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miércoles, 13 de enero de 2016

Faldas que rompen matrimonios

"Existen más libros sobre Marilyn Monroe que sobre la II Guerra Mundial. Hay cierta semejanza entre las dos: era el infierno, pero valía la pena" (Billy Wilder).


Una de las escenas eróticas más famosas del cine se rodó en la esquina de Lexington Avenue con East 52nd Street. Justo cuando pasaba el metro, el aire que salía de la rejilla de ventilación levantaba la falda plisada de Marilyn Monroe, dejando ver sus turgentes muslos y la ropa interior blanca. A pesar de que las pruebas del rodaje se realizaron de madrugada, las piernas de la rubia congregaron a tal multitud de hombres y fotógrafos en estado febril que los murmullos entorpecían la filmación. Los silbidos hacían que la estrella olvidara su texto constantemente. No en vano, la escena tuvo que finalizarse en los estudios de la Fox para evitar el colapso de Manhattan.


Corría el año 1954 y Marilyn estaba casada con el jugador de béisbol Joe Dimaggio, quien se puso amarillo de celos frente a la rejilla del metro y acabó marchándose al hotel sin sacar las manos de los bolsillos. Lo explicó a la perfección el propio director, Billy Wilder: "Yo también me habría enfado viendo, desde la barrera, la falda de mi mujer levantándose hasta la cabeza. Y claro, eso toma tras toma. Los neoyorquinos gritaban cosas desde las vallas... y algunos lo hacían a menudo. Eso no le gustó mucho". 


El tono de la secuencia también sorprendió a la actriz: ella pensaba que se trataba de una interpretación cómica, pero Wilder tuvo la genialidad de montar una auténtica función erótica en la vía pública. Y el revuelo terminó divirtiendo a Marilyn casi tanto como al público presente. "Oooh, do you feel the breeze from the subway?".


Nada sucede por casualidad. En 1901, cuando el cinematógrafo aún balbuceaba, un cortometraje que mostraba a una mujer cuya falda salía volando a causa de la ventilación del subterráneo inspiró a Wilder. Pero aquella señora de comienzos de siglo no disfrutaba de la corriente como hacía Marilyn, que conseguía sembrar el caos allá adonde iba... Para gustar, primero hay que gustarse y la rubia platino era consciente de ello. 


El vestido blanco de la icónica actriz -diseñado por William Travilla- se ha convertido hoy en objeto de culto. Sin embargo, Dimaggio llegó a declarar que lo odiaba. Por supuesto, el matrimonio desembocó en divorcio, justo un mes después del rodaje en Lexington Avenue. Hay faldas, piernas y mujeres que nacen para ser compartidas con el resto de la Humanidad, pero eso, desafortunadamente, algunos maridos no lo comprenden.


martes, 22 de diciembre de 2015

Tócame


Tócame... y no precisamente la lotería, aunque hoy es el sorteo de Navidad. En 1980, Dolores Vargas "La Terremoto" hizo que el termómetro de los estudios de Televisión Española aumentara varios grados con su interpretación de Tócame. Look egipcio, coreografía sensual y patadas al aire complementaban una letra que dejaba claros los deseos de la artista. A tocar se ha dicho.


Pero para toqueteos, los de Sara Montiel quien, en la Nochevieja de 1976, puso a los españolitos de la Transición en pie de guerra. ¿Quién dijo que en España, a causa del franquismo, nos quedamos sin nuestro particular Je t'aime moi non plus? El genial realizador Valerio Lazarov se encargó de compensar semejante falta en el imaginario erótico nacional con el Touch me (es decir, "tócame") de la musa de Campo de Criptana. Un inglés macarrónico disimulado con jadeos, esplendor en la hierba, baños de espuma y un vistoso salto de cama.


