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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Por fin podía servir a mi mozo de espadas...

"No creo que ningún magnate del mundo, por muy poderoso que sea, pueda tener nunca a su lado un servidor de las condiciones excepcionales y valiosas de un mozo de espadas. Hablo, claro está, de los verdaderos mozos de espadas, porque ya sé que en planeta de los toros abundan los pícaros que a todos los menesteres taurinos llevan su picardía. Un auténtico mozo de espadas es el hombre de confianza del matador y algo más: sus pies y sus manos. Un torero puede prescindir de mucha gente que le rodea en la plaza y fuera de la plaza, pero jamás de un mozo de espadas".
(Antonio Díaz-Cañabate)
 
Ilustración de Roberto Domingo y Fallola.
Los pies y manos de Conchita Cintrón llevaba por nombre Tavares...
 
Qué poco se ha dicho del mozo de espadas. Y sin embargo, sin él no sería igual la fiesta. De los años pasados en el ruedo, lo que más extraño es su presencia amiga y dedicada; su figura ejemplar de fiel servidor. Y es que servir es un arte. Y cuando hemos sido bien servidos, jamás podemos olvidar la deuda contraída con quien nos sirvió.

Comprendo bien a ese senador americano que pidió lo enterrarán junto a su vieja ama negra.
—Quiero volver a oír su voz —explicaba— el día de la resurrección quiero oírla, otra vez, llamándome... ¡Niño...! son horas de despertar. . .

Un día —llevaba yo dieciocho años sin los ruedos— me pidieron una entrevista para la revista Vogue. Llamaba, desde Madrid, la condesa de Romanones explicándome que se trataba de un artículo importante, como otros ya realizados sobre personas "glamorosas". El fotógrafo vendría de Francia... el escritor de Estados Unidos . . . Hice lo posible por salir del compromiso. Di mis razones: no era nada "glamorosa", ni tenía gobelinos en casa, ni caballos, ni el último grito en vestidos. En casa había muchos niños, muchos libros, mucho papel, muchos perros y una máquina de escribir. Pues bastó aquello, para que no me pudiera escapar del caso. Dije que estaría en Londres. Pues irían a Londres. Total: desistí y accedí: vendrían a Lisboa.

—Mira —me recomendó Aline Romanones—, tú te haces un masaje por nuestra cuenta... te peinas y no se te olviden las pestañas postizas. Los vestidos irán desde París. Van cinco personas para realizar el plan.

Hacía años no me preocuparía uno o cien periodistas y fotógrafos. Pero ahora no era igual. ¿Qué iba a hacer con ellos? Me sentí sumamente infeliz, y siguiendo los consejos de Aline fui a la peluquería y pedí las pestañas para probar los resultados. Todo iba muy bien; me aplicaron las cremas y pomadas, las luces y los masajes y por fin . . . las pestañas. Pero por infelicidad mía, me estorbaban enormemente. Viéndolas, largas y lustrosas, saltitando frente a mis ojos, no podía ni hablar. Y yo tenía —sobre todo— que hablar. Por fin —para gran decepción de la masajista— me las quité y las metí en el bolsillo.


Llegué a casa. ¿Qué hacer? Y sin darle más vueltas al problema tomé el teléfono y llamé a Tavares. Tavares fue mi mozo de espadas y estaba retirado, como yo, de los toros. Era empleado del Estado.
—Tavares —le dije—, ...yo tengo que volver a ser "vedette" por tres días... ¿a usted le importaría volver a ser mozo de espadas durante esos días?
—¡Me encantaría! —contestó mi amigo—, nada me agradaría más que volver a servirle... pediré tres días de mis vacaciones. ¿Cuándo me necesita?
—El lunes.
—Allí estaré.

Y aunque parezca mentira, yo, que andaba como colegiala despistada por una tontería como es una entrevista, al oír la voz de mi mozo de espadas me sentí capaz de enfrentar el mundo. Es la sensación con que se va a la plaza. Porque a la plaza no se va con la duda de poder con el toro. Se va con la certeza de poder hasta con lo imprevisto. Y esta certeza se obtiene —en gran parte— gracias al ambiente fenomenal creado por los que acompañan y sirven a quien está en la arena.

Cuando terminamos con los tres días de la entrevista (Tavares mandó planchar las camisas bordadas necesarias, descubrió las luces deseadas, sabía todo lo que hacía falta y todo hizo) Tavares regresó a su oficina y yo a mi vida hogareña.


