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domingo, 25 de octubre de 2015

Tiriti-traun-traun

No hay alegrías que valgan la pena -flamencas, digo- sin su "tiriti-traun-traun". Que se lo pregunten a Camarón cuando cantaba: "Tiriti-traun-traun, yo soy aquel contrabandista que siempre huyendo va, y que cuando salgo con mi jaca, ay, del Peñón de Gibraltar...". 

 

Curiosamente, de Gibraltar no sólo "salió" el contrabandista: también la muletilla del "tiriti-traun-traun". A finales del siglo XVIII, tras el Gran Asedio del Peñón (1779-1783), cuando los españoles intentaron por última vez, y sin éxito, recuperar la roca, los habitantes vivieron un período de paz y prosperidad. De hecho, la población civil aumentó considerablemente y los gibraltareños -también llamados "llanitos"- se pusieron flamencos. Tanto que inventaron una cancioncilla que decía: 

“There is a town, town, town
 down in the south, south, south…
 and it will be soon, soon
 a richer town, town, town…” 

(“Hay una ciudad, ciudad, ciudad
en el sur, sur, sur…
y será pronto, pronto
una rica ciudad, ciudad, ciudad…”)


Los gaditanos de la zona -los vecinos de La Línea, San Roque, Algeciras-, que de inglés no entendían ni papa, intentaron reproducir, como buenamente pudieron, la cantinela de los llanitos. De esta manera, el “There is a town, town, town…” se convirtió en el salao “tiriti-traun-traun” que ha llegado, hasta nuestros días, en numerosos temas flamencos.

miércoles, 25 de marzo de 2015

El vapor que se alejaba hacia el Peñón

[...] Yo tuve que ir a Cádiz en aquellos días y le escribí citándola allá, caso de que pudiera venir [...] Al final ella no apareció, como era más que probable que sucediera. A la semana siguiente, por lo tanto, fui yo a Algeciras, expresamente para verla. Le puse un telegrama: "Meet me lobby Hotel Cristina Saturday noon".


Salí de Sevilla en el coche de línea a las 6 de la mañana; pasé por Jerez a las 8, por Medina a las 10 y por Alcalá a las 11. A las 11.50 llegué a Algeciras. Tomé una habitación en el Hotel Madrid, un hotel rococó de barandillas y escayolas. Desde la ventana se veía la torre colonial de la plaza entre palmeras, sobre una perspectiva picassiana de muros blancos, tejados y azoteas. Bajé la calle y tomé un taxi:


Estaba algo más delgada que cuando la dejé en Cambridge y me sonrió con su leve modo triste de siempre. Yo me atropellaba hablando. Le quería hacer en dos minutos el resumen de todo cuanto había pasado en tres años largos. Le hablé de demasiada gente para no tener que hablarle de mí mismo [...] Almorzamos en el mismo hotel, aún con cierta tensión de personas que se conocieran menos de lo que nosotros nos habíamos conocido, porque, habiendo pedido platos distintos, el camarero se equivocó al servir y nosotros no nos dimos cuenta hasta después de empezar a comer. Así, no atreviéndonos a proponer el cambio, hubimos de comer cada cual lo que no había pedido.


Después de comer salimos a la pérgola de la terraza a tomar café. Entre el jardín y el mar escamoteaban el pueblo. Escogimos una mesita entre sol y sombra y nos sentamos mirando a la bahía, yo a la sombra y ella al sol.


[...] El resto de la tarde lo pasamos por las calles del pueblo, de tienda en tienda. Ella buscaba una mantelería; yo, tela de nylon para un traje de flamenca. Ella encontró el encaje que buscaba, pero no se lo llevó porque el juego tenía sólo seis servilletas y ella necesitaba ocho. Yo encontré el nylon, pero el tendero me dijo que a nadie se le ocurría hacerse un traje de flamenca de dicho material. Yo le dije que no era cosa mía, sino de mis hermanas que me habían hecho el encargo. El tendero creyó oportuno añadir que el nylon no admite el almidonado de los volantes [...] Al pasar frente al consulado inglés, cuya bandera ondeaba sobre barandas de cal y apliques de escayola como haciendo señas cifradas al Peñón, nos abordó un vendedor de anillos y relojes. Comenzó pidiendo el oro y el moro en lo que él juzgaba que era inglés. Yo me hice el inglés y el tonto y conseguí que dejara el anillo en 15 chelines y el reloj en dos libras esterlinas. A última hora no cerramos el trato y el hombre se largó echando maldiciones.


