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miércoles, 29 de abril de 2015

Un fotógrafo de fin de semana


La suya fue una muerte discreta, sin filtros ni retoques digitales. La semana pasada falleció Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932), Premio Nacional de Fotografía en 2011, autodidacta, fumador empedernido, hijo y nieto de ferroviarios. Decía de sí mismo que era "fotógrafo de fin de semana": escapaba el sábado de Madrid con su cámara y su seiscientos, sin rumbo fijo, llegaba a algún rincón de España y volvía el domingo a última hora. "Me gusta lo rural y las fiestas populares. Alguno por ahí dice que soy el pionero del documentalismo gráfico", declaraba en una entrevista. "La función del fotógrafo en la sociedad tiene mucho que ver con la memoria histórica de los pueblos". 


Un antropólogo en blanco y negro, neorrealista, a veces solanesco. Su cámara captó la transformación de España. "No me gustaba Madrid, así que me compré a plazos el seiscientos y empecé a pisar la Piel de Toro. Iba a todas partes: Galicia, Extremadura... La gente de campo era maravillosa. He hecho de todo. Pero, cuando llegaba el sábado, me iba al campo, con la cámara, y así hasta volver el domingo, de madrugada, justo para entrar otra vez en la oficina".


Rafael Sanz Lobato, después de haber visto tanto, se estaba quedando ciego, por lo que decidió morir, discretamente, de un cáncer de pulmón la pasada semana. La España rural que plasmó en sus fotografías, cada vez más "europeizada", cada vez más impersonal, también agoniza y morirá el día menos pensado.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Tasio


Se cumplen 30 años del estreno de Tasio (1984), la ópera prima de Montxo Armendáriz y una de las mejores películas del cine español de los ochenta. Rodada en la cautivadora sierra de Lóquiz, en el corazón de Navarra, cuenta la historia de un carbonero y cazador furtivo, Tasio, desde la infancia hasta la edad adulta.
 
 
El guión se recrea en un mundo rural en estado puro, donde la Naturaleza se convierte en protagonista. Armendáriz detalla también los condicionantes, sociales y económicos, que rigen la vida de los habitantes de un pequeño pueblo navarro y, en particular, la lucha de un individuo por preservar su independencia en una España cada vez más materialista. El director ya había dado la palabra al auténtico Tasio (Anastasio Ochoa Ruiz) y a sus compañeros de faena cuatro años antes en el documental Carboneros de Navarra (1980).
 
 
Declaraba Armendáriz en una vieja entrevista: "Empecé a visitar asiduamente a Tasio. Le expliqué la posibilidad de hacer un guión y le pedí que me contara cosas más concretas de su vida. Él estaba encantado. Durante quince o veinte días, cada fin de semana, me escapaba para estar con él, para visitar la carbonera, para grabar conversaciones, y así fui recogiendo todos los aspectos de su vida que me interesaban para construir la historia". Este primer tratamiento argumental cautivó al gran Elías Querejeta, que aceptó producir la película.
 
 
El guipuzcoano Patxi Bisquert fue el actor elegido para interpretar a Tasio adulto. Como curiosidad, antes de realizar sus pinitos en el cine, el atractivo Bisquert participó activamente como sindicalista en el sector metalúrgico, hasta militar en ETA en la década de los 70. En 1972, fue detenido y pasó tres años en prisión. En 1976, estuvo implicado en la organización de la fuga de Segovia. El 28 de marzo de 1984, el período El País le dedicaba una columna: Después de Akelarre está haciendo pruebas para representar el papel de un carbonero navarro en una película cuyo rodaje comienza el próximo 2 de abril. Patxi, que continúa militando activamente en una formación política abertzale de reciente creación -Auzolan-, reconoce su timidez ante las consecuencias de la fama. "Vaya corte me daba en la pasada campaña electoral", dice, "cuando chavalitas jóvenes, al acabar un mitin, me pedían que les firmara un autógrafo".
 
 
El verdadero Tasio, sin embargo, jamás se interesó por la política: nació en Zúñiga en 1916 y falleció en el monte de Valderrota, libre y feliz, en 1989. Era el tercero de diez hermanos y, a los 16 años, ya había armado su primera carbonera. Le gustaba andar por la sierra, cazar, pescar y jugar al frontón, pero descalzo, para no estropear su único par de alpargatas. En una romería en Campezo (Vitoria), conoció al amor de su vida, Paulina, con la que tuvo dos hijas, Celia y Blanca Ochoa.
 
 
Otra de las maravillas de Tasio, ganadora de una Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, es la banda sonora, que versiona una antigua jotica, cuya letra dice así: "No creas lo que han dicho las murmuradoras, que con la hija del Patxi te han visto pasear. Sólo quiero casarme con tu cuerpo gentil, si no tuvieras madre qué bien iba a vivir". La inolvidable adaptación musical corrió a cargo de Ángel Illarramendi y Fermín Gurbindo, mientras que José Luis Alcaine se ocupó de la fotografía. Quizá por ello, la factura final recuerda a El Sur (1983), obra maestra de Víctor Erice, donde también colaboró Alcaine.
 
