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lunes, 21 de septiembre de 2015

La carta taurina de Van Gogh

"À propos ai vu des combats de taureaux dans les arênes ou plutôt des simulacres de combats vu que les taureaux étaient nombreux mais que personne ne les combattait.– Seulement la foule etait magnifique, les grandes foules bariolées. Superposées à 2, 3 étages de gradins avec l’effet de soleil et d’ombre et d’ombre portée de l’immense cercle".


Un martes del mes de abril de 1888, desde la ciudad de Arles, Van Gogh escribió una carta a su colega y amigo Emile Bernard. En la misiva, Van Gogh narraba que había visto espectáculos taurinos en el anfiteatro romano: "Solamente la muchedumbre ya era magnífica, la gran multitud de colores. Superpuesta en dos y tres pisos de gradería bajo el efecto del sol y la sombra, y la sombra transportada del inmenso círculo". 


El cuadro Les Arènes fue finalizado en diciembre de 1888, mientras Paul Gauguin vivía con Van Gogh en La Casa Amarilla de Arles. Aquel año, la temporada taurina en el anfiteatro comenzó el Domingo de Pascua y terminó a finales de octubre, por lo que el óleo se realizó "de memoria", y no al natural. 


Aquella carta dirigida a Bernard comenzaba con una confesión: "La imaginación es una capacidad que hay que desarrollar; sólo ella puede hacernos crear una naturaleza más exultante y consoladora que el guiño de la realidad (la cual percibimos cambiante, pasando como un relámpago)". En la cabeza de Van Gogh ya se dibujaban los trazos de la noche estrellada sobre el río Ródano.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Ciudad con olor a cloro


Como si de un espejismo de tratara, a veces, restos de playa surgen en mitad de la ciudad. En septiembre, el paisaje urbano desprende luz y resplandece de un modo casi teatral, fundiéndose con la ropa, aún blanca e inmaculada, de las mujeres que pasean por las aceras. El artista californiano Kenton Nelson pintó a jóvenes urbanitas vestidas con bañador en las ciudades americanas de los años 50: cuerpos bronceados, piernas torneadas y melenas recogidas, todo envuelto en olor a cloro. Igual que Hopper, Nelson era un especialista en plasmar momentos apacibles; una serenidad dibujada con trazos limpios y la luz del final del verano.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Luz de pintor

En 1919, con 56 años, el pintor Joaquín Sorolla recaló en Ayamonte con el objeto de plasmar la tradicional pesca del atún. Fue éste el último lienzo de un conjunto titulado “Visión de España”, encargo de la Hispanic Society of America a un Sorolla ya reconocido como “el maestro de la luz”. El día de San Pedro, dio la última pincelada del cuadro y escribió la siguiente carta: “Ayer estuve nervioso, porque cuando vino el modelo, algo tarde, el sol daba ya en el agua, y me cegaba, y no podía saber cómo tenía el modelo la cara […] Perdí el verdadero tono y empecé a tantear y cansarme, para que, al final, comprendiese que había perdido una tarde. Pero, ¡he aprovechado tantas en esta obra!”. Y no es de extrañar: en Ayamonte, cada atardecer vale su peso en oro. Pocos lugares desprenden luz de pintor.



Aquel modelo cuya cara Sorolla no podía distinguir a causa del sol, se llamaba Francisco Hernández Pérez. Posó durante siete días con un cigarrillo en la boca a cambio de trece pesetas. El marinero -casado con una ayamontina- nunca vio terminada la obra porque tuvo que zarpar antes de que Sorolla rematase el lienzo. Se conformó con una reproducción sobre azulejo que aún adorna uno de los bancos de la plaza de La Laguna.


Después de un mes en Ayamonte, vuelvo a Madrid, que no tiene luz de pintor, pero sí un cielo velazqueño que, a veces, casi se toca.


lunes, 6 de julio de 2015

Las apariencias engañan

En tus manos, un aroma,
que trasminaba como el clavel...


El viejo refrán "Fiar es cobre, y no fiarse es oro" aconsejaba desconfiar siempre de aquello que tenemos ante nuestros ojos. Es decir, nunca digas "de este agua no beberé, ni este cura no es mi padre" porque, incluso con la mayor de las evidencias, salta la sorpresa... principalmente cuando se trata del ser humano. No en vano, "la confianza mata al hombre" es otro dicho de nuestro refranero. 


