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martes, 12 de julio de 2016

Sacrificio a una religión pagana

Sabio aquél que sabe escapar pronto
allí donde la gloria no perdura.
Pues aunque pronto crece el laurel
mucho antes que la rosa se marchita.

La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien [Ivan Turgueniev]; incluso para los que conviven con ella. Tras el funeral de Víctor Barrio, un amigo, un torero, me reconocía: "La frase de nos jugamos la vida es real pero, a veces, nosotros mismos no le damos importancia". A propósito de esta confesión, Stefan Zweig escribió que no bastaba con pensar en la muerte, sino que se debía tener siempre delante: "Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre".


Después del fallecimiento de Paquirri, Yiyo, Manolo Montoliú o Soto Vargas, la muerte ha vuelto a visitar el ruedo para poner las cosas en su sitio. Todas las religiones a lo largo de los tiempos han exigido sacrificios a los dioses y, el toreo -que es una religión pagana- también cumple esta imposición universal. Es un mecanismo tan fácil como antiguo. Una cornada certera se lleva por delante, no sólo la vida de un hombre, sino, además, todo lo excesivo y dionisíaco que encierra la Fiesta.  

El toreo siempre ha sido una aventura en la que se puede perder la vida o ganar la gloria. No obstante, como ya apuntaba Antonio Díaz Cañabate en 1970: "Los riesgos de la profesión taurina, por los avances de la cirugía […], son mucho menores que los de antaño y por consecuencia la aureola heroica del torero ha empalidecido con pérdida de sus vivos fulgores". Y otra frase del mismo libro: "Una corrida de toros es un espectáculo cruel y, por lo tanto, serio y fuera de alegrías, aunque sólo sean superficiales y fugaces".


La súbita muerte de Víctor Barrio en la arena nos ha hecho reflexionar sobre el valor de la vida y, si tenemos fe, devolverá los fulgores a aquellos que se visten de luces y calmará la sed de los dioses por varias temporadas. La parca ha venido a ajustar un viejo reloj que iba perdiendo precisión... Y por las gradas ya sube Víctor con toda su muerte a cuestas. "Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta".

Ante esa jóven cabeza laureada
contemplarán tu cuerpo inerte
y descubrirán entre los rizos de tu pelo
una guirnalda aún sin marchitar.

(Alfred E. Housman)

Fotos de Pablo Alonso

sábado, 18 de octubre de 2014

Certamen de Cuentos Costumbristas


"La tarde era de caramelo. Una de esas tardes tan dulces que más que respirar parece que paladeamos el aire, el azul del cielo, la lumbrecita tibia del sol. Iba paseando por la antigua Ronda, por la que hoy es calle del Doctor Esquerdo, y allá, muy cerca del nuevo puente que salva la línea del ferrocarril que sale de la estación del Niño Jesús, unos chavalines jugaban al toro. Entre los recuerdos de mi niñez, que guardo como oro en paño, figura una cabeza de toro hecha de mimbre [...] Cuando yo era niño, jugar al toro constituía la diversión preferida de la infancia madrileña. Se perdió esta afición casi totalmente. Y por eso la otra tarde me sorprendió tanto el presenciar una corrida callejera. Y me detuve. El que hacía de toro era un rubio muy salado. Empuñaba unos cuernos colocados en una tabla. ¿Me creéis si os digo que estaban afeitados? Pues sí, señor, lo estaban [...]" (Antonio Díaz-Cañabate).
 
 
La editorial Modus Operandi ha decidido plantar cara en la contraquerencia del sector del libro lanzando una convocatoria de cuentos costumbristas, género maltratado por la "modernidad", como le sucede a la copla en la música. Los mejores relatos formarán parte de un libro que se publicará el próximo año y que, con algo de suerte y talento, hará saltar de alegría en la tumba al "Caña". Las bases del certamen dicen lo siguiente:
 
"Podrán participar en este concurso todos los autores que lo deseen, sin importar edad ni nacionalidad. Los relatos pertenecerán al género costumbrista, es decir, aquel que retrata y describe las costumbres sociales, de un país, una ciudad o cualquier otra zona geográfica, a veces con cierto tono humorístico, pícaro o melancólico. No olvidemos que la literatura costumbrista, que tuvo su apogeo en los siglos XIX y XX, ensalza valores tradicionales que, con la industrialización de la sociedad y después con la globalización, se han ido perdiendo. Algunos de los autores españoles que han firmado magníficos “cuadros de costumbres” han sido Mariano José de Larra, Ramón Gómez de la Serna, Azorín, Camilo José Cela, Antonio Díaz-Cañabate y Francisco Umbral, por citar sólo algunos. Pero también se hicieron célebres Edgar Neville y Rafael Azcona con su costumbrismo-surrealismo pícaro. En Modus Operandi aceptamos relatos del género costumbrista en su vertiente más amplia, desde su versión más pura al surrealismo pícaro".
 
