A contraquerencia de los tiempos. Este es un lugar pasado de moda, irremediablemente demodé; como una taberna aislada en la era de los pubs y las discotecas: vacía, silenciosa, sombría, con el dueño acodado en la barra, ataviado con su mandil, entre el olor a madera y vino. Este blog es como esa taberna, condenado a desaparecer.
El pasado martes, 8 de abril, el teatro Nuevo Apolo de Madrid se llenó. No es fácil meter a 1.200 espectadores un día entre semana con entradas a 35€. Ningún actor o cantante de moda actuaba esa noche. En el cartel se programaba un espectáculo de copla. Coplas de Sevilla a Madrid, concretamente, interpretadas por cuatro jóvenes andaluces: Verónica Rojas, Inmaculada de Herves, Patricia del Río y Álvaro Hernandez. La espectacular ceutí Nazaret Compaz no pudo asistir a causa de un problema de salud, por lo que salió como sobresaliente otro animal escénico, Selina del Río. Y de maestro de ceremonias, para presentar cada copla, el conocedor del género y productor musical, Pive Amador.
Todas las coplas se cantaron a piano, magníficamente tocado por el isleño, de San Fernando, Jesús Lavilla. El hilo conductor consistía en que las historias transcurrieran en Sevilla o Madrid, por lo que el repertorio estuvo formado por joyas como La Violetera, La cruz de mayo, Puerto Camaronero, Catalina Fernández la lotera, Rocío, Cocidito madrileño, No te mires en el río, Mañana sale, La rosa del Altozano, Dicen, Con el Catapum, las Coplas de Luis Candelas, Isabela de Solís, Romance de la reina Mercedes, Triniá, Tu ropita con la mía o Los nardos. En el ecuador del espectáculo, subió al espectáculo Selina del Río para cantar una "pieza puente" entre Sevilla y Madrid, Puentecito. La cordobesa aprovechó la ocasión para anunciar que será la protagonista de la próxima película de Gonzalo García Pelayo, ambientada en el mundo de la copla.
En pocas ocasiones, el teatro Nuevo Apolo ha contado con una voz tan cristalina, casi de elixir, como la de Verónica Rojas Román, una elegante morena clara nacida en San Roque. Ni con un cante tan rotundo como el de la castillejana Patricia del Río. Todo en Castilleja de la Cuesta alimenta, incluso la voz de su gente. Llevaba tiempo la plaza de Tirso de Molina sin "decir copla" como lo hace la onubense Inmaculada de Herves, exquisita intérprete. Y, para completar el cartel, un galán preciso, que no se deshace en alharacas. A los cuatro, el público de Madrid les pidió regresar. Ojalá. Los números de la taquilla hablarán. Si un teatro todavía se llena gracias a un espectáculo de copla, quizás a nuestra civilización le queda algún atisbo de esperanza... Se despidieron con Los Nardos, pero como no es época, en sustitución, sobre la platea se lanzaron alhelíes...
La tarde de toros en Las Ventas, otra ruina (ya van tres). Pero estaba Curro Díaz, al que entran ganas de cantarle: "ay, trece, trece de mayo, cuando me encontré contigo". Bendita sea la mare, la mare que te ha parío, tan bien vestío, de rosa y oro. Incluso los Palmosillos y las banderillas del Fandi ganan ante su presencia. Desde luego, con una corrida como la de este lunes, se agradece que suene un clarín de olvido...
Un poema de Rafael de León titulado "¡Así te quiero!", y dedicado a Concha Piquer en 1941, fue el origen de la canción "Trece de mayo", musicada por Juan Solano. La copla adelantó el almanaque dos meses (en el soneto, la acción transcurre un trece de julio), pero incrementó, si cabe, la intensidad de la letra del sevillano.
El día trece de julio yo me tropecé contigo.
