A contraquerencia de los tiempos. Este es un lugar pasado de moda, irremediablemente demodé; como una taberna aislada en la era de los pubs y las discotecas: vacía, silenciosa, sombría, con el dueño acodado en la barra, ataviado con su mandil, entre el olor a madera y vino. Este blog es como esa taberna, condenado a desaparecer.
En 1919, con 56 años, el pintor
Joaquín Sorolla recaló en Ayamonte con el objeto de plasmar la
tradicional pesca del atún. Fue éste el último lienzo de un
conjunto titulado “Visión de España”, encargo de la Hispanic
Society of America a un Sorolla ya reconocido como “el maestro de
la luz”. El día de San Pedro, dio la última pincelada del cuadro
y escribió la siguiente carta: “Ayer estuve nervioso, porque
cuando vino el modelo, algo tarde, el sol daba ya en el agua, y me
cegaba, y no podía saber cómo tenía el modelo la cara […] Perdí
el verdadero tono y empecé a tantear y cansarme, para que, al final,
comprendiese que había perdido una tarde. Pero, ¡he aprovechado
tantas en esta obra!”. Y no es de extrañar: en Ayamonte, cada
atardecer vale su peso en oro. Pocos lugares desprenden luz de
pintor.
Aquel modelo cuya cara Sorolla no podía
distinguir a causa del sol, se llamaba Francisco Hernández Pérez.
Posó durante siete días con un cigarrillo en la boca a cambio de
trece pesetas. El marinero -casado con una ayamontina- nunca vio
terminada la obra porque tuvo que zarpar antes de que Sorolla
rematase el lienzo. Se conformó con una reproducción sobre azulejo
que aún adorna uno de los bancos de la plaza de La Laguna.
Después de un mes en Ayamonte, vuelvo
a Madrid, que no tiene luz de pintor, pero sí un cielo velazqueño que, a veces, casi se toca.
Si sumamos las ferias de San Isidro, de la Comunidad y del Arte y la Cultura, desde el 1 de mayo hasta el 9 de junio, se han celebrado en Madrid 34 festejos taurinos. De ese total, sólo siete ganaderías (aproximadamente un 20%) procedían de Salamanca. Esta representación no es mucho más alta en su propia tierra, concretamente en la plaza de La Glorieta, donde cada año se anuncian menos divisas históricas charras. A las trabas del mercado, se suman los problemas tradicionales provocados por la climatología: de todas las regiones donde se crían toros bravos, Salamanca posee el tiempo más extremo, con inviernos muy duros que retrasan el crecimiento de la hierba y el remate de los animales. A pesar de todo, y sin pasar por alto los agresivos controles sanitarios puestos en marcha por la Administración, el campo charro conserva una riqueza genética única, con ganaderías de casi todos los encastes y ramificaciones: Domecq, Atanasio-Lisardo, Contreras, Saltillo, Santa Coloma, Vega-Villar, Murube, Urcola, Gamero Cívico... Y si ricos y variados son los toros salmantinos, más aún los ganaderos que los crían, "serios y honrados en sus cuentas; graves y zumbones en sus ocios". A ellos va dedicado el poema de Gabriel y Galán.
Precisamente, mañana, 9 de julio, debuta en Pamplona una ganadería charra: Valdefresno. Después de la estafa que la empresa de Madrid protagonizó a las puertas de La Beneficencia eligiendo a esta divisa como víctima -Choperita llegó a afirmar que eran toros "antiestéticos"-, se incrementan las ganas de que los Atanasio-Lisardos de Nicolás Fraile tapen bocas. De momento, ya ha vendido su corrida mucho mejor de lo que le iban a pagar en Las Ventas, cumpliendo con todos los requerimientos de trapío, remate y edad. Suerte, pues, para los Fraile.
- Que es una nube na´más, joder. - Gilipollas: y tú decías que cuarenta por ciento de probabilidad de lluvia. - Esto es hielo pal´cubata. - Tendríamos que haber comprado los ponchos en un chino. - ¡Compadre, compadre, vamos dentro que esto va a más!
Y mientras, en el ruedo cuajado de granizo, bajo un cielo roto en dos, Diego Silveti toreaba. La gente no le miraba. No podía. Quizás por eso le pidieron la injustificada oreja porque, entre que se ponían a cubierto y sorteaban pedazos de hielo, no se enteraron de nada.
La mejor faena de la tarde estaba aún por llegar. Fue en el cuarto, un remiendo de Carmen Segovia que sorteó Juan Bautista. Trasteo de más a menos, con un arranque por doblones, bordando pases por bajo hasta llevar al toro a los medios. Le sienta bien al francés dejar colgado en el armario del hotel el vestido gris plomo y oro. El azul de este domingo relucía como el agua turquesa de un cuadro de Sorolla. Después de tantas tardes de vulgaridad, varias miles de almas respiramos aliviadas con la clase de Bautista que, por supuesto, se afligió al final. Cuando su toro dobló, tras una gran estocada, el granizo ya se había derretido en el ruedo y una luz ambarina comenzaba a resbalar por las andanadas. Oreja de torería y naturalidad. Serena, como el atardecer posterior a la tormenta.
