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lunes, 6 de junio de 2016

Desde el corazón de las tinieblas

Este San Isidro queda resumido en dos imágenes llegadas, directamente, desde el corazón de las tinieblas: del retrato de un hombre que abraza, con la mano ensangrentada, a quien le ha salvado la vida, a la lucha desesperada de otro que pone todo su empeño y voluntad en sobrevivir, haciendo surgir la belleza y el orden de la fiereza y el caos. David Mora, después de cortar las dos orejas de "Malagueño" de Alcurrucén, con don Máximo García Padrós. Y Alberto Aguilar ante un toro decimonónico de Saltillo. "En el fondo de toda belleza habita algo inhumano". Lo escribió Camus y ambas fotos -una de Sánchez Olmedo y otra de Cruz- lo demuestran.


"Penetramos más y más espesamente en el corazón de las tinieblas. Allí había verdadera calma […] Si aquello significaba guerra, paz u oración es algo que no podría decir […] Nos podíamos ver a nosotros mismos como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita" (Joseph Conrad).


Y es que, probablemente, la tauromaquia sea la última manifestación visible de una herencia maldita: el recordatorio de que mañana podemos amanecer rodeados de belleza o en el mismo corazón de las tinieblas. Esa inhumanidad consustancial a la Fiesta, alejada del triunfalismo, es la razón y justificación de su existencia, mucho más que mil faenas hermosísimas de Manzanares.


lunes, 11 de enero de 2016

Un solo momento de gloria


La noche era hermosa; a través de la niebla se filtraba la luz misteriosa de la luna. "Sí, mañana, mañana", pensaba; "tal vez mañana habrá concluido todo para mí; no existirán ya estos recuerdos, ni tendrán para mí sentido alguno". "¿Qué harás luego?". Se responde el príncipe Andrei: "no lo sé, no lo sé. Ni quiero ni puedo saberlo. Pero sí lo deseo, sí ambiciono la gloria, sí quiero que los hombres me conozcan y amen. ¿Soy culpable de no querer otra cosa, de no vivir más que para esto? ¡Sí, sólo para esto! A nadie se lo confesaré jamás, pero, Dios mío, ¿qué le voy a hacer si no amo más que la gloria y el amor de los hombres? La muerte, las heridas [...]; pero por terrible y contrario a la naturaleza que parezca, yo lo entregaría todo sin vacilar por un solo momento de gloria, de triunfo sobre la gente, por ganarme el amor de unos hombres a los que no conozco ni conoceré jamás, por el amor de esos hombres", se decía.

Guerra y paz (1869), de Lev Tolstoi



Este fragmento de la  magna novela Guerra y Paz, que describe los pensamientos del príncipe Andrei  Bolkonski antes de participar en la batalla de Austerlitz, ¿no podrían pertenecer a cualquier torero la víspera de hacer el paseíllo en Madrid, Pamplona, Sevilla o Bilbao? 

martes, 27 de octubre de 2015

Los aledaños de nuestro destino

“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, 
consta en realidad de un solo momento: 
el momento en que el hombre sabe para siempre quién es” 
(Jorge Luis Borges)


"El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento pobrísimo en los confines de un imperio.

Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.

El destino se muestra en signos e indicios que parecen insignificantes pero que luego reconocemos como decisivos. Así, en la vida uno muchas veces cree andar perdido, cuando en realidad siempre caminamos con un rumbo fijo, en ocasiones determinado por nuestra voluntad más visible, pero en otras, quizás más decisivas para nuestra existencia, por una voluntad desconocida aun para nosotros mismos, pero no obstante poderosa e inmanejable, que nos va haciendo marchar hacia los lugares en que debemos encontrarnos con seres o cosas que, de una manera o de otra, son, o han sido, o van a ser primordiales para nuestro destino, favoreciendo o estorbando nuestros deseos aparentes, ayudando u obstaculizando nuestras ansiedades, y, a veces, lo que resulta todavía más asombroso, demostrando a la larga estar más despiertos que nuestra voluntad consciente".

Ernesto Sábato (2003)

martes, 28 de julio de 2015

Ese mundo en el que todo ha ido fallando poco a poco


Acodados sobre el viejo, sobre el costroso mármol de los veladores, los clientes ven pasar a la dueña, casi sin mirarla ya, mientras piensan, vagamente, en ese mundo que, ¡ay!, no fue lo que pudo haber sido, en ese mundo en el que todo ha ido fallando poco a poco, sin que nadie se lo explicase, a lo mejor por una minucia insignificante. Muchos de los mármoles de los veladores han sido antes lápidas en las Sacramentales; en algunos, que todavía guardan las letras, un ciego podría leer, pasando las yemas de los dedos por debajo de la mesa: "Aquí yacen los restos mortales de la señorita Esperanza Redondo, muerta en la flor de la juventud", o bien "R. I. P. el Excmo. Sr. D. Ramiro López Puente. Subsecretario de Fomento". Los clientes de los Cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner remedio a nada. 

[…] Hay tardes en que la conversación muere de mesa en mesa, una conversación sobre gatas paridas, o sobre el suministro, o sobre aquel niño muerto que alguien no recuerda, sobre aquel niño muerto que, ¿no se acuerda usted?, tenía el pelito rubio, era muy mono y más bien delgadito, llevaba siempre un jersey de punto color beige y debía andar por los cinco años. En estas tardes, el corazón del Café late como el de un enfermo, sin compás, y el aire se hace como más espeso, más gris, aunque de cuando en cuando lo cruce, como un relámpago, un aliento más tibio que no se sabe de donde viene, un aliento lleno de esperanza que abre, por unos segundos, un agujerito en cada espíritu.

