¿De dónde, ligeras, pesadas, blancas, grises pasajeras del cielo, amantes del viento, vosotras nubes? ¿Qué sería de los cielos sin vosotras a quienes desgarran las montañas y a quienes tan dulcemente se entregan lomas y cerros? Cuando va vuestra sombra sobre los llanos, cuando se pliega sobre los barrancos, cuando parte en claros y oscuros los trigos, cuando bajáis tremendas, o graciosas subís, vosotras nubes, nostalgia de la tierra, ligeras desterradas, apresuradas amantes, cuyo besar nunca es largo, cuyo destino es tan humano que está pendiente del primer viento.
- Ya están ahí las nubes, dicen los labradores. Y vuestra enorme presencia muda, llenando el cielo, añade no sé qué misterio a la vida. Ya están ahí las nubes.
Es un ligero humo blanco primero, tenue, casi invisible, un algodoncillo sobre la sierra que se confunde con la nieve, y luego unas manos inmensas que van palpando el azul, estrujándolo, ciñiéndolo, abriéndolo en grandes lagunas por donde se escapan los ojos.
- Ya están ahí las nubes.
Y las nubes, como los enamorados, se hacen huidizas con el deseo e impertinentes con la abundancia. Pero su presencia llena su nombre, como su fecundidad.
JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS
El cielo poblado de nubes suntuosas, blancas, grisáceas o tormentosas, parecía más inmenso. Y la alegría de la tierra se exaltaba con estos días de azul y nubes [...] Cuando llovía y hacía sol al mismo tiempo, los chiquillos, en el pueblo, cantaban coplas alusivas a ciertas desconsideraciones del demonio. Pero el campo estaba limpio, transparente, prometedor, como el aire inicial de una caricia ilimitada y tiernísima.
Las nubes bogaban, majestuosas, a través de la inmensidad. Cúmulos de nácar, montañas de nieves, gigantescas masas verticales -rosas, celestes, cárdenas-, tras las que parecía ocultarse no el cielo azul de los soles y los astros, sino la eternidad de los ángeles, las vírgenes y el Padre Eterno.
JOAQUÍN ROMERO MURUBE
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