Rafael Rodríguez Domínguez, "El volcán de Aguascalientes", fue un matador de toros mexicano nacido en 1929. Se presentó en Las Ventas el 16 de mayo de 1951, tarde en la que hizo el paseíllo acompañado por Pepe Luis Vázquez y Manuel González. El toro de la confirmación de alternativa, "Guitarrero", llevaba la divisa de Felipe Bartolomé. Se despidió de los ruedos veinte años más tarde, en 1971, con una encerrona en su ciudad natal, Aguascalientes.
Corría el año de 1971, era abril, y en casa sólo había una
plática, se despide Rafael Rodríguez “El Volcán de Aguascalientes”, el
día 26 y lo hace al encerrarse con seis imponentes TOROS… de
la Punta […] Cuando se realizó el paseíllo, aquello fue la locura porque la
gente exclamó un ahhh… de aclamación con una emoción retenida en el aliento
como si quisieran retener al torero y hacerlo cambiar de idea en sus deseos de
dejar la actividad de matador de toros. Hubo gritos de “No te vayas Volcán”,
“Suerte torero”, en fin, de todo pasaba en esos momentos cuando salió a saludar
al tercio y la gente le aplaudía a rabiar.
Los detalles de la lidia no me quedan muy claros, sólo recuerdo que mató un encierro majestuoso de La Punta y que uno de ellos dio una vuelta de campana en el centro del anillo, pero lo que no olvido, fue cuando dio la vuelta con los trofeos al compás de Las Golondrinas. Me contagié de la emoción del momento y lloré, como los adultos también lloran, con la cara y el ceño fruncido y dejando salir una lágrima de emoción, tristeza y alegría. Para muchos era un orgullo poder estar viendo la despedida del ídolo, para otros la tristeza de un final lleno de gloria y triunfos, que quizá no vuelvan a repetirse en otro torero. Pero era el destino final de un hombre que en el año de 1948 tomó la decisión de ser TORERO, si un TORERO en toda la extensión de la palabra, que había cumplido sus sueños y ahora podía retirarse tranquilo, con la frente en alto y el orgullo muy profundo de haber sido siempre un gran profesional del toreo.
Los detalles de la lidia no me quedan muy claros, sólo recuerdo que mató un encierro majestuoso de La Punta y que uno de ellos dio una vuelta de campana en el centro del anillo, pero lo que no olvido, fue cuando dio la vuelta con los trofeos al compás de Las Golondrinas. Me contagié de la emoción del momento y lloré, como los adultos también lloran, con la cara y el ceño fruncido y dejando salir una lágrima de emoción, tristeza y alegría. Para muchos era un orgullo poder estar viendo la despedida del ídolo, para otros la tristeza de un final lleno de gloria y triunfos, que quizá no vuelvan a repetirse en otro torero. Pero era el destino final de un hombre que en el año de 1948 tomó la decisión de ser TORERO, si un TORERO en toda la extensión de la palabra, que había cumplido sus sueños y ahora podía retirarse tranquilo, con la frente en alto y el orgullo muy profundo de haber sido siempre un gran profesional del toreo.
Imagen de la despedida del Volcán
Rafael Rodríguez, a pesar de proceder de una familia humilde, fue un hombre muy culto gracias a su curiosidad y extraordinaria fuerza de voluntad. Los aficionados hidrocálidos no sólo recuerdan sus triunfos en el ruedo, sino también sus escritos, poesías, declamaciones y conferencias públicas. Fue célebre una charla que pronunció el 28 de abril de 1991 en la Casa de la Cultura de Aguascalientes. Sobre su despedida de los ruedos, Rafael Rodríguez dijo lo siguiente:
Cuando crucé por última vez la puerta de
una plaza de toros hacia la calle, era otro totalmente. ¿Dónde iba a quedar mi
traje de luceros? ¿Dónde las ilusiones? ¿Quién era yo? ¿Un desempleado? ¿Qué
sabía yo hacer? o ¿Qué podía yo hacer. ¿Qué compromisos tenía con la vida y con
la sociedad?
Hoy mi vida transcurre lenta y suave como
agua que recorre el arroyuelo y de su cristalino recorrer emanan, viven y
afloran los recuerdos. Recuerdos de existencia placentera. Recuerdos de gloria
y de sonetos. A sus aguas se asoman las estrellas, quiebran su luz hasta llegar
al lecho de aquél arroyuelo que retrata la digna majestad del toro negro.
Diamantino fulgor sobre sus astas; amplio, severo y arrogante el pecho. Suave
su paso sobre la campiña, hondo bramar de su paso lento. ¡Cuán lejos de has ido
de mi vida! ¡Cuánto te añoro aún, cuánto te quiero! No importan mis carnes
desgarradas, ni mi sangre regada sobre el ruedo, ni tampoco las tardes de
desdicha, ni tristeza que hiera mi recuerdo.
Escribo hoy sobre la despedida del Volcán de Aguascalientes porque me levanto del asiento cada vez que un periodista se refiere a un matador retirado como "ex torero". No, señores. Torero se nace y se muere. En este mundo, por fortuna o desgracia, nadie da ni quita un carnet. Para sus partidarios, un matador retirado es, si cabe, aún más majestuoso que estando en activo.
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