lunes, 8 de julio de 2013

Crisantemo sobre el recuerdo de doña Dolores


Divisa negra para honrar a una ganadera. Y, sobre todo, una señora de los pies a la cabeza. Doña Dolores Aguirre. Sus finos y serios toros -algunos tirando más hacia Atanasio y otros hacia Conde de la Corte- exhibieron casta, movilidad y nobleza. A ratos, también dureza. No aptos, en definitiva, para figuras del arte y la cultura. El mejor ejemplar fue el cuarto, Caracorta, serio aspirante para conquistar el trono al mejor toro de estos Sanfermines. Sería un bonito crisantemo sobre el recuerdo de la ganadera.

 
El poco placeado Manuel Escribano sorteó un lote de cuatro orejas. Sólo paseó una del noble primero, Mascarito, pero al sevillano no se le puede achacar falta de ganas. No en vano, los tres matadores estuvieron dignos y valientes, cada uno en su estilo. Un acelerado Joselillo firmó una faena de infarto ante el emocionante segundo, Burgalés, al que recibió a porta gayola, acelerando el pulso del respetable cuando el toro, literalmente, le arrolló por la espalda.

 
El mejor espada de la terna fue Juan del Álamo que, desafortunadamente, pechó con los Dolores más deslucidos (tercero y sexto) tras jugársela sin alharacas, una estrategia, quizás, poco práctica en Pamplona. El charro es otro que va a optar a premio por la mejor estocada de la feria. Sencillamente escalofriante. El público, en general, más pendiente de sus bocadillos que del ruedo, navegó entre las aguas de la ignorancia y no supo valorar la labor de Del Álamo.

 
Tras ver corridas como la de Dolores Aguirre en Pamplona, uno no puede evitar preguntarse dónde se esconden los matadores que lidian cincuenta corridas por temporada.


Los salvadores de la Fiesta
 

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