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lunes, 26 de junio de 2017

Pedazos de memoria


Lo que nos queda de un hombre es la memoria. 

¿Cuándo fue la primera vez que vi a Fandiño? A diferencia de David Mora, a Iván no lo recuerdo de novillero. La primera vez que acudí a una plaza y estaba anunciado fue su confirmación de alternativa en Madrid, en el San Isidro de 2009. Iba de lila y oro, como Antoñete. Tengo el cartel de esa feria colgado en mi dormitorio, al lado de la ventana: Ferrera, Morenito y Fandiño con toros de José Luis Pereda. En mi memoria, Fandiño se doctoró en Las Ventas con un cinqueño basto y silleto en una faena de una fragilidad que no encajaba con el aspecto poderoso y adusto del desconocido confirmante. Con el sexto, monumental, bruto y deslucido, Iván se llevó una descomunal voltereta y después se tiró a matar arrebatado y valiente. Creo que lo ovacionaron en ambos. Lo que sí recuerdo con claridad fue el susto del batacazo.


Le perdí la pista hasta el 2 de mayo de 2011, la goyesca de la Comunidad de Madrid. Una corrida de Carriquiri con Fundi y Robleño. Cortó entonces su primera oreja en Las Ventas (era sobrio hasta para vestir "de pijama": se hizo uno blanco con el bordado en azabache). Ése fue el año de su "descubrimiento" en Madrid y volvió varias tardes. En otoño, mano a mano, por primera vez, con David Mora, rival y amigo. Fandiño, que toreó puro y cargando mucho la suerte, terminó hecho un Cristo y vestido con unos vaqueros. Absoluta entrega de ambos compañeros que, a la postre, habían sido los toreros revelación de la temporada. También como Antoñete, pronto Iván cogió la costumbre de aguardar en aquel rincón sombrío del túnel de cuadrillas de Las Ventas, con la mirada fija en el portón de salida, dispuesto a jugarse la vida a una sola carta: "la suerte o la muerte" de Gerardo Diego.


En junio de 2012, me cogí un autobús Madrid-Bilbao para ver su encerrona con distintas ganaderías con motivo del 50 aniversario de la plaza. El de Orduña no tenía necesidad de estoquear seis toros en Vista Alegre: a fin de cuentas, no lo necesitaba en aquella temporada en la que sumaba el mayor número de contratos de su carrera. Al final, la apuesta personal fue un desastre: tarde desangelada, lluvia y apenas un cuarto de plaza. A pesar de la hombrada, sus paisanos no le arroparon y los toros elegidos tampoco ayudaron en el triunfo. Ahí intuí que la imperturbabilidad de Fandiño tenía grietas y que la fragilidad de su confirmación en Madrid fue algo más que un presentimiento. Nada más hacer el paseíllo y ver las sillas de Vista Alegre vacías, las paredes de su propia casa se le vinieron encima. Con Iván uno aprendía que las gestas no siempre terminaban bien, pero había que rematarlas.


En 2013, volvió a Las Ventas a dentellada limpia con una corrida de Parladé; como aquellos viejos soldados de nuestros tercios de Flandes, con la espada ropera y la vizcaína siempre a mano. Le recuerdo hecho un jabato y sin ponerse bonito: toreó de verdad, desbocado a veces, como un temporal desecho, vehemente y muy ligado. Pegó una de sus estocadas a matar o morir (siempre volcándose entre los pitones, el colofón imprescindible de una lucha noble) y se llevó un cornalón en el muslo.


En 2014, llegó, por fin, la tan meritoria Puerta Grande tras cortar una oreja de cada uno de sus toros de Parladé. Después de esa tarde, llegué a la conclusión que, al lado de Fandiño, el grafeno parecía gomaespuma y que, como dice el refrán, "el buen valor asusta a la mala suerte". Fue cuando se tiró a matar sin muleta allá por el tendido 5, sacando el brazo desde el centro del pecho, sin ventajas, lanzándose entre los pitones con gallardía y clavando arriba. Emoción a espuertas -que no perfección- de un torero luchador y curtido. A esas alturas, que Fandiño no era Curro Romero se sabía, ni falta que hacía.


En marzo de 2015, nueva encerrona fracasada: la de Las Ventas con seis ganaderías legendarias. Apostó y perdió, pero nadie le reconoció el valor de tirar la moneda al aire. Hay hombres que le compran un billete a Caronte sin saber si habrá boleto de vuelta. Y Fandiño lo hacía a menudo. Las gestas del héroe no siempre tienen un final feliz. Eso también lo aprendimos con Fandiño: a superar desilusiones inevitables y a mirar a los ojos a nuestros propios demonios. Semanas después de aquello, indómito y tenaz, Iván regresó a San Isidro yendo a porta gayola. Esa redención en la misma puerta de toriles tampoco la olvido.


