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miércoles, 10 de febrero de 2016

Estrechez y mezquindad


Rumba la rumba la rum bam bam

"En todos los pueblos del mundo la política produce un elemento ambicioso, arribista, bajo e inmoral. Político y chanchullero son sinónimos" (Pío Baroja, 1918).


"Esa vida de las familias en la ciudad, llena de pequeños ciudadanos y miserias, me repugna. Me hubiera gustado tener una gran familia viviendo en una granja en América o en Australia, con una vida amplia, fácil. Pero, ¡aquí! ¡En esta estrechez! ¡En esta mezquindad!" (Pío Baroja).


Pues sí: en poco tiempo, Madrid se ha convertido en una ciudad estrecha y mezquina, mucho más de lo que podría haber imaginado Baroja, donde la basura nos come por las esquinas, donde los perros entran en el metro, donde Josep Pla y Álvaro Cunqueiro se quedan sin calle, donde los aficionados a los toros estamos perseguidos, donde exclusivamente se puede circular en bicicleta, donde la cabalgata de Reyes Magos es un esperpento, donde uno sólo puede sentirse orgulloso por ser "gay", donde los titiriteros ensalzan a ETA y donde unos dictadores disfrazados de progresistas han tomado el mando. Éste es el nuevo Madrid, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena... ¡Que Dios nos coja confesados!, ya lo escribió Cela.



martes, 28 de julio de 2015

Ese mundo en el que todo ha ido fallando poco a poco


Acodados sobre el viejo, sobre el costroso mármol de los veladores, los clientes ven pasar a la dueña, casi sin mirarla ya, mientras piensan, vagamente, en ese mundo que, ¡ay!, no fue lo que pudo haber sido, en ese mundo en el que todo ha ido fallando poco a poco, sin que nadie se lo explicase, a lo mejor por una minucia insignificante. Muchos de los mármoles de los veladores han sido antes lápidas en las Sacramentales; en algunos, que todavía guardan las letras, un ciego podría leer, pasando las yemas de los dedos por debajo de la mesa: "Aquí yacen los restos mortales de la señorita Esperanza Redondo, muerta en la flor de la juventud", o bien "R. I. P. el Excmo. Sr. D. Ramiro López Puente. Subsecretario de Fomento". Los clientes de los Cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner remedio a nada. 

[…] Hay tardes en que la conversación muere de mesa en mesa, una conversación sobre gatas paridas, o sobre el suministro, o sobre aquel niño muerto que alguien no recuerda, sobre aquel niño muerto que, ¿no se acuerda usted?, tenía el pelito rubio, era muy mono y más bien delgadito, llevaba siempre un jersey de punto color beige y debía andar por los cinco años. En estas tardes, el corazón del Café late como el de un enfermo, sin compás, y el aire se hace como más espeso, más gris, aunque de cuando en cuando lo cruce, como un relámpago, un aliento más tibio que no se sabe de donde viene, un aliento lleno de esperanza que abre, por unos segundos, un agujerito en cada espíritu.

La Colmena, Camilo José Cela (1951)


Desde que llegué a Madrid, algunas tardes de invierno, sobre todo de domingo, caminaba sola hasta la Glorieta de Bilbao y entraba en el Café Comercial a tomar algo caliente. Tras despojarme de la bufanda, mientras esperaba el líquido humeante, pasaba la yema de los dedos por debajo de la mesa, esperando encontrar el relieve de un nombre. La maniobra siempre era interrumpida por la llegada del camarero, anticipada a través de su propio reflejo en los enormes espejos que revestían las paredes del local, unos espejos despiadados, que reflectaban las miserias y alegrías de los asiduos. En este mundo donde todo falla poco a poco, los grandes cafés no tienen sitio. No sólo cierra el Café Comercial, también la pastelería La Duquesita ha doblegado este verano. Al menos, llegué a Madrid a tiempo de conocer ambos locales, así como el Café Gijón, Casa Lhardy, Pontejos, Casa Yustas, la Chocolatería San Ginés o la Plaza de Las Ventas, testigos de una ciudad que desaparace, dejando paso a otra, demasiado impersonal y desangelada. Del Madrid que me enamoró a través de las novelas, sólo quedan unas pocas cenizas. Pronto hablaremos de esta ciudad como aquel niño muerto que alguien no recuerda, ¿no se acuerda usted? Y el aire se volverá más espeso... más gris.

jueves, 16 de octubre de 2014

Lhardy y los toros

 
Han pasado 175 años desde que Lhardy abriera sus puertas para darle esplendor a Madrid. Por aquella época, los toreros, amantes de la bombolla y el tronío, eran más vanidosos. Ahora, cuando los matadores pasean por la Carrera de San Jerónimo no visten un traje especial, un traje que defina su calidad de toreros. Ahora todo el mundo, toreros y mortales, vamos ataviados con prendas parecidas. Incluso en el interior de Lhardy. Porque Lhardy es, y ha sido, un reflejo de nuestro Madrid.
 