Dos días después me llamó el mozo de espadas.
—Quisiera rogarle un favor... —dudó un poco y luego prosiguió—: ...un favor muy grande... yo quisiera tener un traje de luces —y se apresuró a añadir— ...uno muy viejo, uno que nadie quisiera. Que no sirviera para nada... aunque fuera de un color la chaquetilla y de otro la taleguilla... lo pondría en una silla en mi sala. Y cuando regresara de mi trabajo, al fin del día, doblaría la taleguilla ... y acomodaría la chaquetilla... y colocaría las zapatillas frente a la silla... Sabe... aquello sería un espejo de lo que fueron cuarenta años de mi vida...

La semana siguiente me encontré con Antonio Bienvenida en Madrid, y le leí una carta en que Tavares me repetía su deseo. De repente, noté que Antonio miraba hacia otro lado.
—Oye... —le dije: ¿...no te interesa?
¡Calla, mujer! —me contestó el torero— ¿no ves que se me caen las lágrimas?
—¿Y me das un traje? —insistí.
—Todo... completo... ¡hasta con tirantes! —me contestó el matador.

Y regresé a Lisboa con el paquete para Tavares. Y me sentí feliz. Por fin podía servir a mi mozo de espadas.

CONCHITA CINTRÓN
Lisboa, 1973
 
Gonzalito, el genial mozo de espadas de Curro Romero
 

martes, 10 de diciembre de 2013

Toros en París (II)

Hace algunas semanas, describíamos, gracias a la hemeroteca del ABC, cómo había sido un festejo taurino celebrado en el velódromo de París en 1949. Al leer el post, el incansable y certerísimo Xavier González-Fisher me mandó un documento que complementa a la perfección la visión de aquella corrida. Se trata de la perspectiva de Conchita Cintrón, que hizo el paseíllo al lado de Ángel Luis Bienvenida y El Vito. Al corresponsal del ABC se le pasó por alto que, en los improvisados tendidos parisinos, se encontraba la actriz Rita Hayworth.

 
Estaba en París. Vestía de corto y esperaba la hora: las nueve de la noche. Tocarían entonces el himno nacional del Perú y en seguida La Marsellesa. El embajador extranjero y todos los presentes permanecerían en pie. Terminadas las ardientes estrofas patrióticas se iniciarían las arias de la ópera Carmen. A su compás haría yo el paseíllo en el Vel d'Hiver .

Sabía todo esto porque la víspera había ocurrido así. Por cierto que durante mi actuación surgió un incidente gracioso: un representante de la Sociedad Protectora de Animales había querido comprobar si las banderillas le harían demasiado daño a su protegido, un toro de lidia. La cuadrilla había escondido rápidamente los palitroques detrás de un burladero y luego invitó al curioso señor a que entrara y viera las banderillas, pero como el toro estaba allí, su protector optó por no entrar... y continuó la lidia.

Qué duda cabe, sucedían muchas cosas graciosas en sitios donde la Fiesta era espectáculo nuevo. Ayer , en el tendido , el público se había presentado con smoking, Ali-Khan y su linda esposa, Rita, estaban en barrera, y el Vito había resultado cogido porque se quedó mirando a la estrella —princesa—. El hermano de Julio , para castigar su distracción en la arena —que en París era una alfombra cosida a mano— no le avisó de la salida del toro al ruedo.

—Tiene bonitas piernas —había observado el Vito, mirando, admirado, a la actriz.
—Mejores las tiene el que está detrás de ti —contestó su hermano .

Y listo. Menos mal que no pasó de una voltereta.
 
CONCHITA CINTRÓN
 
"Dos que duermen en un mismo colchón, se vuelven de la misma condición".
Rita, la eterna Gilda, se contagió de la afición de su segundo marido, Orson Welles.
 

martes, 3 de diciembre de 2013

Homenaje al peón de confianza

Cansado de la marea,
dijo el peón a Pilongo:
- ¿Pero dónde te lo pongo?
- ¡¡En donde yo no lo vea!!
("Recortes", La Coleta - 1906)
 
Peón de confianza: dícese del subalterno de a pie en el que deposita su confianza el matador; principalmente, por sus conocimientos en la brega y su quehacer efectivo.
 
 
Si detrás de un gran hombre hay una gran mujer, detrás de un gran torero, generalmente, hay un gran peón de confianza. Conchita Cintrón, en su libro "¿Por qué vuelven los toreros?", no dejó escapar la oportunidad para darle las gracias a Fernando López Gómez, un hombre silencioso a quien llamaba "su ángel de la guarda".
 