Hablando de hombres, los hay aparentemente formales que, arañando un poco, se transforman en golfos de tomo y lomo. "Del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libraré yo"... Ojito con los/las pseudo-pastueños/ñas, con los que llevan una carpeta debajo del brazo o las que parece que jamás han roto un plato. 


El juego de las apariencias es más viejo que el hilo negro, sobre todo en las relaciones entre hombres y mujeres. El ilustrador francés George Barbier -perteneciente a la corriente del Art Decó- ha sido uno de los artistas que mejor ha sabido plasmar "las dobles caras". Al contemplar sus dibujos, inevitablemente salta la pregunta: ¿quién está con quién? ¿Quién es el amante? ¿Cómo acabará la noche? El amor es ciego... hasta cierto punto. 


Igual que no conviene lanzarse a torear sin analizar previamente el comportamiento del toro, "quien de alguien se fía, ya llorará algún día". Al final, con una buena lidia, siempre se descubren las querencias... Mientras tanto, "al hombre y al fuego con recelo".


Seamos un poco como Santo Tomás y metamos los dedos en la llaga... Por cierto, para recrearse en los detalles, al pinchar sobre las ilustraciones de Barbier, éstas se amplían.

lunes, 22 de junio de 2015

Las portadas del verano

Llegó el verano, a la vida y al papel. Las revistas también se llenan de verano y resulta muy difícil no arramblar con todos los números de julio y agosto, que pronto serán hojeados durante las maravillosas tardes de playa y piscina. Sin embargo, para inolvidables, aquellas portadas que Eduardo García Benito diseñaba para Vogue durante los años 30 y 40... sin Illustrator, ni Indesign, ni Photoshop.
 
 
García Benito -nacido en Valladolid en 1891- fue el principal artista español del movimiento Art Decó a nivel mundial. A los veintiún años, fue becado por el Ayuntamiento vallisoletano para continuar sus estudios de pintura en París, donde entabló amistad con Picasso o Modigliani, pasando por Juan Gris o Gauguin. Durante la Belle Époque, ya era considerado un brillante dibujante, comenzando a trabajar para Vogue y Vanity Fair.
 
 
Las portadas de García Benito -hoy injustamente olvidado- nos transportan al mismo corazón del verano, el más elegante, con cielos estrellados azul cobalto, tejidos ligeros, barcos reflejados en la bahía, cigarrillos al anochecer e interminables paseos por la playa.
 
 
"Se cruzaron junto al ascensor, reflejados en los grandes espejos de la escalera principal, cuando él se disponía a bajar a su cabina, situada en la cubierta de segunda clase. Ella se había puesto una capa de piel de zorro gris, llevaba en las manos un pequeño bolso de lamé, estaba sola y se dirigía hacia una de las cubiertas de paseo; y Max admiró, de un rápido vistazo, la seguridad con que caminaba con tacones pese al balanceo, pues incluso el piso de un barco grande como aquél adquiría una incómoda cualidad tridimensional con marejada. Volviendo atrás, el bailarín mundano abrió la puerta que daba al exterior y la mantuvo abierta hasta que la mujer estuvo al otro lado. Correspondió ella con un escueto «gracias» mientras cruzaba el umbral, inclinó la cabeza Max, cerró la puerta y desanduvo camino por el pasillo, ocho o diez pasos. El último lo dio despacio, pensativo, antes de pararse. Qué diablos, se dijo. Nada pierdo con probar, concluyó. Con las oportunas cautelas" (Arturo Pérez-Reverte, El tango de la Guardia Vieja).

viernes, 19 de junio de 2015

La ley de la selva (y del toro)

"Con su caminar blando, pasos flexibles y fuertes,
gira en redondo en un círculo estrecho;
al igual que una danza de fuerzas en torno a un centro
en el que, alerta, reside una voluntad imponente"
(Rainer María Rilke)
 

"Se movió hacia el círculo una sombra negra. Era Bagheera, la pantera, toda ella de un color negro de tinta, pero ostentaba marcas en su piel, propias de su especie, las cuales, según como incidiera en ellas la luz, parecían las aguas de ciertas telas de seda. Todo el mundo conocía a Bagheera; nadie osaba atravesarse en su camino, porque era tan astuta como Tabaqui, tan audaz como el búfalo salvaje y tan sin freno como un elefante herido. Con todo, su voz era suave como la miel silvestre que se desprende gota a gota de un árbol y su piel era más fina que el plumón.
 