[...] Cuando el vapor comenzó a desatracar sólo quedaba en ella la sonrisa de siempre, cuya suave tristeza se me clavaba, más implacable que nunca, en lo más hondo. El vapor se alejaba hacia el Peñón. Éste era como un perro echado, indiferente a todo, dando la espalda al fracaso de cristales del poniente. Entre el vapor y mis ojos se interponía un laberinto de rayas multicolores y resplandores a contraluz, mástiles, cordajes, arboladuras, tejados, azoteas, vidrios azul y oro, redes de pesca o de tenis que el salitre de la marea endurecía y atirantaba.

(Aquilino Duque escribió este cuento, titulado "La historia de Sally Gray", en enero de 1959, en Venecia, aunque los hechos que relata sucedieron en Algeciras. Finalmente, se casó con Sally).

lunes, 8 de diciembre de 2014

Éxitos del pop bizarro


Algunos le llamaban "José Luis y su guitarra"; otros, "José Luis y su mandanga", pero su verdadero nombre era y es -puesto que aún vive- José Luis Martínez Gordo. Jienense, fiel a su corbata, empezó a cantar cuando estudiaba ingeniería en Madrid. Su primer disco, editado en 1958, fue un bombazo gracias al tema Mariquilla, dedicado a su novia de toda la vida, María del Carmen Dalmau, con quien se casó en 1959. Lo de "Mariquilla bonita, graciosa chiquilla" resultó un éxito sin precedentes tanto en España como en Sudamérica. Sonaba en todas las radios sin cesar, día y noche, de ahí que se ganara el apodo de "José Luis y su mandanga" o "José Luis y su tabarra".
 
 
En 1966, el romántico ingeniero José Luis se desmelenó: soltó su guitarra, cambió la corbata por una pajarita y compuso el reivindicativo tema Gibraltar español. ¿Qué droga le dieron? Nadie lo sabe.
 

 
Curiosamente, también en 1966, tal vez bajo la influencia de José Luis, se lanzó otro tema patrio, Piel de toro, de Rudy Ventura, engrosando la genial lista de éxitos del "pop bizarro".
 
 
Cumplida su misión evangelizadora-gibraltareña, José Luis sacó una plaza como funcionario de Obras Públicas y abandonó el mundo de la música. Pero otros siguieron su estela, casi a porta gayola, como el cordobés Tony Genil, que no dudó cantar las bondades de España rodilla en tierra.
 
 
¡Viva el vino, las mujeres, José Luis, su guitarra, Manolo Escobar, Estrellita Castro y el Corned Beef! Y Gibraltar español, por supuesto.
 

martes, 9 de octubre de 2012

Así de easy: calentitos hasta en la China


Leo en el suplemento de moda de El País (¡sí, lo reconozco: me gustan las publicaciones de moda!) un artículo titulado: «Por qué lo llaman "cookie" cuando quieren decir galleta». Trata sobre la proliferación de términos anglosajones en este pastiche que algunos llaman spanglish, aunque el término adecuado sería, sin ambages, terrorismo lingüístico. Resulta gracioso porque esta supuesta modernidad lleva siglos empleándose en Gibraltar a través del entrañable llanito. Por ejemplo: la expresión "tienes una llamada" se traduce como "hay un call pa´ti". Más casos prácticos: "plomero" (del inglés "plumber") significa fontanero; "queki" (de "cake"), pastel; "antorcha" (de "torch"), linterna;  "lanche" (de "lunch"), almuerzo; o "dar una apología" (de "apology"), disculparse. Así de easy, que los gibraltareños lo tienen tó inventao. Pero volvamos al artículo del país:

«Uno de los sectores donde más se usan términos anglosajones es en el de la alimentación. Ya no comemos patatas fritas, sino chips; ni horneamos magdalenas, sino cupcakes o muffins; o preferimos snacks de nugget a aperitivos de pollo frito. Pero ¿por qué da la sensación de que el mismo alimento sabe mejor en inglés que en español? “Para los nuevos consumidores una galleta Fontaneda es la que compraban sus abuelos. Sin embargo, una cookie es una galleta moderna, que está mucho más de acuerdo con su estilo de vida, con su lenguaje... Llamar cookie a una galleta es una seña de identidad igual que llevar un determinado corte de pelo o un estilo de indumentaria”, opina Luis Sánchez Villa, profesor de Marketing de Esic».