 

jueves, 16 de octubre de 2014

Lhardy y los toros

 
Han pasado 175 años desde que Lhardy abriera sus puertas para darle esplendor a Madrid. Por aquella época, los toreros, amantes de la bombolla y el tronío, eran más vanidosos. Ahora, cuando los matadores pasean por la Carrera de San Jerónimo no visten un traje especial, un traje que defina su calidad de toreros. Ahora todo el mundo, toreros y mortales, vamos ataviados con prendas parecidas. Incluso en el interior de Lhardy. Porque Lhardy es, y ha sido, un reflejo de nuestro Madrid.
 
 
"Si estos espejos y estos sillones hablaran...". Así comenzó su charla el pasado martes Carlos Abella, responsable de una amena conferencia titulada "Lhardy y los toros", que se celebró en el Salón Isabelino del aristocrático restaurante. Casi un siglo antes de que se inaugurara la actual plaza de Las Ventas, Frascuelo, ataviado con elegante chaquetilla de terciopelo, acudía con frecuencia a Lhardy para tomar su vaso de jerez. En una ocasión, acodado sobre el mostrador de mármol, vio entrar al monarca Alfonso XII. Con desparpajo calé, levantó la copa y gritó: "¡Olé por el rey gitano!". El granadino, no era el único espada que allí se sentía como en su casa. Se rumoreaba también que Luis Mazzantini tenía a su disposición una habitación en la última planta de Lhardy cada vez que recalaba en Madrid.
 
 
Aún se recuerda el homenaje que sus partidarios le organizaron a Joselito en 1913 tras cortar su primera oreja en Madrid al bravísimo toro de Saltillo "Jimenito". Entre "petitsous", "brioches", "croissants", "patés de prédis" y "vol-au-vent", el pequeño de los Gallo saboreó las mieles del éxito en Lhardy. Pero nada comparable a la cena homenaje con la que se obsequió a Manolete en 1944. Todos los invitados fueron de esmoquin, salvo Manuel Rodríguez, que vistió traje corto y camisa rizada. "Porque ése es el traje de gala de los toreros", puntualizó con acierto Carlos Abella. Al ágape acudieron intelectuales, escritores, músicos, críticos taurinos, políticos, médicos... y Camilo José Cela, que no había cumplido ni 30 años. Bajo las luces de Lhardy, Agustín de Foxá declamó uno de sus más bellos textos: "Yo saludo en ti a Córdoba, olivares y ermitas, surtidor de odaliscas, hoy cubierto de tierra, que te dio esa elegancia de califa sin trono, de Almanzor que no vuelve, que es desdén y nobleza". El "califa sin trono" cayó muerto en Linares tres años después de aquel homenaje.
 
 
Ya en la década de los cincuenta, a eso de las ocho o nueve de la tarde, se reunían en la trastienda de Lhardy para hablar de toros Domingo Ortega, Luis Miguel Dominguín, Antonio Díaz-Cañabate, Ignacio Zuloaga y Julio Camba, entre otros. Antonio Ordóñez fue otro de los toreros que estableció su cuartel general en el número 8 de la Carrera de San Jerónimo, organizando dos encuentros taurinos al año: uno en San Isidro y otro en otoño. El diestro de Ronda convocaba, mas no invitaba. Importante matiz.
 
 
Así, rememorando anécdotas taurinas, cayó la noche sobre Lhardy, que ha cumplido 175 años y sigue siendo el espejo de Madrid; un Madrid menos brillante, menos taurino y menos fachendoso, como los toreros de ahora, pero que no ha perdido su capacidad para seducir. Uno no deja de preguntarse cómo hemos cambiado tanto en tan poco tiempo.
 

jueves, 15 de mayo de 2014

Alegrías de San Isidro


"Una de las prendas más valiosas de doña Gregoria, la mujer de don Agustín, era un mantón de Manila que había heredado de su madre. El mantón era lo último que se empeñaba en los días muy negros y lo primero que se liberaba en los risueños días. Y en el verano, en los tiempos verbeneros, antes se quedaba toda la familia sin comer en quince días que empeñar el mantón, el cual tenía que lucirlo, bien su dueña o bien su hija, en las kermeses y en las señaladas noches de verbena" (Antonio Díaz-Cañabate).
 
 
Así de juncales y carialegres, luciendo sus mantoncillos de Manila, iban antes las madrileñas a la verbena de San Isidro. Ni la penuria de la postguerra era capaz de ensombrecer aquellos rostros dulces como el mosto y tostados como las rosquillas del Santo. Morenas y rubias, hijas todas del pueblo de Madrid.
 
 
Algo me cuestan mis chulapas, pero la cosa es natural,
no han de salir a todas horas, con un vestido de percal.
Pero también algunas veces, se me ha ocurrido preguntar,
¿Si me querrán esas chiquillas, por mi dinero nada más?
 
 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Por fin podía servir a mi mozo de espadas...

