sábado, 24 de noviembre de 2012

Gato no naces, gato te haces


Es cierto el dicho de que gato no naces, te haces. Conozco madrileños que nunca han salido de su barrio. Para ellos, Madrid empieza y acaba en Aluche, Usera o San Blas. Con suerte, han ido al Prado en una ocasión, durante una excursión escolar, y ponen cara de poker cuando escuchan que dos de los museos más encantadores de la capital son la Casa Sorolla y el Lázaro Galdiano. Tampoco han tomado nunca un caldo caliente en Lhardy ni conocen la historia de cómo se cargaron al conde de Villamediana a escasos pasos de San Ginés. O dónde se encuentra la casa del Ratoncito Pérez. Madrid resulta inabarcable y cada uno hace la ciudad a su medida. La mía delimita al oeste con Príncipe Pío, al norte con Cuatro Caminos, al este con Las Ventas y al sur con Atocha. No hay más Madrid. Sin embargo, dentro de esta cuadrícula, me gusta conocerlo todo, hasta el último rincón. Y sólo paseando se pueden desentrañar los secretos de las ciudades.

¿Quién diría que estas fotos están tomadas en un patio de la calle Hermosilla, en el corazón del Barrio de Salamnca, una tarde de otoño cualquiera?


"La vida fluye incesable y uniforme; duermo, trabajo, discurro por Madrid, hojeo al azar un libro nuevo, escribo bien o mal -seguramente mal- con fervor o con desmayo. De rato en rato me tumbo en un diván y contemplo el cielo, añil y ceniza" (Azorín).

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