Así, ¿cómo no va a tocar?

martes, 7 de julio de 2015

El largo y cálido verano

"Calor, amor.
La historia tras la puerta"
(Jorge Guillén)


La actual ola de calor empieza a tener tintes de película... Me refiero a aquel "Largo y cálido verano" ("The long, hot summer") que protagonizaran Paul Newman, Joanne Woodward y Orson Welles en 1958. El actor de perfil griego interpretaba a un buscavidas con fama de pirómano que recalaba en un pequeño pueblo sureño controlado por un cacique, padre a su vez de una atractiva y virginal muchacha. Además de la evidente química entre Newman y Woodward -ella quedó embarazada antes del estreno de la película-, la cinta de Martin Ritt sube varios grados merced a numerosas referencias sexuales y al torso desnudo del protagonista... ¡en CinemaScope! La atmósfera sofocante que empapa el relato no simbolizaba otra cosa que el deseo entre el presunto pirómano y la cándida niña de papá. 


Estos días, en Madrid hace un calor de justicia y quedan pocos Newmans a quien desatar la corbata para sofocarlo. Algunos no soportan los 40 grados y andan enloquecidos. Son los pequeños dramas cotidianos de la gran ciudad.


En julio de 1983, otra ola de calor asoló la República Federal de Alemania. La prensa contaba que toda la población había perdido la cabeza. Éste fue el artículo que escribió el corresponsal de El País en Bonn: "Algunos no soportan el calor y reaccionan enloquecidos. En unos grandes almacenes de la ciudad de Dortmund, un trabajador se metió en los lavabos y salió completamente desnudo par las escaleras mecánicas. En la capital de la baja Sajonia, Hannover, un individuo desnudo se subió a un tranvía, otro se puso a dirigir el tráfico en un cruce de calles, y un tercero recorrió a paso ligero los recintos de una escuela superior

[...] Un joven de 29 años se dedicó a romper huevos sobre el capó del coche porque había leído que eso lo hacían los tanquistas de Rommel en el Afrika-Korps durante la campaña del norte de África y daba buenos resultados. Los huevos quedaron a la plancha en unos de dos minutos […] El diario Bild Zeitung informa de la explosión de 30 televisores por culpa del calor. En las cercanías de Francfort, los bomberos tuvieron que echar una mano a unos automovilistas que quedaron pegados al asfalto de la carretera que se derretía".

Si encuentran huevos a la plancha 
por las calles de Madrid, ya saben el motivo...

domingo, 15 de marzo de 2015

Pastelerías de doble fondo

Durante el siglo XIX, los brioches franceses gozaban de un gran prestigio entre la población, a diferencia de la mancillada reputación de los pasteleros parisinos... La sabiduría proverbial dictó la siguiente frase refiriéndose a las mujeres: "Elle a honte bue, elle a passé par-devant l’huis du pâtissier" ("Ella se ha bebido la vergüenza, ha pasado ante la puerta de un pastelero"). La causa de esta mala fama procedía de las "pastelerías de doble fondo", confiterías donde las mujeres se citaban con sus amantes. Así era el negocio del repostero Piton, quien se jubiló en 1860. 


La pastelería de monsieur Piton jamás se vaciaba. Durante el día, los transeuntes de los bulevares entraban con el propósito de comprar magdalenas o pasteles "Savarin". Sin embargo, a partir de las once de la noche, el local era frecuentado por artistas, escritores y bohemios, que llegaban en muy buena compañía... Ignorando el dulce género del mostrador, las parejas pasaban directamente a la trastienda de la pastelería para "boire la honte" ("beber la vergüenza") y cenar. Acaramelados, tomaban la sopa de queso, el embutido y las rodajas de paté que servía el repostero Piton. La velada solía durar una o dos horas, hasta que la policía aparecía, en el momento más inoportuno, como la sombra de Banquo en Macbeth.


En Cyrano de Bergerac, el protagonista y su amada Roxana se citan en la casa del pastelero Ragueneau. Dicha tienda se encontraba en la calle San Honorato. "Era una pollería-pastelería en la que los hornos lo llenaban todo con su calor agradable. Los asadores giraban, los pasteles se horneaban, del techo colgaban los jamones, por todas partes había un delicioso olor. El lugar estaba lleno de cocineros gordos y ayudantes flacos que llevaban delantales blancos y gorros de cocina con plumas de gallina. Sobre las mesas, había montañas de pasteles y bizcochos. Ragueneau, en un rincón, sentado frente a una mesa, escribía algún poema" (Edmond Rostand).

lunes, 2 de marzo de 2015

"La Pecadora" del Paralelo

“Entre tenues velos y melodiosos acordes vivían entregados a la lujuria rindiendo culto al despotismo de una hermosa mujer”. Así empezaba La Pecadora, película protagonizada por Carmen de Lirio, despampanante vedette y actriz catalana de los años 50 y 60. 