La Colmena, Camilo José Cela (1951)


Desde que llegué a Madrid, algunas tardes de invierno, sobre todo de domingo, caminaba sola hasta la Glorieta de Bilbao y entraba en el Café Comercial a tomar algo caliente. Tras despojarme de la bufanda, mientras esperaba el líquido humeante, pasaba la yema de los dedos por debajo de la mesa, esperando encontrar el relieve de un nombre. La maniobra siempre era interrumpida por la llegada del camarero, anticipada a través de su propio reflejo en los enormes espejos que revestían las paredes del local, unos espejos despiadados, que reflectaban las miserias y alegrías de los asiduos. En este mundo donde todo falla poco a poco, los grandes cafés no tienen sitio. No sólo cierra el Café Comercial, también la pastelería La Duquesita ha doblegado este verano. Al menos, llegué a Madrid a tiempo de conocer ambos locales, así como el Café Gijón, Casa Lhardy, Pontejos, Casa Yustas, la Chocolatería San Ginés o la Plaza de Las Ventas, testigos de una ciudad que desaparace, dejando paso a otra, demasiado impersonal y desangelada. Del Madrid que me enamoró a través de las novelas, sólo quedan unas pocas cenizas. Pronto hablaremos de esta ciudad como aquel niño muerto que alguien no recuerda, ¿no se acuerda usted? Y el aire se volverá más espeso... más gris.

viernes, 3 de julio de 2015

Belmonte y Manolete, dos genios a su manera

Existen pocas fotos donde posen juntos, por eso, ésta de El Ruedo puede considerarse una joya de archivo. Belmonte y Manolete no se camelaban... Con 25 años de diferencia, ambos eran "peculiares" a su manera. En cambio, tenían en común la percha literaria: sus vidas han dado para varias novelas, algo que no ocurrió con Joselito "El Gallo". Otra similitud entre Belmonte y Manolete era su parquedad de palabras: hablaban poco y sentenciaban mucho, sobre todo "El Pasmo". Más allá de la escasa simpatía que se profesaban, una conversación entre los dos debía de resultar escueta. No obstante, sin necesitad de hablar, en Manolete se materializó la profecía de Belmonte: "Saldrá un torero que toree bien el 90% de los toros...".


Hablando de libros y de genios, una tarde de corrida, Belmonte le dijo a su mozo de espadas que no se molestara en vestirle porque estaba embebido con una novela y no pensaba parar hasta acabarla. Efectivamente, mandó un parte facultativo y la terminó de una sentada. 

jueves, 2 de julio de 2015

¿Cómo morir feliz?

La mort heureuse es el título de la primera novela de Camus. Aunque fue escrita entre 1936 y 1938, el escritor argelino decidió no publicarla y hubo que esperar hasta 1971 para que viera la luz. Gran parte de la trama -inspirada en la propia vida de Camus- ya apuntaba algunos de los temas que serían recurrentes en el resto de su obra: la búsqueda de la felicidad, el aislamiento del ser humano, la ambigüedad moral, la pobreza de Argelia...


- "Con la paz extraña que lo embargaba ante el anochecer, más fresco de repente en el mar, ante la primera estrella que cuajaba despacio en el cielo donde la luz moría verde para volver a nacer amarilla, sentía que después de aquel tumulto tan grande y aquella tormenta, lo oscuro y lo perverso que llevaba dentro se iba quedando en el fondo para dejar, transparente a partir de ahora, el agua clara de un alma que había vuelto a la bondad y a la decisión".

- "Y la cañada se llenó de claros ecos burlones que el cristal del cielo llevaba cada vez más arriba. Un poco vacilante, se detuvo, sin embargo, y respiró vigorosamente. Del cielo azul bajaban millones de sonrisas blancas. Jugaban sobre las hojas todavía llenas de lluvia, sobre la toba húmeda de las calles, volaban hacia las casas de tejas de sangre fresca y volvían a subir con vuelo rápido hacia los lagos de aire y de sol de los que desbordaron unos momentos antes. Un ronroneo dulce descendía de un avión minúsculo que navegaba allá arriba. En medio de la plenitud del aire y la fertilidad del cielo, parecía que la única tarea de los hombres fuese vivir y ser felices".

- "Había dejado en la puerta un pedazo de cartón gris, desflecado en los bordes, en el que su madre había escrito su nombre con lápiz azul. Había conservado la vieja cama de cobre, cubierta de rasete, el retrato de su abuelo con una barbita y sus ojos claros e inmóviles. Sobre la chimenea, pastores y pastoras rodeaban un viejo reloj parado y una lámpara de petróleo que no ardía casi nunca".

- "Esta noche que caía sobre el mundo, en el camino entre los olivos y los lentiscos, sobre las viñas y la tierra roja, cerca del mar que silbaba dulcemente, esta noche entraba en él como una marea. Tantas noches parecidas habían sido para él como una promesa de felicidad, que experimentar ésta como una felicidad le hizo medir el camino que había recorrido desde la esperanza a la conquista".

- "Aceptaría [...] ciego, mudo, todo lo que quieran, con tal de sentir en mi vientre esa llama oscura y ardiente que es mi yo y mi yo vivo. Y ya no soñaría en otra cosa que en agradecerle a la vida que me hubiera permitido seguir ardiendo".

- "Cuando observo mi vida y su secreto color [...] descubro que es a un tiempo la lluvia y el sol, el mediodía y la medianoche".

- "Frente a todo lo que de elemental y de noble hay en el mundo, confunde su vida y su deseo de vivir, y su esperanza se funde con el movimiento de las estrellas".

- "Siempre nos equivocamos dos veces con los seres queridos, primero a su favor y luego en su contra".

- "El error [...] consiste en creer [...] que existen condiciones para la felicidad. Lo único que cuenta es la voluntad de ser feliz".

- "No se vive más o menos tiempo feliz. Uno es feliz y punto, no hay más. Y la muerte no impide nada (en este caso, es un accidente de la felicidad)".