"...seguía mis pisadas mientras dábamos la vuelta al ruedo"

"Fernando López fue un novillero de postín, a quien una cornada grave cortó el vuelo del triunfo en un momento decisivo. Quizá sea conveniente recordar que hace cuarenta años una cornada grave era cosa muy distinta a lo que es hoy. La recuperación —si se lograba— tardaba meses.

Convaleciente aún y enamorado, como estaba, de una chiquilla —que un día sería su esposa— Fernando tuvo la hombría de encarar la realidad: las cumbres del toreo le estaban vedadas. Para salir adelante tendría que renunciar a ellas, dejando el sol por la sombra, pasando de monarca a vasallo, supliendo la arrogancia con la humildad. Qué bonito, qué difícil y qué torero es eso de cambiar el capote de seda repleto de verónicas soñadas, por el de percal que sirve apenas para servir. Cuánto significa esto como valor humano. . . qué calidad hay que poseer para llevarlo a cabo, sin amargura —antes por el contrario, con generosidad— y qué poca gente le da su debido merecimiento.

No dudo que la primera tarde que hizo el paseo como peón de brega, algunas luces de su traje hayan sido lágrimas de resignación. Pero nadie —si las hubo— se ha dado cuenta. Rápido y eficaz, discreto, servicial y fino como torero, apenas cumplía su labor introvertida desaparecía tras el burladero que lo eclipsaba del toro y de la fama. Fue un peón excepcional, que actuó durante varias temporadas en la cuadrilla de Chucho Solórzano...

Yo lo vi por primera vez en Lima —con Chucho— y en una entrevista reciente celebrada en la televisión mexicana con Jacobo Zabludovski, Fernando recordaba que esa tarde en la Plaza de Acho, yo —niña de trece años— le quité el sombrero a un vecino y se lo tiré a él (había corrido admirablemente un toro), y que al devolverme el sombrero le dije:
—Ojalá tenga la suerte de que usted sea un día, mi peón de confianza.

Quiso el destino que dos años después, en México, Chucho Solórzano se retirara de los ruedos y Fernando se quedara conmigo. Toreamos juntos unas trescientas corridas, y por todas las arenas de México y Sudamérica, las huellas discretas de sus finas zapatillas negras se confundían con las de mis botas de cuero bordado. Su capote fue mi ángel de la guarda".

CONCHITA CINTRÓN
¿Por qué vuelven los toreros?
 
 
"Era tan solo peón de confianza
en la cuadrilla de un bravo matador,
era en las tardes de orejas y vuelta al ruedo
pobre comparsa detrás del matador.
Llorando decía así:
Quisiera esos aplausos conque premian tu valor,
quisiera esos claveles que una guapa te tiró,
quisiera ser el primero dando vuelta al redondel,
quisiera su traje de oro y ser el amo en el cartel".


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Toros en París


A tenor de la breve noticia que publicó el ABC el 11 de mayo de 1949, los aficionados a los toros no podemos decir aquello de: "Siempre nos quedará París". El invento de las "corridas incruentas" viene de lejos y nació, precisamente, en la capital francesa, aunque el exquisito público parisino, vestido de rigurosa etiqueta, no quedó del todo satisfecho.
 

Ha regresado de París el matador de toros Ángel Luis Bienvenida. Preguntado sobre el desarrollo de las corridas de toros celebradas últimamente en la capital de Francia, ha manifestado que aquello fue una parodia y "tuvo mucha gracia". Los bichos, de Tulio e Isaías Vázquez, fueron de poder y no se les picó, banderilleó ni mató; todo fue simulado. Las banderillas, en vez de arponcillo, tenían una especie de ventosas para que se pegaran, cosa que fue imposible. En la segunda corrida se sustituyó la goma con alfileres. La muerte se simulaba con una banderita. La corrida fue de noche y el público asistió vestido de etiqueta. La plaza semejaba una gran jaula con barrotes. Ángel Luis Bienvenida brindó un toro a Rita Hayworth. Con Ángel Luis alternaron El Vito y Conchita Cintrón, a la que la prensa de París llama "La diosa rubia". El público salió defraudado y pidió corridas de verdad, con muerte del toro (ABC).
 