 
- Entonces no se ganaba el dinero tan fácil: mucho trabajo y poco jornal.
- Ahora tampoco la vida es buena para todos; para los que ganan buenos jornales sí, pero para los demás...
- Esta vida es mejor que la de antes. Antes la vida era más dura.

viernes, 11 de julio de 2014

Se cae la aceituna

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Miguel Hernández
 

Siempre, por este mes, al solano último de agosto, a la lluvia temprana, al calor postrero y apretado, comienza a caerse la aceituna. De buenas a primeras, una mañana, aparecen inexplicablemente los primeros puntillos verdes sobre el suelo del olivo, tersos al principio, encogiéndose rápidamente,  hasta quedar el hueso mondo y lirondo.
 
La caída de la aceituna siempre llega por los mismos días, repicando a otoño, entreabriendo molinos, empujando a los calores finales, a las tórtolas y golondrinas atrasadas, dejando el aire vacante para tordos y estorninos, avisando con el cobre primero a las hojas, para la partida. Sabe a lluvia que no va a tardar, a neblina primera, a sol pálido. Las últimas moras están a punto. El vallado las ofrece a cientos. Ya no queda un maizal en pie, y el viento barre los últimos melonares.
 
Surco a surco, el braván va borrando el amarillo del campo, vistiéndolo de colores severos, blanquecino en los alberos, rojizo en los polvillares, grisáceo en los riquísimos bujeos. Ya nadie duerme al raso y los primeros escalofríos comienzan a pedir las primeras candelas.

José Antonio Muñoz Rojas


[...] Verdes,
innumerables,
purísimos
pezones
de la naturaleza,
y allí
en
los secos
olivares
donde
tan sólo
cielo azul con cigarras,
y tierra dura
existen,
allí
el prodigio,
la cápsula
perfecta
de la oliva
llenando
con sus constelaciones el follaje:
más tarde
las vasijas,
el milagro,
el aceite.
 
Pablo Neruda
 
 
Mare, yo tengo un novio aceitunero,
Que tiene vareando mucho salero...

miércoles, 30 de abril de 2014

Aquí te espero, amor, por las veredas

Nos despedimos de abril, mes en que la espiga comienza a relucir...
 

I
 
Aquí tienes, amor, tu antiguo huerto,
con su doblada hilera de granados,
que abril dejó de verde coronados
y junio con sus flores ha cubierto.
 
Y donde en flor segura y fruto incierto
se muestran los olivos blanqueados,
y van al amarillo los sembrados,
y al calor las gayombas se han abierto.
 
Aquí te espero, amor, por las veredas
que no vienen ni van a parte alguna
sino a aquel corazón en donde habitan,
 
y donde aun sin venir siempre te quedas,
y haces mi soledad tan oportuna,
que la paz y el silencio la visitan.
 
 
II
 
En este olivarillo de la loma
que apenas tiene sombra, apena flores
que ilustren su pobreza con colores
o alegren su silencio con aroma,
 
y que devuelven en fruto cuanto toma
de la tierra, y nos da con sus sudores
aceite, que en dorados resplandores
la dura oscuridad reduce y doma;
 
en este olivarillo, mi consuelo
me vino, sin saber cómo ni cuándo,
mientras iba por él entretenido;
 
no sé si es de la tierra o si es del cielo;
sólo sé que lo siento aquí alentando,
y el corazón lo tiene por latido.
 
José Antonio Muñoz Rojas
(Abril del alma, 1942-1943)

lunes, 27 de enero de 2014

El léxico de los mayorales de bravo de Salamanca

El pasado jueves, se celebró en el Aula de Tauromaquia del CEU una curiosa charla sobre el léxico utilizado por los mayorales de bravo en Salamanca. El veterinario Juan José García y el investigador José Carlos de Torres fueron los encargados de ilustrarnos sobre esta riquísima cultura oral, transmitida de padres a hijos durante generaciones. Algunos de los mayorales que han participado en el estudio son Ricardo García, del Puerto de San Lorenzo; Fidel Rivas, de Atanasio Fernández; Pedro Tapias, el famoso "Zorro de Sepúlveda", Ángel Román e Ignacio González, vecinos de Retortillo; Juan Antonio Marcos, del Sierro; Valentín Perdigón, de Justo Nieto, y algunos más jóvenes.
 