Dicen que tomó su nombre artístico -Lirio- de la copla que popularizó la Piquer, pues sus verdaderos apellidos eran Forns Aznar. Nacida en Zaragoza en 1923, hermana del famoso cantador de jotas Mariano Forns, tras la Guerra Civil, sus padres huyeron a Barcelona, donde la hermosa Carmen estudió Corte y Confección, ejerció de modelo para pintores de la Ciudad Condal, ganó un concurso de belleza y abrasó el corazón de innumerables hombres: políticos, empresarios, actores, artistas, toreros, futbolistas... todos cayeron en las redes de su escultural figura. "Novios los tuve a pares", presumió en un libro de memorias. "Los admiradores me acosaban. Atraía a los hombres como la miel a las abejas y siempre estaba rodeada de hombres muy machos y muy deseados en la época, como Ricardo Calvo o Mario Cabré".

Se dice que es por un hombre,
se dice que si es por dos.
Pero la verdad del cuento,
ay, Cristo de los tormentos,
lo saben La Lirio y Dios.


En El Paralelo de la postguerra, Carmen, con su llamativo busto, piernas interminables y ojazos verdes, tuvo que vérselas con los censores de la época, "unos obsesos", según palabras de la corista. Pero, además de guapa, la zaragozana era más lista que una ardilla. Con su picardía, se ganó la complicidad de un censor, quien le dejaba llevar la falda un poco más corta si le compraba libros a su hijo, vendedor de enciclopedias. Otros examinadores fueron menos permisivos y, en varias ocasiones, la penalizaron con multas de 5.000 pesetas por enseñar el escote más de lo permisible o por mirar de forma insinuante a los fascinados espectadores que aún se alimentaban mediante cartillas de racionamiento. En 1951, Carmen de Lirio revolucionó al público con el sainete cómico En la noche de boda, donde recitaba: 

En la noche de bodas,
¿qué hay en tu cama?
Colcha de seda, colcha de seda,
sabanita de hilo y la almohada, 
de suave tela, de suave tela...


Cuenta Manuel Román que tuvo que hacer varios bises. "Cuando lo grabó, la censura prohibió su radiación. Alegaban que los ayes de la cantante incitaban al pecado". Del music hall barcelonés, saltó al cine, donde participó en más de 40 películas, entre ellas, La Pecadora.


El pasado mes de agosto, nonagenaria y olvidada por muchos, felleció Carmen de Lirio, la mujer que, cubierta de plumas y lentejuelas, logró que la alta burguesía de Barcelona bajara hasta el Paralelo, alimentando los sueños de una generación hambrienta.

lunes, 5 de enero de 2015

El día de los caramelos


El 5 de enero es el día de los caramelos; los que arrojan con brío Sus Majestades, los Reyes Magos de Oriente, durante la cabalgata. Tras la dulce metralla real, los niños se lanzan al suelo para aumentar su botín de dulces, terminando el desfile con un colosal entripado. Pero también hay caramelos que gustan a los adultos...

 
A comienzos de los 70, los hermanos José y Delfín Amaya, familiares de la genial bailaora Carmen Amaya, versionaron el tema Caramelos a ritmo de rumba. La canción, con cierto toque erótico y picarón, fue un enorme éxito.

Mira, nenita, yo traigo unos caramelos,
si tú los pruebas, chiquita,
te comes hasta los dedos.
 
Los traigo de coco y piña,
de limón y menta, nena,
de piña para las niñas,
y limón para las viejas.
 
 
Y hablando de caramelitos de menta que elevan los espíritus a primera hora de la mañana, imposible pasar por alto la farruca, también picantona, de Ochaíta y Solano compuesta para Marifé de Triana a finales de los 60.
 
Ay, bésame, besa,
bésame en la cara,
caramelitos de menta
por la noche y la mañana.
Ay, bésame, besa,
bésame en los labios,
caramelitos de menta
por la mañana temprano.
 