- "Un hombre se juzga siempre por el equilibrio que sabe aportar entre las necesidades de su cuerpo y las exigencias de su espíritu".

miércoles, 24 de junio de 2015

Un toro en alta mar

Aguilillo, toro que, cuando era conducido a Marsella el 13 de septiembre de 1900, rompió la jaula y subió a cubierta del vapor "Andalucía", causando el pánico entre los pasajeros. Fue rematado a tiros por el capitán y la tripulación
(Tomo I de Los toros, de Cossío)
 
 
[...] El gigantesco buque mixto "Andalucía" viajaba hacia Argelia con una carga muy especial. De repente, un estrépito descomunal apresó al pasaje, al que se advirtió que abandonara la cubierta. Aunque la tarde estaba serena, parecía que una tempestad había aflojado la obencadura.
 
- ¡Un toro! ¡Se ha escapado un toro!, gritó un marinero. Un astado enorme y cornimonumental de Miura había roto la jaula donde lo transportaban, para ser lidiado en el coso de Orán.
 
De un testarazo, la fiera arrancó un trozo de la crujía y con sus enormes agujas hizo cuantiosos estragos. Las entrañas del barco se estremecieron: carreras, pisotones, chillidos, bastonazos y sombrillas abandonadas. Víveres, maderaje y cabos volaron al rasel y hasta cayeron al mar: sacos de serrín atravesados como manteca, las tablas de cubierta desencajadas y convertidas en pequeñísimas virutas, y fuertes maromas que, partidas, zigzagueaban como leves serpentinas.
 
Los gritos histéricos de algunas pasajeras se entremezclaron con las respiraciones jadeantes de la mayor parte el pasaje, entretanto la tripulación del buque, también azarada, intentaba sosegar los ánimos a los más exaltados, quienes se refugiaban en los camarotes.
 
(La anécdota del toro "Aguilillo" inspiró a Luis Nieto Manjón para escribir 
el relato "Un toro en alta mar", al que pertenece este fragmento). 

viernes, 19 de junio de 2015

La ley de la selva (y del toro)

"Con su caminar blando, pasos flexibles y fuertes,
gira en redondo en un círculo estrecho;
al igual que una danza de fuerzas en torno a un centro
en el que, alerta, reside una voluntad imponente"
(Rainer María Rilke)
 

"Se movió hacia el círculo una sombra negra. Era Bagheera, la pantera, toda ella de un color negro de tinta, pero ostentaba marcas en su piel, propias de su especie, las cuales, según como incidiera en ellas la luz, parecían las aguas de ciertas telas de seda. Todo el mundo conocía a Bagheera; nadie osaba atravesarse en su camino, porque era tan astuta como Tabaqui, tan audaz como el búfalo salvaje y tan sin freno como un elefante herido. Con todo, su voz era suave como la miel silvestre que se desprende gota a gota de un árbol y su piel era más fina que el plumón.
 

[…] Nada fue tan de su gusto como perderse con la pantera en las tibias profundidades del bosque, dormir durante todo el pesado día y contemplar por la noche cómo Bagheera se entregaba a la caza. Mataba ella sin discreción ni miramiento, según su apetito, y lo mismo Mowgli, con una sola excepción: en cuanto tuvo edad suficiente para comprender las cosas, Bagheera le enseñó que se abstuviera de matar ninguna cabeza de ganado porque la propia vida de él había sido rescatada mediante la entrega de un toro.
 

-Cuanto hay en la selva es tuyo -le dijo Bagheera- puedes matar todo lo que tus fuerzas te permitan. Pero, en memoria del toro que sirvió para salvar tu vida, no pondrás nunca la mano en res alguna, ni siquiera para comerla, sea joven o vieja. La ley de la selva prescribe esto".
 
(El Libro de las Tierras Vírgenes, Rudyard Kipling, 1894)
 
 
Dieciséis años antes de que Kipling publicara su colección de historias sobre la selva, nacía el pintor y viajero infatigable Paul Jouve (1878-1973), encuadrado en el movimiento Art Decó. Este artista francés -que recorrió el Magreb, Oriente, África y, finalmente, América- se sentía fascinado por la fisonomía de la pantera negra, especie que dibujó en infinidad de ocasiones. Su trabajo era tan minucioso, que llegó a ilustrar algunos relatos de Kipling, como La caza de  Kaa.
 
 

jueves, 11 de junio de 2015

Querencias: antología de cuentos costumbristas

Tras un mes acudiendo como autómatas a los toros -Kafka habría disfrutado con los abonados de Las Ventas-, tristemente, hay que ir pensando en planes "post-isidriles". Como alternativa a las tardes de sol y moscas, la editorial Modus Operandi ha lanzando su último libro, una antología de cuentos costumbristas titulada "Querencias", que ya puede encontrarse en librerías.
 

"En una época en la que se busca con desesperación la tumba de Miguel de Cervantes a pesar de que casi nadie lee ya libros, la editorial Modus Operandi se afana en una quijotesca cruzada literaria: recuperar un género tan nuestro y olvidado como el costumbrismo. Éste es el objetivo de la presente obra, una recopilación de cuentos que oscilan desde la vertiente más pura del costumbrismo hasta el surrealismo-pícaro, pero todos con algo en común: descubrir las querencias de sus autores. La Real Academia Española define la palabra querencia como “acción de amar o querer bien”, “inclinación o tendencia del hombre a volver al sitio en que se ha criado o tiene costumbre de acudir” y “tendencia natural de un ser hacia algo”. En este libro, hay relatos que tratan sobre el puesto de frutos secos de la Manuela, sueños blancos de nieve, torrijas bañadas en miel, banderilleros a los que se les atravesó la vida, Nochebuenas malditas, pardales que aprenden a volar, primeros amores, dioses y Santos.