A todos ellos se les preguntó qué es un mayoral, palabra existente en nuestros diccionarios desde el siglo XIV. La respuesta fue unánime: aquel que es consultado por el ganadero durante la tienta, es decir, el hombre de confianza del ganadero. ¿Y qué es la casta? La ascendencia brava, conocida y seleccionada mediante la tienta. Para los mayorales charros, existe una "casta buena", que es la nobleza, y una "casta mala", que es el genio. Un toro encastado sale al ruedo con salero y empuja hasta el final. El toro "de media casta", en cambio, es el morucho, teóricamente eliminado de las ganaderías de bravo, aunque en numerosas corridas comprobamos que aún subsiste en ciertas casas. ¿Y el toro bravo? El toro de lidia, con casta buena, que acomete. "La bravura es acometer a lo que se mueve, con muchos matices", respondió un mayoral. Finalmente, ¿qué es un toro manso? Uno flojo, tranquilo, tonto, que no se nota en el campo... Existe un nivel superior, el manso perdido, aquel que rehúye la pelea y desea escapar.
 

Para los mayorales más veteranos, trapío es un término moderno y prefieren la palabra "hechuras", que es la presencia del toro, "el total". Unos dicen que, cuanto más pequeños los pitones, más fuerza y más peligro.
 

Durante la conferencia, aprendimos muchas palabras de este habla popular que, desgraciadamente, jamás han sido registradas en los diccionarios. El TORO CARPINTERO es el que derrota. La VACA DE MALA CABEZA, la bronca, lo contrario de noble, y representa la pesadilla de los mayorales en el campo. El toro ENCARBAO o ACARBAO es aquel que se echa entre la tierra o la hierba para esconderse. TORNIJAR o ESTORNIJAR consiste en enterrar los pitones en el suelo. TURREAR es la emisión, por parte del toro, de sonidos prolongados. GALLERO es el toro que hace de hembra en la manada y se deja montar. El maricón, para que nos entendamos. Existe la creencia de que, si sobrevive, a causa de las lesiones óseas que suele sufrir en la cadera, sale bueno en la plaza. La vaca TORIONDA o LUNERA es aquélla que se encuentra en celo. El becerro ARTUÑADO es aquel que ha sido criado por una vaca que no es su madre natural. Es un becerro adoptado. Cuando una vaca está haciendo AMOJO, empieza a dar signos de proximidad al parto. Mientras que ESCARCAR consiste en arreglar las pezuñas de los toros. Una palabra más: el TORO FARINATO es aquel de color melocotón o colorado claro, en recuerdo del famoso embutido charro.
 

Ya son pocos los mayorales que viven en el campo, junto a sus toros, los 365 días del año y, al mismo tiempo, cada vez es más frecuente que los ganaderos contraten personal ucraniano, búlgaro, rumano o ecuatoriano. Por tanto, tristemente, al igual que sucede con ciertos encastes, todas estas palabras también se encuentran al borde de la extinción.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Ya están ahí las nubes


¿De dónde, ligeras, pesadas, blancas, grises pasajeras del cielo, amantes del viento, vosotras nubes? ¿Qué sería de los cielos sin vosotras a quienes desgarran las montañas y a quienes tan dulcemente se entregan lomas y cerros? Cuando va vuestra sombra sobre los llanos, cuando se pliega sobre los barrancos, cuando parte en claros y oscuros los trigos, cuando bajáis tremendas, o graciosas subís, vosotras nubes, nostalgia de la tierra, ligeras desterradas, apresuradas amantes, cuyo besar nunca es largo, cuyo destino es tan humano que está pendiente del primer viento.
 
- Ya están ahí las nubes, dicen los labradores. Y vuestra enorme presencia muda, llenando el cielo, añade no sé qué misterio a la vida. Ya están ahí las nubes.
 
Es un ligero humo blanco primero, tenue, casi invisible, un algodoncillo sobre la sierra que se confunde con la nieve, y luego unas manos inmensas que van palpando el azul, estrujándolo, ciñiéndolo, abriéndolo en grandes lagunas por donde se escapan los ojos.
 
- Ya están ahí las nubes.
 
Y las nubes, como los enamorados, se hacen huidizas con el deseo e impertinentes con la abundancia. Pero su presencia llena su nombre, como su fecundidad.
 
JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS
 
 
El cielo poblado de nubes suntuosas, blancas, grisáceas o tormentosas, parecía más inmenso. Y la alegría de la tierra se exaltaba con estos días de azul y nubes [...] Cuando llovía y hacía sol al mismo tiempo, los chiquillos, en el pueblo, cantaban coplas alusivas a ciertas desconsideraciones del demonio. Pero el campo estaba limpio, transparente, prometedor, como el aire inicial de una caricia ilimitada y tiernísima.
 
Las nubes bogaban, majestuosas, a través de la inmensidad. Cúmulos de nácar, montañas de nieves, gigantescas masas verticales -rosas, celestes, cárdenas-, tras las que parecía ocultarse no el cielo azul de los soles y los astros, sino la eternidad de los ángeles, las vírgenes y el Padre Eterno.
 
JOAQUÍN ROMERO MURUBE 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

La vida del pastor

El pasado domingo, Juli estoqueó en Lima un toro de San Esteban de Ovejas. ¡De ovejas! No me negarán que Julián es un provocador. Esta anécdota me ha hecho recordar un  entrañable poema sobre la vida del pastor.
 