Las campanas de mi frente, amargas de bronce antiguo, dieron al viento tu nombre en repique de delirio. Mi corazón de madera muerto de flor y de nidos, floreció en un verde nuevo de naranjos y de gritos, y por mi sangre corrió un toro de escalofrío, que me dejó traspasado en la plaza del suspiro.
¡Ay trece, trece de julio, cuando me encontré contigo!
El 13 de mayo, además de la corrida Palmosilla en Las Ventas, es el día de la portuguesa Virgen de Fátima. En esa fecha del año 1917, la Virgen María se apareció por primera vez ante una terna de pastorcitos: Francisco, Lucía y Jacinta. Tuvo lugar entonces el siguiente diálogo:
- ¿De dónde es su merced? -preguntaron los niños.
- Mi patria es el cielo.
- ¿Y qué desea de nosotros?
- Vengo a pedirles que vengan el 13 de cada mes a esta hora. En octubre les diré quién soy y qué es lo que quiero...
Ay trece, trece de mayo cuando me encontré contigo. Ay, tus ojos de manzana y tus labios de cuchillo y las nueve, nueve letras de tu nombre sobre el mío que borraron diferencias De linaje y apellido.
Apuesto a que la Virgen de Fátima, en su aparición de octubre, no pidió una corrida de la Palmosilla
La primavera es la estación más exuberante del año. Desconozco
el motivo, pero el texto de José Antonio Muñoz Rojas “Las puertas al campo” me
trae el recuerdo de una copla: “Sombra de mi sombra”, con letra de Rafael de León.
Quizás sea por el elegante erotismo inherente a ambas creaciones. Y porque las
dos huelen a campo.
"¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las
aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada
se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este
campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas
sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por
tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por tus
rincones ocultos y tus abiertas extensiones, por agostos y por eneros, te he
cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja,
en la mantilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.
Eres un río de hermosura pasando, sonando, ajustándote a la noche, al día, a la
estación. Por ti siento pasos antiguos, correr sangre de esta misma de mis
venas. Todos somos como tú, algo que ni empieza ni acaba, como la hermosura o
estos olivares cuyo fin nunca alcanzan mis ojos.
Y esperamos. A veces es algo áspero este roce del corazón. Todo por fuera está
inmutable y algo por dentro roza. ¿Qué será? Un gran aletazo del amor nos
sacará a su luz. Quedará todo limpio. Allá en nuestro rinconcillo, el amor sigue.
Oh campo, esta hermosura no tiene página ni espejo y sólo, a veces, se deja
seducir por el temblor de la palabra, por la insinuación de la poesía. Pero,
¿recogerte, encerrarte? ¿Quién pone puertas al campo?".
(ANTONIO MUÑOZ ROJAS)
"Eras mi delirio, eras mi pasión
y te camelaba por las cuatro esquinas
de mi corazón.
Me olía tu cuerpo a trigo y clavel
y en tu boca roja como una granada
saciaba mi sed
Primeros de mayo, últimos de abril,
con otra persona que más te gustaba
te fuiste de mí.
Sombra de mi sombra, pena de mi pena,
cómo echo de menos cuando estoy a solas
tus carnes morenas.
Tus brazos de hombre, tus muslos de trigo,
en la noche negra de mi desventura
ya no están conmigo.
Paso por tu culpa fatigas de muerte
porque tengo en vilo la raíz del alma
de tanto quererte".
Gracias a un artículo de Juan Carlos de la Cal del año 2002, sabemos que Julio Romero de Torres no respetó tanto a su "chiquita piconera". María Teresa López tan sólo tenía 16 años cuando el cordobés la retrató en su último cuadro, donde posa calentándose los pies al abrigo de un brasero de carbón. La belleza racial de María Teresa, morena, delgada, huesuda, con una silueta que empezaba a despuntar y de grandes ojos negros como el cordobán, llamó profundamente la atención de Romero de Torres, un mujeriego consumado.
Retrato de María Teresa López
"¡Ay, chiquita piconera
mi piconera chiquita!