Albert Camus escribió que España, sin tradiciones, no sería más que un bello desierto. Tradiciones y costumbres se engarzan en esta antología de relatos donde los autores nos desvelan cuáles son sus querencias: Andrés Amorós, Aquilino Duque, Antonio Burgos, Carlos Colón, Domingo Delgado de la Cámara, Antonio García Barbeito, Tomás Paredes, Manuel Jesús Roldán, André Viard y Javier Villán son sólo algunos de los escritores que pueblan estas páginas, salvándolas de la sequía que predijo Camus, con cuentos costumbristas, cautivadores por su sencillez, por contener la magia de lo cotidiano, cualidades que los hacen intemporales y universales".
 

El libro, de manejable formato, cuenta con 248 páginas y está ilustrado por la artista francesa Lucie Geffré. Los nostálgicos venteños encontrarán bastantes relatos taurinos y algunos nombres que les resultarán familiares. Que lo disfruten: hasta que arranque San Fermín, nos esperan tardes de lectura.

jueves, 7 de mayo de 2015

Breves. De Albert Camus

De 1935 a 1951, Albert Camus escribió un diario donde incluyó reflexiones filosóficas, esbozos de proyectos literarios, notas de viaje, citas... He aquí una selección de aquellos "breves" firmados por un hombre brillante, inquieto, amante de las cosas sencillas, vitalista y sensible, un referente moral de nuestra época.


- Todo lo que la historia podía haber hecho de grandioso y de sorprendente durante miles de años no valía lo que el perfume fugitivo de la rosa salvaje.

- Comprendí que para mí no existe un placer mayor que sentir bajo mis pies la arena virgen mientras ando al encuentro de una luz sonora, henchida del canto de las olas.

- Retener esta luz, volver a ella, no ceder más a la noche de los días [...]

- Cielo gris, pero la luz se infiltra. Algunas gotas de agua cayeron hace un rato. Allá abajo la bahía comienza a esfumarse. Luces que se animan. La felicidad y los que son felices. No tienen sino lo que se merecen.

- Más vale pobre y libre que rico y sometido. Evidentemente, los hombres quieren ser ricos y libres, lo cual suele conducirlos a ser pobres y esclavos.

- Junto a ellos, lo que sentí no fue la pobreza, ni la indigencia, ni la humillación [...] Ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje: el que no envidia nada.

- El gran problema de la vida consiste en saber cómo pasar entre los hombres.

- Todo puede ordenarse: es simple y evidente. Pero interviene el sufrimiento humano y cambia todos los planes.

- Quisiéramos que quienes empiezan a querernos nos hubieran conocido tal como éramos antes de encontrarlos, para que pudieran apreciar lo que han hecho de nosotros.

- Compréndelos a todos. Ama y admira sólo a unos pocos.

- No es cierto que el corazón se gaste (sino el cuerpo, que nos engaña).

lunes, 27 de abril de 2015

Saetas, toreros caninos y Miuras

Estrellita Castro cantando una saeta (Sevilla, 1942)

Manuel Jiménez Centeno podría considerarse el padre de la saeta moderna. Nació en la sevillana Puerta la Carne en 1885 y, antes de dedicarse al cante, sintió la llamada del toro. Siguiendo su primera vocación y ayudado por un tío materno -el afamado matador José Centeno-, se hizo banderillero y después novillero, pero la aventura duró poco, pues a los tres años colgó el traje de luces al recibir varias cornadas. Tiempo después, reconocería en una entrevista a El Liberal:

"Me da la afición por el toreo y salgo el año 1907 como banderillero. Verme la gente y decir aquí hay un matador de toros, todo fue uno. Ese mismo año marcho a Méjico con mi tío José Centeno, que fue gente en el toreo, y estoy allí un año. Regreso y debuté en Sevilla como matador, con Cuatrodedos y Morenito Chico de San Bernardo. Se me dio regular, y toreo seis novilladas, alternando con Angelillo, Ostioncito, Punteret y varios más. De estas corridas sacan mis amigos la impresión de que yo no soy banderillero ni matador, sino un buen torerito. ¡Y desgraciado de aquel que le digan que es un buen torerito. Hay que ser torero a secas, no toreador ni torerito. ¡Como no se sea torerazo, malo!".

Manuel Centeno con su tío, el torero José Centeno

Resultó que Centeno tenía la torería en la voz y no en los trastos. Afortunadamente, el hambre le hizo encontrar el camino y, tras su desafortunado lance taurino, se hizo cantaor de flamenco. En aquella entrevista para El Liberal, explicaba: "Yo empecé a cantar en un día raro. Era torero. Tenía mi coleta y todo. Llegué a mi casa a la hora en que se suele almorzar, y aquel día no había de qué. Con mi coleta, con cuerpo para pensar en otra cosa, en vez de pensar me puse a cantar tarantas y granaínas y fuera porque tenía el cuerpo vacío, o porque cantara con más sentimiento aquel día, lo cierto es que escuché más de una vez decir que me las podía buscar por el cante, y decidí buscármela".

"El Emperador de la Saeta"

El escritor Antonio Puente Mayor, en su libro Cofrades de Leyenda, resume así la trayectoria del Emperador de la Saeta: "Centeno fue un hombre muy polivalente, ya que además de cantaor fue novillero, actor y tenor de zarzuelas. En la Semana Santa de Sevilla llegará a ser el saetero más cotizado, tanto que le bautizarán con el sobrenombre de Emperador de la Saeta. Suya es la mágica innovación de cantarle a la Cruz de Guía del Silencio al salir de su templo. Fue en el año 1926 y la letra comenzaba diciendo: Silencio pueblo cristiano....