Unos días después de este recorte, el 14 de mayo, el ABC proporcionó más detalles sobre la corrida parisina celebrada en el Velódromo de Invierno:
 
Desfiló la cuadrilla a los alegres toques de una marcha militar ejecutada con endiablada energía. Conchita Cintrón en un hermoso caballo velazqueño, y con ella Ángel Luis Bienvenida y El Vito, entraron en la pista de "Vel d´Hiv". Un público de carreras ciclistas los ovacionó y el "speaker" fue explicando a cada cual lo que ocurría y lo que iba a ver.
 
En verdad que ello era necesario, pues la pista estaba cubierta por unos veinte centímetros de polvo negro, que se alborotaba a la menor provocación, nublando lo que ocurría allí y haciéndonos creer que se trataba de una corrida dada en una carretera de Murcia allá por el mes de agosto.
 

"Le premier toro", como llamó cortésmente el "speaker" a un novillejo de Villamarta, salió de unas especies de camarines, muy iluminados, que habían colocado junto a la cancha. El toro, cuando la nube de polvo de hubo disipado, contempló el lugar del suceso y pudo ver que en vez de la redondez de sus premoniciones, se hallaba en una pista rectangular, a cuyos lados habían alzado una alta empalizada de hierro. ¡Atiza!, se dijo el novillo; se han creído que soy un león.
 
Pero la gentílisima caballista ya estaba dándole vueltas, y el de Villamarta no tuvo más remedio que aceptar el juego y empezar a darse batacazos en aquella polvareda, mientras que Conchita Cintrón le clavaba un pincho cada vez que se levantaba.
 
Terminada esta primera parte, un tétrico clarín anunció con dos notas solemnemente wagnerianas la "mise à mort". Por si alguien lo dudaba, el "speaker" afirmó: "Et maintenant Conchita Cintrón va a executer la mise à mort...". Como la Cintrón tiene pundonor taurino y afición, toreó a pie, como lo hubiera hecho en la plaza de Madrid en el mes de junio y con rejas, "speaker", banda militar, nubes de polvo y todo lo que se quiera, trajo un eco de esa trasustancia que es el arte taurino, y se ganó la gran ovación. Pero... no podía haber "mise à mort", lo habían prohibido las autoridades, y allí estaba el representante de la Sociedad Protectora para velar por el cumplimiento de la orden.
 
El "speaker" lo pasó regular para explicárselo al público, y éste se enfadó de firme y dijo lo que opinaba de la orden de un modo inequívoco. El caso es que Conchita simuló la estocada final y el toro quedó, como dijo el "speaker", "virtuellement mort"...
 

[...] Siguió la fiesta ya francamente entre una nube de polvo y, velados por ella, al parecer por fortuna, se vio a los toreros entendérselas con lo novilletes y entonces empezaron a ocurrir cosas pintorescas. El "speaker" explicaba todo lo que veía "vous avez vu El Vito executer des magistrales veroniques", "Bienvenida se dispose a donner une pase naturalle"... Pero cada vez que se anunciaba la "mise à mort" la banda comenzaba un vals bien ritmado, que convertía la faena en algo delirante. Por fin, y para que hubiera de todo, uno de los novillos, a pesar de haber recibido la estocada simbólica con una banderita sin punta, y estar, según insistió el explicador, "virtuellement mort", le pegó un revolcón al Vito, que se lo había creído, y cuando le levantaron de la carretera, se vio que tenía destrozada la taleguilla por la parte del "derrière". Esto le granjeó de tal manera las simpatías del público, que cada vez que se acercaba algo a los novillos, le aplaudían (ABC).
 

Nos quedan dos Telediarios para volver a celebrar
corridas "a la parisina"... ¡y sin la gracia del Vito!
 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Un aficionado a los toros... y a los chipirones

Sebastián Miranda, de tertulia, con Juan Belmonte,
Valle Inclán y Pérez de Ayala
 
"Sebastián Miranda es un escultor y es un artista. Además es exagerado. Un día, al salir de La Maestranza de Sevilla, protestaba indignado contra la silueta de un debutante:
- ¡Si no puede ser! -decía- ¡Si con esas piernas de nodriza no se puede ser torero!
Y Juan, el inolvidable Juan Belmonte, gran amigo suyo, que nunca perdía la oportunidad de bromear con él, interpuso:
- Pero Sebastián, ¡cómo estás de viejo!... si ya no se conocen nodrizas, ahora lo que se usa es el Pelargón.

"La Encarna con chiquilín", obra de Sebastián Miranda.
Actualmente, se encuentra en Oviedo.
 
