Eolo y San Isidro Labrador andan este año enojados y, para el día del patrón de Madrid, el vendaval azotaba Las Ventas. Los damnificados colaterales por esta disputa entre dioses y santos fueron los toreros que trenzaban el cartel del 15 de mayo, Miguel Abellán, Miguel Ángel Perera e Iván Fandiño, quienes tuvieron que desarrollar sus faenas al relativo abrigo de las tablas del tendido 5.
Enorme decisión y casta la de Abellán y Fandiño, recibiendo sus toros a porta gayola e intentando agradar constantemente al público, a veces con mayor fortuna que otras. Lo que resulta indudable es que ambos fueron a Madrid llenos de voluntad. Curiosamente, Abellán toreó mejor al peor de su lote, un castaño de Parladé que abrió plaza y que brindó al doctor García Padrós, al que consiguió exprimirle algunos naturales muy puros y enfrontilados. Como premio a su esfuerzo, los tendidos, dadivosos y festivos, pidieron una oreja que le fue concedida. Con el noble cuarto, Abellán no acabó de acoplarse -excesivamente al hilo del pitón- y la faena, que empezó bien, se desinfló. En el ojo del huracán venteño, Fandiño recuperó la moral perdida tras su truncada encerrona del Domingo de Ramos. Fandiño vuelve a ser Fandiño, un torero indómito y tenaz, a veces cegado por las ansias de triunfo. Sorteó un buen toro que cerró plaza, Jirivilla, pronto y encastado, de pavorosa cornamenta, que habría merecido ser toreado en los medios sin el azote del viento. Lo recibió con un pase cambiado y lo despidió con unas ajustadas bernardinas; entre medias, el trasteo tuvo altibajos compensados con mucha voluntad. Recibió una voltereta entrando a matar, pero ni eso le sirvió para que el Presidente, Javier Cano, le diera la oreja. Pelúas a un lado, Fandiño se ha reconciliado con Madrid y esto es una gratísima noticia. A Perera, en cambio, le faltó un buen lote y afán, dos motivos que le impidieron cruzar la raya que exige el público de Las Ventas.
La corrida de Parladé -bien presentada y cinqueña- escaseó de casta salvo los únicos toros negros, los citados cuarto y sexto -ovacionados en el arrastre- y el primero, que desarrolló clase por el pitón izquierdo. Sin el aire, la lidia habría permitido otro lucimiento... porque, si bien es cierto que Dios hizo de Madrid la cuna del requiebro y del chotis, en esta festividad de San Isidro también fue el reinado del ventarrón. Con esas condiciones, ni se puede ver lo que es canela fina, ni mucho menos, armar la tremolina. Demasiado que los toreros abandonaron el ruedo por su propio pie.
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