"No creo que ningún magnate del mundo, por muy poderoso que sea, pueda tener nunca a su lado un servidor de las condiciones excepcionales y valiosas de un mozo de espadas. Hablo, claro está, de los verdaderos mozos de espadas, porque ya sé que en planeta de los toros abundan los pícaros que a todos los menesteres taurinos llevan su picardía. Un auténtico mozo de espadas es el hombre de confianza del matador y algo más: sus pies y sus manos. Un torero puede prescindir de mucha gente que le rodea en la plaza y fuera de la plaza, pero jamás de un mozo de espadas".
(Antonio Díaz-Cañabate)
 
Ilustración de Roberto Domingo y Fallola.
Los pies y manos de Conchita Cintrón llevaba por nombre Tavares...
 
Qué poco se ha dicho del mozo de espadas. Y sin embargo, sin él no sería igual la fiesta. De los años pasados en el ruedo, lo que más extraño es su presencia amiga y dedicada; su figura ejemplar de fiel servidor. Y es que servir es un arte. Y cuando hemos sido bien servidos, jamás podemos olvidar la deuda contraída con quien nos sirvió.

Comprendo bien a ese senador americano que pidió lo enterrarán junto a su vieja ama negra.
—Quiero volver a oír su voz —explicaba— el día de la resurrección quiero oírla, otra vez, llamándome... ¡Niño...! son horas de despertar. . .

Un día —llevaba yo dieciocho años sin los ruedos— me pidieron una entrevista para la revista Vogue. Llamaba, desde Madrid, la condesa de Romanones explicándome que se trataba de un artículo importante, como otros ya realizados sobre personas "glamorosas". El fotógrafo vendría de Francia... el escritor de Estados Unidos . . . Hice lo posible por salir del compromiso. Di mis razones: no era nada "glamorosa", ni tenía gobelinos en casa, ni caballos, ni el último grito en vestidos. En casa había muchos niños, muchos libros, mucho papel, muchos perros y una máquina de escribir. Pues bastó aquello, para que no me pudiera escapar del caso. Dije que estaría en Londres. Pues irían a Londres. Total: desistí y accedí: vendrían a Lisboa.

—Mira —me recomendó Aline Romanones—, tú te haces un masaje por nuestra cuenta... te peinas y no se te olviden las pestañas postizas. Los vestidos irán desde París. Van cinco personas para realizar el plan.

Hacía años no me preocuparía uno o cien periodistas y fotógrafos. Pero ahora no era igual. ¿Qué iba a hacer con ellos? Me sentí sumamente infeliz, y siguiendo los consejos de Aline fui a la peluquería y pedí las pestañas para probar los resultados. Todo iba muy bien; me aplicaron las cremas y pomadas, las luces y los masajes y por fin . . . las pestañas. Pero por infelicidad mía, me estorbaban enormemente. Viéndolas, largas y lustrosas, saltitando frente a mis ojos, no podía ni hablar. Y yo tenía —sobre todo— que hablar. Por fin —para gran decepción de la masajista— me las quité y las metí en el bolsillo.


Llegué a casa. ¿Qué hacer? Y sin darle más vueltas al problema tomé el teléfono y llamé a Tavares. Tavares fue mi mozo de espadas y estaba retirado, como yo, de los toros. Era empleado del Estado.
—Tavares —le dije—, ...yo tengo que volver a ser "vedette" por tres días... ¿a usted le importaría volver a ser mozo de espadas durante esos días?
—¡Me encantaría! —contestó mi amigo—, nada me agradaría más que volver a servirle... pediré tres días de mis vacaciones. ¿Cuándo me necesita?
—El lunes.
—Allí estaré.

Y aunque parezca mentira, yo, que andaba como colegiala despistada por una tontería como es una entrevista, al oír la voz de mi mozo de espadas me sentí capaz de enfrentar el mundo. Es la sensación con que se va a la plaza. Porque a la plaza no se va con la duda de poder con el toro. Se va con la certeza de poder hasta con lo imprevisto. Y esta certeza se obtiene —en gran parte— gracias al ambiente fenomenal creado por los que acompañan y sirven a quien está en la arena.

Cuando terminamos con los tres días de la entrevista (Tavares mandó planchar las camisas bordadas necesarias, descubrió las luces deseadas, sabía todo lo que hacía falta y todo hizo) Tavares regresó a su oficina y yo a mi vida hogareña.


Dos días después me llamó el mozo de espadas.
—Quisiera rogarle un favor... —dudó un poco y luego prosiguió—: ...un favor muy grande... yo quisiera tener un traje de luces —y se apresuró a añadir— ...uno muy viejo, uno que nadie quisiera. Que no sirviera para nada... aunque fuera de un color la chaquetilla y de otro la taleguilla... lo pondría en una silla en mi sala. Y cuando regresara de mi trabajo, al fin del día, doblaría la taleguilla ... y acomodaría la chaquetilla... y colocaría las zapatillas frente a la silla... Sabe... aquello sería un espejo de lo que fueron cuarenta años de mi vida...

