Una vez, en la revista La Lidia, al gran don Ramón María del Valle-Inclán le preguntaron si creía en la existencia de arte en los toros. Ésta fue la respuesta que dio:
"Naturalmente que sí, y mucho. Mire usted: la mayor manifestación
del arte es la tragedia. El autor de una tragedia crea un héroe y le
dice al público: Tenéis que amarle. ¿Y qué hace para que
sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios… y el
público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y
más cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no
quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro. Supongamos que un
niño está jugando en esta habitación, y nosotros no le hacemos
caso; al contrario, tal vez sus juegos nos molesten. De repente, el
niño se acerca al balcón y está a punto de caer a la calle;
entonces, todos nosotros nos levantamos angustiados y gritamos: ¡Ése
niño! En aquel momento todos queremos al niño, pero ha hecho
falta para eso, para que nuestro corazón dé rienda suelta a su
amor, que ese ser esté a punto de deshacerse. Es la tragedia…
En los toros la tragedia es real. Allí
el torero es autor y actor. Él puede a su antojo crear una tragedia,
una comedia o una farsa. Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor
es la amenaza de tragedia y más grande es la manifestación de arte.
Hay toreros, como Belmonte, que crean la tragedia, la sienten, y al
ejecutar las suertes del toreo, se entregan al toro borrachos de
arte. Entonces los cuernos rozan las sedas y el oro de sus trajes; la
tragedia se aproxima, el público, sin saberlo, se pone de pie, se
emociona, se entusiasma. ¿Por qué? Por el arte.
Quitemos a los toros la facultad de matar, y ya no hay fiesta, porque no hay tragedia, no hay arte. Supongamos que en diez años no muere un torero, y entonces se acabó el interés de las corridas de toros. A un torero que no tuviese peligro de ser cogido, acabaría por aburrir al público. Eso le pasó al Guerra. Hoy tenemos el caso de Joselito. Joselito es el torero que tiene mayores conocimientos y que tiene más facultades físicas. Sin embargo, Joselito cansará a los públicos. Joselito es el primer actor de la tauromaquia; pero como en este arte el autor y actor van juntos, Joselito-autor no quiere crear tragedia; no siente el arte de la tragedia, y a pesar de sus faenas asombrosas, de sus facultades, de sus maravillas, el público nota que le falta algo, algo que será la causa de que le aburra un día, algo que no sabe lo que es. La tragedia… el arte…Su hermano Rafael ya es otra cosa; tiene menos facultades que él, sabe menos que él; cuando sale un toro que le inspira, entonces crea arte, entonces es divino, porque, como Belmonte, se transfigura, y transfiguración es teología.
Los toros, para ser tal como deben de
ser, precisan tener la parte trágica, la muerte del toro, del
caballo, y de vez en cuando del torero. El torero que toreando se
acerque más a la muerte, ése será el mayor artista, el que mejor
interpretará la tragedia taurina, aunque el otro, el que toree con
mayor facilidad, quede más veces mejor que él. Joselito, los
Quintero y la Argentinita son la misma cosa… Están bien.
Bueno, que de todo esto que le he dicho, los técnicos taurinos, ni
aún los mismos toreros, saben una palabra".
Han pasado diez años y, en buena medida por la evolución de la cirugía taurina y por la mejora de las enfermerías, no ha caído ningún torero en la plaza. Con Ponce o El Juli -sucesores del Guerra y Joselito-, la técnica de la Tauromaquia ha alcanzado niveles prodigiosos, sin embargo, como predijo Valle-Inclán, la emoción se escapa igual que un chorro incesante. Todo se ha vuelto demasiado previsible. El diestro del siglo XXI se asemeja más a un funcionario que a un artista. En los burladeros de muchas plazas, deberían colocar espejos cóncavos, como los del Callejón del Gato de Luces de Bohemia, para que reflejen el esperpento en el que se ha convertido esta amada Fiesta nuestra.
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