En los últimos años, Fandiño, en Madrid, se convirtió en un proscrito. Pero incluso eso casaba con su carácter. Yo siempre acudía a la plaza esperando que volviera a triunfar en cualquier momento. La fe en los toreros de uno resulta inquebrantable... La última vez que lo vi fue, de nuevo, en Las Ventas, el pasado 29 de mayo. En esa tarde ventosa, clavó las zapatillas en los medios e hilvanó varios pases cambiados; después, dos buenas series de naturales, atando el pitón a la tela, unas bernardinas y una ovación -quién imaginaba de despedida- que aún me parece escuchar tendido abajo.


Y después de tantas estocadas cabales, acabó muriendo de una cornada durante un quite a un toro que no era el suyo, muy lejos de Las Ventas, la que fue su plaza; porque "la vida es sombra, y el toreo sueño"... y la muerte no llega igual para todos. El verdadero conocimiento de los toreros, de las personas, es póstumo; y la memoria de Fandiño conduce a la ejemplaridad de una vida sin concesiones. Yo lo recuerdo así.

lunes, 27 de marzo de 2017

Y eso no se sabrá nunca

Un poema de César González Ruano empieza con estos versos:

"Fue o no fue
y eso no se sabrá nunca.

Pasó o se quiso que pasara
y eso no se sabrá nunca".


Fue o no fue. Tras el toque de los clarines tempraneros, salió el toro -el novillo, en este domingo de finales de marzo-, sobrevino un aviso, una advertencia, casi inapreciable, en el primer tercio, después una buena faena, con coraje y cabeza, dos tandas notables, por el pitón derecho y por el izquierdo, los primeros olés, un error ínfimo al final de la faena de muleta, casi sacando al novillo para entrar a matar, un arreón, un golpe seco, un grito; y lo que pudo haber sido, no se sabrá nunca. Sólo quedó la imagen -que sacudía con violencia la memoria de otras cogidas- de un hombre, un torero, boca abajo e inerte sobre la arena; los brazos en cruz, las manos muertas. La cuadrilla que corría en su auxilio hasta el tercio, por un ruedo inacabable, el de Madrid, donde todos los terrenos están siempre tan lejos, de los burladeros, del resto del mundo. La mandíbula que se cerraba obstinada a causa del impacto contra el albero y el aire que no entraba en los pulmones. 

"Como yo me iba hiriendo al respirar y no sangraba
como todo era sorpresa de muerte y de deseo
como toda tiniebla así brillaba
eso no se podrá saber".


La congoja mientras la procesión, con el novillero en brazos, se dirigía hacia la puerta enrejada de la enfermería de Las Ventas, que se abría, demasiado madrugadora esta vez, en el primer festejo y el primer toro de la temporada. Como en el poema de González Ruano, no fue; porque Pablo Aguado no volvió a salir al ruedo. Tuvo que ser trasladado de urgencia al hospital por un traumatismo craneoencefálico con pérdida de consciencia y herida en la región parietal. Pronóstico grave que le impedía continuar la lidia. Pasó o se quiso que pasara y eso no se sabrá nunca.


La verdad contumaz del toro. La chaquetilla, como un pelele triste, regresó sin dueño al callejón mientras la lidia continuaba con cinco Fuente Ymbros excelentes. Puerta Grande o enfermería. Tocó lo segundo a pesar de la disposición de los hombres. Horas de entrenamiento en el campo, de miedos asumidos, de desvelo eligiendo los mejores novillos -los de Gallardo, lo eran-, de conversaciones en los despachos, y que un golpe fugaz de mala suerte se llevó por delante. Como un mar que parecía tranquilo, incluso luminoso, haciendo que no sabía nada, alimentando esperanzas de gloria que nunca llegaron. Así es el toro, pero también la vida, donde una balanza imaginaria pasa factura de los triunfos, las ambiciones y los sueños. Nada nuevo, aunque sí inclemente y fatigoso, hasta con los más jóvenes. En esta ocasión, el novillero Pablo Aguado podía abandonar Las Ventas por dos puertas: quizás, la próxima vez, el 22 de mayo, en San Isidro, el destino le depare la que desemboca en la calle Alcalá. Este domingo dejó motivos para creerlo así.

"Por mucho que lo hablen
eso no se podrá saber.

Por mucho que lo sepan".

