lunes, 2 de septiembre de 2013

Los libros que me llevé a la playa

«Es agradable ser feliz y saberlo mientras lo eres»
El tango de la Guardia Vieja, la última novela de Pérez-Reverte.
 
No poseen ningún rasgo en común salvo que ambas han sido mis novelas para el mes de vacaciones y que, cada una en su estilo, me han parecido encomiables: "Historia de una finca" y "El tango de la Guardia Vieja".


La primera, escrita al alimón por los hermanos José y Jesús de las Cuevas en 1958, narra la historia de "San Rafael", un cortijo de 894 hectáreas de rica campiña andaluza. Y digo bien, porque el auténtico protagonista del libro no son los sucesivos propietarios de la finca -desde Don Santiago, el mayorazgo, hasta Pedro, el ingeniero agrónomo, madrileño y urbanita, que acabó enamorado de aquella tierra negra-, sino la finca en sí misma. "A veces da la impresión, tan viva, de que es el propio cortijo y no la pluma de los autores, el que nos va narrando las peripecias de sus protagonistas", dijo César Romero. Y así, entre los surcos de "San Rafael", se desgrana también una parte de la Historia de España. En opinión del gran Aquilino Luque es la mejor novela escrita sobre el campo andaluz.
 
La redacción de los hermanos Cuevas resulta melodiosa como un trigal: "Llegó al mediodía al cortijo. Era un día de terrible calor. Se andaba dentro del calor como dentro de una vasija de miel caliente". O: "En verdad que la mañana era transparente y fresca. Olía a corteza de limón". Unas metáforas que combinan a la perfección con azadas secas y certeras: "En el campo nunca hay palabras excesivas. El afecto, las decisiones, la angustia, deben sobreentenderse".


Otro fragmento: "Anochecía. Apenas si quedaba ya luz. Y al otro día sería, por fin, la marcha. Don José se levantó de su sillón. Sentía una infinita tristeza invadirle lentamente. Anduvo unos pasos y salió fuera. Quería decirle adiós a su cortijo... Unas nubes violetas viajaban por el horizonte. La tierra del rastrojo recién levantada olía a algo extraño, íntimo, femenino quizá... Don José estuvo contemplándola un rato; dudaba si volvería a ver aquella tierra en la que había gozado y sufrido tanto. Y de repente, como algo que no puede evitarse, se inclinó, cogió un puñado de tierra con la mano, y después de mirar a todas partes para cerciorarse de que no le veían, la besó apasionadamente. Luego tuvo que sacar su pañuelo para limpiarse la boca. Y fue en este pañuelo, junto a sus iniciales, donde quedó un granito -minúsculo, negro- de tierra de San Rafael".
 


De la sensualidad de "San Rafael" pasé a las andanzas de Max Costa en "El tango de la Guardia Vieja", la última novela de Arturo Pérez-Reverte. Era Max -gigoló, canalla, bailarín mundano, superviviente y exquisito ladrón de guante blanco- un tipo tan elegante, encendía con tanta clase sus cigarrillos turcos con una pizca de opio y miel, que la policía no se atrevía a detenerlo ni las amantes desvalijadas a denunciarlo. Porque "una mujer nunca es sólo una mujer. Es también, y sobre todo, los hombres que tuvo, que tiene y que podría tener. Ninguna se explica sin ellos".
 
El único punto débil de Max -todo buen truhán posee un talón de Aquiles con tacón de aguja- se llamaba Mecha Inzunza, una joven casada, perteneciente a la clase alta, en apariencia bien educada hasta que perdía sus modales en la cama, y desquiciantemente caprichosa. Aseguraba Mecha: "El remordimiento es poco frecuente en los hombres, si hay dinero o sexo a conseguir, y en las mujeres si hay hombres de por medio... Además, nosotras no sentimos tanta gratitud por las actitudes y sentimientos caballerosos como los hombres creen. Y a menudo lo demostramos enamorándonos de rufianes o de groseros patanes".


"El tango de la Guardia Vieja", con su ritmo cinematográfico y una ambientación excelente que transporta al lector hasta la Belle Époque tardía del período de entreguerras, es una novela de intriga, traición, encuentros, despedidas, deseos y, en el fondo, aunque le pese a sus protagonistas, de amor. De lujo, robos y excesos. Del irremediable paso del tiempo:
 "Hay instintos, curiosidades que unas veces pierden a los hombres y otras hacen caer la bolita en la casilla adecuada de la ruleta. Caminos que, pese a los consejos de la más elemental prudencia, es imposible soslayar cuando se ofrecen a la vista. Cuando tientan con respuestas a preguntas formuladas antes".
 

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