El cantaor Manuel Torre

[...] Otro de los grandes fue sin duda el jerezano Manuel Torre, figura a la que se le llegó a considerar cantador de leyenda pese a ser un gitano analfabeto. Federico García Lorca decía de él, sin embargo, que era el hombre con mayor cultura en la sangre. Manuel Barrios recoge una anécdota del cantaor en su apogeo saetero en Sevilla, cuando llegó a hacer llorar al ganadero Eduardo Miura una mañana de Viernes Santo:

Cuando cierra el pellizco del último ¡ay!, la gente que asiste, pasmada, al acontecimiento no aplaude ni vitorea. Todos sacan los pañuelos, en silencio, y la plaza de la Encarnación se convierte en un inmenso aletear de palomas blancas que piden una nueva saeta a aquel hombre fabuloso a quien un gitanillo, que le acompaña, dice, señalando a don Eduardo Miura:
- Fíjate, primo, con la mala uva que se gasta criando toros y ahí lo tienes, que me los ha hecho llorar".

viernes, 24 de abril de 2015

"El Quijote" en un tuit


Paradójicamente, cuando los españoles leemos menos que nunca, nos partimos la crisma por encontrar los restos óseos de Cervantes. El insigne escritor, gloria de nuestras malversadas letras, decía: "El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho". Es una cita de El Quijote, novela llena de soberbios "tuits".


"La pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos".

“No hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas".

“Si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían...”.

"—Muchos son los andantes —dijo Sancho. —Muchos —respondió don Quijote—, pero pocos los que merecen nombre de caballeros".

"Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida".

"Pero... ¡Ay de mí, desdichada! ¿Qué locura o qué desatino me lleva a contar las ajenas faltas, teniendo tanto que decir de las mías?”.

"No pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud".

"Y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo".

"Aquí esperaré intrépido y fuerte, si me viniese a embestir todo el infierno".

"—Antes creo, Sancho —dijo don Quijote—, que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros".

"Que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos".

"Habían llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra".

“Y a Sancho le vino en voluntad de dejar caer las compuertas de los ojos, como él decía cuando quería dormir...".

jueves, 9 de abril de 2015

El verano en Argel

"Siempre tuve la impresión de vivir en altamar, amenazado, 
en el centro de una dicha real" (Albert Camus)


Los amores que se comparten con una ciudad son, a menudo, amores secretos. Ciudades como París, Praga y aun Florencia, están cerradas sobre sí mismas, limitan de este modo el mundo que les es propio. Pero Argel, y con ella ciertos ambientes privilegiados como las ciudades sobre el mar, se abre en el cielo como una boca o una herida. Lo que en Argel se puede amar es aquello de que todo el mundo vive: el mar a la vuelta de cada calle, un cierto peso del sol, la belleza de la raza. Y, como siempre, en este impudor y en esta ofrenda se reconoce un perfume más secreto. En París se puede sentir la nostalgia de espacio y batir de alas. Aquí, al menos, el hombre está colmado y, seguro de sus deseos, puede medir entonces sus riquezas.


Sin duda se precisa largo tiempo en Argel para comprender lo que puede tener de esterilizante un exceso de bienes naturales. Nada hay aquí para quien quisiese aprender, educarse o mejorarse. Este país no tiene lección que dar. Ni promete ni deja entrever. Se contenta con dar, pero profusamente. Se entrega del todo a los ojos y se le conoce desde el momento en que se le goza. Sus placeres no tienen remedio, ni esperanza sus alegrías. Lo que exige son almas clarividentes, es decir, inconsolables. Pide que se haga un acto de lucidez como se hace un acto de fe. ¡Singular país que, al mismo tiempo, da al hombre que nutre su esplendor y su miseria! No es sorprendente que la riqueza sensual de que está provisto un hombre sensible de estas comarcas coincida con la más extrema desnudez. No hay verdad alguna que no lleve consigo su amargura. ¿Cómo asombrarse entonces de que no ame yo tanto el rostro de este país cuanto lo amo en medio de sus hombres más pobres?


Durante toda su juventud, los hombres encuentran aquí una vida a la medida de su belleza. Después, vienen la caída y el olvido. Apostaron a la carne, pero sabiendo que debían perder. Para quien es joven y vivaz, todo en Argel es refugio y pretexto de triunfos: la bahía, el sol, los juegos en rojo y blanco de las terrazas hacia el mar, las flores y los estadios, las mozas de frescas piernas. Pero para quien ha perdido su juventud, nada a qué acogerse y lugar alguno en que la melancolía pueda salvarse a sí misma. En otras partes, las terrazas de Italia, los claustros de Europa o el dibujo de los alcores provenzales son otros tantos sitios en que el hombre puede huir de su humanidad y liberarse dulcemente de sí mismo. Pero aquí, todo exige la soledad y la sangre de los jóvenes.


[…] Hay pueblos nacidos para el orgullo y la vida. Son los mismos que nutren la más singular vocación para el tedio. Y son también los pueblos para quienes resulta más repugnante el sentimiento de la muerte […] Este pueblo totalmente entregado al presente, vive sin mitos, sin consuelo. Ha puesto todos sus bienes en la tierra y ha quedado indefenso contra la muerte.

(Albert Camus)

miércoles, 11 de marzo de 2015

En primavera los dioses viven en Tipasa

Ruinas de Bolonia (Cádiz)

"L'Espagne sans la tradition ne serait qu'un beau désert" / "España, sin tradición, no sería más que un bello desierto", escribió Albert Camus en 1954. El autor de L'Été -ensayo al que pertenece esta cita-, aunque no encajaba en casi ninguna parte, venía del sur y tenía raíces españolas. Nacido en Mondovi, casi en la frontera con Túnez, amaba la vida, el sol, el mar, la amistad y las mujeres. Se sentía mediterráneo, como las ruinas fenicias de Tipasa, situadas en la costa argelina, muy similares a las gaditanas de Bolonia.

