martes, 25 de diciembre de 2012

La leyenda del turronero

"Hay conejo empanado
por mil partes traspasado
con saetas de tocino
blanco el pan, aloque el vino
y hay turrón alicantino".
(Miguel de Cervantes)
Puesto de turrón en la Plaza Mayor

Hace 170 años, cuando se acercaba la Navidad de 1840, Luis Mira, un valiente confitero jijonenco, llenó de turrón las alforjas de sus burras y emprendió el largo camino, de más de 400 kilómetros, hacia Madrid. Sus paisanos se burlaron de él, le dijeron que estaba loco y lo apodaron jocosamente "Luis de la Reina". Sin embargo, cuando llegó a Albacate, Luis de la Reina descubrió que ya había vendido toda la mercancía que portaba en sus zurrones. Sus dulces eran tan exquisitos que los vecinos alicantinos y castellano-manchegos se los quitaban de las manos. El futuro turronero, que apenas tenía 21 años y temía arar la tierra como sus padres, empeñado en probar suerte en la capital, regresó a Jijona y repitió la operación, así hasta en tres ocasiones, cuando, finalmente, en 1842, consiguió llegar a Madrid con las alforjas colmadas. Una vez allí, instaló un puestecillo en la Plaza Mayor, donde desplegó su dulce género varias Navidades.

 
En 1855, su espíritu emprendedor le dio valor para fundar su propia tienda en el número 30 de la Carrera de San Jerónimo, la calle más distinguida por aquel entonces, muy cerca de La Fontana de Oro de Galdós, donde todavía permanece abierta después de 157 años. Antes de comprarle esta propiedad a los Marqueses de Miraflores, alquiló otros dos locales en la misma vía, en los números 18 y 27. Poco después de instalarse, el confitero jijonenco, que jamás se quitaba su delantal blanco manchado con miel y almendras, se convirtió en el proovedor de la Casa Real durante los reinados de Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII, la regencia de María Cristina y Alfonso XIII. Además, fue condecorado con la Real Orden de Isabel la Católica en 1868 y gozaba del privilegio de no destocarse ante el rey. Hoteles y restaurantes de lujo como el Ritz o Zalacaín también se nutrían del turrón de Luis Mira. Y por si fuera poco, obtuvo la Medalla de Oro de la Alimentación y un Grad Prix en la Exposición Universal de París de 1880 y 1899, respectivamente.


Luis Mira tuvo cinco hijos: cuatro hembras y un varón. Este último falleció con 24 años, provocando que el apellido familiar se diluyera entre los sucesivos herederos. Carlota, la mayor, casada con el alicantino Vicente Ibáñez, tomó las riendas del negocio tras la muerte de su padre.


En el siglo XX fue su hijo Carlos Ibáñez y su esposa, Ángela Cremades, quienes se ocuparon de Casa Mira. En una entrevista de 1997, Ángela aseguraba: "Aquí hacemos el turrón como en el siglo pasado, de la única manera que sabemos. La gente sabe que venir aquí es más caro, pero también sabe que compra turrón artesano, hecho aquí mismo, salvo el blando, porque la máquina hace tanto ruido que sería imposible tenerla en el centro. El turrón es una masa a la que se puede añadir de todo, pero nosotros seguimos con diez variedades tradicionales". ¿Y qué sabores son esos? Turrón de Alicante (duro), de Jijona (blando), de mazapán, de avellana, de yema, de coco, de guirlache (¡ay, los toros de don Paco Galache!), de frutas y el Pan de Cádiz. En este mismo artículo, el hijo de Ángela, Carlos Ibáñez Cremades, contaba que en diciembre preparaban 15.000 kilos de turrón, en comparación con los 1.500 que se vendían a lo largo de todo el año. Por eso, para tener abierta Casa Mira en cualquier estación, a partir de la década de los cuarenta, combinaron el turrón, los mazapanes, las peladillas, las yemas y los polvorones con la confitería tradicional: pasteles, pastas de té, bollería, bombones, trufas, pestiños, tejas, rosquillas, lenguas de gato.

 
Precisamente, Carlos Ibáñez Cremades, siguió regentando Casa Mira hasta comienzos de este siglo. Los actuales sucesores de Luis Mira -con su tataranieto Carlos Ibáñez Méndez a la cabeza- encarnan la sexta generación.

Casa Mira hoy, hasta la bandera

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