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lunes, 20 de octubre de 2014

Toros, toreros y "repostería creativa"


Este fin de semana se ha celebrado la segunda edición de Madrid Fashion Cake, la gran feria dedicada a la "repostería creativa", esto es, el paraíso de los "cupcakes", las "cookies", el "fondant", la "buttercream", el "sugarcraft", el "frosting", los "push pops", el "chocotransfer" y demás diabluras postmodernas que sigo sin entender, pero como los organizadores del evento son buenos amigos y mejores personas, allí he estado un año más como un clavo. Quizá para la vigésima edición de Madrid Fashion Cake ya controle el vocabulario de la repostería creativa. De momento, todo sigue sonándome a eslavo. Por eso, casi se me saltan las lágrimas de alegría cuando, en mitad del bullicio, escuché a alguien hablar con fuerte acento gaditano. Se trataba de una pareja que atendía un expositor llamado "La buhardilla de Elena". Me acerqué de inmediato.

 
Elena y su marido, procedentes de Los Barrios, son verdaderos artesanos de la arcilla polimérica. En sus ratos libres, Elena, enfermera de profesión, crea bisutería con forma de galletas clásicas, como María, Chiquilín, Oreo, Príncipe de Beckelar o Princesa. Con habilidad e ingenio, ha sido capaz de realizar llaveros, colgantes, pulseras, pendientes, anillos y broches que parecen recién sacados del horno. No fue ésta la única sorpresa de la feria.

 
En un expositor situado frente a "La buhardilla de Elena", me di de bruces con el matador de toros Sergio Aguilar, quien me explicó que su mujer también trabajaba en el mundo de la repostería creativa. A pesar de estar en el universo de los dulces, a cualquier aficionado le amarga saber que un torero con la calidad de Sergio Aguilar sólo ha hecho el paseíllo en una ocasión durante la temporada 2014. Y, para colmo de males, no fue en Las Ventas.

 
Unos metros más allá, en la zona de exposición, a la sombra de una tarta gigante de Victoria´s Secret, dos astifinos toritos brotaban de la "buttercream" de un "cupcake". Decía Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones porque nunca sabes lo que te va a tocar. Algo parecido sucede en Madrid Fashion Cake, donde lo mismo te encuentras a unos paisanos, un torerazo o unos toros comestibles.


La "buttercream" de nuestros abuelos
 

martes, 2 de julio de 2013

Complementos infalibles: un morenazo con Vespa

"À partir du 2 juillet, plus de laine, ni de corset"
 

Se cumplen 60 años desde aquellas felices Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953) que catapultaron a la fama a Audrey Hepburn. La película no sólo sirvió para que la actriz y la Ciudad Eterna firmaran una larga historia de amor, sino también para que todo el planeta soñara con comerse un helado en la Plaza de España. La obra de Wyler -que, en un primer momento y plegándose a los deseos de la Paramount, pensó en Elisabeth Taylor como protagonista- cosechó tres estatuillas: Óscar a la mejor actriz principal, al mejor guión adaptado y al mejor vestuario.
 
 
Curiosamente, Audrey pasa las tres cuartas partes de la película con la misma indumentaria; ésa que elige la noche en que decide escaparse del palacio y vagabundear por Roma hasta que Gregory Peck la encuentra dormida en un banco. ¿Y en qué consiste este look? En una sencilla camisa blanca abotonada hasta el cuello, un cinturón ancho, una falda plisada camel por debajo de la rodilla y unas bailarinas. Aunque, aparentemente, no parece un vestuario de Oscar, con unos toques de customización y tuneo, Audrey -gracias a la habilidosa mano de la diseñadora Edith Head- se convierte en una romana terriblemente chic.
 

¿Cuáles son estos pequeños cambios? Para empezar, se remanga la camisa por encima del codo, se desabrocha los botones superiores y se anuda un desenfadado pañuelo de rayas al cuello. A continuación, cambia las bailarinas por unas sandalias y, finalmente, se corta el pelo. Como complemento infalible, un morenazo (Gregory Peck) que conduce una Vespa. Un look que, sesenta años más tarde, resiste al paso del tiempo.
 

Curiosamente, cuando Audrey recoge el Oscar a la mejor actriz por su papel en Vacaciones en Roma, luce el mismo vestido que lleva al final de la película, aunque también algo retocado. Desde entonces la artista lo llamaría "el traje de la suerte".
 
 
Sin embargo, poco faltaba para que abandonase las creaciones de Edith Head (también trabajaría con ella en el maravilloso vestuario de Sabrina) y para que su diseñador de cabecera fuera, por siempre, Hubert de Givenchy. La futura estrella Miss Hepburn cambió así los helados italianos por los delicados croissants franceses.
 
 
 

lunes, 1 de julio de 2013

¿Te apetece un día redondo?


