El pasado viernes, me invitaron a moderar un coloquio con el maestro Juan Mora organizado por la Asociación Taurina de San Rafael (Segovia). El público que llenó la sala estaba muy ilusionado con la inminente actuación de su paisano, Víctor Barrio, en la Feria de Valdemorillo. Hoy, mientras la afición segoviana arropa a un torero joven que pide sitio, al margen del mercantilismo de los despachos y los números del escalafón, Juan Mora continúa soñando. Las tertulias taurinas que escuchaba en su infancia y las noches en el cine de verano de Plasencia alimentaron sus ilusiones. Reconoce que todavía va al cine con frecuencia y que siente cierta mala conciencia cuando, aburrido por un mal guión, abandona la sala con la película a la mitad. Prefiere aguantar hasta el final. Con los libros, le sucede lo mismo: tiene que leer hasta la última página, guste o no. Esta perseverancia también ha marcado su trayectoria como torero, permitiéndole abrir la Puerta Grande de Las Ventas cuando los empresarios ya no contaban con él. A Juan Mora le sienta bien el otoño. Admite que es su estación preferida, por su serenidad y melancolía. De su padre, Mirabeleño, aprendió a no tener prisa, ni en la vida ni en el toreo. Con este sosiego, continúa toreando de salón, escribiendo páginas en un libro imaginario, sin preocuparle que eventuales editores publiquen su obra. ¿Le veremos hacer el paseíllo este año? Juan responde con media sonrisa. Sabe conservar el secreto, un misterio que últimamente falta en el ruedo. Es un torero romántico, como los de antes, de los pocos que quedan. Como torero y como persona busca la naturalidad, porque ahí radica la grandeza de la torería: "Lo natural es lo más cautivador. La torería es una expresión natural de las cosas".
Aquel niño que le acompañó durante la emocionante vuelta al ruedo en Madrid tras cortar las dos orejas de "Retaco", su hijo pequeño, tiene ya 14 años: un hombre con motivos para admirar a su padre.
Fotografías de Andrés Gete
No hay comentarios:
Publicar un comentario