lunes, 1 de octubre de 2012

La evolución masculina: de tipo duro a oso de peluche

Un amigo se lamenta porque no tiene éxito con las mujeres. Entre copa y copa suele preguntarme: «¿por qué todas me veis como un oso de peluche?». Para explicar los motivos por los que nos atraen los tipos duros habría que remontarse a la noche de los tiempos, con el cavernícola cazador y su corte de trogloditas esperándole en la caverna. La modernidad, en cambio, produce hombres blanditos, muy bien afeitados o directamente barbilampiños, que han pasado de los Boy Scouts a la Sociedad Protectora de Mascotas Indefensas. Y, por si fuera poco, cocinan sushi. Antropológicamente, estos hombres -muy bien vistos por la sociedad- están en las antípodas del centro gravitatorio femenino. Las mujeres nos sentimos visceralmente atraídas por hombres indomables, caballerosos pero nunca edulcorados, con cierta dósis de egolatría, rebeldes, misteriosos y poco habladores. Existe la creencia popular -fomentada, sin duda, por los osos de peluche- de que las mujeres que buscan tipos duros tienen baja la autoestima y así se rebelan contra la figura paterna. Chorradas de frustrados. Todo es mucho más sencillo y primitivo. Los hombres se diferencian hasta por la mirada: unos, la mayoría, la tienen ajuampedrada y otros, cada vez menos, santacolomeña.

Vuelvo a recurrir a la estantería de auto-ayuda, donde lo explican todo magistralmente. Escribe una tal Carole Liebermann, autora del libro "Tipos malos: ¿por qué los queremos y por qué los dejamos": «Ellos son impredecibles, deshonestos, o incluso groseros, pero estos sinvergüenzas tienen un enorme atractivo para nosotras: un extremo erótico peligroso que es difícil de resistir». Lo aseguran hasta en las revistas científicas: los tipos malos consiguen más mujeres que los "pelucheros".

«A las mujeres lo que les gusta de mí es que, en mi boca, incluso es ilegal el Padre Nuestro. En mí las mujeres ven una mezcla de perversidad e higiene. Les vuelve locas la idea de complicarse la vida con un tipo en cuyas manos huelen juntos el jabón de tocador y el tufo de la baraja. Para algunas mujeres, los tipos como yo somos como un incendio en el que sólo valiese la pena jugarse la vida para salvar el fuego» (José Luis Alvite).

Si bien a mis amigos les recomiendo que se conviertan en tipos duros, a mis amigas les desaconsejo que se enamoren de ellos. Ya lo advertía Rafael de León en su segundo soneto de amor:


«Me avisaron a tiempo: ten cuidado,
mira que miente más que parpadea,
que no le va a tu modo su ralea,
que es de lo peorcito del mercado.

Que son muchas las bocas que ha besado
y a lo mejor te arrastra en su marea
y después no te arriendo la tarea
de borrar el presente y el pasado.

Pero yo me perdí por tus jardines
dejando que ladraran los mastines,
y ya bajo la zarpa de tus besos

me colgué de tu boca con locura
sin miedo de morir en la aventura,
y me caló tu amor hasta los huesos».

Los tipos duros soportan especialmente mal el paso de los años y, obsesionados con no envejecer, suelen caer en el rídiculo. La vida no entiende de sexos y pasa factura por igual a las mujeres fatales y a los muchachos calavera, sea en la copla o en el tango (éste, por cierto, compuesto por Carlos Viván).


«Berretines locos de muchacho rana
me arrastraron ciego en mi juventud,
en milongas, timbas y en otras macanas
donde fui palmando toda mi salud.
Mi copa bohemia de rubia champaña
brindando amoríos borracho la alcé.
Mi vida fue un barco cargado de hazañas
que junto a las playas del mal lo encallé.

¡Cómo se pianta la vida!
¡Cómo rezongan los años
cuando fieros desengaños
nos van abriendo una herida!
Es triste la primavera
si se vive desteñida...
¡Cómo se pianta la vida
del muchacho calavera!

Los veinte abriles cantaron un día
la milonga triste de mi berretín
y en la contradanza de esa algarabía
al trompo de mi alma le faltó piolín.
Hoy estoy pagando aquellas ranadas,
final de los vivos que siempre se da.
Me encuentro sin chance en esta jugada...
La muerte sin grupo ha entrado a tallar...»

Y para cerrar con los tipos duros, "Ventarrón", con letra de José Horacio Staffolani y música de Pedro Maffia. Canta también, con su voz grave de hombre, pasional, irresistible, el "Polaco" Goyeneche.


«
Por tu fama, por tu estampa,
sos el malevo mentado del hampa;
sos el más taura entre todos los tauras,
sos el mismo Ventarrón.

¿Quién te iguala por tu rango
en las canyengues quebradas del tango,
en la conquista de los corazones,
si se da la ocasión?

Entre el malevaje,
Ventarrón a vos te llaman...
Ventarrón, por tu coraje,
por tus hazañas todos te aclaman...

A pesar de todo,
Ventarrón dejó Pompeya
y se fue tras de la estrella
que su destino le señaló.

Muchos años han pasado
y sus guapezas y sus berretines
los fue dejando por los cafetines
como un castigo de Dios.

Solo y triste, casi enfermo,
con sus derrotas mordiéndole el alma,
volvió el malevo buscando su fama
que otro ya conquistó.

Ya no sos el mismo,
Ventarrón, de aquellos tiempos.
Sos cartón para el amigo
y para el maula un pobre cristo.

Y al sentir un tango
compadrón y retobado,
recordás aquel pasado,
las glorias guapas de Ventarrón»

No hay comentarios:

Publicar un comentario