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jueves, 12 de septiembre de 2013

Pastora Imperio, la gitana indomable

"Tiene dieciséis años y se llama Pastora -bello nombre que evoca las rosas de Triana-, tiene unos fulgurantes ojos de reina mora sobre el ámbar tostado de su cara gitana"
(Emilio Carrère).

 
Este viernes, 13 de septiembre, se cumplen treinta cuatro años de la muerte de Pastora Imperio, aquella gitana aceituná a la que llamaban "antigua", procedente de una España trasnochá; un calificativo que le producía risa porque, como la Giralda mora, Pastora nunca tendrá edad.

 
Cantaba la copla de Rafael de León, con tino y malicia, que Pastora "perdió los papeles en una juerga Real, entre Isabel y Fernando, en la Granada Imperial"... Pero el Fernando motivo de sus suspiros no era, por supuesto, el Católico (Fernando II de Aragón), sino Fernando Sebastián de Borbón y Madán, Duque de Dúrcal y primo de Alfonso XIII -por quien Pastora también bebió los vientos-. Desvelaba hace poco Manuel Román en Libertad Digital:
 
"Fernando Sebastián de Borbón y Madán, nacido en Francia en 1891. Contaba seis años menos que Pastora. Los presentó el propio Rey, el día del estreno de El amor brujo, 15 de abril de 1915. El monarca, enamoradizo, bebía los vientos por la bailaora, con quien tuvo más de un encuentro sentimental. Instó a su primo para que le tuviera al corriente de las andanzas de la artista. Sin darse cuenta de que lo llevó hasta los brazos de ella. Pero no podían casarse: él había contraído matrimonio con Leticia Bosch-Labrús y Blat, dama de la reina Victoria Eugenia, de rica familia catalana, con quien tuvo dos hijas. En ese sentido, no engañó a Pastora, quien se sentía locamente enamorada de aquel caballero bien plantado. Claro está que sus encuentros íntimos lo fueron en la clandestinidad, al parecer en un elegante piso propiedad del Rey, situado en la calle de Alcalá, junto al Casino de Madrid. Fruto de aquellos amores, fue el nacimiento de una niña de tez blanquísima (la madre era de piel aceitunada) a la que bautizaron con el mismo nombre que la abuela materna, Rosario. El progenitor pudo conocerla a poco de venir al mundo (en contra del criterio de Pastora) y se ofreció a darle su apellido. Pero ésta se negó en redondo".
 
 
Cuando Pastora tuvo a Rosario, legalmente, aún estaba casada con el torero Rafael El Gallo. El Divino Calvo vivía atormentado por la casta incontrolable de su esposa, quien le abandonó en 1911. "Para mí, esa mujer ha terminado; como si no la hubiese conocido", contaba el matador a sus amigos más íntimos. El matrimonio no se anuló hasta 1934. Así recogió la prensa de la época aquella ruptura:
 
"No hace un año Cupido hirió con sus flechas el corazón de un torero gitano y una genial bailarina. Dos artistas populares cuyos amores comenzaron con el rapto de Pastora y acabaron en la vicaría. ¿Qué ha pasado? Nadie lo sabe. Lo cierto es que la bailaora de los ojos verdes abandonó hace unos días el domicilio conyugal buscando refugio en casa de su madre. Ayer se presentó el juzgado y los trámites del divorcio han dado comienzo. Hay rumores de todos los tipos. Algunos hablan de los celos del Gallo y de algunos anónimos. Otros hablan de malos tratos y que la separación era algo anunciado.  Los novios no han querido hablar una palabra sobre lo sucedido. Rafael sigue en el campo preparando la próxima temporada. Nadie descarta la reconciliación entre Pastora y Rafael y personas de buena voluntad están dedicadas a ello".

 
Pero Pastora tampoco se lo puso fácil a Fernando de Borbón. Después de dar a luz a la delicada Rosario, la pareja dejó de verse por deseo de ella. Añade Manuel Román:
 
"No se reencontraron hasta muchos años después, cuando Fernando estaba arruinado, muy enfermo y vivía en el madrileño hotel Bristol, en la Gran Vía. Entonces, primeros años 40 del pasado siglo, su hija Rosario pudo abrazarlo. Poco sabía de él; ni siquiera lo conocía por fotos, pues Pastora quemó cuantas tenía de Fernando, y también de Alfonso XIII, a poco de proclamarse la II República, para evitarse problemas. Pastora Imperio hizo frente a las facturas impagadas de su antiguo amante en aquel hotel al igual que satisfizo las minutas del médico que lo atendía. Pudo despedirse de Fernando de Borbón la víspera de su fallecimiento, acaecido el 28 de marzo de 1944. Su hija Rosario (que siempre llevó los apellidos maternos) se casó con el matador de toros Rafael Vega de los Reyes (Gitanillo de Triana), con quien tuvo cinco hijos".