Fotos: Julián López

lunes, 20 de marzo de 2017

A Las Ventas, sí, pero sin cuchillos


Cuenta atrás. El domingo 26 de marzo arranca la temporada taurina en Las Ventas, un redondel que cada año acaba convertido en el ojo de todos los huracanes. Es, además, el primer paseíllo de la era Simon Casas & Nautalia Viajes. El cartel, con diseño de Jérôme Pradet, ya empapela la fachada de la plaza. Novillos de Fuente Ymbro para tres toreros con ambiente: Pablo Aguado, Leo Valadez y Diego Carretero. 

Sin embargo, el desafortunado indulto de un Garcigrande en Valencia amenaza con volverse una patada en culo ajeno. La afición de Madrid ha desenvainado los puñales. Por las redes, no dejan de publicarse mensajes donde se augura mano dura sobre el palco presidencial y la recién estrenada empresa de Las Ventas. "Madrid no es Valencia", "Simon, te estamos esperando" y otros avisos dignos de una novela de Mario Puzo viajan de boca en boca.


El domingo todos tenemos que ir a Las Ventas, sí, pero sin cuchillos. Que tres novilleros que intentan abrirse camino y ganarse el pan no se conviertan en el chivo expiatorio de una afición cabreada. Los humos, llegado el momento, con los poderosos y los carteles de relumbrón. Pero Madrid ahora, con toda su justicia, tiene que defender a los toreros humildes y a los novilleros, en vista de que otras plazas, injustificablemente, han dejado de hacerlo. Y, de momento, los integrantes de los primeros cuatro carteles de la temporada venteña, poco tienen que ver con los desmanes valencianos ni con los indultos falleros. Por ello, que no paguen una cuenta que no les corresponde.

Escribió Nietzsche: "Pues mi noción de justicia es ésta: los hombres no son iguales" (los toreros, y sus circunstancias, tampoco).

jueves, 9 de marzo de 2017

La entrada al templo


El miércoles por la noche, se presentaron los carteles de la feria más importante del mundo: San Isidro, el eterno gran escaparate, donde, generalmente con justicia, se da y se quita, se triunfa o se fracasa, se llega a la cima o la piedra vuelve a rodar inmisericordemente cuesta abajo.  Es el primer San Isidro de la empresa compuesta por Simon Casas y Nautalia Viajes, la pareja por colleras que se anuncia como Plaza 1. La gala de presentación, dentro de una carpa montada en el ruedo de Las Ventas, fue algo inédito en el mundo del toro. La llegada de aires franceses, sin duda, ha aportado “grandeur” y “glamour”, algo que no está de más y que, por otra parte, ayuda a que el toro tenga, de una vez, visibilidad en los medios generalistas. Incluso grandes marcas comerciales como Maserati patrocinaron el evento. Un triunfo.


Sin embargo, no dejaba de resultar extraño estar cenando sobre el ruedo, en los terrenos de la contraquerencia, donde tantas veces exigimos que se pique en el sitio; o llegando al tercio, donde aquel par de banderillas que nos cerró la boca del estómago; o frente a la puerta de chiqueros, donde aquella porta gayola y aquella cornada que dejó un reguero de sangre hasta la puerta de la enfermería. A pesar de la pirotecnia de Plaza 1, todo seguía allí, imperturbable, como esperando pasar factura: el reloj, el túnel de cuadrillas, el burladero de matadores, el camino hacia la Puerta Grande.


Ante las cuarenta mesas diseminadas por el ruedo, permanecían sentados algunos hombres con los pies en la tierra. Toreros secos, indispensables, con las zapatillas atornilladas en la realidad; toreros que no olvidan quiénes son. Anoche, iluminados por los cañones de luz azul, se presentaron los carteles que decidirán su futuro. Anoche se repartieron las cartas de la baraja. Ahora la suerte está en sus manos, en sus muletas y en sus espadas.


Porque, al final, como escribió el poeta, "vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo". Y eso es algo irremediable, intrínseco a esta vieja Fiesta. Las Ventas es un templo que, a las siete de la tarde, no entiende de frivolidades. 

lunes, 6 de junio de 2016

Desde el corazón de las tinieblas

Este San Isidro queda resumido en dos imágenes llegadas, directamente, desde el corazón de las tinieblas: del retrato de un hombre que abraza, con la mano ensangrentada, a quien le ha salvado la vida, a la lucha desesperada de otro que pone todo su empeño y voluntad en sobrevivir, haciendo surgir la belleza y el orden de la fiereza y el caos. David Mora, después de cortar las dos orejas de "Malagueño" de Alcurrucén, con don Máximo García Padrós. Y Alberto Aguilar ante un toro decimonónico de Saltillo. "En el fondo de toda belleza habita algo inhumano". Lo escribió Camus y ambas fotos -una de Sánchez Olmedo y otra de Cruz- lo demuestran.