Esa carita de cera
a mí el sentío me quita.
Te voy pintando, pintando
al laíto del brasero
y a la vez me voy quemando
de lo mucho que te quiero.
¡Válgame San Rafael,
tener el agua tan cerca
y no poderla beber!"
Escribe Juan Carlos de la Cal: "Una
tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la
mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó
directamente al estudio de Julio. “Vamos niña, que te voy a presentar a un
señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo
de introducción. “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te
pinte”, le dijo él sin más preámbulos. Le pagaba tres pesetas por sesión, por
quedarse inmóvil durante horas […] “Un verano noté que estaba nervioso.
Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me
encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón
de esos extraños abrazos. De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y
que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas
de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me
hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos
solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía
por qué, pero no me gustaba...”, cuenta la propia María Teresa en unas memorias
manuscritas".
"Ella
rompió aquel cariño
y le dio un cambio a su vía,
y el pintor, igual que un niño,
lloró al mirarla perdía.
Y cambió hasta la línea de su pintura
y por calles y plazas lo vio la gente,
deshojando la rosa de su amargura,
como si en este mundo fuera un ausente".
Romero de Torres terminó el cuadro de "La Chiquita Piconera" tres meses antes de morir, el 10 de mayo de 1930, sin haber conseguido el amor de María Teresa.
"Dime,
dime, puentecito,
puente de San Rafael.
Dime por qué caminito,
se lo han llevaíto,
para no volver.
¿Dónde está Julio Romero?
¿dónde está, por qué se fue?
Dímelo tú, puentecito,
puente de San Rafael.
Cordobesa,
cordobesa,
quítate ese traje negro,
y mata en flor tu tristeza,
que vive Julio Romero.
Que duerme, que está durmiendo,
no llores que lo despiertas.
Y está velando su sueño,
su chiquita piconera".
“Al
pintor se le atribuyen innumerables romances con todo tipo de mujeres:
actrices, cantantes, sus propias modelos y hasta con alguna que otra dama de
alta alcurnia. Sus biógrafos lo describen como un hombre de gallarda apostura
que rayaba lo extraordinario cuando vestía la airosa capa y el sombrero
cordobés; con gesto entre pensativo y desdeñoso, y ademán reposado. Los ojos
maduros de mirar hondo, y la boca de finos labios sobre la cual se dibujaba un
cuidado bigote. La frente despejada rematada por el cabello peinado a raya...
"Julio
Romero de Torres pintó a la mujer morena
con los ojos de misterio y el alma llena de pena.
Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora
y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora".
Entre
sus conquistas más famosas figura la actriz Elena Pardo –que posó para otro
cuadro inacabado, precursor de La Chiquita piconera–, la bella modelo Carmen
Serna, de la que se dice que murió de dolor pocos días después del
fallecimiento del pintor; la cantante Dolores Castro, conocida como Dora, la
cordobesita, y que acabó ilustrando la etiqueta de anís La Cordobesa; la
bailarina sevillana Elisa Muñiz, Amarantina, que aparece reiteradamente en sus
cuadros abrazada a una guitarra o recostada en un cojín con esa perturbadora
belleza andaluza... En su estudio fue encontrado un cojín relleno con un montón
de mechas de cabello de diferentes mujeres que el pintor coleccionaba como
fetiches de sus amoríos o producto de los regalos inocentes de sus admiradoras".
"Morena,
la de los rojos claveles,
la de la reja florida,
la reina de las mujeres.
Morena, la del bordado mantón,
la de la alegre guitarra, la del clavel español".
Sobre la chiquita piconera, ser la musa adolescente de Julio Romero de Torres tuvo la amargura del tizón: “Ser
la modelo del pintor ma amargó la vida”, afirma María Teresa. “Hasta mi padre
me pegó un día al llegar a casa harto ya de tantas murmuraciones y poco menos
que acusándome de haberme acostado con él. ¡Pero si yo no hice nada! Al poco
tiempo me eché un novio y ni él mismo confiaba en mi virginidad. Estaba tan
seguro de que me había acostado con el pintor que me obligó a hacer el amor
antes de casarnos para comprobarlo. Cuando vio la sangre se quedó tranquilo”.
