miércoles, 20 de mayo de 2015

El héroe de nuestro tiempo

Era una tarde ventosa y desapacible. Desplegó su capote ante chiqueros, se postró a porta gayola y su suerte cambió para siempre. Regó el ruedo con tres litros de sangre y entró a la enfermería casi en parada cardiorrespiratoria. Una gravísima cornada en el muslo izquierdo, que afectaba a la femoral, le impidió volver a vestirse de luces. El toro se llamaba "Deslío" y llevaba la divisa de El Ventorrillo. El torero, David Mora. García Padrós, el hombre que le salvó la vida. Desde aquel 20 de mayo, un sueño le desvela algunas noches: anuncia la reaparición a su cuadrilla y, cuando llega el momento, la pierna no responde.


Escribía Alexander Kojeve -uno de los mayores especialistas en Hegel- en La dialéctica del Amo y el Esclavo que, cuando se pone en juego la vida por puro prestigio (o por honor), el hombre se hace reconocer por el hombre. Esta particularidad -que se hace especialmente evidente entre los toreros- nos separa de “la animalidad”, porque el animal es “pura afirmación vital”, de modo que la “negatividad vital” citada por Kojeve es, paradójicamente, la que nos hace “animales distintos”; la que nos hace hombres. “Sin esa lucha a muerte hecha por puro prestigio, no habrían existido jamás seres humanos sobre la tierra”. Mientras David Mora arrastraba el capote hasta la puerta de toriles, por puro prestigio, nos redimía a todos aquellos que fijábamos los ojos en su figura. Sin embargo, como apuntaba Kojeve, “en estas condiciones, la lucha por el reconocimiento no puede terminarse sino por la muerte de uno de los adversarios, o de los dos a la vez”. Y así sucedió: David Mora casi pierde la vida en el túnel hacia la enfermería mientras Antonio Nazaré estoqueaba a “Deslío”.


Borges ya dio de ello en sus milongas, la de Manuel Flores, por ejemplo.

Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

Y sin embargo me duele
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.

Miro en el alba mis manos,
miro en las manos las venas;
con extrañeza las miro
como si fueran ajenas.


En el ruedo, un hombre se juega la vida “por puro prestigio” y, gracias a esta humanidad, el torero se aproxima “al héroe de nuestro tiempo”. Aquel lance a porta gayola de Mora, hace un año ya, no fue en balde, ni siquiera fue una fatalidad, porque nos hizo a todos más hombres.  

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