La semana siguiente me encontré con Antonio Bienvenida en Madrid, y le leí una carta en que Tavares me repetía su deseo. De repente, noté que Antonio miraba hacia otro lado.
—Oye... —le dije: ¿...no te interesa?
¡Calla, mujer! —me contestó el torero— ¿no ves que se me caen las lágrimas?
—¿Y me das un traje? —insistí.
—Todo... completo... ¡hasta con tirantes! —me contestó el matador.

Y regresé a Lisboa con el paquete para Tavares. Y me sentí feliz. Por fin podía servir a mi mozo de espadas.

CONCHITA CINTRÓN
Lisboa, 1973
 
Gonzalito, el genial mozo de espadas de Curro Romero
 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Un aficionado a los toros... y a los chipirones

Sebastián Miranda, de tertulia, con Juan Belmonte,
Valle Inclán y Pérez de Ayala
 
"Sebastián Miranda es un escultor y es un artista. Además es exagerado. Un día, al salir de La Maestranza de Sevilla, protestaba indignado contra la silueta de un debutante:
- ¡Si no puede ser! -decía- ¡Si con esas piernas de nodriza no se puede ser torero!
Y Juan, el inolvidable Juan Belmonte, gran amigo suyo, que nunca perdía la oportunidad de bromear con él, interpuso:
- Pero Sebastián, ¡cómo estás de viejo!... si ya no se conocen nodrizas, ahora lo que se usa es el Pelargón.

"La Encarna con chiquilín", obra de Sebastián Miranda.
Actualmente, se encuentra en Oviedo.
 
Pues Sebastián Miranda, a pesar de ser exagerado, tiene puntos de vista taurinos verdaderamente deliciosos. Y recuerdo aquella ocasión en que comentando el toreo de frente, de perfil, y ese otro de veras aburrido llamado en redondo, el gran escultor se puso las manos sobre la cabeza protestando: ¡Qué horror, qué horror, la noria!
 
- Ese pase -nos explicó muy en serio-, me recuerda aquel terrible suplicio que existía en Inglaterra en épocas medievales. Se trataba de una noria que no tiraba agua, no molía harina, ni hacía nada. La noria era apenas una gran rueda que el desdichado prisionero hacía girar hora tras hora, día tras día, año tras año... sin ningún fin. ¿Podéis imaginar peor suplicio? ...
 
Desde aquel día, ninguno de los que estuvimos en la tertulia hemos podido ver una faena en redondo -de aquellas muy inútiles y repetidas- sin acordarnos, con agobio, de la comparación de Sebastián".

(escrito por Conchita Cintrón, marzo de 1974)
 
 
"A Sebastián Miranda es muy peligroso invitarle a comer. No es un comensal. Es un juez. Suele colocarse la servilleta a la antigua usanza, anudándola al cuello. Y la servilleta adquiere categoría de gorguera de magistrado dispuesto a sentenciar la calidad y la fritura de un lenguado [...] Un año regresábamos de Pamplona a Madrid, Sebastián y yo. Nos equivocamos de carretera y en lugar de aparecer en Alsasua dimos en Tolosa. Sebastián conducía su coche guiándolo con el acicate de comer en un restaurante, a la altura de Briviesca, donde sirven unos lomos de merluza frita que iba paladeando con creciente exaltación.
 
- No hay que hacer caso de ese verso del pobre Rubén Darío, al que conocí, y que era un indio triste que refugiaba su tristeza y su timidez en el alcohol, aquel de "carne, celeste carne de mujer". No está mal la carne femenina, pero ¡cómo se va a comparar con la de la merluza! No hay carne como ésa... [...] Déjame correr, que llevo un hambre feroz de catar la merluza.
 
Su desesperación fue tremenda cuando nos encontramos en Tolosa, muy desviados del camino directo [...] Le propongo entonces comer en Tolosa [...] No sabíamos de ningún restaurante famoso en la antigua capital guipuzcoana. Indagamos. Nos recomiendan uno. Sebastián, ante los apremios del apetito, transige. Entramos en el local de una fonda antañona.
 
- ¿Qué es lo mejor que tienen de pescado? -demanda a la muchacha que atiende el servicio.
- Chipirones ya tenemos.
- ¿Son buenos de verdad? ¿De anzuelo? ¿Pequeños?
- Pequeños ya son. De anzuelo no sé. ¿Usted los conoce? Pruébelos por si acaso. 
 

Los encargamos y antes un revuelto de huevos con queso que estaba de rechupete [...] Nos presentaron unos chipironcitos muy monos. Sebastián les hinca el diente con avidez. De un bocado se come uno. No había terminado de tragarlo cuando empieza a hacer aspavientos. Alza los brazos. Los agita.
 
