielo y la Tierra, y en ese mundo mágico viví yo hasta los nueve años por lo menos, y gracias a haber vivido en ese mundo mágico de niño, he sido capaz, ya de hombre, de entender y de sentir el lado mágico de la vida [...] Para un niño el tiempo no existe; tiene tanto tiempo por delante que se olvida de su existencia hasta que algún acontecimiento importante le imprime tal o cual fecha en la imaginación [...] Las sombras pasan, la luz permanece. A esa edad los disgustos se olvidan con rapidez; de la miseria sólo se ve el lado cómico y de la tragedia el heroico».
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