Tocó pelo también Juan del Álamo en el quinto, al que, oportunamente, hizo galopar tras darle sitio. Otro premio, como el de Silveti, excesivamente generoso. La exigencia de Las Ventas se disuelve con el agua de mayo. Los hombres de campo bien saben que las fieras se amansan con la lluvia. Lo más destacado de Del Álamo, excesivamente brusco en la muleta, llegó con el capote, que manejó con gusto, suavidad y ajuste. Unido al remiendo de Carmen Segovia, sorteó, sin duda, el mejor lote de Fermín Bohórquez: dos toros con el sello de Murube, segundo y quinto, de enorme clase y franca embestida.
Fue la mejor tarde de lo que llevamos de feria. El toro, como el tiempo en primavera, siempre guarda una sorpresa. De gris plomo a azul Sorolla.
La pasada primavera, un buen amigo de Elorrio me pidió que le hiciera una guía para visitar Sevilla durante la Feria de Abril. Las casetas y el recinto ferial le importaban un pimiento. Su naturaleza vasca y pragmática le marcaban tres objetivos: ir a los toros (a la corrida de Cuadri, por supuesto), pasear por los alrededores de La Maestranza y comer bien. Con estas premisas, elaboré una breve tauroguía que quizás resulte útil a próximos viajeros.
Una tauroguía sevillana debe, irremediablemente, arrancar en
El Arenal, el barrio más torero de la ciudad. En el Siglo de Oro fue, por su
solera, tradición y paisanaje -compuesto de marineros, pícaros, prostitutas y
gente de mal vivir-, el arrabal predilecto de Lope de Vega, Quevedo y
Cervantes. Más adelante llegaron los toreros y La Real Maestranza se convirtió
en el centro neurálgico de la zona. Cada año, cuando se aproxima la Feria de
Abril, los alrededores de la plaza se llenan de curiosos, reventas, turistas,
vendedoras de romero y gente del mundillo. Por eso merece la pena atracar
algunas horas en El Arenal y no perder ojo. Recomiendo pedir un vino (a ser
posible jerez o manzanilla) en “Pepe Hillo” o “Taquilla”,
ambos en la calle Adriano, enfrente de La Maestranza. Para tomar una copa antes
de los toros, cerca de allí, en la calle
López de Arenas, se encuentra “La Esclavina”.
Para comer, dos sugerencias: una de día y otra de noche.
Para el almuerzo, “El Donald” que, aunque por su
discreta localización (calle
Canalejas, 5) y extraño nombre pasa desapercibido para el gran público,
posee una de las mejores cartas de tapas de Sevilla. Su dueño, Mariano García,
es un excelente aficionado que se deja ver todos los años en ferias como
Azpeitia o Bilbao. Quizás por ello, la decoración está inspirada en motivos
taurinos: carteles antiguos, fotografías de los grandes maestros, estampas
típicas… En “Donald” preparan una ensaladilla digna de abrir la Puerta del
Príncipe.
Para después de los toros, una excelente alternativa es
cenar en la taberna “Los Coloniales” (calle Fernández y González, 36). Todas las tapas son
exquisitas (por cierto, no pueden irse de Sevilla sin probar un buen
salmorejo). Otra opción tan típica como el salmorejo o el gazpacho, consiste en
hincarle el diente a un “Piripi” en la “Bodeguita de Antonio Romero”
(calle Gamazo, 16). Los sevillanos dicen que existe “un antes y un después” del
“Piripi”. Y no les falta razón.
Hasta ahora, siempre nos hemos movido por las inmediaciones
del Arenal y la plaza de toros, pero si quieren bajar la cena y disfrutar del
buen tiempo, les aconsejo un paseo por la otra orilla del río. Para ello, suban
el paseo Colón hasta el puente Triana, crucen hasta el Altozano y saluden al
maestro Juan Belmonte, que vigila día y noche La Maestranza desde la otra
ribera del Guadalquivir. Recorran la calle
Betis y contemplen iluminadas La Maestranza y La Giralda. Callejeen luego
por la calle Pureza hasta la plazuela de Santa Ana y entren en su exquisita
iglesia del siglo XIII, probablemente, la más elegante de Sevilla. A la
salida encontrarán uno de los refugios del diestro Emilio Muñoz: el bar “Santa Ana”
donde, a propósito, sirven un maravilloso salmorejo.
