El miércoles por la noche, se presentaron los carteles de la
feria más importante del mundo: San Isidro, el eterno gran escaparate, donde,
generalmente con justicia, se da y se quita, se triunfa o se fracasa, se llega
a la cima o la piedra vuelve a rodar inmisericordemente cuesta abajo. Es el primer San Isidro de la empresa
compuesta por Simon Casas y Nautalia Viajes, la pareja por colleras que se anuncia
como Plaza 1. La gala de presentación, dentro de una carpa montada en el ruedo
de Las Ventas, fue algo inédito en el mundo del toro. La llegada de aires
franceses, sin duda, ha aportado “grandeur” y “glamour”, algo que no está de
más y que, por otra parte, ayuda a que el toro tenga, de una vez, visibilidad
en los medios generalistas. Incluso grandes marcas comerciales como Maserati
patrocinaron el evento. Un triunfo.
Sin embargo, no dejaba de resultar extraño estar cenando
sobre el ruedo, en los terrenos de la contraquerencia, donde tantas veces
exigimos que se pique en el sitio; o llegando al tercio, donde aquel par de
banderillas que nos cerró la boca del estómago; o frente a la puerta de
chiqueros, donde aquella porta gayola y aquella cornada que dejó un reguero de
sangre hasta la puerta de la enfermería. A pesar de la pirotecnia de Plaza 1,
todo seguía allí, imperturbable, como esperando pasar factura: el reloj, el
túnel de cuadrillas, el burladero de matadores, el camino hacia la Puerta
Grande.
Ante las cuarenta mesas diseminadas por el ruedo,
permanecían sentados algunos hombres con los pies en la tierra. Toreros secos,
indispensables, con las zapatillas atornilladas en la realidad; toreros que no olvidan quiénes son. Anoche, iluminados por los cañones de luz azul, se
presentaron los carteles que decidirán su futuro. Anoche se repartieron las
cartas de la baraja. Ahora la suerte está en sus manos, en sus muletas y en sus espadas.
Porque, al final, como escribió el poeta, "vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo". Y eso es algo irremediable, intrínseco a esta vieja Fiesta. Las Ventas es un templo que, a las siete de la tarde, no entiende de frivolidades.
Magnífico comienzo y genial crónica Gloria.
ResponderEliminarOjalá la realidad de la tauromaquia vuelva de nuevo al ruedo.