 
"Si estos espejos y estos sillones hablaran...". Así comenzó su charla el pasado martes Carlos Abella, responsable de una amena conferencia titulada "Lhardy y los toros", que se celebró en el Salón Isabelino del aristocrático restaurante. Casi un siglo antes de que se inaugurara la actual plaza de Las Ventas, Frascuelo, ataviado con elegante chaquetilla de terciopelo, acudía con frecuencia a Lhardy para tomar su vaso de jerez. En una ocasión, acodado sobre el mostrador de mármol, vio entrar al monarca Alfonso XII. Con desparpajo calé, levantó la copa y gritó: "¡Olé por el rey gitano!". El granadino, no era el único espada que allí se sentía como en su casa. Se rumoreaba también que Luis Mazzantini tenía a su disposición una habitación en la última planta de Lhardy cada vez que recalaba en Madrid.
 
 
Aún se recuerda el homenaje que sus partidarios le organizaron a Joselito en 1913 tras cortar su primera oreja en Madrid al bravísimo toro de Saltillo "Jimenito". Entre "petitsous", "brioches", "croissants", "patés de prédis" y "vol-au-vent", el pequeño de los Gallo saboreó las mieles del éxito en Lhardy. Pero nada comparable a la cena homenaje con la que se obsequió a Manolete en 1944. Todos los invitados fueron de esmoquin, salvo Manuel Rodríguez, que vistió traje corto y camisa rizada. "Porque ése es el traje de gala de los toreros", puntualizó con acierto Carlos Abella. Al ágape acudieron intelectuales, escritores, músicos, críticos taurinos, políticos, médicos... y Camilo José Cela, que no había cumplido ni 30 años. Bajo las luces de Lhardy, Agustín de Foxá declamó uno de sus más bellos textos: "Yo saludo en ti a Córdoba, olivares y ermitas, surtidor de odaliscas, hoy cubierto de tierra, que te dio esa elegancia de califa sin trono, de Almanzor que no vuelve, que es desdén y nobleza". El "califa sin trono" cayó muerto en Linares tres años después de aquel homenaje.
 
 
Ya en la década de los cincuenta, a eso de las ocho o nueve de la tarde, se reunían en la trastienda de Lhardy para hablar de toros Domingo Ortega, Luis Miguel Dominguín, Antonio Díaz-Cañabate, Ignacio Zuloaga y Julio Camba, entre otros. Antonio Ordóñez fue otro de los toreros que estableció su cuartel general en el número 8 de la Carrera de San Jerónimo, organizando dos encuentros taurinos al año: uno en San Isidro y otro en otoño. El diestro de Ronda convocaba, mas no invitaba. Importante matiz.
 
 
Así, rememorando anécdotas taurinas, cayó la noche sobre Lhardy, que ha cumplido 175 años y sigue siendo el espejo de Madrid; un Madrid menos brillante, menos taurino y menos fachendoso, como los toreros de ahora, pero que no ha perdido su capacidad para seducir. Uno no deja de preguntarse cómo hemos cambiado tanto en tan poco tiempo.
 

sábado, 14 de junio de 2014

El arte del descanso


"La heroica ciudad dormía la siesta". Con esta magnífica frase arrancaba La Regenta de Leopoldo Alas "Clarín". Pues bien, ahora unos mequetrefes británicos que escriben para el American Journal of Epidemiology han publicado que dormir la siesta aumenta el riesgo de muerte prematura... ¡por problemas respiratorios! ¿Se puede saber cómo se echan la siesta estas criaturas?
 
 

Son las tres de la tarde, julio, Castilla.
El sol no alumbra, que arde, ciega, no brilla.
La luz es una llama que abrasa el cielo,
ni una brisa una rama mueve en el suelo.
Desde el hombre a la mosca todo se enerva,
la culebra se enrosca bajo la yerba,
la perdiz por la siembra suelta no corre,
y el cigüeño a la hembra deja en la torre.
Ni el topo, de galbana, se asoma a su hoyo
ni el mosco pez se afana contra el arroyo
ni hoza la comadreja por la montaña
ni labra miel la abeja ni hila la araña.
La agua el aire no arruga, la mies no ondea,
ni las flores la oruga torpe babea,
todo al fuego se agosta del seco estío,
duerme hasta la langosta sobre el plantío.
(José Zorrilla)
 
 
Hay varios tipos de siesta. Después de almorzar, Azorín se echaba la siesta de las cigarras porque, gracias a ella, "se dormía a sus roncos sones". Como decía mi abuelo, "bien comido y bien bebido, aguanta un cuerpo largo tiempo tendido". Otros prefieren la siesta del burro, que es breve y se ejecuta casi de pie. O la borreguera, que se duerme antes de comer. Mientras que Cela recomendaba hacer la siesta "con pijama, Padrenuestro y orinal". Hombres brillantes como Einstein, Thomas Edison o Churchill fueron unos entusiastas de esta tradición, pues refresca la mente y aumenta la creatividad. Qué tomen nota los articulistas saboríos del American Journal of Epidemiology. ¿O es que ahora también nos van a recortar la bendita siesta? Descansar es un arte. Malajes.
 