- ¡Qué delicia! ¡Qué maravilla! ¡En la vida comí unos chipirones semejantes, tan tiernos, tan empapados de sal se mar!... ¡Chica! ¡Muchacha, ven aquí! Tráeme en seguida otra ración de chipirones.
- ¿Ya le gustaron?
- ¿Gustarme? ¡Enloquecerme! ¡Es el premio gordo de Navidad! Los chipirones, incomparable, y el guiso, extraordinario. Que venga la cocinera. Que venga el dueño.
- Y el pescador, si quiere, también vendrá.
 
Sebastián Miranda

Una tras otra, con el ansia de la gula, Sebastián se zampa sin respirar cuatro raciones entre clamorosos gritos ponderativos. Han transcurrido más de diez años de este chipironesco acontecimiento, y el sibarita glotón no lo ha olvidado. No ha tenido suerte. En tanto tiempo no le ha vuelto a tocar ni siquiera un premio de la pedrea en la lotería de los chipirones en su tinta. Tiene que contentarse con la rumia de su recuerdo, y en cuanto distingue un chipirón se le escapa un suspiro. ¡Ay, aquellos de Tolosa, maravilla de los mares, sólo comparables en su exquisitez a un lenguado que comí en San Juan de Luz el año 1930!".
 
ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE

sábado, 20 de abril de 2013

Apagón en la Feria de Sevilla


Este mes de abril andamos muy revueltos porque Canorea y compañía han orquestado un apagón televisivo en La Maestranza: ni Digital Plus ni autonómicas. Carta de ajuste y a volar. Los iluminados empresarios de la calle Adriano pensaron que así asomaría menos cemento en los tendidos. Craso error. Desgraciadamente para algunos y afortunadamente para otros, hoy en día, aquello que no se televisa no existe. Por ello, este año, los aficionados más románticos hemos vuelto a congregarnos alrededor de la radio, que ya no es de cretona sino que viaja por Internet, para escuchar las transmisiones desde La Maestranza. Luego "tuit a tuit", telegramas del siglo XXI, hemos reconstruido el apagón maestrante para hacernos una idea de lo que se cocía por el Baratillo.
 
Al leer la crónica de Antonio Díaz-Cañabate que reproduzco a continuación, uno se da cuenta de que, en el fondo, no hemos cambiado tanto... Y esto produce en mí un profundo sentimiento de tranquilidad.
 
 
"Escribo este artículo lejos de Sevilla, lejos de su abril, que no importa sea lluvioso para que sea esplendente. Lo escribo lleno de nostalgia. Porque ir a los toros en cualquier parte siempre es alegre. Pero cogerse el caminito del Baratillo, por entre calles que huelen a azahar, todavía con el regusto en el gaznate de un vino sanluqueño o jerezano, unas tapitas de jamón, una tortilla de bacalao, unas aceitunas gordales aliñás y el asombro del pescado frito, que fue, no nuestro almuerzo, porque en la feria de Sevilla no se come, sino que se picotea aquí y allá, en esta caseta y en la otra, es algo que sólo en Sevilla sentimos, porque lo taurino en Sevilla está en el aire.
 
 
Vamos a los toros con la absoluta seguridad de divertirnos. No importa que los toros salgan mansos y que los toreros estén mal. Nos basta con la plaza de La Maestranza y con su público. Cuando en el ruedo no ocurre nada que prenda nuestra atención, los ojos se recrean en la maravilla de sus arcos, gráciles, como curvas femeninas, y por los oídos nos entra la música del acento andaluz, que canta los decires del ingenio. Nos basta y nos sobra con la gracia que auténticamente se derrocha en los tendidos.
 
 
[...] La feria de Sevilla, la primera importante de la temporada, cuenta mucho en el planeta de los toros. Desde lejos la siguen todos sus habitantes. Valoran, adivinan las faenas por el tono de las crónicas y el laconismo de los telegramas. Muchos, muchísimos, no conocen Sevilla. Pero ya sabemos que en el planeta de los toros abunda la imaginación. Y se figuran "La Campana" y la calle Tetuán y la de las Sierpes talmente como si las estuvieran viendo. Y no digamos nada de las corridas de la feria. A las ocho de la noche de cada día de feria, en los colmados, en los cafés y en los corrillos callejeros madrileños se sabe lo que ha ocurrido en Sevilla, toro a toro y pase a pase. Los informes suelen ser muy escasos. Unos cuantos han llamado por teléfono a la casa de los apoderados o de los diestros que han toreado, y allí les han dicho lo que ocurrió, velado con velos tupidísimos, si la tarde se dio regular, o aumentando las exageradas hipérboles si hubo suerte y corte de orejas.
 