Estos modernos, sin embargo, no tienen lo que hay que tener para rebautizar a los churros. ¡A los calentitos de toda la vida, vaya! Escribe Antonio Burgos: «En cada puerta de Sevilla había una capillita con una devoción mariana, una cartelera de toros y un puesto de calentitos». A ver quién es el guapo, con sus señas de identidad por montera, que llama a este desayuno del pueblo "hotys" o "churrings".

Charo, la churrera del Puerto de Santa María:
"Los churros son mi felicidad, cuando me muera seguiré
haciendo churros para todos los muertos que estén allí"

«¿Habrá algo más mediterráneo que el rabo del Minotauro de Creta, que es el único que le falta por cortar a Jesulín de Ubrique esta temporada? No sé si será dieta mediterránea, pero estas mañanas de agosto me encanta desayunar café con calentitos, como les llamamos los sevillanos a los churros; que churros les llamamos a otras cosas, la política económica del gobierno y así» (leer más).


«Juana ha dicho que de churros, nada, que eso es de Despeñaperros para arriba. Que aquí abajo, según las comarcas, son calientes, calentitos, jeringos, tejeringos, tallos, porras. Aquí un churro es una cosa muy malamente hecha, nunca un calentito o un jeringo. Aquí churro es un churrete en el habla» (leer más).




«En la Casa de Soria, está el mayor defensor del habla sevillana que he visto. Estaba la otra tarde, con mi bandeja de calentitos por delante, en la barra, cuando llegó una señora de las que allí paran a merendar con las amigas y dijo la palabra maldita, la voz invasora: churro. La señora pidió:
-Media de churros.
Pero el meritísimo defensor del habla andaluza, de la propiedad de sus voces y de los calientes sevillanos, al ordenar la comanda a la cocina a través del torno, hizo la perfecta traducción simultánea:
-Que sea media más de calentitos» (leer más).
Diga usted que sí, don Antonio: al pan, pan, y al calentito, calentito. Ahora los orientales han dejado de lado los rollitos de primavera para darle al churro: la mítica chocolatería San Ginés, la buñolería Modernista de Max Estrella y Don Latino, aterriza en Shangái, aunque los dulces también se servirán con queso y mole picante (¡¿?!). Allí tampoco usarán la bonita palabra "calentitos", ni "hotys", ni "churrings"... en China serán "xuanlezi" (lo que crece alegremente dando vueltas). Pero los chinos no conocen el verdadero secreto de unos buenos calentitos: hay que usar harina vallisoletana. Lo dice un paisano mío que lleva su churrería, "Los Especiales", por las ferias de España, de norte a sur y de este a oeste... ¡incluso a Gibraltar! No todas las harinas valen para churros y, la que emplean para los rollitos, me da mala espina.

«Igual que los chinos ponen en Sevilla sus tiendas de chinos, Pedro Trapote ha plantado su calentería y chocolatería de San Ginés en Shangai, en un centro comercial del histórico distrito de Hongkou, al lado del estadio de fútbol del Shangai Shenhua de la Superliga china, donde juega el actual equipo de Drogba y Anelka bajo las órdenes del argentino Sergio Batista. Y como a este Trapote no hay quien lo pare, tras Shangai piensa abrir más calenterías madrileñas en Pekín, Cantón, Suzhou, Hangzhou, Shenzhen, Wuhan y Chengdu» (leer más).


«Escena cuarta. Noche. Máximo Estrella y Don Latino de Híspalis tambalean asidos del brazo por una calle enarenada y solitaria. Faroles rotos, cerradas todas, ventanas y puertas. En la llama de los faroles un igual temblor verde y macilento. La luna sobre el alero de las casas, partiendo la calle por medio. De tarde en tarde, el asfalto sonoro. Un trote épico. Soldados Romanos. Sombras de Guardias: Se extingue el eco de la patrulla. La Buñolería Modernista entreabre su puerta, y una banda de luz parte la acera. Max y Don Latino, borrachos lunáticos, filósofos peripatéticos, bajo la línea luminosa de los faroles, caminan y tambalean».