 
Ya lo exclamó Jacinto Benavente: "¡Esta Pastora bien vale un imperio!". Fue una mujer genial e indomable. No quedan ya hombres para ti, Pastora.

martes, 5 de marzo de 2013

Un oscuro objeto de deseo: la chiquita piconera

"El pintor la respetaba
lo mismo que algo sagrao
y su querer le ocultaba
porque era un hombre casao".


Gracias a un artículo de Juan Carlos de la Cal del año 2002, sabemos que Julio Romero de Torres no respetó tanto a su "chiquita piconera". María Teresa López tan sólo tenía 16 años cuando el cordobés la retrató en su último cuadro, donde posa calentándose los pies al abrigo de un brasero de carbón. La belleza racial de María Teresa, morena, delgada, huesuda, con una silueta que empezaba a despuntar y de grandes ojos negros como el cordobán, llamó profundamente la atención de Romero de Torres, un mujeriego consumado.

Retrato de María Teresa López

"¡Ay, chiquita piconera
mi piconera chiquita!
Esa carita de cera
a mí el sentío me quita.
 
Te voy pintando, pintando
al laíto del brasero
y a la vez me voy quemando
de lo mucho que te quiero.
 
¡Válgame San Rafael,
tener el agua tan cerca
y no poderla beber!"

 
 
Escribe Juan Carlos de la Cal: "Una tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó directamente al estudio de Julio. “Vamos niña, que te voy a presentar a un señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo de introducción. “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te pinte”, le dijo él sin más preámbulos. Le pagaba tres pesetas por sesión, por quedarse inmóvil durante horas […] “Un verano noté que estaba nervioso. Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón de esos extraños abrazos. De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía por qué, pero no me gustaba...”, cuenta la propia María Teresa en unas memorias manuscritas".
"Ella rompió aquel cariño
y le dio un cambio a su vía,
y el pintor, igual que un niño,
lloró al mirarla perdía.

Y cambió hasta la línea de su pintura
y por calles y plazas lo vio la gente,
deshojando la rosa de su amargura,
como si en este mundo fuera un ausente".


Romero de Torres terminó el cuadro de "La Chiquita Piconera" tres meses antes de morir, el 10 de mayo de 1930, sin haber conseguido el amor de María Teresa.
"Dime, dime, puentecito,
puente de San Rafael.
Dime por qué caminito,
se lo han llevaíto,
para no volver.
¿Dónde está Julio Romero?
¿dónde está, por qué se fue?
Dímelo tú, puentecito,
puente de San Rafael.
Cordobesa, cordobesa,
quítate ese traje negro,
y mata en flor tu tristeza,
que vive Julio Romero.
Que duerme, que está durmiendo,
no llores que lo despiertas.
Y está velando su sueño,
su chiquita piconera".



“Al pintor se le atribuyen innumerables romances con todo tipo de mujeres: actrices, cantantes, sus propias modelos y hasta con alguna que otra dama de alta alcurnia. Sus biógrafos lo describen como un hombre de gallarda apostura que rayaba lo extraordinario cuando vestía la airosa capa y el sombrero cordobés; con gesto entre pensativo y desdeñoso, y ademán reposado. Los ojos maduros de mirar hondo, y la boca de finos labios sobre la cual se dibujaba un cuidado bigote. La frente despejada rematada por el cabello peinado a raya...
"Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena
con los ojos de misterio y el alma llena de pena.
Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora
y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora".


Entre sus conquistas más famosas figura la actriz Elena Pardo –que posó para otro cuadro inacabado, precursor de La Chiquita piconera–, la bella modelo Carmen Serna, de la que se dice que murió de dolor pocos días después del fallecimiento del pintor; la cantante Dolores Castro, conocida como Dora, la cordobesita, y que acabó ilustrando la etiqueta de anís La Cordobesa; la bailarina sevillana Elisa Muñiz, Amarantina, que aparece reiteradamente en sus cuadros abrazada a una guitarra o recostada en un cojín con esa perturbadora belleza andaluza... En su estudio fue encontrado un cojín relleno con un montón de mechas de cabello de diferentes mujeres que el pintor coleccionaba como fetiches de sus amoríos o producto de los regalos inocentes de sus admiradoras".
"Morena, la de los rojos claveles,
la de la reja florida,
la reina de las mujeres.
Morena, la del bordado mantón,
la de la alegre guitarra,
la del clavel español".


Sobre la chiquita piconera, ser la musa adolescente de Julio Romero de Torres tuvo la amargura del tizón: “Ser la modelo del pintor ma amargó la vida”, afirma María Teresa. “Hasta mi padre me pegó un día al llegar a casa harto ya de tantas murmuraciones y poco menos que acusándome de haberme acostado con él. ¡Pero si yo no hice nada! Al poco tiempo me eché un novio y ni él mismo confiaba en mi virginidad. Estaba tan seguro de que me había acostado con el pintor que me obligó a hacer el amor antes de casarnos para comprobarlo. Cuando vio la sangre se quedó tranquilo”.
"Como escapada de un cuadro y en el sentir de una copla
toda España la venera y toda España la adora.
prenda con su taconeo la seguirilla de España
y en sus cantares morunos en la venta de Eritaña".