Quieto, clavado en la cumbre,
Al abrigo de la lumbre
Que le presta su calor,
Como un pináculo aguja,
Sobre el cielo se dibuja
La silueta del pastor.

Está desnutrido, es viejo,
Dos chispas, un entrecejo,
Dos cepillos y un ojal,
Tres pinchos y una mampara
Son los rasgos de su cara,
Cubierta por un breñal.
Sobre este rostro de hueso
Pone siempre el primer beso
La primera luz del día.
Otro postrero le ofrece
Cuando su brillo decrece
Ante la noche sombría.

Ya sin sol, año tras año,
Se esconde con su rebaño
En la choza del redil.

Allí cumple su condena
Sin conversación, sin cena,
Sin camastro y sin candil.
Vida triste, vida dura
Es la vida del pastor.


Pero quien goza y delira,
¿No encuentra como mentira
Los delirios de su goce?
Y quien piensa ser amado,
¿No vive con el cuidado
De un dolor que le destroce?
Y quien lucha y ambiciona,
¿No encuentra como corona
El escarnio de la suerte?
Vale más vivir la vida
Solitaria y escondida,
Sin ternura y sin afán,
Alimentando en la cumbre
Un amor sólo, la lumbre,
Y sólo un amigo, el pan.

Vida triste, vida dura
Es la vida del pastor
Y por eso es la mejor.
 

sábado, 30 de noviembre de 2013

La venta de Tajahierro

"No hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino en el cual descubrió una venta, que a pesar suyo y gusto de don Quijote había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua".
(Miguel de Cervantes Saavedra)

Sobre la palabra "venta", dice la RAE:
"casa establecida en los caminos y despoblados para hospedaje de los pasajeros".

La venta de Tajahierro está emplazada en las primeras brañas de Palombera. Hasta aquí, y un poco más al occidente, hacia Sejos, vienen a pastar las vacas de la umbría y de la solana: las de Santander y las de Palencia. Las de Palencia son corpulentas y veletas: es el ganado de Campóo, de pelo claro. Las de Santander son pequeñas y elegantes, un poco ariscas y altivas: a veces antipáticas; es el ganado de Tudanca, donde también se dan buenos escritores, ¡me valga el cielo! ¡A pares! Los hermanos Francisco y José María de Cossío, sin ir más lejos.


Tajahierro se pierde un poquito en la noche de los tiempos. Según he podido averiguar a través de mis amables informadores, la venta es lo que queda de la hospedería de una antigua abadía llamada Santa María de Hozcaba, del siglo XIII. Arquitectónicamente no tiene importancia, pero tiene algo mejor: gracia. El ventero me ha contado que este invierno la nieve ha llegado "hasta el cumbral" y que ha pasado lo que es más difícil de pasar a estas alturas: miedo. Es un hombre rubio, un visigodo puro, y tiene unos hijos que parecen jóvenes renanos. Me ha contado cosas muy curiosas: soy el primer viajero que llega este año, después del hombre del carro de patatas.


Tajahierro tiene sus personajes propios y hasta sus leyendas. Lo que no tiene son papeles, y esto acaso es una ventaja para la fantasía. Saberse de cierto, se sabe que allí vivió refugiado un prusiano, nadie sabe por qué [...] Pero el personaje más extraordinario de Tajahierro fue uno de los hombres más raros y notables de fines del siglo pasado: D. Ángel de los Ríos y Ríos, a quién se recordará por aquellos valles altos, puros, diamantinos, por mucho tiempo, con su apodo de "el sordo de Proaño".


Proaño era su torre, donde anidaba como un águila real aquel hidalgo mebrudo, recto y absolutista, trueno de la cordillera, y que de pronto caía en ternuras increíbles. Administraba por igual su talento de historiados y sus conocimientos de las lenguas antiguas (tradujo el poema escandinavo "Los Eddas" al castellano y escribió diez o doce libros eruditos) y su parva hacienda, que se iba liquidando en generosidades que parecían extravagantes a los demás. Además administraba justicia por su cuenta como un señor feudal, hasta extremos fabulosos. Por dos veces anduvo a tiros por imponer su ley que, eso sí, siempre coincidía con la Ley de Dios y con la común conveniencia. Una de las veces le descerrajó un tiro a un desalmado en la propia venta de Tajahierro, donde D. Ángel se aislaba de cuando en cuando para escribir, para cazar o para meditar.