[…] Nada fue tan de su gusto como perderse con la pantera en las tibias profundidades del bosque, dormir durante todo el pesado día y contemplar por la noche cómo Bagheera se entregaba a la caza. Mataba ella sin discreción ni miramiento, según su apetito, y lo mismo Mowgli, con una sola excepción: en cuanto tuvo edad suficiente para comprender las cosas, Bagheera le enseñó que se abstuviera de matar ninguna cabeza de ganado porque la propia vida de él había sido rescatada mediante la entrega de un toro.
 

-Cuanto hay en la selva es tuyo -le dijo Bagheera- puedes matar todo lo que tus fuerzas te permitan. Pero, en memoria del toro que sirvió para salvar tu vida, no pondrás nunca la mano en res alguna, ni siquiera para comerla, sea joven o vieja. La ley de la selva prescribe esto".
 
(El Libro de las Tierras Vírgenes, Rudyard Kipling, 1894)
 
 
Dieciséis años antes de que Kipling publicara su colección de historias sobre la selva, nacía el pintor y viajero infatigable Paul Jouve (1878-1973), encuadrado en el movimiento Art Decó. Este artista francés -que recorrió el Magreb, Oriente, África y, finalmente, América- se sentía fascinado por la fisonomía de la pantera negra, especie que dibujó en infinidad de ocasiones. Su trabajo era tan minucioso, que llegó a ilustrar algunos relatos de Kipling, como La caza de  Kaa.
 
 

jueves, 19 de marzo de 2015

La Escuela de Vallecas


[...] Todo aquello era disparatado, pero divertido. Nos hacía poner en juego todas las posibilidades de que disponíamos. Pasamos parte del verano haciendo dibujos y acuarelas guarneciéndonos del sol bajo la choza de un melonar. El propietario, que era padre de uno de los monaguillos del pueblo, nos regalaba sandías y melones que nos sabían a gloria. Comerlas constituía una especie de rito, cuyo final era entregar el corazón rojo y jugoso de la sandía, como el mejor bocado que era, a Benjamín [Palencia]. Al atardecer íbamos al atrio de la iglesia de allí, bajo una nube de vencejos que iban y venían chillando, dibujábamos a los niños que acudían curiosos.

En la época de la trilla era muy agradable estar tumbados entre montones de paja hablando de nuestras lecturas y comentando nuestras impresiones, viendo el movimiento constante de las caballerías y los gañanes que hacían la labor. Utilizábamos los aperos de labranza y los utensilios de las bestias para componer naturalezas muertas. Nos gustaba conocer el nombre de aquellos objetos, algunos de los cuales veíamos por primera vez.


En una de aquellas "eras", la del tío Eusebio, a quien llamábamos el "tío Pájaro", por su cabeza pequeña y adornada con una gran nariz en forma de pico, decidimos hacer un almuerzo con los campesinos. Benjamín nos hablaba entusiasmado de la simplicidad de la gente del campo y de la pureza de la vida. El día convenido, llegada la hora de la comida, quedamos gratamente sorprendidos al observar que utilizaban como cuchara cascos de cebolla, lo que inmediatamente imitamos [...] El vino lo bebían en botella también común, cuyo gollete no se limpiaba nunca en la "ronda" y donde los restos de la comida al final habían desvirtuado el dibujo de la vasija.

A partir de entonces, nuestra admiración hacia aquellas gentes fue desde lejos y nunca más intentamos mezclarnos en sus comidas. Benjamín destacaba "los peligros de olvidarse de la jerarquía".

(Texto de Álvaro Delgado, citado por Manuel Sánchez Camargo
en el libro "Pintura Española Contemporánea")

viernes, 7 de noviembre de 2014

Bagatelas de otoño

"Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto"
(Luis Cernuda)
 

Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente como un grito de guerra y las alondras levantan el vuelo sobre los sembrados.

De día y de noche, con el sol de agosto y con el viento helado de diciembre, he seguido mi ruta al azar, unas veces asustado ante peligros quiméricos y otras sereno ante peligros verdaderos.

Para entretener mi soledad he ido cantando, silbando, tarareando canciones alegres o tristes, según el humor y el reflejo del ambiente en mi espíritu.

A veces, al pasar por delante de una casa del camino, cantaba más alto, gritaba, quizá con jactancia, queriendo ser escuchado.“Alguna ventana se abrirá—pensaba—, y aparecerá un rostro simpático y jovial”.