 
La canción sobre caramelos -en este caso, piruletas- más depravada de la historia de la música fue maquinada, por supuesto, por Serge Gainsbourg. Corría el año 1966 cuando l'Enfant Terrible le pidió a la inocente France Galle que le explicase por qué le gustaban tanto las piruletas, sin que ésta sospechara el doble sentido erótico de la letra. Si el texto dejaba dudas, el vídeoclip las disipó.
 

lunes, 1 de diciembre de 2014

El "Je t'aime... moi non plus" de Lola Flores y El Pescaílla

En el invierno de 1967, Serge Gainsbourg y su amante, Brigitte Bardot, grabaron una canción de muchos voltajes que consiguió derretir toda la nieve que aquel año cayó sobre Francia: Je t'aime... moi non plus. Aunque el tema olía a exitazo, la idea de escuchar los gemidos de su esposa en la radio, no le hizo gracia al marido cornudo de la Bardot, quien amenazó de muerte a Gainsbourg. En el último minuto, el compositor echó la patita atrás y paralizó el lanzamiento del escandaloso disco. Esta frenada también enfrió el "affaire" Serge-Brigitte y cada cual continuó por su camino.

 
El compositor necesitaba una nueva musa, más encastada, que estuviera dispuesta a llegar hasta el final con los gemidos de Je t'aime... moi non plus. Et voilà: la vida le puso ante la joven Jane Birkin. En diciembre de 1968, un invierno después del fracaso con la Bardot, la pareja grabó una segunda versión del tema. La definitiva. Birkin, eterna Lolita, interpretó a la perfección los suspiros, quejidos y espasmos que requería la letra. L'Osservatore Romano puso el grito en el cielo y prohibió la radiación de la canción en toda Italia. Poco después, en septiembre de 1969, Franco también la censuró en España.
 
 
Sin embargo, en la España de finales de los 60 y primeros de los 70 se estaban grabando canciones con una carga sexual mucho más alta que el Je t'aime... moi non plus de Gainsbourg y Birkin. Sin gemidos, sino a grito limpio, como la arrebatada interpretación de Dime que protagonizaron Lola Flores y El Pescaílla en una de las galas sabatinas de Televisión Española. Una verdadera orgía a ritmo de rumba.
 


"Yo llevo el peligro de tu amor en mis ojos,
yo llevo el peligro de tu amor en mis venas,
yo llevo  el peligro de quererte tanto,
yo tengo el peligro de sufrir esta pena.
Dime si tú no puedes vivir sin mí,
dime si tú no puedes ya ni llorar,
dime si tú no puedes ya ni dormir...
dime, dime, dime..."

 
Por no mencionar el bailecito erótico de Pepa Flores, luciendo ombligo, sobre un surtidor de gasolina en la película El taxi de los conflictos, rodada por José Luis Saenz de Heredia y Mariano Ozores en 1969. En ella, Lola y El Pescaílla también formaron parte del reparto. Rombos por un tubo. Arrancamos diciembre calentitos.
 

lunes, 30 de junio de 2014

Princesas de la media almendra y un oporto

"Tu sombra sin tacones vi, sin verte,
sobre vidrios del alba y en el pecho
caliente aún mi medalla sin camisa".


Él, tan noble, tan entero, se había acostumbrado a mirar la vida de perfil. Son cosas de los hombres. Cosas de la vida misma. Cosas.
 

Mirar la vida de perfil, como hacían los ojos claros, irónicos, buenos, de Rafael de Penagos es cuestión de tiempo, de prisa, de acostarse tarde y levantarse tarde, del vino, del tronío, del desvío, del taco y del tabaco. Como os decía: cosas de hombres.

 
En aquel Madrid del veintitantos, que su nombre en triunfo evoca, Europa entera estaba de perfil. Y a través de su persiana verde -como loro Alfonsino y precipitación cariñosa de geranios-, una persiana para evitar la "inlunación", ya que el sol ni siquiera se había descubierto, Penagos, como un griego de Madrid, por vocación de hombre y por vocación de su apellido montañés que suena a griego, miraba, donde casi no había eso, unas mujeres elegantísimas, como galgos rusos que parecían haber dejado su mantoncillo, castizales en un guardarropa de transición, para ejercer de falsas y deliciosas princesas de la media almendra -media almendra y un oporto- en la barra de un bar con música sincopada y negro con librea en la puerta.