Y la otra vez, a su mejor amigo, sordo y voluntarioso como él, le prohibió que cortara un árbol o que pasara con sus vacas por un sendero que no era legal, o algo así. Y como su amigo, que se llamaba Domingo González, no quiso obedecerle, le metió un balazo en una pierna, del que Domingo quedó cojo [...] Era imposible. Pero tan bueno que, Domingo, su víctima le llevaba todos los días a la cama donde el hidalgo agonizaba, años después, arruinado, una hogaza de pan tierno y un pichón. ¡Yo creo que éstos eran dos hombres! Propios de Tajahierro; que todavía tiene en su fachada, abrigado por un gran tejado de dos aguas, un escudo abacial, un letrero de mármol con el nombre de la venta, puesto por D. Ángel. Hay la esperanza de que algún día, en aquel lugar, donde crecen el té y la digital a unos pasos del helecho hembra y de las fresas del monte, alguien abra para los visitantes de un sitio tan bello y conmovedor, frente al dios rupestre del Pico de Tres Mares, donde se puede nacer Ebro o Duero o Deva, un parador donde poder dormir sin guerra.

VÍCTOR DE LA SERNA
Venta de Tajahierro, 25 de abril de 1953

jueves, 28 de noviembre de 2013

Todo el campo parecía empapado de sangre de toro

El campo de Joaquín Romero Murube se parece, irremediablemente, al de Fernando Villalón. Ambos forman parte del listado de escritores andaluces casi olvidados, su obra no se estudia en el colegio y sus libros se encuentran descatalogados, a pesar de poseer dos de las plumas más luminosas de nuestra tierra. Hubo un tiempo también en el que la marisma del Guadalquivir olía a toro bravo...


En la marisma arrebataba la simple grandiosidad del horizonte. Era la línea circular tan honda que los ojos dolían, impotentes, por llegar a su fin. Tierra, cielo, la arquitectura fugaz del vuelo de un ave. Y Dios. Pero por las viñas y manchones, por los olivarillos y huertales del camino de Utrera, de la carretera de Sevilla, el camino era muy distinto. Campo corto encuadrado caprichosamente por esos vallados de chumberas enormes, inexpugnables como fortalezas. Y entre ellas, los caminos tristes, angostos, destrozados por las huellas de las herraduras y el ganado.

Nos gustaba perdernos por estos andurriales pobres, muchas veces mal olientes y con un final desconocido. Había en ellos una soledad cerrada, ofensiva, cómplice de todas las imposturas y de todos los malos cuentos. Allí robaros, allí hirieron, allí faltaron a la ley de Dios. Las aventuras de mozas y mujeres, también ocurrieron siempre por estos caminos, entre los charcos de agua dormida en invierno, o en el resol de los atardeceres primaverales, encendidos por la menta del poleo y el dulzor enervante de los habares florecidos.
 

[…] Si los caminos anchaban, surgían macizos de palmitos y junqueras. Era el verdor oscuro y perenne de las soledades encerradas entre linderos; la alegría pobre de una tierra reseca entre calizas. Los juncos guardaban sobre el barro la música de los vientos más débiles.

Tierras rojas hacia Dos Hermanas. Todo el campo parecía empapado de sangre de toro. Predios de dulces huertas, y estacadas de aceitunas. Por allí las grandes haciendas, con sus nombres y con sus novelas de pericón y carretela durante el siglo XIX: “La Mejorada”, “Tamarán”, “El Cuzco”, “La Florida”, con el garrotal más joven del término, que valía un Potosí al decir de los viejos labradores; “Ibarburu”, que lo perdió uno de sus propietarios a una carta, jugando al monte. Era el caballo de copas. Parecía, por lo que contaban, que todo el pueblo hubiera asistido a la apasionante partida.


Por abril, y también en los soles marceros, venían las magarzas y los lirios. Era un aire de tristeza fugaz, el adiós morado al campo entrañable, duro y hondo del invierno. Un poco más, y el débil estallido oscilante de las amapolas... ¡Qué lujo entonces de luces intactas en las tardes que crecían! El leve sofoco de la tierra nos llenaba de imprecisa angustia, nos entristecía en una vitalidad mayor rezumante de ansias inconcretas, hacia la luz, hacia el misterio, hacia la vida... Nos parábamos en medio del campo, y oíamos el latir de la sangre por las venas. Y entonces era más aniquiladora que en ningún instante la soledad, por los pobres caminos de pencas y silencios que nunca supimos adonde llevaban ni salían.
 
JOAQUÍN ROMERO MURUBE
Pueblo lejano (1954)

 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Los vagabundos

"Si pierdes dinero, pierdes poco.
Si has perdido el honor, pierdes mucho.
Si pierdes el corazón, lo pierdes todo".
(Vincent Van Gogh)
 

¡Esos pobres por los caminos del campo!... No parecen de carne; más bien de tierra o de sarmientos renegridos... ¿Adónde van? No piden, ni escuchan, ni se paran ni hablan... Los atrae ese sendero que sólo sabemos que existe cuando los vemos a ellos caminar por allí, con una rara decisión en su pereza de horizontes... Andrajosos, vestidos a retazos, semidesnudos, caminan solitarios o en grupos familiares, con un perrillo escuálido que, a veces, ya no puede seguir de hambre y fatiga, y sube a los hombros del vagabundo, uniendo roñas con lacerías y arestines... ¿De dónde vienen? ¿Qué final de camino persiguen?