Pues Sebastián Miranda, a pesar de ser exagerado, tiene puntos de vista taurinos verdaderamente deliciosos. Y recuerdo aquella ocasión en que comentando el toreo de frente, de perfil, y ese otro de veras aburrido llamado en redondo, el gran escultor se puso las manos sobre la cabeza protestando: ¡Qué horror, qué horror, la noria!
 
- Ese pase -nos explicó muy en serio-, me recuerda aquel terrible suplicio que existía en Inglaterra en épocas medievales. Se trataba de una noria que no tiraba agua, no molía harina, ni hacía nada. La noria era apenas una gran rueda que el desdichado prisionero hacía girar hora tras hora, día tras día, año tras año... sin ningún fin. ¿Podéis imaginar peor suplicio? ...
 
Desde aquel día, ninguno de los que estuvimos en la tertulia hemos podido ver una faena en redondo -de aquellas muy inútiles y repetidas- sin acordarnos, con agobio, de la comparación de Sebastián".

(escrito por Conchita Cintrón, marzo de 1974)
 
 
"A Sebastián Miranda es muy peligroso invitarle a comer. No es un comensal. Es un juez. Suele colocarse la servilleta a la antigua usanza, anudándola al cuello. Y la servilleta adquiere categoría de gorguera de magistrado dispuesto a sentenciar la calidad y la fritura de un lenguado [...] Un año regresábamos de Pamplona a Madrid, Sebastián y yo. Nos equivocamos de carretera y en lugar de aparecer en Alsasua dimos en Tolosa. Sebastián conducía su coche guiándolo con el acicate de comer en un restaurante, a la altura de Briviesca, donde sirven unos lomos de merluza frita que iba paladeando con creciente exaltación.
 
- No hay que hacer caso de ese verso del pobre Rubén Darío, al que conocí, y que era un indio triste que refugiaba su tristeza y su timidez en el alcohol, aquel de "carne, celeste carne de mujer". No está mal la carne femenina, pero ¡cómo se va a comparar con la de la merluza! No hay carne como ésa... [...] Déjame correr, que llevo un hambre feroz de catar la merluza.
 
Su desesperación fue tremenda cuando nos encontramos en Tolosa, muy desviados del camino directo [...] Le propongo entonces comer en Tolosa [...] No sabíamos de ningún restaurante famoso en la antigua capital guipuzcoana. Indagamos. Nos recomiendan uno. Sebastián, ante los apremios del apetito, transige. Entramos en el local de una fonda antañona.
 
- ¿Qué es lo mejor que tienen de pescado? -demanda a la muchacha que atiende el servicio.
- Chipirones ya tenemos.
- ¿Son buenos de verdad? ¿De anzuelo? ¿Pequeños?
- Pequeños ya son. De anzuelo no sé. ¿Usted los conoce? Pruébelos por si acaso. 
 

Los encargamos y antes un revuelto de huevos con queso que estaba de rechupete [...] Nos presentaron unos chipironcitos muy monos. Sebastián les hinca el diente con avidez. De un bocado se come uno. No había terminado de tragarlo cuando empieza a hacer aspavientos. Alza los brazos. Los agita.
 
- ¡Qué delicia! ¡Qué maravilla! ¡En la vida comí unos chipirones semejantes, tan tiernos, tan empapados de sal se mar!... ¡Chica! ¡Muchacha, ven aquí! Tráeme en seguida otra ración de chipirones.
- ¿Ya le gustaron?
- ¿Gustarme? ¡Enloquecerme! ¡Es el premio gordo de Navidad! Los chipirones, incomparable, y el guiso, extraordinario. Que venga la cocinera. Que venga el dueño.
- Y el pescador, si quiere, también vendrá.
 
Sebastián Miranda

Una tras otra, con el ansia de la gula, Sebastián se zampa sin respirar cuatro raciones entre clamorosos gritos ponderativos. Han transcurrido más de diez años de este chipironesco acontecimiento, y el sibarita glotón no lo ha olvidado. No ha tenido suerte. En tanto tiempo no le ha vuelto a tocar ni siquiera un premio de la pedrea en la lotería de los chipirones en su tinta. Tiene que contentarse con la rumia de su recuerdo, y en cuanto distingue un chipirón se le escapa un suspiro. ¡Ay, aquellos de Tolosa, maravilla de los mares, sólo comparables en su exquisitez a un lenguado que comí en San Juan de Luz el año 1930!".
 
ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE

martes, 11 de diciembre de 2012

La madre de los Bienvenida

EL EJEMPLO DE DOÑA CARMEN
escrito por Conchita Cintrón en su libro
"¿Por qué vuelven los toreros?" (1973)

Conchita Cintrón fue madre de un rejoneador.
Su hijo, Fernando de Castelo Branco, tuvo cierta popularidad en los ruedos mexicanos.

La familia “Bienvenida” estaba compuesta por don Manuel Mejías, matador de toros, doña Carmen su esposa, y sus siete hijos. Entre estos vástagos había una mujer; los demás eran varones... y toreros.
La familia Bienvenida: El Papa Negro con su esposa,
doña Carmen Jiménez, y sus hijos.

La casa que habitaban, situada en la calle General Mola 3, en pleno Madrid, tenía un patio donde se veía, entre las sombras de los árboles, un carretón con cuernos. Cerca del carretón florecían capotes y muletas. Regresando del patio encontraba uno la sala, con una mesa redonda y varias sillas, habiendo una que se distinguía de las demás: la de don Manuel. Allí hablaba él de toros, rodeado de su mujer e hijos. Doña Carmen, de blanca cabellera, bella, silenciosa y serena, tejía y, como sus hijos, escuchaba. Asistí más de una vez a esas tertulias y pude apreciar el sabor extraordinario con que hablaba el anciano torero, imprimiéndole a sus relatos tal personalidad y gracia que sus hijos, ya mayores y padres de familia, le rodeaban diariamente con el cariño e interés de muchachitos. Era pues, una casa que exhalaba tradición taurina desde su entrada, decorada con cabezas de toros, cuadros de Roberto Domingo y esculturas de Benlliure, hasta su capilla donde se veía al Cristo del Gran Poder, el cuarto donde se colgaban los trajes de luces de los seis hermanos y el sombreado patio.
Ángel Luis Bienvenida, jugando al toro,
en el patio de su casa en la calle General Mola (Madrid, 1935).

Un día murió don Manuel y dejó vacante el sillón del alto espaldar y calladas las imágenes de sus recuerdos. Poco tiempo después toreaba en Madrid su hijo Antonio. Era la primera vez que actuaba en aquella plaza, sin la presencia de su padre. Y hay que tomar en cuenta que debutó de becerrista. Nos encontramos y me contó la siguiente escena conmovedora.
El Papa Negro poniendo banderillas de paisano en Arganda del Rey.

- Tú sabes – me dijo –, lo que significaba para mí torear sin tener a mi padre en el callejón. Pues figúrate lo que fue mi regreso a General Mola, sabiendo que no lo encontraría como lo he encontrado desde niño, sentado en su sillón esperando que le contara, toro por toro, mis impresiones. Por el camino tuve que sobreponerme a mi tristeza y desorientación, y así llegué a la casa. Entré y repetí mecánicamente mis pasos de siempre después de las corridas... primero besé a mi madre, después recé en la capilla, luego me quité el traje y me bañé. Después... después dudé. Pero pudo más la costumbre y paso a paso caminé lentamente por el corredor hacia la sala, donde debería encontrarle esperándome. Iba angustiado... ya ves que el corredor es largo. Me agobiaba la idea de su sillón vacío, Pero fui. Y cuando llegué al umbral de la puerta ¡imagínate mi espanto...!, ¡la silla no estaba vacía! En el lugar de mi padre estaba sentada mi madre.
Antonio Bienvenida

- Acércate, hijo – me dijo repitiendo, exactas, las palabras de mi padre – ...y cuéntame cómo te ha ido la tarde...
Mira... se me caían las lágrimas. Tú sabes que mi madre jamás ha hablado de toros. No supe cómo empezar. Titubeé... me senté a su lado.
- El primero no ha embestido bien a la muleta – empecé.
- No, hijo, no... cuéntame todo, desde el principio, ¿quién te ha corrido el toro?
Y ese día Antonio Bienvenida habló de toros, por primera vez en su vida, con su madre.
Antonio Bienvenida "toreando" en el Coliseo de Roma.
Murió años más tarde, en 1975, en un tentadero de Amelia Pérez Tabernero.
La vaca se llamaba "Conocida", hija del toro "Conocido",
indultado por el propio Antonio Bienvenida en la plaza de Segovia en 1968.


Gracias a Xavier González-Fisher, siempre al quite,
que me descubrió este maravilloso pasaje de Conchita Cintrón.