"Pelando la pava" por Santiago Rusiñol
Había en el pueblo media docena de
casas ricas, con zaguán y portón de clavos dorados. El resto de las
viviendas no lo tenían, y la puerta de la calle abría directamente
sobre el interior de la casa, a la pieza que por la misma razón
llamábase “el portal”. Y estas puertas y portones estaban
siempre abiertos.
Había una tácita confianza en el
prójimo. Y el único trámite para penetrar en la vivienda ajena era
la salutación religiosa.
- Ave María purísima...
Y contestaba dentro:
- Sin pecado concebida.
La gente pasaba al interior con respeto y llaneza. Hablaban de sus cosas.
Todas las puertas abiertas daban al
pueblo un aire de gran familia compenetrada y sin secretos. Sólo la
muerte hacía que pasajeramente quedasen entornadas las hojas de
maderas a la calle, como luto y forzada ausencia del mundo, impuesta
por el dolor o un aciago destino.
Las casas era, hasta las más pobres,
limpias, blancas de cal, refulgentes. El cotidiano aljofifado de los
suelos sacaba brillo a la vasta arcilla de las solerías. Los metales
de los aldabones, como de oro pálido.
Por el invierno, los portales olían a
azúcar quemada, a alhucema en el brasero. En las casas más humildes
trascendía a la puerta el sano olor modesto de los pucheros en la
lumbre.
JOAQUÍN ROMERO MURUBE
Puertecita de mi casa
Me di de cara con él.
(Quintero, León y Quiroga)
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