Siempre que nos encontramos a los vagabundos por los caminos del campos, nos quedábamos en el umbral de una incertidumbre característica, que la vida, luego, nunca ha borrado. La gente los temía o los evitaba. A nosotros nos inspiraban respeto y simpática inquietud. Vivían tan pegados al barro y a la basura de la tierra, que les costaba trabajo alzar la vista hasta la altura de sus semejantes. Y cuando desaparecían por los caminos, la soledad se abría nuevamente gozosa, porque ellos, sin querer, la lastimaban con su tragedia de silencios.

JOAQUIN ROMERO MURUBE
 
 
Hoy vagabundo y perdido
alzo mis brazos en cruz
para enterrar al olvido
toda una vida sin luz.
 
(Final del tango "Vagabundo" de Emilio y Agustín Magaldi)
 


miércoles, 6 de noviembre de 2013

De un pueblo lejano a la calle de la Luna


Hay libros que huelen a romero y a mujeres sacudiendo la ropa recién lavada. Si tuviera que buscar un "reverso urbano" de Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas o de Historia de una finca de los hermanos Cuevas, pondría sobre la mesa Pueblo lejano de Joaquín Romero Murube (1954).
 
 
Nacido en el municipio sevillano de Los Palacios y Villafranca, así explicó el nacimiento del escudo de su pueblo en el que, por supuesto, se ve un enorme toro:
 
Dios quiso que naciéramos en este pueblo de Andalucía, junto a las marismas del Guadalquivir. Es un pueblo abierto y llano, abrasado de sol por los estíos. Mas cuando llega el invierno y llueve un poco, todo se inunda y encharca. El barro llena las calles. La humedad sube como un sudor salino por la blancura nítida de las paredes. Los campos inmediatos retienen las aguas. Y todo adquiere una calidad lacustre, reflejada y muda.

La gente aquí desconoce la comodidad de vivir. Se encierran en esas habitaciones por las que brilla el rezumo del frío, sobre los suelos de ladrillos entre cuyos poros brota el agua, nuncio precoz de nuevas lluvias. Las hostilidad acuosa de este ambiente, se suaviza sólo con la “copa”, que es como allí llaman al brasero, de cisco picón hecho con varetas de olivos, crepitante, fugaz, abrasador, con sorpresa de tufos imprevistos. El rigor del frío dura poco más de dos meses; pero la humedad, más de medio año. Por eso las mujeres cosen y los niños diablean todo el día buscando el sol por las puertas, por las esquinas de las calles.

[…] Es en el siglo XVIII, cuando se verifica la unión de las dos localidades, separadas en los papeles por muchos pleitos y querellas, aunque en la realidad sólo por una calle, torrentera de barros y alpechines cuando las otoñadas. Y éste es el motivo que representa el precioso escudo de Villafranca y Los Palacios. En él aparece un hombre con una levitilla y una castora, tendiendo la mano con ramitas de olivo a un duro labriego de las marismas. Abajo, un enorme toro sostiene con la majestad de su cuerna la cortesía de tan delicada y política convivencia.
 

En su obra La calle de la luna, Aquilino Duque le dedicó a Romero Murube un precioso poema titulado La huerta de Gelves, muy taurino también. De aficionado a aficionado.
 

Si tú vieras el río por las huertas de Gelves
sé que te gustaría.

Si tú vieras el río como un reloj de agua,
como una larga espada
a cuchillo pasando la marisma,
sé que te sentirías el pecho atravesado
por una azul corriente de agua clara
que te arrancara el corazón dorado
y en su lugar pusiera una naranja.

Si tú vieras el río por las huertas...

Entre los naranjales ya no está Joselito,
ni por los olivares va Fernando de Herrera.
Vagan por la otra orilla, ¿no los ves?, a caballo.
Por ellos fue lejana y cruel Andalucía.

Si tú vieras el río...

La marisma es un ruedo sin fronteras;
es la plaza de toros donde Fernando el Gallo
le corta las orejas al toro de San Lucas.

Si tú vieras
de entre cuatro naranjos brotar una palmera,
de entre cuatro suspiros una Torre del Oro...

¡Si tú vieras el río por las huertas de Gelves!

domingo, 27 de octubre de 2013

Un hombre de campo que necesitaba la ciudad


Al concepto que del amor tenía Fernando habría que ponerle serreta y una cijada como a un potro: “¡A mí me gustan las mujeres que se quitan las medias a patadas!”. Esas palabras producían en su casa el mismo efecto que si dentro de las tapias de una cartuja cayera un blasfemo. […] Eran los días de su juventud desbordada en que con frecuencia se le oía: “Me gustan las mujeres que crujan”.

