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miércoles, 24 de junio de 2015

Un toro en alta mar

Aguilillo, toro que, cuando era conducido a Marsella el 13 de septiembre de 1900, rompió la jaula y subió a cubierta del vapor "Andalucía", causando el pánico entre los pasajeros. Fue rematado a tiros por el capitán y la tripulación
(Tomo I de Los toros, de Cossío)
 
 
[...] El gigantesco buque mixto "Andalucía" viajaba hacia Argelia con una carga muy especial. De repente, un estrépito descomunal apresó al pasaje, al que se advirtió que abandonara la cubierta. Aunque la tarde estaba serena, parecía que una tempestad había aflojado la obencadura.
 
- ¡Un toro! ¡Se ha escapado un toro!, gritó un marinero. Un astado enorme y cornimonumental de Miura había roto la jaula donde lo transportaban, para ser lidiado en el coso de Orán.
 
De un testarazo, la fiera arrancó un trozo de la crujía y con sus enormes agujas hizo cuantiosos estragos. Las entrañas del barco se estremecieron: carreras, pisotones, chillidos, bastonazos y sombrillas abandonadas. Víveres, maderaje y cabos volaron al rasel y hasta cayeron al mar: sacos de serrín atravesados como manteca, las tablas de cubierta desencajadas y convertidas en pequeñísimas virutas, y fuertes maromas que, partidas, zigzagueaban como leves serpentinas.
 
Los gritos histéricos de algunas pasajeras se entremezclaron con las respiraciones jadeantes de la mayor parte el pasaje, entretanto la tripulación del buque, también azarada, intentaba sosegar los ánimos a los más exaltados, quienes se refugiaban en los camarotes.
 
(La anécdota del toro "Aguilillo" inspiró a Luis Nieto Manjón para escribir 
el relato "Un toro en alta mar", al que pertenece este fragmento). 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Elogio sentimental del acordeón


¿No habéis visto, algún domingo al caer de la tarde, encualquier puertecillo abandonado del Cantábrico, sobre la cubierta de un negro quechemarín o en la borda de un patache, tres o cuatro hombres de boina que escuchan inmóviles las notas que un grumete arranca de un viejo acordeón?

Yo no sé por qué, pero esas melodías sentimentales, repetidas hasta el infinito, al anocher, en el mar, ante el horizonte sin límites, producen una tristeza solemne.
A veces, el viejo instrumento tiene paradas, sobrealientos de asmático; a veces, la media voz de un marinero le acompaña; a veces, también, la ola que sube por las gradas de la escalera del muelle, y que se retira después murmurando con estruendo, oculta las notas del acordeón y de la voz humana, pero luego aparecen nuevamente y siguen llenando con sus giros vulgares y sus vueltas conocidas el silencio de la tarde del día de fiesta, apacible y triste.
Y mientras el señorío del pueblo torna del paseo; mientras los mozos campesinos terminan el partido de pelota, y más animado está el baile en la plaza, y más llenas de gente las tabernas y las sidrerías; mientras en las callejuelas, negruzcas por la humedad, comienzan a brillar debajo de los aleros salientes las cansadas lámparas eléctricas, y pasan las viejas, envueltas en sus mantones, al rosario o a la novena, en el negro quechemarín, en el patache cargado de cemento, sigue el acordeón lanzando sus notas tristes, sus melodías lentas, conocidas y vulgares, en el aire silencioso del anochecer.


¡Oh la enorme tristeza de la voz cascada, de la voz mortecina que sale del pulmón de ese plebeyo, de ese poco romántico instrumento!
Es una voz que dice algo monótono, como la misma vida; algo que no es gallardo, ni aristocrático, ni antiguo; algo que no es extraordinario ni grande, sino pequeño y vulgar, como los trabajos y los dolores cotidianos de la existencia.

¡Oh la extraña poesía de las cosas vulgares!
Esa voz humilde que aburre, que cansa, que fastidia al principio, revela poco a poco los secretos que oculta entre sus notas, se clarea, se transparenta, y en ella se traslucen las miserias del vivir de los rudos marineros, de los infelices pescadores; las penalidades de los que luchan en el mar y en la tierra con la vela y con la máquina; las amarguras de todos los hombres uniformados con el traje azul sufrido y pobre del trabajo.
¡Oh modestos acordeones! ¡Simpáticos acordeones! Vosotros no contáis grandes mentiras poéticas como la fastuosa guitarra; vosotros no inventáis leyendas pastoriles como la zampoña o la gaita; vosotros no llenáis de humo la cabeza de los hombres como las estridentes cornetas o los bélicos tambores. Vosotros sois de nuestra época: humildes, sinceros, dulcemente plebeyos, quizá ridículamente plebeyos; pero vosotros decís de la vida lo que quizá la vida es en realidad: una melodía vulgar, monótona, ramplona ante el horizonte ilimitado...
PÍO BAROJA. Fragmento de Paradox, rey (1906)
 

martes, 16 de julio de 2013

¡A ver los barcos pasar!


Incluso soportando las inclemencias estivales en el interior, cada 16 de julio, todos los que hemos nacido en puerto de mar celebramos el día de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. Es jornada de bellas procesiones marítimas y de sentarse en el muelle para ver los barcos pasar. ¿Existe momento más sereno durante la tarde que la hora en que los pequeños pesqueros parten a faenar? ¿Y el olor a mar que traen prendido cuando, a la mañana siguiente, regresan a puerto escoltados por las gaviotas? Recuerdo con especial cariño la romería que sale de la ermita de Canela, una barriada a las afueras de Ayamonte bañada por el Guadiana. Buena oportunidad para recordar dos bellas coplas dedicadas al mar y sus marineros que Carlos Cano compuso en 1981.