No se abría ninguna ventana, no salía nadie; yo insistía cándidamente, e iban brotando de aquí y de allá caras torvas, miradas hostiles, gente en guardia, que apretaba el garrote entre las manos huesudas.

—Quizá les he ofendido —discurría yo—. Esa gente no quiere nada conmigo—seguía mi marcha al azar, con la chaqueta al hombro, sin objeto, cantando, tarareando y silbando…

Durante mucho tiempo la soledad, el graznido de las lechuzas, el aullido de los lobos me llenaban de angustia y de inquietud. Entonces intentaba acercarme a la ciudad; pero al querer entrar en ella me paraban en la puerta y me ponían como condición el dejar a la entrada unos sueños gratos, más gratos que la vida misma.

—No, no; prefiero volver al camino—murmuraba. Algún camarada me dice:—Descansa aquí. ¿Por qué no vivir entre las gentes? Hay remansos tranquilos, rincones donde los hombres no nos miramos torva y amenazadoramente.

—Amigo —respondo—, soy un hombre de paso, que se mueve y no arraiga, una hoja en el viento, una gota de agua en el mar. Ahora la soledad no me entristece ni asusta. Ahora conozco el árbol en que cantan los ruiseñores y la mirada confidencial de la estrella y encuentro suaves las inclemencias del tiempo y admirables las horas silenciosas del crepúsculo en que una columna de humo se levanta en el horizonte.

Y así sigo, con la chaqueta al hombro, por este camino que no he elegido, cantando, silbando, tarareando.

Y cuando el Destino quiera interrumpirlo, que lo interrumpa. Yo no protestaría.
 
Pío Baroja, "Desde la última vuelta del camino"
 
Obras de Godofredo Ortega Muñoz
 


sábado, 25 de octubre de 2014

La pared

 
[...] Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo.
 
[...] Salgo de mi casa al campo
sólo con tu pensamiento,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.
 
(Rafael de León)
 

"Las malas lenguas" (Jean-Charles Cazin)

domingo, 12 de octubre de 2014

En la tienda de la florista

Un hombre entra en la tienda de la florista
y elige flores
la florista envuelve las flores
el hombre se lleva la mano al bolsillo
para buscar el dinero
el dinero para pagar las flores
pero al mismo tiempo se lleva
súbitamente
la mano al corazón
y cae.
 
 
Un homme entre chez une fleuriste
et choisit des fleurs
la fleuriste enveloppe les fleurs
l’homme met la main à sa poche
pour chercher l’argent
l’argent pour payer les fleurs
mais il met en même temps
subitement
la main sur son cœur
et il tombe.
 

Al mismo tiempo que cae
el dinero rueda por el suelo
y también las flores caen
al mismo tiempo que el hombre
al mismo tiempo que el dinero
y la florista se queda allí
ante el dinero que rueda
ante las flores que se marchitan
ante el hombre que se muere
sin duda todo es muy triste
es necesario que la florista
haga algo
pero no sabe qué hacer
no sabe
por dónde empezar.
 

En même temps qu’il tombe
l’argent roule à terre
et puis les fleurs tombent
en même temps que l’homme
en même temps que l’argent
et la fleuriste reste là
avec l’argent qui roule
avec les fleurs qui s’abîment
avec l’homme qui meurt
évidemment tout ça est très triste
et il faut qu’elle fasse quelque chose
la fleuriste
mais elle ne sait pas comment s’y prendre
elle ne sait pas
par quel bout commencer.
 

Hay tantas cosas por hacer
con ese hombre que se muere
esas flores que se marchitan
y ese dinero
ese dinero que rueda
que no deja de rodar.
 

Il y a tant de choses à faire
avec cet homme qui meurt
ces fleurs qui s’abîment
et cet argent
cet argent qui roule
qui n’arrête pas de rouler.
 
Poema original de Jacques Prévert,
traducción de César Rojas

domingo, 28 de septiembre de 2014

Nanaísmo: la primera vanguardia del siglo XXI (o la última retaguardia)

El pasado jueves, 25 de septiembre, se inauguró la I exposición Nanaísta de la historia. La muestra puede visitarse en la galería Modus Operandi de Madrid hasta el próximo 5 de diciembre. Pero, ¿qué es el Nanaísmo?
 
