miércoles, 5 de diciembre de 2012

Nombres de perdición


La copla se nutre de dos prototipos femeninos radicalmente contrapuestos: de un lado, la mujer sumisa, fiel y sacrificada; de otro, la mujer libre, rebelde y mal vista por la sociedad de la época. En este segundo grupo, una de las alhajas del cancionero lleva por título Yo soy ésa (Quintero, León y Quiroga, 1952), una desgarradora zambra en la que la protagonista, una oscura clavellina que va de esquina en esquina, se ha convertido en la perdición de los hombres tras jurarles falso amor. Afirmaba Manuel Rey: "Si cantas Yo soy ésa, te conviertes en una puta. Si te cantas Tatuaje, además de puta, eres borracha". A pesar de su enorme éxito popular, gracias en buena parte a Juanita Reina, la censura echó el guante a Yo soy ésa entre 1952 y 1967, fecha en la que por fin se le permitió a Pedrito Rico interpretarla en tono cómico.


"Si alguien me pregunta que como me llamo,
Me encojo de hombros y contesto así:

Yo soy...ésa.
Esa oscura clavellina
Que va de esquina en esquina
Volviendo atrás la cabeza.
Lo mismo me llaman Carmen,
Que Lolilla que Pilar.
Con lo que quieran llamarme
Me tengo que conforma.
Soy la que no tiene nombre,
La que a nadie le interesa,
La perdición de los hombres,
La que miente cuando besa.
Ya lo sabe… Yo soy... ésa".

La guapa, guapa
-escrita en 1954 por la segunda gran tripleta de la copla, Ochaíta, Valerio y Solano- narra la historia de otra hembra indómita que pierde hasta su nombre tras cometer un crimen por las hambres del querer. Es una canción genial que sólo Concha Piquer tuvo los reaños de estrenar.

"Al preguntarme los jueces
¿por qué en el banquillo estás?
yo les respondí cien veces
que por guapa y nada más.
¡Por Guapa, por Guapa, por Guapa!
Ahora escondo mi amargura en lugar que nadie sabe
y de mi puerta cerrada más de cien tienen la llave.

Dime ese nombre tuyo que se me escapa,
porque quiero que seas tú mi querida.
Que yo no sé mi nombre lo sabe el Papa;
que soy sólo una hembra comprometida
y cuando firmo un pliego, firmo: La Guapa.

Pa´las hambres del querer
basta con eso: La Guapa,
que mi nombre de mujer
se borró un amanecer
en los vuelos de una capa".

La tercera copla que alude el tema de la prostitución es, por supuesto, la inmortal Bien Pagá, otra mujer que es arrastrada por los desengaños amorosos hasta lo más profundo de su ser. Fue escrita durante los años de la Segunda República por Ramón Perelló y Juan Mostazo, aunque su estreno resultó un rotundo fracaso. Miguel de Molina la rescató del olvido hasta convertirla en un puntal del género cuando la incluyó en su repertorio en 1938.

"Bien pagá,
si tú eres la bien pagá
porque tus besos compré
y mi te supiste dar
por un puñao de parné,
bien pagá, bien pagá fuiste, mujer.

No te engaño,
quiero a otra,
no pienses por eso
que te traicioné.
No cayó en mis brazos
me dio solo un beso,
el único beso
que yo no pagué.

Na te pido,
na me llevo,
entre esta paredes
dejo sepultás
penas y alegrías
que te he dao y me diste
y esas joyas que ahora
pa´otro lucirás".

La última copla está abierta a todo tipo de interpretaciones: ¿la protagonista de la historia también cobraba por sus besos? Tengo mis dudas; sea como fuere, cualquier excusa es buena para volver a escuchar En una esquina cualquiera, compuesta en 1960 por Molina Molés, Rafael de León y el maestro Quiroga para Marifé de Triana. Se trata de una de las letras más terribles, y a la vez hermosas, de mujeres echadas a la perdición a causa del engaño de un hombre.


"En una esquina cualquiera,
Con sus ojos me encontré,
Y mis veinte primaveras
Se me pusieron de pie,
Morena, quieres un vaso,
De un mosto que es oro fino,
La lumbre de sus ojazos,
Me quemaba más que el vino.

Oscuridad de tormenta,
Donde ciega me perdí,
Cuando quise darme cuenta,
En sus ojos yo me vi.

Ojos negros de locura,
Ojos negros de pasión,
Centinelas de amargura,
De mi pobre corazón,
Son dos pozos, dos luceros,
Dos carbones encendidos,
Son dos lobos traicioneros,
Que al camino me han salío".

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