Los SMS (Smart Messaging System) han cumplido veinte años. Y ya agonizan. Recuerdo cuando envié el primero a través de un robusto Alcatel de plástico azul: ciento sesenta caracteres en una pantalla diminuta que sólo entendía de mayúsculas. Fue un poco antes de aquella milongada bautizada como Efecto 2000. Ahora nos comunicamos por WhatsApp ("Er Guasa", según pronunciación andaluza), que también tiene los días contados ante el desembarco de Line.
Gracias a Samuel Morse, a mediados del siglo XIX, el telégrafo se había convertido en el último grito tecnológico y más de una docena de cables cruzaban el océano Atlántico. El primer mensaje telegráfico fue: "¡Qué maravilla ha creado Dios!", y se envió desde Washigton hasta Baltimore, el 24 de mayo de 1844. A pesar de la invención del teléfono en 1876, conocido como el "telégrafo de los sonidos", la gente siguió enviando telegramas hasta la Segunda Guerra Mundial. La tarifa por este servicio se cobraba en función del número de palabras que componían el texto, lo que favoreció una redacción breve y concisa, a diferencia der Guasa, que estimula una irrefrenable verborrea.
Uno de los libros más hermosos y purificadores que se han escrito es "La comedia humana", de William Saroyan. En él, a través de la noble mirada de Homero Macauley, un chico de catorce años que comienza a trabajar como repartidor en la oficina de telégrafos, se narra el devenir de un pueblo norteamericano -Íthaca- durante los años de la Segunda Guerra Mundial.
"Anochecía en Ithaca cuando Homero llegó por fin a la Central de Telégrafos. El reloj de la ventana señalaba las siete y dos minutos. En la oficina, Homero vio a míster Spangler, el jefe de Telégrafos, contando las palabras de un telegrama que un joven de aspecto cansado y preocupado, de una edad aproximada a la veintena, acababa de entregarle.
[...] El jefe de Telégrafos calló, y luego continuó:
- ¿De verdad que te gusta este empleo?
- Voy a ser el mejor mensajero que haya tenido nunca esta Central -contestó Homero.
- Eso está muy bien. Pero tienes que cuidar de no hacerte daño; no vayas demasiado aprisa. Trabaja con rapidez, pero no vayas demasiado aprisa. Sé educado con todo el mundo y descúbrete en los ascensores y, sobre todo, no pierdas nunca un telegrama.
- Sí, señor.
- El trabajo de noche es diferente del de día -continuó míster Spangler-. Llevar un telegrama a los barrios bajos o a las afueras puede asustar a un tío; nada, tú no te asustes. La gente es la gente. No te asustes de nadie. ¿Cuántos años tienes?
Homero tragó saliva.
-Dieciséis.
- Sí, ya lo sé -contestó Spangler-. Ya lo dijiste ayer. No podemos admitir a ningún chico a menos que tenga ya los dieciséis, pero pensé que podríamos probar contigo. ¿Cuántos años tienes?
- Catorce -dijo Homero.
- Bien; dentro de dos años tendrás dieciséis.
- Sí, señor -dijo Homero.
[...] - Muy bien. Desde ahora quedas admitido en firme. Formas parte de este equipo. Fíjate en todo, escucha con atención y mantén tus ojos y oídos bien abiertos. -El jefe de Telégrafos miró al vacío y luego continuó-: ¿qué planes tienes para tu porvenir?
- ¿Mi porvenir? -dijo Homero. Estaba en un aprieto porque toda su vida, día a día, había estado ocupado forjando planes para su porvenir, aunque sólo fuese un porvenir para el día siguiente-. Bien -dijo-. No lo sé con seguridad, pero me gustaría ser alguien algún día. Quizás compositor, o algo así, algún día.
- Eso está muy bien, y éste es el sitio apropiado para empezar. Música alrededor tuyo, música de verdad, extraída del mundo, extraída del corazón de las gentes. ¿Oyes las teclas del telégrafo? ¡Qué hermosa música!
- Sí, señor -dijo Homero.
Spangler preguntó de pronto:
- ¿Tú sabes en qué lugar de Broadway está la pastelería Chatterton? Toma un cuarto de dólar. Ve a buscarme dos empanadas de manzana y crema de coco, que sean de ayer. Dos, valen un cuarto.
- Sí, señor -dijo Homero.
Tomó la moneda que Spangler le alargaba y salió corriendo de la oficina. Spangler se quedó mirándolo como si quedara sumido en un sueño vago, placentero y nostálgico. Cuando salió de su sueño, se dirigió al telegrafista y le dijo:
- ¿Qué piensa usted de él?
- Es un buen chico -respondió míster Grogan.
- Creo que sí -dijo Spangler-. Es de una humilde y honrada familia de la calle de Santa Clara. El padre murió. Un hermano en el Ejército. La madre trabaja empaquetando durante el verano. La hermana va al Instituto. Pero él tiene un par de años de menos.
- Yo tengo un par de años de más -dijo míster Grogan-. Con el tiempo le pasará.
Spangler dejó su pupitre.
“Murubes, regulares.
ResponderEliminarCaballos muertos, 20. Sin novedad”
Telegrama enviado por Lagartijo
desde Bilbao en 1891