[…] Podía soportar horas y horas una silla de palo, pero no la de una conversación. Se iba. Fernando vivió marchándose siempre allí donde su habla no podía desarrollarse en su peculiar estilo e insobornable libertad.


Menos mal que su misión en este mundo no fue ganar dinero y, por tanto, no quedó incumplida con este desbarajuste que le llevó al cabo a la ruina. Se equivocó pensando que para trazar un surco hondo en la tierra tenía que hacerlo con una reja distinta a las demás, supliendo con inteligencia el tesón y el sacrificio ordenado de los otros.

[…] Pero Fernando seguía cabalgando, sintiéndose dueño de lo suyo. Para él, el dinero, mientras menos rodado viniese al bolsillo, mientras más trabajado y a contrapelo, más valor tenía. Sus toros acabarían por imponerse. Cuando comencé a darme cuenta de todo aquello nació en mí una admiración por Fernando ganadero que no hizo sino aumentar con su ruina.

Sólo él frente a los toreros, sometidos al gusto de los públicos, que exigían el toreo preociosista, dejándose rozar las taleguillas, moviéndose en el terreno del toro y mejor no moviéndose.

Sólo él frente a las Empresas, que, sujetas a los toreros, no compraban toros broncos y difíciles.


[…] El hombre del campo, por serlo, necesita de una ciudad que por un tiempo le borre la visión del campo, pero que le hable de él a través de sus transformaciones. Necesita una ciudad donde el montañés le eche vino sobre la caoba macerada del mostrador, mil veces curada con manzanilla.

Fernando necesitaba una ciudad con colmados despidiendo olores fuertes que a él no molestaban, pues todos sus sentidos estaban muy despiertos, pero muy endurecidos […] Necesitaba en verano el horno sin bóveda de las calles sevillanas por las que seguir a una desconocida, guapa o fea, cortejada por el misterio.


[…] En el campo, ante el paisaje estático, la inteligencia del hombre de imaginación, a fuerza de girar sobre sí misma, sin asidero y sin algarabía sensoria, se fatiga y se echa como los bueyes.

Villalón, como buen campesino, se aburría en el campo, aunque se avergonzaba de permanecer en la ciudad. Se sentía tan obligado al campo, que necesitaba disculparse en la ciudad. En el saludo callejero al amigo o al simple conocido siempre intercalaba: “Vine del campo ayer, vuelvo mañana”.
 
MANUEL HALCÓN
"Recuerdos de Fernando Villalón"

miércoles, 16 de octubre de 2013

Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz...

Selvática oración la de los toros
al Sol, que sus caballos
huellan ya el borde de la tierra yerta;
y ocultando a la noche sus tesoros
-y a sus vasallos huestes de luceros,
mandando retirar-; a la despierta
por sus besos Aurora
en plata viste ahora;
los valles y riberas
en neblinas emboza, y la desierta
marisma riza en brisas mañaneras.
 

"¡Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz! Yo los vi pasar por la vereda real subido en un árbol. En medio, siete toros, negros, sometidos a los cabestros, que, a su vez, aceptaban, resignados, los broncíneos atributos de sus enormes cencerros a cambio de los que el hombre les quitara.

Delante, Fernando, con la garrocha atravesada en la silla, formando una cruz con el caballo. Pasaron justo por debajo de mi rama, que estremeció conmigo. El cortejo de jinetes estaba compuesto por aficionados, a quienes yo sólo conocía por el nombre de sus caballos y por los vaqueros de la casa, cuyas historias y hazañas sabía yo de memoria.



[…] El mal tiempo obligó a aplazar la fecha de aquella corrida. Fernando esperó en Cádiz con sus amigos. Recuerdo su carta, que mis tíos leyeron entre risas, donde hablaba con su gracia inigualada de las peripecias del viaje y de la expectación que despertaba por las estrechas calles de la ciudad marinera aquel grupo de caballistas a pie.

Y, al fin, nunca olvidaré aquella noche, el telegrama azul. Su padre lo desplegó, nervioso, sobre el plato. La ansiedad en los ojos de la madre. Yo me levanté, impaciente, y me puse detrás de mi tío, que buscaba las lentes para ver de cerca, y leí, sin atreverme a despegar los labios: Corrida celebrada hoy. Tres toros fogueados. Uno al corral. Público pide cabeza de ganadero. Dime qué hago. Fernando”.

MANUEL HALCÓN, de su libro "Recuerdos de Fernando Villalón"



Vertiendo su oración por los juncares
heridos -que no hollados-,
por navajas sus plantas cortadoras;
el grito de las garzas previsoras
-que su nidos y sus lares,
amenazados vieron y pisados-;
desconcierto sembró, en la que galopa
asustadiza tropa,
que las tímidas aves descarrían;
y huyen desconcertados
por la pradera despertada y fría.
 
¡Oh valle moteado,
de toros negros y fieros!
¡Oh ribera en carrizos bigotada!
¡Oh trebal agobiado de rocío!
¡Vega asaeteada,
por los dardos que Sol quebró en el río!
 