"Maldito el día en que decidieron empaquetar un Donut". En 2009, en un arrebato de modernidad, Panrico invirtió una fortuna en I+D para colocar en el mercado bollos envasados al vacío, en vez de seguir vendiendo los productos "del día" en panaderías y bares, su punto fuerte. Fue la causa del naufragio de la compañía, que quedó al borde del preconcurso de acreedores. Con el agua al cuello, los nuevos gestores de Panrico han reconocido su error y han vuelto a vender sus clásicas rosquillas agujereadas dentro de cajitas de cartón. Ha quedado demostrado que el secreto de su éxito se esconde en los bollos duros que, de una mojada, chupan todo el café y parte de la taza.  
 
 
Aunque los donuts llegaron a España hace 50 años de la mano de Andrés Costafreda -inventor, también, del Bollycao-, toda esta bollería de inspiración norteamericana me resulta tosca y chabacana. Donde sirvan un buen croissant, un bollo de leche o una magdalena de toda la vida, que se quite el donut. ¿Existe algo más exquisito a primera hora de la mañana que la bollería fina y esponjosa, recién horneada, poco grasienta y sin exceso de azúcar, que todavía se encuentra en algunas tahonas? Hace poco, los dueños de la pastelería soriana Barranco me recordaron el maravilloso olor y sabor de la bollería clásica. En su pequeña mantequería, mientras te ponen un café, van sacando bandejas llenas de croissants dorados, resplandecientes napolitanas y quebradizos suizos.
 

Lástima que estas delicias estén perdiendo la batalla ante la panadería industrial y la moda de los muffins y cupcakes. ¿Cuál será el próximo tormento a la hora del desayuno? Según se rumorea, los cronuts, un engendro mitad donut, mitad croissant.  
 
La serie "Sexo en Nueva York" fue la responsable
de la moda de los dichosos cupcakes
 
La buena bollería es, como la sintaxis, una cualidad del alma. Poesía pura. Sirva como demostración que uno de nuestros mejores literatos, uno con mucha miga, Pío Baroja, antes de convertirse en novelista fue panadero en Madrid.
 

"En la tahona, para comenzar el aprendizaje le pusieron en el horno a ayudar al oficial de pala. El trabajo era superior a sus fuerzas. Se tenía que levantar a las once de la noche, y comenzaba por limpiar con una raedera unas latas de hierro, en donde se cocían bollos, pasándolas, después de frotadas, con una brocha untada en manteca derretida; hecho esto, ayudaba al oficial de pala a sacar la brasa del horno con un hierro; luego, mientras el hornero cocía, iba cogiendo tablas pesadísimas, cargadas de panecillos, y las llevaba del amasadero, a la boca del horno; y cuando el oficial metía los panecillos dentro, volvía Manuel con las tablas al amasadero. A medida que el pan salía del horno, lo mojaba con un cepillo empapado en agua, para dar brillo a la corteza. A las once de la mañana se concluía el trabajo, y en los intervalos de descanso, Manuel y los trabajadores dormían. La vida allí era horriblemente penosa.

[…] La vida en la tahona era antipática y molesta; el trabajo, abrumador, y el jornal, pequeño: siete reales al día. Manuel, no acostumbrado a sufrir el calor del horno, se mareaba; además, al mojar los panes recién cocidos se le quemaban los dedos y sentía repugnancia al verse con las manos infiltradas de grasa y de hollín. Tuvo también la mala suerte de que su cama estuviese en el cuarto de los panaderos, al lado de la de un viejo, mozo de la tahona, enfermo de catarro crónico, por la infiltración de harina en el pulmón, que gargajeaba a todas horas".
(Pío Baroja, "La Busca", 1904)

sábado, 15 de septiembre de 2012

En busca de la magdalena perdida

"No es un muffin, es una magdalena. No es un cupcake, es un pastelito. No es una cookie, es una galleta. No son pancakes, son tortitas. Y no eres moderno, eres gilipollas".


"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costubre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llama magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? [...]

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto [
...]


Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té".

"En busca del tiempo perdido", Marcel Proust



Sevilla está en mi paladar en los bizcochos de El Horno de San Buenaventura y de forma más profunda en los sabores del Arenal: calentitos del Postigo -que tanto gustan a don Antonio Burgos- y en las  magdalenas de Los Ángeles, esas magdalenas con delicado aroma del aceite que quizás hubiesen sorprendido a Proust (porque las de su tia sabrian a mantequilla y no hay comparación posible). Yo le seré fiel a Los Ángeles hasta la muerte.  



Feliz desayuno de sábado y que disfrutéis de vuestras magdalenas, mojicoles, sobaos, galletas María, tortas de Inés Rosales y bizcochos de Soletilla migados en el café. A los lectores de este blog se nos atragantan los muffins.