 
[...] El caso es que a poco de acabar la corrida en Sevilla ya todo el planeta de los toros madrileño está en conmoción. Cada uno habla de la feria según le va en ella... al torero de su predilección. Si éste flojea se argumenta así:
 
- Ningún torero ha estado bien nunca en la feria de Sevilla. Los toreros no están puestos. Los toreros no se centran hasta San Fermín, en Pamplona. De ahí p´alante es cuando las figuras del toreo empiezan a desarrollar.
- Pero, ¿y el Mengano que ha cortado orejas dos tardes?
- ¡Nada, orejillas sevillanas! ¡Todo eso de que el público de Sevilla entiende de toros es una leyenda! Del toro saben algo, lo concedo; pero lo que es del toreo, ¡quiá!
- Del toreo sólo sabes tú y un tío tuyo.
- ¡Naturalmente que sé!
 
Si el torero predilecto lleva bien la feria se echan a vuelo las campanas.
- ¡Ahí, ahí, en Sevilla, en la feria de abril está la llave de la temporada, porque el público de Sevilla es el más inteligente de España, y allá no pasa gato por liebre, y los toros van de grano y con cara y con tipo, y el pingüi no vale. Hay que torear y luego irse tras de la espada. Todas las figuras del toreo han cortado orejas en la feria de Sevilla".
 
ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE

lunes, 8 de abril de 2013

Juan Belmonte y Sara Montiel decidieron morir el mismo día


La mañana en que recordábamos el aniversario de la muerte de Juan Belmonte en Gómez Cardeña, fallecía en Madrid Sara Montiel. El 8 de abril, ya sea de 1962 o de 2013, no es buen día para la lírica.
 
 
A última hora del 8 de abril de 1962, Antonio Díaz-Cañabate llamaba a la redacción del ABC para dictar la siguiente crónica: "Llego a Gómez Cardeña al anochecer, directamente desde el aeropuerto. A las últimas luces del crepúsculo la blancura del caserío es todavía más nítida. Diez o doce automóviles se alinean junto a la portalada del cortijo donde ha muerto Juan Belmonte. Hace ocho días lo vi por última vez [...] El sábado 31 de marzo Juan acosó con su hijo. De pronto, después de una soberbia caída, se desmontó de Maravilla, su caballo favorito. Y con andar penoso se dirigió al coche y allí se derrumbó [...] El próximo sábado, 14 de abril, iba a cumplir setenta años. La muerte no le ha dejado redondearlos. La muerte estaba oculta detrás de un acebuche. La muerte salió queda y silente en la tarde del domingo. La muerte se lo llevó, allí mismito, junto al ruedo de una placita de tienta".
 
 
Hace un año, recorrí el camino que lleva hasta Gómez Cardeña. En ese rincón de la campiña de Sevilla, parece que el sol todavía se resiste a salir. El silencio es absoluto, la blancura de los muros perdura y las puertas permanecen cerradas.  
 
 
Ten compasión, Señor, de tanta gloria
y tanta muerte y tan rebelde nudo.
Era un hombre no más, solo y desnudo,
esclavo encadenado a su memoria.
 
Cuánto pesa la púrpura irrisoria
cómo abruma al ungido, al que ser pudo
dueño de tanto azar y cayó, rudo
gladiador contra el bloque de su historia.
 
Cuántas veces luchando en la faena
buscaba aire y era nazarena
fe, fe viva y causal lo que pedía.
 
Todo el ruedo se ha abierto en horizonte.
Y cómo lanceaba y qué armonía.
Apiádate, Señor, de Juan Belmonte.
 
("Oración por Juan Belmonte", Gerardo Diego)
 
 
Belmonte murió con 69 años. Sara Montiel, la primera estrella española en Hollywood, a los 85. A Sara también le gustaban los toros... No hace tanto, se dejó caer en el tendido 4 de la plaza de La Misericordia con un inmenso puro. Belleza y personalidad a raudales. Desde Campo de Criptana a la Meca del Cine. Ni "Google Maps" es capaz hoy de trazar una ruta entre ambos puntos, pero Sarita lo hizo.


Fumando esperaremos a que la vida vuelva a dar artistas como estos que nos dejaron un 8 de abril. Algunos, en vano, piensan que un capote de paseo echado sobre el hombro izquierdo basta para rayar a su inmortal altura.
 
Portada del País Semanal del 7 de abril de 2013


Un 8 de abril también fallecían Picasso (1973) y Margaret Thatcher (2013)
 

miércoles, 13 de marzo de 2013

El fracaso de un torero por culpa de las torrijas de su madre


La torrija, como todo manjar simple, es deliciosa. La torrija no es nada: es un pedazo de pan frito con aderezo de leche y azúcar. Y, sin embargo, la torrija se eleva a lo selecto, eso a lo que es tan difícil llegar, como escribir el castellano igual que fray Luis de Granada, sin aparente esfuerzo, porque sí, porque lo quiso Dios [...] Una torrija no se describe, se come, que es lo difícil, y se paladea, lo que es aún más complicado, y luego eleva uno los ojos al cielo, se bebe un vaso de vino y, después, otra torrija, y otra, y otra, y los vasos de vino congruentes. Y así los años necesarios hasta que la muerte llegue, en la seguridad de que Dios no nos pedirá cuentas. Y si lo hace, exhibiremos la lista de las torrijas comidas y de los vasos de vino injeridos. Total, la gloria eterna. Las torrijas no son un alimento. La torrija es lo superfluo. Un lujo que valía diez, quince céntimos. En los barrios bajos madrileños se hablaba de las torrijas como de los brillantes en la Quinta Avenida de Nueva York, con la misma naturalidad, pero con mayor deseo, porque eran más difíciles de obtener, pese a su baratura.