 
[...] Y las mujeres, que no eran así, nuestras mujeres, empiezan a parecerse a las mujeres de Penagos; pierden cadera, se les alargan los dedos para coger bien un "murati" o un "kedive", leen Blanco y Negro o La Esfera, juegan su amor a la ruleta o en los "caballitos" de San Sebastián, oyen los tangos de Spaventa y se pintan las uñas de rojo como si vinieran de buscar algo en las entrañas del "Soldado Desconocido".
 
Era así.

César González-Ruano (1954)
 

Me acompaña la noche de tus ojos,
ojos claros de noche y no de cielo.
Das soledad en compañía, acento
de gravedad sonora y en silencio.
Clásico de un amor limpio de idioma,
con tus ojos mirando, el mundo sueño.

Todo lo diste sin saber que dabas
más que tu pierna, tu desdén, tu aliento,
el mordisco, el desmayo y la premura
de los amores sin amor al Tiempo.
Pero eras el espacio de mi límite
capaz de hacerme en una noche eterno
.

lunes, 19 de mayo de 2014

Algo más que mujeres o modelos para amar


"A los hombres españoles se les pasó la manía de asesinar a sus adúlteras; se convencieron de que el beber un vaso de leche fría no era de afeminados y fueron dejando el culto que sentían por toda una serie de ordinarieces y que eran fruto del lugar común. Penagos contribuyó de un modo sobresaliente en ese movimiento hacia lo refinado con sus mujercitas preciosas, delicadas, que muchos llamaban decadentes, por reverencia al tópico" (Edgar Neville, 1964)


Las mujeres de Penagos -Louise Brooks, Clara Bow- viajan en trasatlánticos o en el Berlín Express, siempre con muchos baúles que llevan pegadas etiquetas del Plaza de Nueva York o el Negresco de Niza. Las mujeres de Penagos -Myrna Loy, Irene Dunne- tienen escritorios de caoba en amplios pisos de Antonio Maura o en apartamentos dúplex de Madison Avenue; escritorios que dan al Retiro o Central Park y desde donde escriben con estilográfica cortas y precipitadas notas de amor. Las mujeres de Penagos -Margaret Sullavan, Claudette Colbert- toman cócteles a las ocho en punto y a las ocho y media se detienen un segundo bajo la lluvia antes de acudir a la cita con un hombre casado que siempre viste smoking.

 
Las mujeres de Penagos -Kate Hepburn, Ginger Rogers- juegan al tenis en pistas inglesas de yerba alta, esquían en los Alpes, nadan crawl y se tumban al sol del Pacífico en bañadores de tinta china. Las mujeres de Penagos -Gloria Grahame, Barbara Stanwyck- huelen a prohibición y abril parisino por la mañana y a futuro y verano de Salzburgo por la tarde, que es cuando acuden con su mejor amiga, la mujer de un embajador europeo, a desfiles de moda chez Pertegaz o chez Coco. Las mujeres de Penagos -Jean Arthur, Carole Lombard- se desvisten a esa hora incierta en que la madrugada se detiene, y es entonces cuando sus muslos tienen el color de los sueños cuando sueñas despierto y sus pechos duros se te escapan de las manos como las bolitas de mercurio de la infancia.

 
Ver las mujeres de Penagos -Loretta Young, Joan Crawford- era para mí como ir al cine, como mirar las carteleras de las películas de Lubitsch, La Cava, McCarey, Preston Sturges, Stevens o Howard Hawks. Eran algo más que mujeres o modelos para amar. Eran la magia, la aventura, la ilusión en estado puro. Ahora que soy mayor, me parece que las mujeres de Penagos -Jane Greer, Joan Bennett- son tan independientes que nunca van a necesitar casarse. Cada año son las mujeres del año. Una desencuadernada sociología del tercer milenio, de la vida que viene.
 
