Es curioso esto de los toros. Hay muletazos -pocos, bien es cierto- capaces de desencuadernar el tiempo. ¿Cuántos segundos transcurren antes de recobrar el aliento? Resulta difícil de calcular. Pero uno regresa al presente con el pulso descabalado, con la impresión de haber perdido, entre el embroque y el remate, un trozo de realidad. Se trata, de cualquier manera, de una pérdida insignificante en comparación con lo sentido durante el muletazo. Lo de desencuadernar el tiempo, como digo, pueden conseguirlo muy pocos toreros, pues el temple -como el ritmo en la poesía o el compás en el baile, como todo lo extraordinario-, está al alcance de unos pocos, entre ellos, un torero de Aranda de Duero.
Las cosas sucedieron más o menos así:
Una vez finalizado el paseíllo goyesco y cuando todas las cuadrillas se deshicieron del horrendo sombrero de medio queso, Morenito de Aranda se fue para la puerta de chiqueros, por donde apereció un toro monumental, de más de 600 kilos, tocado con divisa negra. A pesar de la imponenencia del colorado de Montealto, de nombre "Barrabás" para más señas, el arandino firmó pasajes muy bellos, como el inicio de faena con la rodilla genuflexa, sacando al astado hasta el tercio. El conjunto habría merecido una oreja pero el público, aún frío, andaba en otros menesteres. El respetable despertó poco después, con la cornada que el segundo le infirió a Ángel Teruel, quien toreando al natural quedó fuera de cacho, dejando un hueco que permitió a "Bordador" cazarle en el muslo izquierdo. Salió entonces Morenito con el estoque para tumbar al toro de su compañero herido. Pero las emociones no habían hecho más que aflorar.
Alberto López Simón, que cerraba el cartel goyesco, se lanzó al ruedo hambriento por torear: con enorme decisión, empezó su trasteo al tercero, "Durmiente", en una faena ligada que fue de más a menos. Cuando todo parecía hecho, al entrar a matar, el de Montealto le prendió feamente por la zona de la corva. Visiblemente conmocionado y arrastrando la pierna, López Simón continuó en la arena hasta ver rodar a su oponente, cortando una oreja merced a su pundonor y hombría. Dejando la sensatez a un lado, el madrileño rechazó meterse en la enfermería, pidiendo que le echaran el tendría que haber sido el sexto toro de la tarde, "Lentejuelo". Con éste estuvo aún mejor, atornillado en la arena por limitaciones físicas, pero también por principios. La ambición le ayudó a pegar otra buena estocada, que le brindó su segunda oreja. Puerta Grande (simbólica) y enfermería.
Y cuando la tarde rozaba el infarto, volvió Morenito con "Frutero", un gran Montealto, astifino y serio de cara, de enorme codicia y movilidad, con el que se lució la magnífica cuadrilla del burgalés, formada por Luis Carlos Aranda, David Adalid y Pascual Mellinas, quienes saludaron una ovación (aunque la corrida fue interesantísima y de enorme emoción, resultó más bravucona que brava, por no decir mansa: ningún toro se entregó en el caballo). "Frutero", como decimos, llegó crudo a la muleta, donde se encontró con un Morenito torerísimo, que supo templar su fiereza. Se produjo entonces un derechazo interminable, seguido de un pase de pecho colosal, capaces de desencuadernar el tiempo. La eficaz estocada fue el epílogo de una faena con poderío, de mano baja y crujir la plaza. Dos orejas. Con el último Montealto, "Veraniego", volvió a comprobarse el compromiso del espada a quien, hasta ahora, nunca habíamos visto torear tan bien ni con tanta profundidad. En recompensa por su clase, Morenito salió a hombros de Las Ventas al son del pasodoble de los nardos. Gran tarde de toros ésta del 2 de mayo en Madrid.
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