"Penetramos más y más espesamente en el corazón de las tinieblas. Allí había verdadera calma […] Si aquello significaba guerra, paz u oración es algo que no podría decir […] Nos podíamos ver a nosotros mismos como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita" (Joseph Conrad).


Y es que, probablemente, la tauromaquia sea la última manifestación visible de una herencia maldita: el recordatorio de que mañana podemos amanecer rodeados de belleza o en el mismo corazón de las tinieblas. Esa inhumanidad consustancial a la Fiesta, alejada del triunfalismo, es la razón y justificación de su existencia, mucho más que mil faenas hermosísimas de Manzanares.


miércoles, 1 de junio de 2016

Sean cuales sean sus motivos

Borges escribió que el infierno y el paraíso le parecían desproporcionados: "los actos de los hombres no merecen tanto". A veces, sin embargo, por quiebros del destino, los hombres caminan hacia el infierno y en su mano está salir de él.


Ha transcurrido un día desde que terminara la corrida de Saltillo en Las Ventas y, en 24 horas, aún no he sido capaz de responder a una pregunta, una cuestión fundamental, la raíz de todo: ¿cómo, en la sociedad actual, quedan hombres dispuestos a jugarse la vida, a ir de cabeza al infierno, por una cuestión de honor? ¿Qué sentimiento movió a Sánchez Vara, Alberto Aguilar y José Carlos Venegas a seguir en el ruedo, a continuar hasta el final, hasta el último aliento, conscientes de que la ruleta de esa partida tenía todas las papeletas de caer en la casilla más negra de todas? ¿Quién apuesta hoy así, en un mundo donde prevalece la trampa y la ley del máximo rendimiento por el mínimo esfuerzo?  


Y qué decir de las cuadrillas, que también aceptaron ese juego siniestro de los Saltillos no por conquistar su propia gloria, sino, en el mejor de los casos, la de su matador. ¿Qué sentimiento les impulsa a llegar a tanto? ¿Es una cuestión de honra, de ambición, de avidez de triunfo, de necesidad material, de desafiar al miedo y al destino? En una sociedad acomodada y pudiente, en esta sociedad anestesiada de la Europa del siglo XXI, ¿cómo unos hombres jóvenes y sanos pueden seguir poniendo su vida sobre la ruleta del albero a la espera de saber si les espera el todo o la nada, de saber lo que les dará o quitará un toro bravo? Y cuando el azar les obliga a poner todo sobre el tapete, incluida la vida, ¿qué les hace seguir jugando y no abandonar la mesa para siempre?  


Son héroes y ejemplo para aquellos que intuimos la magnitud de su voluntad, pero ¿cuál es la fuente de su heroicidad? Después de ver a Sánchez Vara, a Aguilar, a Venegas y a sus respectivas cuadrillas en Las Ventas, de verles abandonar la plaza, milagrosamente, por su propio pie, sólo cuando hubo caído el sexto toro, cuando hubieron lidiado los seis a carta cabal, la cuestión de sus motivos me martillea la cabeza y estómago. Los actos de los hombres no merecen un infierno así. Ni tratándose de toreros. Gloria para ellos, sean cuales sean sus motivos.

Fotos: Juan Pelegrín

lunes, 30 de mayo de 2016

Alberto Aguilar ante el abismo

Y cinco días después de "Malagueño", volvió a salir un toro en Las Ventas. Y, de nuevo, tuvo delante a un torero. No hay más. No existe otra fórmula. Un hombre en soledad delante de un toro fiero. La receta más eficaz para que miles de personas vibren -aficionados o no- y para sellarle la boca a aquellos que pretenden prohibir este espectáculo.


Se llamaba "Camarín" y llevaba el hierro de Baltasar Iban, aunque en sus hechuras no había ni rastro de lo que fue Contreras. Fue más encastado que bravo. Con menos clase que "Malagueño" -el toro de Alcurrucén premiado con la vuelta al ruedo cinco días antes- pero más picante. Se arrancaba de lejos y en el caballo empujó metiendo los riñones. Dudo que hubiera aguantado un tercer puyazo, aunque el público deseaba que lo volvieran a llevar al peto. Con la lidia que le dieron, justa y medida, llegó a la muleta como un tren. Y el inicio de faena de Alberto Aguilar fue portentoso, poderoso, con gusto, por bajo. Ya de capa lo recibió impecablemente, clásico, sacándose por verónicas al toro hasta el tercio y cerrando con la media.