Ruinas de Tipasa (Argelia)

"En primavera los dioses viven en Tipasa, y los dioses hablan en el sol y el olor de los ajenjos, en la mar con coraza de plata, en el crudo azul del cielo, en las ruinas cubiertas de flores, y en la luz que surge a borbotones entre los amasijos de sus piedras. A ciertas horas la campiña se ve quemada por el sol. Los ojos intentan en vano atrapar algo más que las gotas de luz y color que palpitan al borde de las pestañas. El intenso perfume de las plantas aromáticas cosquillea en la garganta y el enorme calor las sofoca.

[…] A la izquierda del puerto, una escalera de resecas piedras conduce hasta las ruinas, entre retamas y lentiscos […] Vamos al encuentro del amor y el deseo. No buscamos lecciones, ni la amarga filosofía exigida a la grandeza. Fuera del sol, de los besos y perfumes salvajes, todo nos parece fútil […] Es el gran libertinaje de la naturaleza y el mar que me acapara por entero. En este maridaje de primavera y ruinas, las ruinas se han convertido en piedras, y perdiendo la impronta dejada por el hombre, han vuelto de nuevo a la naturaleza. Y al regreso de estas hijas pródigas, la naturaleza las ha colmado de flores. Entre las losas del foro, el heliotropo asoma su redonda y blanca cabeza, y los rojos geranios vierten su sangre sobre los que fueran templos, casas, y plazas públicas […] Hoy, por fin, los abandona su pasado, y ya nada los distrae de esa profunda fuerza que los arrastra hasta el mismo centro de cuanto se derrumba.


[…] Recorría uno tras otro todos los rincones, y cada uno me reservaba una recompensa, como ese templo cuyas columnas miden el recorrido del sol y desde donde se puede ver todo el pueblo, sus muros blancos y rosas y sus barandillas verdes. Al igual que esta basílica sobre la colina oriental: ha conservado sus muros y en un gran radio a su alrededor se alinean sarcófagos exhumados, la mayor parte apenas despojados de la tierra de la que aún participan […] Qué pobres son quienes necesitan mitos.

[…] Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida. Sólo hay un amor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar. Dentro de un momento, cuando me arroje a los ajenjos para hacerme entrar su perfume en el cuerpo, tendré conciencia, contra todos los prejuicios, de realizar una verdad que es la del sol y será también la de mi muerte. En cierto sentido, lo que aquí juego es mi vida, un sabor a piedra ardiente, llena de los suspiros del mar y las cigarras que comienzan a cantar ahora. La brisa es fresca y es azul el cielo. Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente: pues me da el orgullo de mi condición humana. A menudo me han dicho, sin embargo, que no hay de qué gloriarse. Sí, hay de qué: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul. A conquistar esto debo aplicar mi fuerza y mis recursos. Todo aquí me deja intacto, nada mío abandono, ninguna máscara reviso: me basta aprender pacientemente la difícil ciencia de vivir, que bien vale el saber vivir de los demás" (Bodas en Tipasa, 1939).

Camus en Tipasa

Diez años más tarde, en 1949, Camus enviaba la siguiente carta a su amigo René Chart: "La vérité est qu’il faut rencontrer l’amour avant de rencontrer la morale. Ou sinon, les deux périssent. La terre est cruelle. Ceux qui s’aiment devraient naître ensemble. Mais on aime mieux à mesure qu’on a vécu et c’est la vie elle-même qui sépare de l’amour. Il n’y a pas d’issue - sinon la chance, l’éclair - ou la douleur" / "La verdad es que hay que conocer el amor antes de conocer la moral. O, si no, los dos perecen. La tierra es cruel. Aquellos que se aman deberían nacer juntos. Pero se ama mejor a medida que se ha vivido, y es la misma vida la que separa el amor. No hay salida -salvo la suerte, la luz- o el dolor".

Vista de Lourmarin

Camus era un hombre de profundas contradicciones. En él chocaban, incesantemente, la realidad y el deseo. Tras ganar el Premio Nobel de Literatura, París le asfixiaba, pero tampoco podía regresar a Algeria. En busca de una solución intermedia, en 1958, compró una casa de dos plantas con contraventanas azules y un gran balcón en Lourmarin, una hermosa villa de la Provenza. Aquella decisión revelaba el deseo de Camus de regresar a los orígenes, a su única patria, la de su infancia, pobre y solar.

lunes, 9 de marzo de 2015

Las "tacas" de la Gran Vía


Gran Vía. Palacio de la Música

Las taquilleras de los cines de mi barrio se sentaban en una banqueta alta y tenían un poco esa mirada de las estanqueras solteronas, o viudas; incluso parecían vestirse igual. Las recuerdo morenas, con el pelo recogido, tristonas, sin humor, la mayoría con gafas de culo de vaso y el aspecto de las actrices de reparto -figurantes, mejor- de los estupendos melodramas italianos de Ivonne Sanson y Amadeo Nazzari. En cambio, las "tacas" de la Gran Vía, de los cines de estreno, eran rubias (del botellón, claro), daba la impresión de que acababan de hacerse la permanente, vestían chaquetas cruzadas y pañuelo al cuello con broche. Podían pasar por peluqueras del Hotel Palace o manicuras del recién inaugurado Castellana Hilton. Aparentaban ser más jóvenes de lo que eran, fumaban y tenían en su cuchitril un teléfono negro por el que hablaban sin parar mientras despachaban. Te daban siempre las entradas de debajo de nunca se sabido dónde. El taburete sólo lo usaban para dejar el bolso y algún libro, Primavera mortal o Grand Hotel, porque se sentaban en cómodas sillas con respaldo y cojín; trapicheaban a todas horas con los reventas, que eran sus amigos. Las taquilleras de la Gran Vía o Fuencarral olían a una mezcla entre esmalte, jazmín y barniz de madera, como a lujo, es decir, a cine. A los paletillos, que ellas conocían muy bien, les mostraban antes de que abrieran la boca el cartel de "No hay localidades", aunque las hubiera. Y es que siempre había buenas butacas para quienes las pedían acercándoles un duro bajo la mano.