"Como
escapada de un cuadro y en el sentir de una copla
toda España la venera y toda España la adora.
prenda con su taconeo la seguirilla de España
y en sus cantares morunos en la venta de Eritaña".
La copla también huele a mar y canta a los amores porteños: cafés de marineros, voces roncas de aguardiente, barcos con nombre extranjero, riñas de guapos en un puerto, hombres rubios como la cerveza... Tras escuchar en la radio este fin de semana tres temas a cual peor ("En el muelle de San Blas" de Maná, "Soldadito marinero" de Fito y los Fitipaldis y "Naturaleza muerta" de Mecano), he elegido mis tres coplas marineras favoritas. La primera es un clásico del repertorio: "La Lirio", con sus sienes moraítas de martirio. Antes de convertirse en copla, Rafael de León compuso este bello y extenso romance sin musicar (merece la pena leerlo completo):
«Por la arena de la playa va con un hombre la Lirio. La tarde pone en sus ojos un barco de plata y vidrio, mientras que Cádiz se enciende a lo lejos como un cirio, en un altar encalado de torres en equilibrio.
-No sé qué sería de mí si me dejaras, mocito-, suspira dulce y lejana y en un sollozo, la Lirio.
El hombre moreno y alto con voz de viento salino le dice mientras su talle aprieta como un jacinto: -Llevo tu nombre en el brazo tatuado desde niño y en el corazón un ancla de juramento perdido».
Sobre este romance, en 1944, el propio Rafael León, junto a Manuel Quiroga y José Antonio Ochaíta, compuso la Lirio de la copla, en la que un hombre venido de Cuba, por cincuenta monedas de oro, le arrebató su lirio moreno a aquel mocito tatuado de amor.
Si loco de celos se volvió el novio de la Lirio, no fueron más livianos los jachares de la protagonista de la siguiente copla, "Celos":
«Llegaste un día en un velero silbando, alegre, una canción y desde entonces, compañero, ya no di cuenta ni razón.
Entre tus brazos, como loca, luna y estrellas vi pasar y me dejaste en la boca como un regusto a vino y mar».
Sin embargo, los hombres que de lejos trae el mar, tal y como reza otra copla, no son de fiar: "se parecen a las olas y nadie sabe si volverán". Se marchan una tarde, con rumbo ignorado, en el mismo barco que lo llevaron a puerto, dejando olvidados besos y promesas.
«Él vino en un barco de nombre extranjero lo encontré en el puerto un anochecer, cuando el blanco faro sobre los veleros su beso de plata dejaba caer.
Era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón, en su voz amarga había la tristeza doliente y cansada del acordeón.
Y ante dos copas de aguardiente, sobre el manchado mostrador, él fue contándome entre dientes la vieja historia de su amor».
La célebre "Tatuaje" de Xandro Valerio, León y Quiroga -para algunos, la mejor copla de la historia- también tuvo un precedente poético titulado "Café de Puerto":
«La puerta no se cierra ni de día ni de noche y el mar es el cliente mejor de la taberna, que tiene un nombre ambiguo de tienda de perfume lejano de las algas y enemigo del viento.
[…] El farol de la puerta lo ha encendido la tarde; alguien canta lejano en idioma extranjero; el mostrador se llena de aguardiente y de risa y los hombres discuten de mujeres y barcos.
“Te pareces a un novio que yo tuve hace tiempo; se tatuó mi nombre y mis dos apellidos, y cuando no bebía en las noches de luna me cantaba canciones de su tierra caliente...»