José Luis Garci (1989)

Carole Lombard
 
Clara Bow
 
Ginger Rogers
 
Gloria Grahame
 
Jean Arthur
 
Kate Hepburn
 
Louise Brooks
 
Margaret Sullavan
 

lunes, 5 de mayo de 2014

La transformación de las "señoritas" madrileñas

"Una función del arte es legar un ilusorio ayer a la memoria de los hombres"
(Jorge Luis Borges)
 

El 10 de diciembre de 1923 debuta Carlos Gardel en Madrid, y las muchachitas y los chicos de Rafael de Penagos cantan, al salir del Palace y del Ritz, las melodías de arrabal que escenifica Alfredo Le Pera. Decía Octavio de Romeu que nadie sabe lo que hay dentro de un minué. Nadie sabe, tampoco, lo que hay dentro de un tango: en esa pareja de Penagos que se tanguea, percanta y bacán, en la noche mágica del bandoneón desencanallado, que cambia el cuchillo del conventillo de Palermo por el cubo plateado que enfría el champagne en el tango de Penagos. Una vez que Penagos traduce a madrileño el ritmo melódico de Gardel y Razzano, el tango pueden bailarlo ya las burguesitas de falda rodillera. No hay pecado. Hay, en todo caso, picardía, gracia noctámbula, fru-fru de ligas de seda. Seguro que cuando Jorge Luis Borges (escapándose de la tertulia ultraísta de Cansinos Asséns) ve bailar el tango a las muchachitas de Penagos podrá justificarlo como no supo hacer en Valvanera.

Antonio M. Campoy


A Penagos se le conoce, sobre todo, como el creador de un nuevo tipo de mujer, de un modelo en que se concretó nuestra particular Belle Époque. Rafael de Penagos participó intensamente de la ebullición social y cultural de Madrid que, con el cambio de siglo, pugnaba por convertirse en una urbe moderna y abierta [...] Las noticias que desde París traían los viajeros y las revistas ilustradas que circulaban por todas partes influyeron de forma considerable en nuestra sociedad. Pero también es cierto que este Madrid hablador, de café y charla, supo darle un toque particular a la época. Y Rafael de Penagos fue uno de los impulsores de la nueva imagen de aquel Madrid.
 

Como ingredientes, se sirvió del tipo castizo creado por su coetáneo Sancha y por otros dibujantes de la anterior generación, todo ello unido a las novedades francesas y al estilizamiento de la estética rusa -que llegó a Madrid de la mano de los ballet rusos, dejando a su paso una honda impresión-. Con todo ello, Penagos tomó el lápiz y del papel surgió un nuevo modelo de mujer, algo así como el símbolo de esta nueva sociedad, más confortadora y amable, que él mismo deseaba fuera realidad.
 

Y tuvo éxito. De tal forma que las señoritas madrileñas tomaron muy en serio la tarea de asemejarse al máximo a los dibujos de Penagos. Estudiaban con atención los modos y ademanes de esas mujeres que, desde las páginas de Blanco y Negro, Nuevo Mundo, La Esfera y ABC, provocaron todo un impacto en la sociedad madrileña, aprisionada hasta entonces en un provincianismo del que no conseguía salir.

 
Una nueva estética, una nueva forma de desenvolvimiento social era lo que Penagos proponía a través de sus creaciones. Mujeres de mirada penetrante al tiempo que ensoñadora, observando de frente, sin rubor, a veces con un toque de sensualidad que, en sus oscuros y grandes ojos, y en la mantilla que a menudo visten, les devuelve a su raíz mediterránea, sureña. Y las finas manos arqueadas, los labios que nunca pierden la compostura en risas exageradas, el conjunto de accesorios que siempre las rodean, todo ello fue en aquel momento el arquetipo perfecto de la mujer, que todas anhelaban ser.

Ramón Herrero Martín
 

[...] Así es como comenzó a inventarse mujeres que no existían: llegaban oliendo a perfumes franceses; fumaban ¡santo Dios! cigarrillos turcos y egipcios; bebían cocktails; llevaban en la mano, en lugar de barreños, raquetas de tennis (así, con dos enes se escribía); se reunían para tomar el the (así, con h intermedia, a la francesa); les deshinchó la tetas y las convirtió en senos; les cortó el pelo a lo garçon (así se escribía); las enseñó a utilizar el cuarto de baño en lugar de la jofaina. Penagos salía, cada día, a la calle, dando la noticia de otro mundo, otros seres, predicando su bella buena nueva, hasta que las mujeres reales comenzaron a parecerse a las soñadas por él.
 
José Hierro