Estreno de "El último cuplé" en el Cine Rialto

[...] Los más aficionados fisgoneábamos en los carteles de las películas que iban a echar las próximas semanas, al tiempo que el portero, acomodadores, los de la cabina de proyección, la gente del bar y la señora de los lavabos cambiaban sus ropas de calle por, respectivamente, unas chaquetas grises con botones dorados o las blancas típicas de la hostelería; los proyeccionistas siempre iban de jersey, y la encargada del baño de las mujeres, usaba un delantal blanco y, en invierno, toquilla. Los empleados de los cines era gente rara, nunca les veías reír, no parecían contentos de trabajar en el Séptimo Arte, poco menos que en la Gloria; al contrario, allí les tenías, fumeteando de mal humor, incluida la de los Servicios y el chaval que vendía las chocolatinas en el Descanso, que era un poco mayor que nosotros, aunque tenía cara de viejo. (Seguro que alguna patata frita o alguna peladilla se comía de "estranjis". Bombones helados, no, claro, porque estaban fiscalizados dentro de aquella especie de neverita portátil que llevaba colgada al hombro).

Fachada del Palacio de la Música donde se estrenó "Gilda" 
en Madrid con el autógrafo a Enrique Herreros

Al meterte en el cine experimentabas una sensación de felicidad total, la misma de Alí Babá al penetrar en la cueva de los cuarenta ladrones. Te sentías tranquilo, contento, igual que cuando terminabas un examen que sabías que habías hecho bien. Desde el "hall", observabas a los que, allá fuera, luchaban por entrar al mundo feliz. 

(José Luis Garci, fragmento del libro "Mirar de cine", 2011)


Fotograma de "Tiovivo c.1950" de Garci

viernes, 6 de marzo de 2015

Hotel, dulce hotel


Me dijo que le gustaba vivir en los hoteles de categoría intermedia. Amaba, con perverso e inalterable amor de hombre solo, la moqueta beige de los corredores, las puertas cerradas, la sucesiva exageración de los números de las habitaciones, los ascensores casi nunca compartidos con nadie en los que sin embargo hallaba señales de huéspedes tan desconocidos y solos como él, quemaduras de cigarrillos en el suelo, arañazos o iniciales en el aluminio de la puerta automática, ese olor del aire fatigado por la respiración de gente invisible. Solía regresar del trabajo y de las copas nocturnas cuando ya estaba muy próximo el amanecer, incluso en pleno día, si la noche, como a veces sucede, se prolongaba irrazonablemente más allá de sí misma: me dijo que le gustaba sobre todo esa hora extraña de la mañana en que le parecía ser el único habitante de los corredores y del hotel entero, el rumor de las aspiradoras tras las puertas entornadas, la soledad, siempre, la sensación como de propietario despojado que lo enaltecía cuando a las nueve de la mañana caminaba hacia su habitación volteando la pesada llave, palpando su lastre en el bolsillo como una culata de revólver. En un hotel, me dijo, nadie lo engañaba a uno, ni siquiera uno mismo tiene coartada alguna para engañarse acerca de su vida.

Antonio Muñoz Molina (fragmento de "El invierno en Lisboa")


Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles, de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna
una raída alfombra escarlata
por donde se apresuran los sirvientes que salen
al amanecer como espantados murciélagos.
Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera;
las voces que  vienen de la cocina,
donde se fragua un
agrio olor a comida que muy pronto
estará en todas partes, el ronroneo de los            
ascensores.
Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del «204», que
despereza sus miembros y se queja y
ectiende su viuda desnudez sobre la cama.
De su cuerpo sale un vaho tibio de campo
recién llovido.
¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes
como las banderas en los estadios!
Escucha Escucha Escucha
el agua que gotea en los lavatorios, en las
gradas que invade un resbaloso y
maloliente verdín. Nada hay sino una
sombra, una tibia y espesa sombra que   
todo lo cubre.
Sobre esas losas —cuando el mediodía siembre
de monedas el mugriento piso—
su cuerpo inmenso y blanco sabrá
moverse, dócil para las lides del tálamo y
conocedor de los más variados caminos.
El agua lavará la impureza y renovará las
fuentes del deseo.
Escucha Escucha Escucha
a la incansable viajera, ella abre las ventanas
y aspira el aire que viene de la calle.
Un  desocupado la silba desde la acera del frente
y ella estremece sus flancos en respuesta
al incógnito llamado. 

(Álvaro Mutis)

domingo, 1 de marzo de 2015

Sol de marzo

Dice el refranero que el sol de marzo conmueve, pero no resuelve, es decir, que promete más que da. Marzo también es el tiempo en que llegan las golondrinas y se siembra el garbanzo. Si recordamos Cien años de soledad, cada mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea de Macondo, y con un gran alboroto de pitos y timbales, daban a conocer los nuevos inventos: "El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señarlarlas con el dedo". Al igual que Gabriel García Márquez -que vino al mundo el 6 de marzo de 1928-, Aureliano Buendía nació en el tercer mes del año... y con los ojos abiertos.


"Muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado, con la mano en el aire y los ojos inmóviles, oyendo a la distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los sabios de Memphis".


Mi manzano 
tiene ya sombra y pájaros. 

¡Qué brinco da mi sueño
de la luna al viento! 

Mi manzano
da a lo verde sus brazos. 

¡Desde marzo, cómo veo
la frente blanca de enero! 

Mi manzano... 
(viento bajo). 

Mi manzano... 
(cielo alto).