En la muleta, por momentos, "Camarín" y Aguilar estuvieron a la altura de "Bastonito" y Rincón, con el torero enfrontilado, dando espacio en el cite, y el de Iban galopando y humillando en el embroque. Emocionantes ambos. La inteligencia del hombre ante la casta incontrolada del animal. Eso es una faena de verdad. La que pone al personal de pie, sepa o no de toros.


Tremendo el mérito de Alberto con lo poco que toreó la pasada temporada. Y, a la hora de coger el estoque, se tiró a matar o morir. Espeluznante el pitonazo que le lanzó "Camarín" directo al pecho, pero la espada resultó fulminante y Aguilar cortó una oreja con todas las de la ley. Una "pelúa" con más valía que algunas faenas de dos porque, para estar delante de "Camarín", había que ser muy hombre y muy torero.


Decía William Burroughs que era necesario estar en el infierno para ver el cielo. Ya es hora de que toreros como Alberto Aguilar, o como Rincón en su día, vean al cielo... aunque para ello primero tengan que jugarse la piel ante un toro con el abismo encerrado en cada pitón, como sucedió con el gran "Camarín".

miércoles, 25 de mayo de 2016

La historia de un hombre de muchos senderos

"Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie"
(Emily Dickinson)


Dejé de escribir el día en que me di cuenta de que había más escritores que lectores. Al abandonar el hábito de juntar unas letras al terminar la tarde de toros, creo que me volví más incrédula, incluso derrotista; pero tampoco sucedía nada que me animara a volver a escribir. Quizás fuera yo... o que en el ruedo no ocurría algo extraordinario. No sé si el problema era interno o externo, el caso es que la tinta se secaba desde comienzos de abril y la primavera transcurría sin que fuera capaz de firmar cinco líneas. Hasta que David regresó como el Ulises que se vio obligado a abandonar Ítaca. Lo escribió Cernuda:

¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia 
de su tierra...


Ver a un hombre levantarse, volver tras un largo viaje, resurgir de la misma arena donde cayó, abrazar a quien le salvó la vida. La historia de David Mora está escrita con sangre, pero también con tinta, pues nunca de concibió una Odisea tan perfecta, tan bien tejida, tan épica. "Cuéntame, Musa, la historia de un hombre de muchos senderos, que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar; vio muchas ciudades de hombres y conoció su talante, y dolores sufrió sin cuento tratando de asegurar la vida y el retorno... [...] Y el caso es que cuando transcurrieron los años y le llegó aquel en el que los dioses habían hilado que regresara a su casa de Ítaca, ni siquiera entonces estuvo libre de pruebas; ni cuando estuvo ya con los suyos". 


No sé qué Dios hiló el destino de David Mora, de la puerta de toriles a la enfermería, y después a la Puerta Grande, de la muerte a la vida, y del abismo a la gloria, ligando unas trincherillas que han hecho brotar un nudo de cada garganta. Sólo sé que una historia como la suya haría revivir al mismo Homero, porque una epopeya tan colosal, la de un hombre y un toro, no puede quedar sin alguien que la cante y escriba. 


Por supuesto, loas también al Dios (distinto del primero, porque el toreo es una religión pagana y politeísta) que puso en el camino de Mora a un extraordinario Alcurrucén llamado "Malagueño", porque una gesta así debe tener un toro, es decir, una última prueba, a la altura del héroe. 

Fotos: Juan Pelegrín

En La Odisea se hablaba de una "diosa de ojos brillantes": Atenea. Imposible asistir al regreso de David a Las Ventas sin brillo, o sin lágrimas, en la mirada. Imposible de olvidar. Y difícil de escribir.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.

domingo, 3 de abril de 2016

El futuro de la Sevilla taurina

"Ladran, amigo Sancho, luego cabalgamos"


Sevilla fue taurina en el pasado, lo sigue siendo en el presente y continuará así en el futuro, a pesar de los ladridos de cien antitaurinos que exigen el fin de la Tauromaquia aprovechando el arranque de la Feria de Abril. Ni siquiera las arcas de las asociaciones ecologistas pueden borrar siglos de Historia de un plumazo. Sevilla es taurina desde que se puso toda amarilla, quebraíta de color, porque el río venía teñido con sangre de los Ortega... Y desde mucho antes, con su famoso matadero, forja de la tauromaquia a pie. Sevilla es responsable de genios como Juan Belmonte y Paco Camino; cuna de ganaderías bravas en la marisma y en la sierra, y vigía de La Maestranza. 