Ermita de Canela con la luna llena al fondo
 
Aguadulce, pueblo en ferias,
en la solapa un clavel
cordobés en la cabeza,
y cómo duelen los pies.

Vengan palmas y sevillanas,
que mañana Dios dará:

Y a ver los barcos venir,
y a ver los barcos venir...
¡Y a ver los barcos pasar!

Ya han regresado de tierra extraña.
¡Menudas ferias vamos a pasar!
Que este verano, se han contratado
en la caseta municipal,
bailes y orquestas, grandes artistas,
de las penitas mejor ni hablar.

[…] ¡Vamos niños, pipas, globos
y puritos p'al papá!
No sus hagáis los longuis
y comprarle al tito Juan.

Venga alegría y jarana,
que mañana Dios dará:

Y a ver los barcos venir,
y a ver los barcos venir...
¡Y a ver los barcos pasar!
 
 

Ya se van los marineros cantando por alta mar,
y ni la Virgen de Carmen sabe cuándo volverán.
Ya salen por el Estrecho los barquitos a faenar
pa´las aguas de Marruecos en busca del calamar.
¡En busca del calamar! ¡En busca del tiburón!
¡Marinero! ¡Marinero! ¡Qué vienen por estribor!...
En un barco trainero yo me quisiera enrolar
pa´traerme en los anzuelos, madre, la Estrella Polar.
¡Qué bonita está la playa desde la gavia mayor,
llena de pañuelos blancos al viento, diciendo adiós!
 
 

Fotografías tomadas en Ayamonte y Punta del Moral
 
 

domingo, 13 de enero de 2013

Amores marineros


La copla también huele a mar y canta a los amores porteños: cafés de marineros, voces roncas de aguardiente, barcos con nombre extranjero, riñas de guapos en un puerto, hombres rubios como la cerveza... Tras escuchar en la radio este fin de semana tres temas a cual peor ("En el muelle de San Blas" de Maná, "Soldadito marinero" de Fito y los Fitipaldis y "Naturaleza muerta" de Mecano), he elegido mis tres coplas marineras favoritas. La primera es un clásico del repertorio: "La Lirio", con sus sienes moraítas de martirio. Antes de convertirse en copla, Rafael de León compuso este bello y extenso romance sin musicar (merece la pena leerlo completo):  

«
Por la arena de la playa
va con un hombre la Lirio.
La tarde pone en sus ojos
un barco de plata y vidrio,
mientras que Cádiz se enciende
a lo lejos como un cirio,
en un altar encalado
de torres en equilibrio.

-No sé qué sería de mí
si me dejaras, mocito-,
suspira dulce y lejana
y en un sollozo, la Lirio.

El hombre moreno y alto
con voz de viento salino
le dice mientras su talle
aprieta como un jacinto:
-Llevo tu nombre en el brazo
tatuado desde niño
y en el corazón un ancla
de juramento perdido».

Sobre este romance, en 1944, el propio Rafael León, junto a Manuel Quiroga y José Antonio Ochaíta, compuso la Lirio de la copla, en la que un hombre venido de Cuba, por cincuenta monedas de oro, le arrebató su lirio moreno a aquel mocito tatuado de amor.


  
Si loco de celos se volvió el novio de la Lirio, no fueron más livianos los jachares de la protagonista de la siguiente copla, "Celos":

«
Llegaste un día en un velero
silbando, alegre, una canción
y desde entonces, compañero,
ya no di cuenta ni razón.

Entre tus brazos, como loca,
luna y estrellas vi pasar
y me dejaste en la boca
como un regusto a vino y mar».


Sin embargo, los hombres que de lejos trae el mar, tal y como reza otra copla, no son de fiar: "se parecen a las olas y nadie sabe si volverán". Se marchan una tarde, con rumbo ignorado, en el mismo barco que lo llevaron a puerto, dejando olvidados besos y promesas. 
«Él vino en un barco
de nombre extranjero
lo encontré en el puerto
un anochecer,
cuando el blanco faro
sobre los veleros
su beso de plata
dejaba caer.

Era hermoso y rubio como la cerveza,
el pecho tatuado con un corazón,
en su voz amarga
había la tristeza
doliente y cansada
del acordeón.

Y ante dos copas de aguardiente,
sobre el manchado mostrador,
él fue contándome entre dientes
la vieja historia de su amor».




La célebre "Tatuaje" de Xandro Valerio, León y Quiroga -para algunos, la mejor copla de la historia- también tuvo un precedente poético titulado "Café de Puerto":

«La puerta no se cierra ni de día ni de noche
y el mar es el cliente mejor de la taberna,
que tiene un nombre ambiguo de tienda de perfume
lejano de las algas y enemigo del viento.
[…] El farol de la puerta lo ha encendido la tarde;
alguien canta lejano en idioma extranjero;
el mostrador se llena de aguardiente y de risa
y los hombres discuten de mujeres y barcos.
“Te pareces a un novio que yo tuve hace tiempo;
se tatuó mi nombre y mis dos apellidos,
y cuando no bebía en las noches de luna
me cantaba canciones de su tierra caliente...»
Después de este repaso, seguro que alguien me lee la cartilla por no incluir "Amor marinero", inmortalizada en la voz de Rocío Jurado (aunque su versión tampoco es mi preferida). Lo lamento: es una canción demasiado moderna para mí y, además, tiene un final feliz. Las auténticas coplas que provienen del mar no dejan miel en la boca, sino labios cuarteados por culpa de la sal... y las lágrimas.