(Federico García Lorca)

miércoles, 25 de febrero de 2015

La jornada de un periodista norteamericano en 2889

Julio Verne -el escritor francés más traducido en el mundo- ha sido el gran agitador de la imaginación infantil y juvenil. Y digo "ha sido" porque ahora, desgraciadamente, en los colegios recomiendan unas lecturas absurdas, consiguiendo que los niños no vuelvan a hojear un libro. Me recuerdo a mí misma devorando las novelas de Verne durante el verano, en la playa o en la terraza: La vuelta al mundo en ochenta días, La isla misteriosa o la mejor de todas: Miguel Strogoff. Recientemente, en clase de francés, hemos leído un cuento bastante desconocido de su última etapa, titulado La jornada de un periodista americano en 2889, publicado en 1889. En él, Verne demuestra, una vez más, que era un visionario. No en vano, sospecho que Orson Welles y Herman J. Mankiewicz conocían este relato cuando, a principios de los cuarenta, escribieron el guión de Ciudadano Kane

La isla misteriosa

Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de un espectáculo de magia continua, sin que parezcan darse cuenta de ello. Hastiados de las maravillas, permanecen indiferentes ante lo que el progreso les aporta cada día. Siendo más justos, apreciarían como se merecen los refinamientos de nuestra civilización. Si la compararan con el pasado, se darían cuenta del camino recorrido. Cuánto más admirables les parecerían las modernas ciudades con calles de cien metros de ancho, con casas de trescientos metros de altura, a una temperatura siempre igual, con el cielo surcado por miles de aerocoches y aeroómnibus. Al lado de estas ciudades, cuya población alcanza a veces los diez millones de habitantes, qué eran aquellos pueblos, aquellas aldeas de hace mil años, esas París, esas Londres, esas Berlín, esas Nueva York, villorrios mal aireados y enlodados, donde circulaban unas cajas traqueteantes, tiradas por caballos. ¡Sí, caballos! ¡Es de no creer […]


¡Pues bien! Vamos a encontrar al conjunto de estas maravillas en una mansión incomparable, la mansión del Earth Herald, recientemente inaugurada en la avenida 16823 de Centrópolis, la actual capital de los Estados Unidos de las dos Américas […]

Xanadú, la mansión de "Ciudano Kane"

Todas las mañanas, en lugar de ser impreso, como en los tiempos antiguos, el Earth Herald es "hablado": es en una rápida conversación con un reportero, un político o un científico, que los abonados se informan de lo que puede interesarles. En cuanto a los clientes no suscriptos, se sabe que por unos centavos toman conocimiento del ejemplar del día en las innumerables cabinas fonográficas.

Esta innovación de Francis Bennett revitalizó el antiguo periódico. En algunos meses su clientela ascendió a ochenta y cinco millones de abonados y la fortuna del director aumentó gradualmente hasta los treinta mil millones, cifra altamente superada en la actualidad. Gracias a esta fortuna, Francis Bennett ha podido edificar su nueva mansión, colosal construcción de cuatro fachadas, cada una de las cuales mide tres kilómetros, y cuyo techo se ampara bajo el glorioso pabellón de setenta y cinco estrellas de la Confederación.

Francis Bennett, rey de los periodistas, sería hoy el rey de las dos Américas si los americanos pudiesen alguna vez aceptar la figura de un soberano cualquiera. ¿Usted lo duda? Los plenipotenciarios de todas las naciones y nuestros mismos ministros se apretujan en su puerta, mendigando sus consejos, buscando su aprobación, implorando el apoyo de su órgano todopoderoso. Calcúlese la cantidad de sabios que animaba, de artistas que mantenía, de inventores que subvencionaba. Realeza fatigosa la suya; trabajo sin descanso y, ciertamente, un hombre de otro tiempo no hubiera podido resistir tal labor cotidiana. Felizmente, los hombres de hoy son de constitución más robusta, gracias al progreso de la higiene y de la gimnasia, que ha hecho elevar de treinta y siete a cincuenta y ocho años el promedio de la vida humana, gracias también a la presencia de los alimentos científicos, mientras esperamos el futuro descubrimiento del aire nutritivo, que permitirá nutrirse... sólo con respirar […]

"Metrópolis" de Fritz Lang

Habiendo dado esta breve lección, Francis Bennett continúa la inspección y penetra en la sala de reportajes. Sus mil quinientos reporteros, situados entonces ante sendos teléfonos, les comunicaban a los abonados las noticias del mundo entero recibidas durante la noche. La organización de este incomparable servicio se ha descrito a menudo. Además de su teléfono, cada reportero tiene ante sí una serie de conmutadores que permiten establecer la comunicación con tal o cual línea telefótica. Así los abonados no sólo reciben la narración, sino también las imágenes de los acontecimientos, obtenidas mediante la fotografía intensiva […]

La sala contigua, vasta galería de medio kilómetro de largo, estaba consagrada a la publicidad y fácilmente se imagina lo que debe ser la publicidad de un periódico como el Earth Herald. Producía un promedio de tres millones de dólares al día. Gracias a un ingenioso sistema, una parte de esta publicidad se difundía en una forma absolutamente novedosa, debida a una patente comprada al precio de tres dólares a un pobre diablo que está muerto de hambre. Consiste en inmensos carteles, que reflejan las nubes, y cuya dimensión es tal que se los puede percibir desde toda una comarca […]


Como todas las personas acomodadas de nuestra época, Francis Bennett, renunciando a la cocina doméstica, es uno de los abonados a la Gran Sociedad de Alimentación a Domicilio. Esta sociedad distribuye mediante una red de tubos neumáticos manjares de toda clase. Este sistema es costoso, sin duda, pero la cocina es mejor y tiene la ventaja de suprimir la exasperante raza de los cocineros de ambos sexos.

Au XXIXe siècle: La journée d'un journaliste américain en 2889

(Cuento de Julio Verne publicado en 1889)