Bien es cierto que Sevilla a veces pierde el norte y cree haber encontrado a un nuevo Curro Romero en los toreros más insospechados, algunos con nombre de poetas del siglo XVI. O que se pega un chute de morantismo y se echa a dormir la siesta del fauno durante cinco días. Pero, pelillos a la mar, así es la rosa. Los antitaurinos tampoco entienden de esas cosas, tan sevillanas.


Y ahora -presente y futuro-, ojo con Sevilla, porque tiene un nuevo novillero que, éste sí, puede devolver las mieles a la afición de la Torre del Oro. Se llama Pablo Aguado y este domingo -mientras un puñado de aulladores clamaba frente al Palacio de San Telmo- ha debutado en Las Ventas, dejando una excelente impresión, de la que gusta a ambos lados de Despeñaperros: toreo clásico, puro, dando el pecho, cruzado y con desmayo al natural. La espada aún se le atraganta, pero tiempo al tiempo. De momento, ha dado una vuelta al ruedo en Madrid y, a buen seguro, la empresa ha apuntado su nombre para futuros carteles. A la espera de que suene el teléfono de sus apoderados, el 1 y 26 de mayo toreará en La Maestranza, para satisfacción de sus paisanos. Porque la Sevilla taurina tiene cuerda para rato. Tanta como manguera a Morante.

lunes, 12 de octubre de 2015

Echar la llave


El último día de la temporada en Las Ventas recuerda al final del verano en el apartamento de la playa, cuando se echa la llave y se extiende una sábana blanca sobre el mueble de la tele. Adiós, una última caricia a la madera de la puerta, hasta el año que viene y que el invierno pase rápido. Y mientras uno va bajando los peldaños de la casa o de los tendidos, lleno de melancolía -o de maletas-, rememora los buenos momentos vividos: un mes de playa o más de cuarenta tardes de toros, qué más da. Al final, todo se reduce a recuerdos. Parece que fue ayer cuando Fandiño se encerró con seis moritos el Domingo de Ramos en Madrid, un festejo calamitoso, por cierto, pero que dejaba toda una temporada por delante. Luego la Feria de la Comunidad, el imborrable San Isidro, los gaches del verano, la Feria de Otoño... y El Pilar, fin del trayecto. La casa se cierra. Este lunes con sabor a domingo, 12 de octubre, costaba salir por las bocanas del tendido tras el arrastre del sexto toro. Abandonar Las Ventas es como caminar a contraquerencia.


Ya lo cantaba Manuel Machado:

Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...

domingo, 4 de octubre de 2015

Otoño y otra temporada que se escapa


Llegó Adolfo Martín, in extremis, a salvar una Feria de Otoño calamitosa en el plano ganadero. Hasta el domingo, se habían lidiado dos corridas (El Puerto de San Lorenzo y El Vellosino) y una novillada (El Torreón) donde no se vio un toro bravo, sólo mediocridad. Bien es cierto que Adolfo tampoco trajo a Madrid ningún toro de bandera, pero sí un lote de desigual presentación que mantuvo un gran interés a causa de su dureza (emocionante el tercer Santa Coloma, encastado y muy vivo, de nombre "Rizos", y con clase el sexto, "Murciano"). En asuntos taurinos, sabe mejor lo picante que lo soso, aunque clama al cielo que siempre sean los mismos toreros los que bailan con la más áspera, pues el depósito de valor no es eterno.

Los tres audaces del día fueron Rafaelillo, Fernando Robleño y Paco Ureña, acompañados de sus correspondientes cuadrillas, que también sudaron para ganarse el pan. La faena de Rafaelillo al Adolfo que abrió plaza, un cárdeno alto de agujas y grandón ("Aviador"), fue de una enorme emoción y verdad. Se la jugó el murciano cómo sólo pueden hacer los toreros valientes y honrados, sorteando las embestidas del pavo que, orientado, buscaba los muslos, el pecho y hasta la yugular. Si lo llega a matar a la primera, habría cortado una oreja, quizás dos. Y es que la épica de Rafaelillo merece salir de una puñetera vez por la Puerta Grande, para que todo el mundo sepa lo que es un héroe.


La tarde miraba ya hacia Murcia, y con el sexto -de nombre "Murciano" para cuadrar el círculo-, Paco Ureña dio un recital de buen toreo, sobre todo al natural, tras sufrir una escalofriante voltereta. Notable toro este negro entrepelado, ovacionado en el arrastre, por su clase y humillación. Tristemente, el fallo a espadas también impidió que el diestro tocase pelo. Ellos dos, Rafaelillo y Ureña, junto a López Simón, han sido los toreros de esta Feria de Otoño, en la que Robleño se estrelló con los adolfos de menos transmisión.