Sevilla es una ciudad para recorrerla a pie. Además del
paseo por Triana, entre corrida y corrida, tienen que pasear por el Barrio de Santa Cruz, admirar la Catedral y elArchivo de
Indias, comprar un cartucho de pescado frito en los numerosos puestos de la
ciudad, cruzar el Arco
del Postigo, recorrer las calles de Sierpes y Tetuán, saborear una
caña con sus correspondientes olivas en la plaza
del Salvador, tomar el fresco en el Parque de María Luisa y
fotografiar la Plaza
de España. Allí no encontrarán toros, pero les gustará. Si quieren seguir
con el ambiente taurino, si bien está un poco lejos, merece la pena acercarse
al barrio donde, antiguamente, se levantó La Monumental de Joselito. Ya sólo se
conserva una de sus puertas y un bar con mucho sabor llamado de igual manera:“La Monumental” (calle Diego Angulo
Iñiguez, 9).
Si van con niños o son golosos, desayunar y/o merendar en
las terrazas del “Horno de San Buenaventura” o “Confitería Los Ángeles” resulta una bendición.Y, sobre todo, disfruten del sol y del olor a azahar. Salgan
los toros como salgan, no tienen parangón.
Consejo extra para "tunear" el móvil: Convierta tu dispositivo iOS en una caña rociera, y lleve el
compás en la Feria de abril con esta aplicación. Golpee en los laterales
de su iPhone o iPad para producir el característico sonido de este instrumento,
y acompañe al cante y al baile flamenco. Además, podrá reproducir los mp3 de tu
iPod directamente desde la app para tocar la caña en playback.
"Mi caballo se ha cansado.
Mi caballo el marismeño,
que no le teme a los toros
ni a los jinetes de acero.
Por la madrugada,
música de esquila y espuelas,
garrochas cruzadas".
"Ya mis cabestros pasaron
por el puente de Triana,
seis toros negros en medio
y mi novia en la ventana.
¡Puente de Triana,
yo he visto un lucero muerto
que se lo llevaba el agua!"
(FERNANDO VILLLALÓN)
“Despacio, como planean las águilas seguras de
sus presas. Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio, como se apartan los
toros en el campo. Despacio, como se doma un caballo. Despacio, como se besa y
se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio”.
La mañana de sábado invita sentarse al sol y dejarse acariciar por los últimos rayos del verano: ya no queman, suavizados por la brisa, y son súmamente tibios y agradables (el sol del invierno es limpio y luminoso, pero insensible al calor). Vivir en ciertas latitudes donde el invierno ocupa tres cuartas partes del año y el sol es un bien escaso, sencillamente, no es vivir.
"Hay ciudades tan descabaladas, tan lejanas de un mar o de un río, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan pobladas de un pueblo achulapado; que no tienen catedral. Es preciso, ante estas ciudades, suspender el jucio hasta un día [...] Hasta que llegue ese día, con el juicio suspendido, nos limitaremos a penetrar en las oscuras tabernas donde asoma sobre las botellas una cabeza de toro disecado con los ojos de vidrio...". Así describía Luis Martín Santos la ciudad de Madrid, "con un cielo tan espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos".
Si ahora me sentase en un banco al sol, como estas mujeres de Sorolla, sin duda, casi de inmediato, mi padre me preguntaría: "¿Estás parada o estás pensando?". O me animaría con un familiar: "¡¡¡Arranca!!!". Los traperos del tiempo, como los llamaba Gregorio Marañón, aprovechan cualquier retal e idea que salta a las mientes igual que una liebre. En ciertas familias resultan intolerables esas actividades modernas del yoga y el karma cuyo mayor logro consiste en dejar la mente en blanco. Solearse está bien, siempre y cuando las neuronas se encuentren en movimiento. De lo contrario, no tomaríamos el sol: vegetarímos. Oh, fatalidad.
En este cuadro de Hopper, "un pequeño grupo de gente toma el sol en unas sillas colocadas en fila. Pero ¿están ahí con el propósito de solearse? Si es así, ¿por qué están vestidos como si estuvieran en el trabajo, o como si se encontraran en la sala de espera de un médico? ¿Es que están siempre esperando, no importa dónde se encuentren, y el mundo entero es su sala de espera? Quizá [...] La naturaleza y la civilización casi parecen estar mirándose la una a la otra. Esta pintura es tan extraña que en ocasiones pienso que las figuras sentadas están mirando un paisaje pintado, y no el real" (Mark Strand).
Lisette Model
"A plena luz de sol sucede el día,
el día sol, el silencioso sello
extendido en los campos del camino.
Yo soy un hombre luz, con tanta rosa,
con tanta claridad destinada
que llegaré a morirme de fulgor.
Y no divido el mundo en dos mitades,
en dos esferas negras o amarillas
sino que lo mantengo a plena luz
como una sola uva de topacio".
(Pablo Neruda)
Audrey Hepburn durante el rodaje de "Dos en la carretera"