lunes, 15 de octubre de 2012

Versiones y perversiones: Emilio "El Moro"


Se llamaba Emilio Jiménez Gallego y vino al mundo en la Carretera del Cementerio de Melilla, el Día de los Fieles Difuntos de 1923. Quizás a causa de esta efeméride, desde niño gozó de un sentido del humor envidiable que lo libró del mal fario. Le gustaba ir al colegio con un calcetín a rayas embutido en la cabeza; sin embargo, abandonó pronto la escuela y empezó a ganarse la vida como pintor de brocha gorda. Decía que era analfabeto, «como todo el mundo», ya que la gente muere «ignorando el 99% de las cosas». Lo que verdaderamente le gustaba era cantar y, desde muy joven, entonaba fandangos, soleares y tientos por Radio Melilla que luego le repetía a su hermano pequeño a la hora de dormir. Aprendió a tocar la guitarra por su cuenta, sin recibir una sola clase, y era tan hábil que podía aporrearla y torear de salón al mismo tiempo. Su "solo de guitarra" se hizo muy popular: consistía en dejar el instrumento apoyado en mitad del escenario y salir de él hasta que público comprendía que se trataba de una broma.

Fandango de Cantimpalo

"Mi suegra me la robaron estando de romería...
Entre cuatro la amarraron porque la fiera dormía,
¿dónde estará mi suegra?"

A los 23 años marchó a probar suerte en Madrid. Con las 500 pesetas que le había regalado el Capitán del Regimiento Mixto de Artillería número 32 -unidad con la que había hecho el servicio en Melilla-, se compró una guitarra, una chilaba, unas babuchas y una tableta de chocolate. Una noche de verano, cantó flamenco en una carpa del Retiro, pero no tuvo mucho éxito. Aquello no era Radio Melilla y Emilio lo comprendió rápidamente. Para su segunda actuación, recordó su época de escolar, se lió una funda de almohada a la cabeza, se vistió con una sábana y, con pintura negra, se dibujó una barba. Durante la actuación, en la que cantó flamenco al estilo árabe, involuntariamente, una de las babuchas resbaló de su pie y golpeó en la calva a un señor, un empresario, que posteriormente le contrató. Visto el éxito, al segundo día volvió a tirar una babucha, esta vez a propósito pero, tal y como confesó el artista, «le dio a una señora en un ojo y quiera usted saber la que se armó». Así nació la leyenda del inigualable Emilio "El Moro" que, en cuanto ahorró unas pesetas, se casó con su gran amor, Pilar.

"Ya está el torito completamente afeitao pa´la feria de Antequera...
Soy el peor ganadero de los campos de La Coruña..."
(con fotos del maestro Ponce)

"Yo no maldigo mi suerte porque cartero nací...
Y aunque me duela el juanete, yo tengo que repartir"

A partir de 1950, tuvo varios nombres artísticos: "El Moro de Melilla", simplemente "El Moro" o "El cantor de las siete voces", por su facilidad para variar el tono en una misma canción. Cambió entonces la chilaba y las babuchas por el fez, se especializó en versionar las coplas que en aquellos años causaban furor -convirtió "La niña de fuego" en "La niña de la candela", "Ojos verdes" en "Billetes verdes", "Mi carro" en la sensacional "Mi suegra", "Ganadera salmantina" en "Jamonera pueblerina", "Soy minero" en "Soy cartero", "Vino amargo" en "Vino dulce"- y se hizo famoso. «Cuando sale alguna canción de cierto éxito, ya voy buscando la forma de meterle el diente». Generalmente sus letras eran surrealistas -las cantaba muy serio- y en ellas asomaba el hambre en cada estrofa: muchos jamones de ensueño y jugos gástricos. Ni el mejor chirigotero podría hacerle sombra al genio de Melilla que, por cierto, era muy aficionados a los toros: «Tengo dos grandes aficiones: los toros y la pesca. Y una gran manía: comer con los dedos sentado en el suelo, a la usanza mora». Durante una visita a Lima, con su propia chaquetilla, tuvo que quitarse de encima a un toro que se había escapado del cajón donde lo llevaban encerrado hacia la plaza. La prensa decía sobre él: «Su mayor alegría y satisfacción, ser como es y estar como está hoy. Su mayor contrariedad, cogerse los dedos con un baúl».

"A la lima y al limón, ¿cómo quieres que te quieran?
Si eres una coliflor y además no te peinas..."

"Se piró una tarde con rumbo ignorado, en un mercancías que llegó hasta aquí...
pero entre sus dedos se llevó enredado mi reloj de oro porque no le vi"
 

En una entrevista concedida en 1952, confesaba el bueno de Emilio: «Yo le debo mucho a Madrid. Llegué aquí con una maleta vieja, una pastilla de chocolate y un reloj; ni más ni menos. Me llevo un coche, una chilaba nueva, un contrato así de largo y a Emilio el Moro. Mi ilusión es comprarme un garaje y siete taxis». Sobre su esperpéntica muerte, mejor leer el romance de Antonio Burgos.

ROMANCE DE VALENTÍA DE EMILIO EL MORO


Era mu poco en la vía, tan poco que nada era...
por no tener no tenía ni vergüenza en la cartera.

Era un triste aficionao que buscaba la ocasión
de tragarse de un bocao más de medio salchichón.
Y echándole valentía se fue pa´una vaca blanca
que estaba recién paría en campos de Salamanca.

No embistas vaca bonita, no embistas por cariá...
yo sólo quiero ordeñarte, que nadie lo va a notar.
Aquí no hay plaza ni nombre ni traje tabaco y oro
aquí hay un tío con más hambre que los pavos de Bartolo.
En pisarme no repares, te concedo hasta el perdón...
dame leche por tu pare porque ya no tengo mare
ni quien me dé Pelargón.
Todas las noches saltaba  sin miedo la palanquera
y en el corral no dejaba ni un pollo pa Nochebuena.

Quizá fuera colorao el tomate que cogió
y mordiéndole un costao ni una pipa le dejó.
Pero le salió Matías, que vino con una tranca
y el niño de Andalucía quedó tieso en Salamanca.

Adiós plaza de Sevilla, ya nunca me habrás de ver...
tengo partías seis costillas, la tibia y el peroné.

Adiós capote de hule que fuiste mi compañero,
morir en esta pelea es cosa de buen ratero.
Ya vestío de alamares no ha de verme la afición
y como este tío no pare, por la gloria de mi mare
que se acaba la función.

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