domingo, 21 de octubre de 2012

Así comen los hombres (o los sádicos, según Bruselas)

No cabe un tonto más. Un grupúsculo de ocho eurodiputados exige que la Unión Europea vete la producción y venta de foie gras porque considera que los patos y ocas son sometidos a “prácticas bárbaras” (sic). Estos euromentecatos, con un italiano a la cabeza, denuncian que no se informe al pobre e inocente consumidor sobre los métodos aplicados en las granjas de aves. “Se trata de una práctica inmunda y bárbara, una auténtica tortura de millones de ocas y patos que viven indescriptibles sufrimientos cotidianos para permitir el consumo del renombrado foie gras. La cuestión es que la mayoría de las personas que adquieren este producto lo hace de buena fe, ignorando el proceso que hay detrás”. Este iluminado italiano, que responde al nombre de Zanoni y que cobra una pastizara por decir esta sarta de imbecilidades, insta, además, a “abrir los ojos” a los consumidores europeos y reclama que desde el Parlamento se apoye una recogida de firmas para prohibir el foie gras.


Gracias a él y a su cruzada por velar sobre nuestra moral, los europeos nos acordaremos del Patito Feo, Donald y su novia Daysi cada vez que vayamos al mercado; pensaremos en sus dulces hígados y le gritaremos al tendero: “vade retro, salvaje”. Éste es el nivel ético e intelectual de “nuestros” políticos en Bruselas, quienes, por cierto, durante años, han exterminado la mitad de nuestra cabaña brava con controles sanitarios más que cuestionables y gravosos, gracias al conchaveo, por supuesto, con las administraciones locales, que también tienen tela que cortar.


Supongo que el señor Zanoni ordenaría prohibir este capítulo de Eugenio Noel publicado en su libro “España nervio a nervio” y que describe una gazpachada en una almazara murciana. Al texto le falta ese aire de modernidad, progresismo y uniformidad que dictan desde el Parlamento europeo.


“Estamos en Yecla […] Nos quieren dar de comer los amigos, pero nos avisan prudentemente: ¿Está bien vuestro estómago? ¿Somos hombres de veras? Y muy serios nos afirman que no todos son capaces de resistir la comida que nos ofrecen, y que se necesita una constitución de hierro para digerirla. Insisten en ello muchas veces, no sea que luego hagamos ascos, cosa que les disgustaría bastante. Se trata de una comida para hombres, y quieren cerciorarse de que no hay grietas, ni escrúpulos, ni remilgos en nuestra alma. Sin haber leído a Paulow, saben que el trabajo de las glándulas digestivas es realizado por el espíritu y que es el sistema nervioso el que regula las secreciones de jugos. Su alegre grito: ¡es una comida para hombres!, les excita, y en sus ojos, ojos de una vieja raza extinguida, brillan deseos y ansias. Sólo los que son hombres de veras comen como ellos. Los señoritos, los enfermos, los vagos, se asustan. Y, regocijados, cuentan historias de hombres enclenques a los que la vista de sus condumios les quitó el apetito y les produjo nauseas, dándoles pobre idea de los varones de la ciudad.


[…] El vaso no para nunca; debe ser así. Y bebiendo hablan de comidas campesinas que pudieran parecerse a su gazpacho; de las gachas manchegas hechas de harina de titos o guijas o almortas, con hígado de cerdo machacado y ajo y guindillas de Herencia o del Tomelloso; de las patatas cocidas en la pez entre cebollas en vinagre, ajo y mondarajas de naranja; del ajo arriero; de la hierba de cuajo traída de Sierra Morena; del gazpacho galiano; del salao de los serranos que invernan en Alcudia; del ajo blanco de los segadores... No, ningún guisote de ésos se parece al suyo. Ninguno es tan substancioso ni tan machuno […] Nada de cuchillos, ni tenedores, ni cucharas; gozosos muestran los dedos; ni siquiera hay platos. El plato de todos será el de la torta, y al mismo tiempo que la comida se irán comiendo el plato. ¿No es admirable ya un manjar del que se come hasta el plato en que se sirve?


En la sartén han caído, partidos en gruesos trozos, pollos y conejos; sobre las tortas migadas, la pringue y las acelgas o espinacas […] ¿Gusta? Las aclamaciones son unánimes. Así se come entre hombres, entre españoles de raza; los viejos íberos comían así, todo en un plato, con los dedos, rasgando la torta y doblándola, después de haber recogido con ella y metido en ella una buena tajada, bien empapados los dedos de pringue […] A esa luz de los candiles arcaicos, las caras de estos recios y francos hombres laboriosos son bellas estrofas de poemas antiguos. Son rostros íberos, líneas de raza, expresiones de una alegría y nobleza reveladoras”.

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