 
Inspirado por las vanguardias de principios del siglo XX, el Nanaísmo surge como protesta ante la degradación cultural, y sobre todo ética, de nuestra actual sociedad. No sólo vivimos una crisis económica, sino también de valores. Padecemos un nihilismo agudo. Nuestro mundo se empobrece en mitad de un gran estrépito. Hemos dejado de leer, tememos al silencio y establecemos conductas gregarias. Consternados ante esta situación, los nanaístas, tanto creadores como partidarios, somos unos rebeldes de la negación. Para Camus, el hombre rebelde era aquel que sabía decir “no”. La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. Esto es: “la rebelión tiene su origen en la conciencia, en el saber”. De esta íntima seguridad de que el Estado del Bienestar ha creado un gran rebaño de estómagos agradecidos donde reina la anomia, el relativismo moral y la apatía, los nanaístas, un grupo de rebeldes desde la conciencia del saber, defendemos el siguiente manifiesto:
 
 
1-. Reivindicamos el surrealismo español. Aunque sorprenda, el surrealismo ibérico hunde sus raíces en el Siglo de Oro español, con la novela picaresca, Cervantes (a través de la dialéctica sancho-quijotesca) y la mordacidad de Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Sin embargo, hubo que esperar hasta el siglo XX para conocer la segunda cima del género. Decía Antonio de Lara, Tono, miembro del Otro 27 junto a Miguel Mihura, Edgar Neville, Enrique Jardiel Poncela, K-Hito, José López Rubio, Enrique Herreros, etc.: “Fue nuestra generación una verdadera generación precursora, pues todavía se están riendo de nosotros”. Y apostilló Pedro Laín Entralgo: “Hay una Generación del 27, la de los poetas, y otra Generación del 27, la de los renovadores -los creadores más bien-, del humor contemporáneo”. Los nanaístas aspiramos a tomar el relevo de ese otro 27 y usar su humor, elegante, surrealista y magnífico, para diseccionar la realidad. Si los canales empleados por los intelectuales del otro 27 fueron, fundamentalmente, las revistas gráficas y el teatro, nosotros añadimos el cine, la música, la danza y las artes plásticas. Cualquier cauce es válido para que, dentro de un siglo, continúen riéndose de nosotros. Los frutos de la generación de La Codorniz se llamaron Luis García Berlanga y Rafael Azcona, a quienes veneramos en un altar. Los consideramos la gran collera del mejor cine castizo español: absurdo, hilarante, crítico, sutil y terriblemente sensible. En sus películas, reímos tanto como lloramos. Ése es el cine que deseamos realizar, el de las luchas imposibles. A veces bárbaro, pero siempre tan nuestro.
 
Filósofos inmortalizados en plastilina por Rafael Jiménez
 
2-. Creamos a partir de los Clásicos y la Antigüedad. Como no hemos encontrado la Fuente de la Eterna Juventud, bebemos de Sócrates, su discípulo Jenofonte, Plinio el Viejo y Cicerón. Sostenía Rafael Gómez, El Gallo, que lo clásico era aquello que no se podía mejorar. Comulgamos con este credo gallista. Los nanaístas no rompemos con el pasado, sino que profundizamos en él para seguir creando. Como los grandes cineastas, aprenderemos a hacer cine viendo obsesivamente películas de John Ford, empezando por Centauros del desierto. Ojo: porque continuamos aprendiendo.
 
3-. Nuestro leitmotiv es la búsqueda, más que la propia conquista (quizás por ello, también simpatizamos con Ulises). Cada mañana, releemos el Mito de Sísifo. La tarea del creador ha de ser como la de un Sísifo infatigable que, pese a advertir de manera implacable la imposibilidad de su empeño, no renuncia a su cometido. Escribió San Agustín: “Buscaremos como si fuéramos a encontrar, pero nunca encontraremos sino teniendo que buscar siempre”.
 
La playa vista por Joaquín Pacheco
 
4-. Defendemos los “efectos naturales” por encima de los “especiales”. Decía Ramón Gómez de la Serna que, en lo que más avanza la civilización, es en la perfección de los envases. Por eso, los nanaístas seguimos apostando por el fondo más que por la forma. Por la esencia. Por los efectos naturales en el cine y en la mesa. Como Hegel, reivindicamos la forma en función del fondo, mal que le pese al idealismo platónico.
 
