"Siempre tuve la impresión de vivir en altamar, amenazado,
en el centro de una dicha real" (Albert Camus)
Los amores que se comparten con una ciudad son, a menudo,
amores secretos. Ciudades como París, Praga y aun Florencia, están cerradas
sobre sí mismas, limitan de este modo el mundo que les es propio. Pero Argel, y
con ella ciertos ambientes privilegiados como las ciudades sobre el mar, se
abre en el cielo como una boca o una herida. Lo que en Argel se puede amar es
aquello de que todo el mundo vive: el mar a la vuelta de cada calle, un cierto
peso del sol, la belleza de la raza. Y, como siempre, en este impudor y en esta
ofrenda se reconoce un perfume más secreto. En París se puede sentir la
nostalgia de espacio y batir de alas. Aquí, al menos, el hombre está colmado y,
seguro de sus deseos, puede medir entonces sus riquezas.
Sin duda se precisa largo tiempo en Argel para comprender lo
que puede tener de esterilizante un exceso de bienes naturales. Nada hay aquí
para quien quisiese aprender, educarse o mejorarse. Este país no tiene lección
que dar. Ni promete ni deja entrever. Se contenta con dar, pero profusamente.
Se entrega del todo a los ojos y se le conoce desde el momento en que se le
goza. Sus placeres no tienen remedio, ni esperanza sus alegrías. Lo que exige
son almas clarividentes, es decir, inconsolables. Pide que se haga un acto de
lucidez como se hace un acto de fe. ¡Singular país que, al mismo tiempo, da al
hombre que nutre su esplendor y su miseria! No es sorprendente que la riqueza
sensual de que está provisto un hombre sensible de estas comarcas coincida con
la más extrema desnudez. No hay verdad alguna que no lleve consigo su amargura.
¿Cómo asombrarse entonces de que no ame yo tanto el rostro de este país cuanto
lo amo en medio de sus hombres más pobres?
Durante toda su juventud, los hombres encuentran aquí una
vida a la medida de su belleza. Después, vienen la caída y el olvido. Apostaron
a la carne, pero sabiendo que debían perder. Para quien es joven y vivaz, todo
en Argel es refugio y pretexto de triunfos: la bahía, el sol, los juegos en
rojo y blanco de las terrazas hacia el mar, las flores y los estadios, las
mozas de frescas piernas. Pero para quien ha perdido su juventud, nada a qué acogerse
y lugar alguno en que la melancolía pueda salvarse a sí misma. En otras partes,
las terrazas de Italia, los claustros de Europa o el dibujo de los alcores
provenzales son otros tantos sitios en que el hombre puede huir de su humanidad
y liberarse dulcemente de sí mismo. Pero aquí, todo exige la soledad y la
sangre de los jóvenes.
[…] Hay pueblos nacidos para el orgullo y la vida. Son los mismos que
nutren la más singular vocación para el tedio. Y son también los pueblos para
quienes resulta más repugnante el sentimiento de la muerte […] Este pueblo
totalmente entregado al presente, vive sin mitos, sin consuelo. Ha puesto todos
sus bienes en la tierra y ha quedado indefenso contra la muerte.
(Albert Camus)
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