sábado, 3 de noviembre de 2012

"Es difícil decir cómo está hecha mi penumbra"


Los atardeceres siempre son melancólicos y más aún los invernales. Desde que cambiaron la hora el pasado fin de semana -maldita costumbre que, según dicen, nos hace más europeos-, anochece a las seis. ¿Qué tenemos en común con los londinenses, berlineses o parisinos, que cenan cuando nosotros merendamos y se van a dormir cuando salimos a tomar una caña? La receta del euro-pudding, consistente en homogeneizarlo todo en una pasta amorfa e insípida, detiene hasta las manecillas del reloj: a las tres son las dos y a las cinco de la tarde termina el día por orden del Parlamento Europeo. Hace años descubrí que el ocaso es menos triste si nos sorprende en la calle; cuando las nubes comienzan a teñirse de magenta, es hora de cruzar el umbral de la puerta. Como escribió el gran Alvite: "En la ciudad en donde vivo, sólo algunas aceras pasan en la calle más tiempo que yo".


"La noche, en estas latitudes, cae de improviso, con un crepúsculo efímero que dura un soplo, y después, la oscuridad. Yo debo vivir únicamente en este breve período, y por lo demás no existo. O mejor, estoy, pero es como si no estuviese, porque estoy en cualquier sitio, incluso allí, donde te he dejado, y además en todas partes, en todos los lugares de la tierra, en los mares, en el viento que hincha las velas de los veleros, en los viajeros que atraviesan las llanuras, en las plazas de las ciudades, con sus mercaderes y sus voces y el flujo anónimo del gentío. Es difícil decir cómo está hecha mi penumbra y qué significa. Es como un sueño que sabes que estás soñando, y en eso consiste su verdad: en ser real fuera de lo real. Su morfología es la del iris, o mejor, la de las gradaciones lábiles que dejan de ser mientras están siendo, como el tiempo de nuestra vida. Me es posible recorrerlo, este tiempo que ya no es mío y que ha sido nuestro, y que corre ligero en el interior de mis ojos, tan rápido que yo entreveo paisajes y lugares que hemos habitado, momentos que hemos compartido e incluso nuestras conversaciones de entonces, ¿recuerdas?, hablábamos de los parques de Madrid y de una casa de pescadores donde hubiéramos querido vivir y de los molinos de viento, y de los acantilados en el mar en una noche de invierno, cuando comimos gachas, y de la capilla con los exvotos de los pescadores, vírgenes de rostro popular y náufragos como marionetas que se salvan del oleaje agarrándose a un rayo de luz llovida del cielo. Mas todo esto que me pasa por dentro de los ojos, pero que descifro con exactitud minuciosa, es tan rápido en su irrefrenable carrera que es sólo un color: es el malva de la mañana sobre la meseta, es el azafrán de los campos, es el añil de una noche de septiembre con la luna colgada del árbol en la explanada delante de la vieja casa, el olor fuerte de la tierra y tu seno izquierdo, que yo amaba con mayor intensidad; y la vida estaba allí, aplacada y escondida por el grillo que vivía al lado, y aquélla era la mejor noche de todas las noches, porque era una noche líquida, como la pulpa del albaricoque.

En el tiempo de este infinito mínimo, que es el intervalo entre mi ahora y nuestro entonces, te digo adiós y silbo Yesterday y Guaglione. He dejado mi jersey en la butaca de al lado, como cuando íbamos al cine y esperaba que tú volvieras con los cacahuates".
(Antonio Tabucchi, Los volátiles del Beato Angélico)

"Y, de repente,
llega la noche
como un aceite
de silencio y pena.
A su corriente me rindo
armado apenas
con la precaria red
de truncados recuerdos y nostalgias
que siguen insistiendo
en recobrar el perdido
territorio de su reino.
Como ebrios anzuelos
giran en la noche
nombres, quintas,
ciertas esquinas y plazas,
alcobas de la infancia,
rostros del colegio,
potreros, ríos
y muchachas
giran en vano
en el fresco silencio de la noche
y nadie acude a su reclamo.
Quebrantado y vencido
me rescatan los primeros
ruidos del alba,
cotidianos e insípidos
como la rutina de los días
que no serán ya
la febril primavera
que un día nos prometimos".
(Álvaro Mutis, Lied de la noche)

" [...] Le soleil, las de voir ce spectacle barbare,
précipite sa course, et, passant sous les eaux,
va porter la clarté chez des peuples nouveaux:
l'horreur de ces déserts s'accroît par son absence.
La Nuit vient sur un char conduit par le silence:
Il amène avec lui la crainte en l'univers".
(La Fontaine, Les Amours de Psyché et de Cupidon)
Pinturas de Vincent Van Gogh

1 comentario:

  1. "Endemientras" alumbre una nueva moda,una nueva Era,que fundamentalmente sea sincera,sea verdad;me acojo a su hospitalidad y me voy a refugiar en ésta Taberna,(establecimiento que debería de estar más protegido que el lince de Doñana), por lo menos hasta que la nueva Era se haga presente y retome ese establecimiento único,toda su importancia natural,como tan bien describió en Maestro Cañabate.
    Se está bien aquí.
    Gracias

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