Y así, bajo los compases de "El Gato Montés", se fue vaciando la plaza de Las Ventas un otoño más, dejando una sensación de inevitable melancolía que no desaparecerá hasta el próximo Domingo de Ramos. Otra temporada que se escapa.

lunes, 8 de junio de 2015

¿Qué queda tras un San Isidro?

Anoche me quedé dormida con una vieja canción de Charles Trenet titulada Que reste-t-il de nos amours. "Esta noche, el viento que golpea mi puerta me habla de los amores muertos delante del fuego... ¿Qué queda de nuestro amor? ¿Qué fue de los días soleados?".

Ce soir le vent qui frappe à ma porte
Me parle des amours mortes
Devant le feu qui s' éteint...
Que reste-t-il de nos amours?
Que reste-t-il de ces beaux jours?


La letra va describiendo los restos de aquel amor: una vieja foto, flores secas guardadas en un libro, las citas de abril... Trenet canta sin tristeza. Al final, ¿qué queda tras un San Isidro? Poco menos que un recuerdo que nos persigue constantemente, como en la canción de Trenet. El toreo es efímero: las faenas no se esculpen, ni se plasman en lienzos, ni se graban en discos... ni siquiera se escriben. Suceden, nos emocionan o nos enseñan... et après, ils sont un souvenir qui nos poursuivons sans cesse. 


Entre esos recuerdos, surgen algunos nombres... De torero bueno, Sebastián Castella, quien ha conseguido no poca cosa: estar a la altura de dos magníficos toros, "Lenguadito" y "Jabatillo". Por original -rozando lo inverosímil-, Alejandro Talavante en la corrida de Juan Pedro Domecq. Por temple, gusto y clasicismo, Morenito de Aranda, tanto en el aperitivo de la Feria de la Comunidad (Puerta Grande) como en la tarde de Valdefresno. Por valor y ganas, López Simón, a quien sacaron a hombros la tarde de Las Ramblas. Manuel Escribano también estuvo hecho un tío con aquel Adolfo llamado "Baratero" que le arrancó la medalla del cuello. Lo de Rafaelillo con los Miuras fue emoción en estado puro (como escribió la aristócrata Mary Montagu, "Después de la propia sangre, lo mejor que el hombre puede dar de sí mismo es una lágrima"). Juan del Álamo volvió a confirmar que sabe torear... y que merece entrar en más ferias. Fernando Robleño, sin haber cortado orejas, ha echado un San Isidro soberbio bailando siempre con la más fea. Ante los Adolfos, Urdiales también pintó varios carteles de toros. Se me viene a la memoria una estocada hasta la bola de Juan Bautista a uno de Alcurrucén y otra de Joselito Adame recibiendo a uno de El Montecillo. Y, por supuesto, imposible olvidar la heroicidad de Jiménez Fortes con la cornada más dramática de los últimos meses. Entre los novilleros, se llevó la palma el peruano Andrés Roca Rey.

Obras de Tico de la Rosa

En el "álbum ganadero", varias fotos: "Jabatillo" de Alcurrucén, "Lenguadito" de El Torero, "Mensajero" de Parladé y "Agitador" de Fuente Ymbro. La mejor corrida, indiscutiblemente, fue la lidiada por Juan Pedro Domecq el 29 de mayo.

Y entre los hombres de plata, Juan José Trujillo, Ángel Otero, Roberto Martín "Jarocho", Luis Carlos Aranda, David Saugar "Pirri" (herido en la de Victorino), Fernando Sánchez, Pascual Mellinas, Curro Javier, Domingo Siro, Marco Galán (herido en la de Miura), Joselito Rus, Rafa González... De los picadores, Pedro Iturralde con Fuente Ymbro, Tito Sandoval y Paco María con los Victorinos, Óscar Bernal con uno de Victoriano del Río... y algunos más que me dejo en el tintero (es el problema de escribir "de memoria").