5-. La Tauromaquia es un rito sagrado: la única esperanza de ser libres y la última oportunidad de seguir existiendo. Sobre el albero de la plaza, cada tarde, un puñado de hombres defienden, a duras penas, una serie de valores que nuestra insaciable sociedad destruye: el esfuerzo, la superación personal, la dignidad, el valor, el respeto al rito y la hombría, en definitiva, la torería. ¿Existe una estampa más épica, ética y estética que un hombre enfrentándose a un toro bravo?
 
Esculturas taurinas de Pablo Lozano
 
6-. Una afición por cada sentido y, para nuestro sentido favorito, dos aficiones. Por ello, tenemos el firme propósito de recuperar la idea de “espacio vivo de experimentación de los sentidos” que defendió el escultor Alberto Sánchez. El décimo mandamiento de la Escuela de Vallecas predicaba con sabiduría: “La gula primeramente y el sueño, la lujuria y el arrebato...”. No hay que olvidar que, para Azorín, sólo un plato de natillas era superior a la música de Rossini.
 
7-. Disfrutamos de la grandeur, o de lo que queda de ella. Es decir, admiramos la exquisitez y refinamiento de la cultura francesa. Nos deslumbra su capacidad de acogida, creando franceses universales a partir de talentos nacidos en otras tierras (sirvan como muestra reciente Picasso y Jacques Brel). Somos absolutamente francófilos, a pesar de Napoleón y algún otro pequeño detalle que pasamos por alto. Nos extasiamos con la filosofía y la literatura galas (de Proust a Camus, pasando por Dumas y Cioran), el arte pictórico (impresionistas y fauvistas) y la chanson. Nuestro sibaritismo, heredado indudablemente de los franceses, nos obliga a cerrar las comidas con un pedacito de chocolate negro.
 
"Desayuno continental" con croissant, por Pablo Lozano
 
8-. Las principales fuentes de riqueza en España son el idioma, el legado artístico, la gastronomía autóctona y el clima benigno. Paradójicamente, no rentabilizamos al máximo ninguna de ellas. En Hispanoamérica, entre los 375 millones de personas que actualmente hablan español, han nacido varios hombres brillantes que pensaron en nuestra lengua. Otra tradición innegociable para un buen nanaísta es la siesta, el yoga ibérico, en palabras de Cela.
 
Escultura de José María Casanova
 
9-. Preservamos la música popular, la que nace y muere en el corazón de los pueblos. Los romances, la copla, el tango, la ranchera, el fado... La música popular refleja lo que el alma no tiene, por eso la canción de los pueblos tristes es alegre, y la canción de los pueblos alegres es triste. Fernando Pessoa escribió que el fado encarnaba el cansancio del alma fuerte. Todos los románticos han amado la música popular, porque nos aporta un pasado imaginario, a veces heroico. También Borges: “Oyendo un tango viejo, sabemos que hubo hombres valientes”. Durante un tiempo, cuando la copla le cantaba al amor, a la guerra, al hambre, al campo, a la picaresca y a los toros, al latir de nuestros días, también se llamó “canción española”. Porque “al fundir el corazón en el alma popular / lo que se pierde de nombre / se gana de eternidad” (Manuel Machado).
 
10-. Los nanaístas somos, consciente o inconscientemente, del Atleti de Madrid, el único equipo que ha tenido seguidores incluso antes de existir, como fue el caso de Marco Aurelio, Mariano José de Larra, Nietzsche, Schopenhauer o Dostoyevski. Ser del Atleti, implica una forma particular de afrontar la vida, de tener asumida la derrota -que a menudo encierra más dignidad que la victoria-, porque el esfuerzo y el trabajo no se negocian. Estamos convencidos de que el “Cholismo Ilustrado” será estudiado algún día en las universidades más prestigiosas.
 
El sector de los luchadores: bandera del Atleti de Elena Guerrero
y cuadro en plastilina de Rafael Jiménez
 
Al igual que Georges Steiner, los nanaístas somos “optimistas de la catástrofe”. En las trincheras, durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados leían a Homero, Dickens y Shakespeare. Las grandes crisis siempre han beneficiado a la cultura porque la humanidad ha procurado hundirse con elegancia. De ahí que seamos un grupo abierto, en busca de otros seres que comulguen con nuestro credo y que estén dispuestos a encontrar la belleza escondida entre las ruinas.


Mientras quede un "César" en pie, seguiremos creyendo...