Después de este repaso, seguro que alguien me lee la cartilla por no incluir "Amor marinero", inmortalizada en la voz de Rocío Jurado (aunque su versión tampoco es mi preferida). Lo lamento: es una canción demasiado moderna para mí y, además, tiene un final feliz. Las auténticas coplas que provienen del mar no dejan miel en la boca, sino labios cuarteados por culpa de la sal... y las lágrimas.
En mi errático divagar por la red, encuentro, en una web mexicana, el siguiente reportaje sobre la cantante Francisca Viveros, conocida como Paquita, la del barrio: «La historia de Paquita la del barrio está enmarcada por el desprecio hacia los hombres que nació desde su adolescencia, cuando cayó presa de Miguel Gerardo, un seductor de 44 años que la enamoró y formó una familia con ella. Tiempo después, descubrió que su enamorado era un hombre casado. Fue así como Paquita tuvo su primer desencuentro con el destino».
«Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho.
Infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija , cuánto daño me has hecho.
Alimaña, culebra ponsoñosa, desecho de la vida, te odio y te desprecio.
Rata de dos patas, te estoy hablando a ti; porque un bicho rastrero, aún siendo el mas maldito, comparado contigo se queda muy chiquito.
Maldita sanguijuela, maldita cucaracha, que infectas donde picas, que hieres y que matas».
Al leer la historia de Paquita y su éxito "Rata de dos patas" dedicado a un hombre casado del que se enamoró locamente, vienen a mi cabeza los acordes de "Callejuela sin salida" (1942), otra de las alhajas a ritmo de zambra de Rafael de León y Manuel Quiroga, que terminó en el joyero de Juanita Reina.
«Había un anillo en tu mano cuando yo te conocí, por eso cerré los ojos al escucharte decir: “Serrana, yo te lo juro por la gloria de mi mare, si tú me quieres de veras, no hay nadie quien nos separe”.
Y cuando tu mano, como una cadena, fundida en la mía, pa´siempre quedó, sentí que tu anillo temblaba de pena, pero pa´ser güena no tuve valor…
Callejuela sin salida, Donde yo vivo encerrá, Con mi pena, mi alegría, Mi mentira y mi verdá. Me he perdido en la revuelta De una sortija dorá. Ni estoy viva, ni estoy muerta Ni sortera, ni casá. Y en mi calle sin salía, Ya no puedo caminá, Ni de noche, ni de día, Ni p'alante, ni p'atrá».
Para no perderse en las revueltas de una sortija dorá, lo mejor es seguir el ejemplo de una neozelandesa que, después de encallar su matrimonio en otra callejuela sin salida -ella lo describe como un "toxic marriage"-, envió su alianza de bodas al espacio dentro de un cohete adornado con un corazón roto.
En los años sesenta, el "Romance de la otra" de la Piquer (con letra también de Rafael de León) causó un profundo escándalo. En 1979, Manuel Alejandro le compuso a Rocío Jurado la canción "Señora", que podría considerarse una "evolución" social del elegantísimo "Romance de la otra" (endegenerando, por supuesto).
«Yo soy la otra, la otra y a nada tengo derecho, porque no llevo un anillo, con una fecha por dentro.
No tengo ley que me abone, ni puerta donde llamar, y me alimento a escondías con tus besos y tu pan.
Con tal que vivas tranquilo, qué importa que yo me muera, te quiero siendo la otra como la que más te quiera».
«Cuando supe que existía usted, señora. Ya mi mundo era sólo él, señora. Ya llevaba dentro de mi ser, su aroma.
Él me dijo que era libre, como el mismo aire que era libre, como las palomas que era libre… y yo lo creí».
Todos estos líos matrimoniales se arreglarían con la triple alianza (y no me refiero a la coalición del Imperio Alemán, el Austrohúngaro e Italia), sino a esos anillos que se diseñan ahora que son 3 en 1. Así podría repartirse una sortija para la señora y otra para la querida. Y todas contentas gracias a una buena compra.