Que reste-t-il de ces beaux jours? Al margen de lo sucedido en la arena, un San Isidro deja otros recuerdos, muy buenos de hecho. Cada año, esta feria pasa más deprisa... Un mes después, tras 31 tardes de toros, sigue sin llover sobre Madrid.

domingo, 7 de junio de 2015

La "Semana Torista" o el reinado de Witiza


Con el tiro de mulillas arrastrando a "Arenero" (6º), terminó la Feria de San Isidro 2015; el mejor Miura -o el más noble- de un encierro aprobado in extremis que ha permitido ver a tíos que se visten por los pies, empezando por Rafaelillo, que ha dado una clamorosa vuelta al ruedo, roto en lágrimas por la emoción, tras jugarse el tipo con un cárdeno bragado de nombre "Injuriado" (4º) que le enredó en los bordados de la taleguilla. El murciano, valeroso y a la vez tremendamente entregado, desmayó la mano para torear al natural; sin embargo, dos pinchazos antes de la estocada impidieron que su buen oficio fuera premiado con una oreja de ley.


La otra cara de la moneda -la cruz- cayó en el bolsillo de Marco Galán cuando banderilleaba al peligroso quinto, que andaba buscando carne con la cara por las nubes. El subalterno de Javier Castaño -que previamente había lidiado muy bien al segundo Miura- sufrió una cornada en el escroto, un puntazo a la altura de la cadera y múltiples contusiones. No ha sido el único valiente, pues sus compañeros, Ángel Otero y Fernando Sánchez, protagonizaron un emocionante tercio de banderillas ante "Aguilero" (2º), un verdadero pulso de raza y gallardía que la plaza supo valorar con una cerrada ovación, a pesar de que algunos rehiletes cayeron traseros. El público, en cambio, se mostró más cicatero con Castaño, quien también tragó paquete en dos dignas actuaciones. 


El único torero que no terminó de romperse durante la Miurada fue Serafín Marín, cuyo lote fue especialmente castigado en el caballo. De todos modos, a la corrida de Zahariche le faltó casta y bravura. Los tres primeros toros rozaron -o alcanzaron- la invalidez... y no hay nada más triste que un Miura rodando por el suelo. La "Semana Torista" ha sido un horror, oscuro e incierto igual que el reinado de Witiza. Como escribir "entre tinieblas" no es aconsejable, dejaremos para mañana el resumen de la feria. Por hoy, mi rendida admiración por los toreros, de oro y plata, que han hecho el paseíllo ante el atragantón de los Miuras.

sábado, 6 de junio de 2015

Los espejos del pasado


Dice el tango que veinte años no son nada. Diez tampoco. El 4 de junio de 2005, Zabala de la Serna publicaba la siguiente crónica en ABC: "Por fin la tierra prometida, ese trocito de cielo que se respira bajo la arcada de la Puerta Grande, Cid [...] Con permiso de Rincón, eres el torero más puro de los activos. Quizás por eso le brindaste al César". Diez años después, Zabala escribe en El Mundo: "Victorino y El Cid se suicidan de la mano". Entre medias, el 19 de abril de 2007, una tarde gloriosa en La Maestranza, cuando Manuel Jesús abrió la Puerta del Príncipe gracias a Borgoñés: "Como guante a la mano, y qué mano la de El Cid, así le cae el encaste de Victorino al torero de Salteras. O viceversa. Tan suprema compenetración, como la del Beluga al Moët, se precipitó por la Puerta del Príncipe en esa hora mágica cuando la tarde se asoma a la noche. El Cid y Victorino, Victorino y El Cid, son pareja de hecho inseparable desde que hace un lustro se volvieron locos de pasión en las arenas de Bayona" (Zabala para ABC). Cuatro meses después, tuvo lugar la encerrona de El Cid en Bilbao ante seis Victorinos... Ante los espejos del pasado, no somos naide. Pero El Cid y Victorino fueron mucho, y mucho debemos agradecerles los aficionados. 


"Compréndelos a todos. Ama y admira sólo a unos pocos", escribió Camus. El Cid y Victorino se ganaron a ley nuestra admiración y devoción. Por eso, la reciente caída sabe más amarga. ¿Qué pensaría ayer Rafael Perea "Boni" contemplando la debacle desde el callejón? A veces, una retirada -o un descanso- a tiempo es la solución más decorosa. ¿Volverá a salir un "Borgoñés"? Seguramente sí. ¿Y un guante que sepa entender el encaste Santa Coloma como aquel de El Cid? Posiblemente. La fe del aficionado es parecida a la piedra de Sísifo: estamos condenados a cargar con ella. Porque, cualquier tarde y en cualquier plaza, un torero hará un faenón a un Victorino de bandera. Y eso es algo demasiado inconmensurable como para dejarlo pasar. "Todo el gozo silencioso de Sísifo se encuentra en eso. Su destino le pertenece. Su roca es todo lo que posee [...] La lucha por alcanzar las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginar a Sísifo feliz".