El borracho no es goloso. El que bebe vino necesita sabores agrios, pues al dulce le va bien el agua, ¿por qué, entonces, las torrijas, manjar dulzarrón, tenían ese éxito de asombro entre los bebedores? Misterios del costumbrismo.


La gloria de la divulgación de las torrijas entre el pueblo madrileño se debe por entero a la señora Dolores Ugarte, mujer de Antonio Sánchez Ruiz. Ella fue la artífice perfecta de esta joya culinaria insuperable [...] Y jamás dio a nadie la fórmula. Sus hijas las hacen buenas, bonísimas, pero no como aquellas de la señora Dolores [...] El primer Jueves Santo que hubo torrijas en la taberna del señor Antonio Sánchez, fue algo así como el descubrimiento de América. La gente no lo quería creer [...] ¡Ocho docenas de torrijas se llevó un día el señor duque de Tovar a su finca El Soto de Aldovea, para obsequiar con ellas a los Reyes de España, huéspedes suyos en una fiesta taurina de campo! Desde aquel Jueves Santo, cuya fecha no puedo precisar, vista la aceptación inusitada con que fueron recibidas, las torrijas se hicieron diariamente en casa de Antonio Sánchez [...] Llegaron a venderse hasta dos mil diarias. En un gran perol de aceite, hirviendo durante todo el día, iban friéndose torrijas y torrijas. Dos mujeres no descansaban en la tarea de partir en rodajas los panecillos, cuatrocientos panecillos. La compra de una máquina simplificó mucho esta tarea. Las fuentes de torrijas se sucedían en el mostrador, y apenas llegadas quedábanse vacías.

- ¡Al cochero, lo que quiera, y al caballo una torrija!


[...] ¡Fuentes de torrijas como lingotes de oro espolvoreados de la plata del azúcar! [...] No se sabe por qué, quizá por razón de oficio, los albañiles han sido los mayores consumidores de torrijas. Tal vez, colocadas simétricamente en las fuentes, les parecían ladrillos que cogían para ir colocándolos en la pared medianera de sus estómagos. Y a propósito, ¡qué buenos estómagos ha habido en Madrid! [...] Otra ventaja de las torrijas radicaba en que se podían comer a cualquier hora. Siempre venían bien, siempre reconfortaban, siempre pedían vino detrás. Una fuente de torrijas de casa de Antonio Sánchez era el Perú de los barrios bajos.

En las tardes de triunfo de Antonio Sánchez hijo en la plaza de toros de Madrid, resonaba por los tendidos de sol un grito triunfal. Éste: "¡Viva el Torrija!". Antonio Sánchez, al oírlo, se estremecía. "¿Me lo dirán en guasa?", se preguntaba [...] El señor Antonio padre cuenta que un día, un lunes, bajó a la estación  del Mediodía a retirar un vagón de vino. En la espera de los trámites enreda conversación con un ferroviario. Éste le pregunta:

- ¿Estuvo usted ayer en los toros?
- No, señor.
- Pues yo sí. Fui a ver a ese Antonio Sánchez que decían si era tan valiente, y ná, no hizo ná. ¿No le ha visto usted torear?
- No, señor.
- No se ha perdido usted ná. Dicen que ha tenido tantos éxitos en Madrid porque su padre, que es tabernero, regala los días que torea su hijo torrijas y vino a todo el barrio del Mesón de Paredes. Y claro, luego, en la plaza, ¡pues el desmiguen!


[...] - A mí -dice ahora con el pelo ya cano, Antonio Sánchez hijo- me perjudicó mucho en mi vida torera la fama de las torrijas de mi casa.

ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE
Historia de una taberna (1947)


lunes, 4 de marzo de 2013

El romanticismo y el toreo


"La granazón de la fiesta de los toros coincide con el desbordamiento del romanticismo que no fue sólo un estilo literario, sino también un estilo de vida. Se vivía románticamente [...] Tengo para mí que constituyó gran fortuna para la fiesta el contagio, el apoyo del romanticismo. El toreo era aventura en la que podía perderse la vida y ganar la gloria. Gloria es una pura palabra romántica, en ella va comprendida el ansia humana de la notoriedad, la apetencia de la riqueza, la comezón del halago de la admiración popular. El torero buscaba todo esto, no para retenerlo, sino para derrocharlo. El torero vivía en héroe, no sólo en los ruedos, sino también fuera de las plazas. El torero no tenía vida privada, se daba siempre en espectáculo. Gustaba de las galas en sus atavíos, de la fachenda de su apostura, de lo jaque de su temple. Don Juan con las mujeres y el Cid con los toros. Por la calle iba un torero y todos los ojos se iban tras él. Era un ser aparte. Era un hombre iluminado por los resplandores de lo legendario. Era un ser fabuloso que se ganaba la vida jugando con la muerte.