¡Oh despertar de flores,
que su tallo empinando
hálito al calentado y amoroso,
del nuevo novio hermoso
que el oriente parió en siete colores;
sus corolas alzando
-del peso de la escarcha ya zafadas-,
hojas abren en polen perfumadas!
 
¡Oh rompimiento célico de nubes!
-donde ríen los Querubes
en sus tronos de añil-; muerto el lucero
de la mañana ya, y al agujero
del opuesto hemisferio despeñado;
solo el Sol con la Tierra entre sus brazos
dormida, sus cabellos
en fuego va peinando y en destellos.
 
Y la príncipe luz del nuevo día,
no bien posada fue, no retenida
en la pupila vívida del toro
aún, cuando invertida
su cerviz sobre el lomo azul y oro;
finalista canción el aire hendía,
que Eco descalza a hombros conducía. 
 
Su valor bicornio -gran tesoro
de las restantes bestias codiciado-,
a prueba pone contra el tronco duro,
-hiriéndolo implacable-; y el maduro
fruto oleoso de morada veste,
entre el espino agreste
rociado quedó, y el asta dura
hincada en carne hasta la empuñadura.
 
[...] Moras caras trigueñas
y cetrinas; las cejas abrazadas
sobre los ojos hondos; avezadas
manos firmes. Curtidas, aguileñas
figuras sobre el lomo
de los tordos caballos piafantes
conduciendo a los bueyes galopantes.
 
Sobre la barba el barbuquejo atado
partiendo en dos su faz; el inclinado
sombrero cordobés majestuoso,
los zahones buridos
y por la lezna de su dueño heridos,
bajo el álamo umbroso,
en las cálidas siestas estivales,
con sus manos copiando los breñales.
 
[...] Marchan cantando en coro los cautivos
-de los centauros presa-,
plañideras canciones de camino
-al son del esquilaje (entre la espesa
nube de polvo)-; y en el remolino
de monstruos fugitivos,
sus voces se entrecruzan discordantes
con aires de clarín desconcertantes.
 
(FERNANDO VILLALÓN)



miércoles, 9 de octubre de 2013

Campiña de Utrera

En la vega, junto al pozo de junqueras rodeado,
el cortijo en la campiña aparece como echado...
Una tropa de gigantes almiares le hacen guardia.
En la puerta hay una palma.
¡Sola mancha de verdor...!
Un mastín encadenado ladra fiero jadeante de calor.
 
(FERNANDO VILLALÓN)
 
 
"Aquella casa, aquel corral, aquellas cuadras donde yo pasaba las horas acariciando los caballos y mis esperanzas de jinete; aquellos mozos de cuadra tan listos que tenían para mí entonces proporciones científicas de catedráticos, tan escrupulosos en sus funciones que, por tener las cuadras siempre limpias, estaban avizores, sentados en sus banquetas de madera, y cuando un caballo alzaba la cola para hacer su gracia daban un salto y le presentaban el cubo para recogerla.

Aquella cal de las paredes, el eco del aljibe, la perra chata, que atacaba a las ratas grandes y respetaba a las pequeñas para que creciesen. Aquel olor de guarniciones limpias -sidol, limón y arena-. Era aquel mi mundo, adonde subía a avisarme el mozo del comedor poniéndose ya los guantes blancos para servir la mesa y me recomendaba que me lavase las manos. Lo hacía en la pila de los caballos para aprovechar mi estancia allí hasta el último minuto.

Mi tía, tan fina, se quejaba benévolamente de que alguna vez oliese a caballo. Pero mi tío fomentaba mi afición. Eran estos señores los padres de Fernando Villalón.

 
[...] Junto al olivar, dominando todo el llano con gran golpe de vista, se asomaba el caserío donde los padres de Fernando pasaban temporada. Ante la puerta había una gran explanada circular que antiguamente sirvió de era. Desde allí se comprobaba en mayo que la amapola, a pesar de la fuerza de su color, no le gana en profusión al jaramago blanco ni al amarillo, al nardo, a la cañahela y la biznaga. La toba, que desarrolla dos metros de altura y logra el grueso de una muñeca, dice mucho en los manchones. La malva pone zócalo verde a los caseríos.

La morta como el cardo, el cardillo y el espárrago, llaman al paladar del hombre.

Recatados en los arroyos florecen el taraje, la zarzaparrilla, la zarzamora, la adelfa, el rosal silvestre y el mimbre. Algún oculto manantial es delatado por el junco y la nea, la juncia (alfombra del Corpus) y la hierba del té".
 
RECUERDOS DE FERNANDO VILLALÓN
por MANUEL HALCÓN
 
 
En la puerta del cortijo para un Ford.
Es el amo. Ya no llega en su jaca como antes...
Es un nieto de los viejos labradores caminantes
y jinetes atrevidos que murieron. Va vestido de milord...