Manolete fotografiado por Martín Santos Yubero

[...] Los riesgos de la profesión taurina, por los avances de la cirugía y la disminución de la fuerza del toro y la menor crueldad de los públicos, son mucho menores que los de antaño y por consecuencia la aureola heroica del torero ha empalidecido con pérdida de sus vivos fulgores. Hoy en día escasos toreros logran extensa e intensa popularidad. Despojados del atractivo deslumbrador de los trajes de luces, en la calle se confunden con la multitud anónima. Ya no son toreros fuera de los ruedos. Su pergeño y sus costumbres son semejantes a las de un señoritingo cualquiera. Su vida privada, reposada y burguesa, no tumultuosa y alocada, cual la de sus antepasados los románticos, fanfarrones de su majeza. El norte y guía de los toreros románticos fue la carátula de la gloria. Hoy es la ambición mercantil, que es el signo y la meta de los tiempos actuales".
ANTONIO DÍAZ CAÑABATE
(Paseo por el planeta de los toros, 1970)

¿Diferencias?

miércoles, 24 de octubre de 2012

Los disfrutadores


Es indudable la transformación del público, no privativa del de los toros, sino generalizada a los de todos los demás espectáculos. Lo más radical de este cambio reside en una inclinación a una benevolencia que antes no existía, singularmente en lo taurino […] Se entrega la gente al disfrute de la euforia. Nada de sobresaltos ni de emociones. Paz, sosiego, es lo que se anhela. Y, dentro de la paz, el arrullo del sosiego; que lo jacarero retoce sin que turbe el esparcimiento un ramalazo de angustia. Se busca la risotada provocada como sea. Se desea el recreo, el pasatiempo, la diversión; esto es, el apartarse,el desviarse de lo que pueda atosigar el ánimo con preocupaciones, con disgustos, con sacudimientos emocionales. ¿Es la corrida de toros una fiesta apropiada para este apetecer? En manera alguna. Todo lo contrario. Propiamente, no es una fiesta aunque participe el regocijo y brinque la alegría a momentos, muchas veces apagados, cortados por clamores de aflicción. Una corrida de toros es un espectáculo cruel y, por lo tanto, serio y fuera de alegrías, aunque sólo sean superficiales y fugaces”.

Antonio Díaz-Cañabate, Paseíllo por el planeta de los toros (1970)

En los últimos dos años, las "figuras" también se han contagiado del Disfrute Sin Fronteras (DSF), con un único matiz: algunos prefieren estar "agusto" antes que "a gusto". Cuando los toros "ayudan" y "sirven", no se aguantan del placer, vaya. Sin embargo, si una corrida sale dura, bronca o áspera, inician una cruzada contra el ganadero o empresario que ha organizado el festejo.


Sucedió hace poco en Hoyo de Pinares, cuando un novillo de Adolfo Rodríguez Montesinos corneó a un chaval que aún no había debutado con picadores. La maquinaria de las "figuras" y sus palmeros echó a rodar: ¿Un novillero no ha disfrutado en la plaza? ¿Ha recibido una cornada? ¿Ha padecido en sus propias carnes la dureza del toreo? ¿No ha podido practicar ballet? ¡Inadmisible! Ése ganadero es un desalmado que cría fieras corrupias; el empresario, un ser sin corazón ni escrúpulos; y el apoderado, un irresponsable. ¡A la hoguera todos ellos! Pobre niño que ha caído herido entre las fauces del monstruo... así le quitarán las ganas de torear. Y el toreo es algo tan bello, tan fácil, alegre y ligero... Esto es una profesión de artistas inscritos en el Ministerio de Cultura, a ver cuando nos enteramos. Se acabaron las tragedias: todo aquel que tenga un espíritu "disfrutador", a inscribirse en una escuela taurina. Por eso, las "figuras", cada vez que torean, nos obsequian con tweets como estos para recalcar su karma y buen tauro-rollito. ¡¡A gozar todo el mundo!!


"Cuando sale el toro con dos puntas y dos cojones, aquí no disfruta ni su puta madre, coño ya...".
(Luis Carlos Aranda, banderillero en la contraquerencia)


Esta tarde, cuando salí de la oficina, encontré este cambalache en el kiosco de la esquina: Manzanares en Vanity Fair, un Barcial en Tierras Taurinas y, en medio, el pobre Antonio Ordóñez. La Fiesta del Disfrute frente a la del Toro. Más gráfico, imposible. Por cierto, en páginas interiones, José Mari confiesa que siempre viaja con un psiquiatra para hablar "sobre sus miedos". A tenor de lo que escribe, ¿miedo a sentirse excesivamente "agusto"?