"Hay que dormir en algún momento entre el almuerzo y la cena, y hay que hacerlo a pierna suelta: quitándose la ropa y tumbándose en la cama. Es lo que yo siempre hago. Es de ingenuos pensar que porque uno duerme durante el día trabaja menos. Después de la siesta, se rinde mucho más. Es como disfrutar de dos días en uno, o al menos de un día y medio" (Winston Churchill).

sábado, 22 de febrero de 2014

Por aquí pasó la vida

"Como un lobo de hiedra sube el viento
entre ruinas de noche mal dormida
y me llama otra vez como aquel día
tremendo en que la Muerte joven, nueva...

venía envuelta en él.
Corazón mío,
duerme tranquilo por si no despiertas".
(César González-Ruano)
 

Éste es el Madrid de Amalia Avia Peña (1930-2011), a quien Cela llamó "la pintora de las ausencias", la amarga cronista del "por aquí pasó la vida". En sus cuadros plasmó las calles, comercios y fachadas de una ciudad triste por la postguerra. Ella no reflejó al hombre, sino la huella, la terrible huella de lo humano.
 
 
"¿Quién, quiénes, cómo, cuándo, pisaron estas mismas piedras antes que nosotros? ¿Quién huyó por aquí? ¿Quién, por aquí, buscó no sabemos qué encuentro? ¿Qué nieves por estas piedras resbalaron sus blancas, derretidas manos crueles, bondadosas, de ángel o de abstracto criminal de la noche pura, de la infame noche? ¿Qué soles las dieron temperatura humana, luz, color, categoría de oro, circunstancia en promesa? ¿Qué carro cruzó, pesado y lento, arrancando a estas piedras gemidos, desgarrando su piel pulida por mil lunas, quebrando su entraña, marcando fronteras a su unidad antigua? ¿Qué brioso corcel? ¿Qué suave rueda? ¿Qué errante perro de sable heráldico en campo de dudosa luz del día? ¿Qué gato de perdido culto?

Por viejas calles, en dormidas ciudades, nos hemos, piedras, preguntado cosas así a las que sólo contestó el silencio.Y pisamos con respeto, con voluptuosidad, con tanto amor o prisa miedosa vuestro inerte cuerpo, vuestro mudo cuerpo desdeñoso, vuestra confederación de tapa de los sesos de la augusta tierra" (CGR).

 
"Es difícil imaginar las calles desde aquí
verlas con los oídos como ríos poblados,
difícil de pensar que mientras sueño dentro
fuera no duerme nadie todavía....
¿Desde dónde me pones hasta mi horrible noche
el telegrama urgente de tu aliento lejano?
¿Dónde estás ahora mismo, qué voz dura de hombre
te habla mal de tu hombre y me hiere en tu oído?
¿Cómo llevas las uñas desde que no te veo?
¿Malvas, azules, rojas? ¿Descuidadas y tristes
te han crecido en la sombra cerrada de mi ausencia?
¿Rezas en los altares a los santos franceses?
¿Hablas entre los bares con negros policías
para decirles que yo puedo ser útil o ser bueno?
Cuando llega la noche, ¿dejas la puerta abierta
de la casa en que falto o te encierras con llave?
¿Abandonas tu cuerpo desnudo y solitario
entre retratos míos? ¿Oyes misa y te encuentras
a la salida del aire mío, el aire
que viene de mi boca sucia a golpes?
Dime hasta donde llega tu cuerpo estando sola
en la cama del tiempo:
¿te tropiezas más con la Luna cuando andas
o le das la alegría de tu melena al Sol?
¿Habrás crecido ya tres meses justos
de tu anterior tamaño verdadero?
Tu voz es como un hijo nuevo y claro
que me llega al oído cuando duermo.
El color de tus ojos se me olvida
y de repente lo veo en un soldado
puesto sobre sus ojos que me miran
inesperadamente con amor antiguo.
No comprendo qué ocurre, qué le pasa;
este soldado ayer turbio y violento
se turba y no comprende
que el color de sus ojos le convierten
en amor para mí, y enamorado
me da una sopa extraordinaria y tiembla"
(César González-Ruano)
 

martes, 24 de diciembre de 2013

La Navidad cálida de Cela


Si la navidad, sin albo sombrero aquí en el hemisferio norte, virase con el mundo cualquier mañana para presentársenos de pronto florida y primaveral, un temblor de desasosiego recorrería, tembloroso como un ciempiés con sus mil patitas dormidas, el espinazo de la humanidad.

Nadie se atrevería a emborrachar el pavo; a comprar las hermosas, lujuriosas ruedas de mazapán de Toledo, con la efigie del bigotudo fundador de la casa en dulce tricromía de oros y azules de cajas de puros; a beber el barato y ruidoso champán catalán de las baratas fiestas familiares, esas jolgoriosas reuniones de toda la familia y el novio de la niña –que prepara oposiciones a notarías o registros, las que antes salgan-, donde el único semblante nublado es el del patrón, que piensa en los treinta y un días de enero.

Sería la era atómica –o algo muy parecido- la navidad vestida de tul. Los modistos de señora correrían despavoridos al observatorio, y el sabio de turno, mesándose la luenga barba –como corresponde-, les susurraría tímidas confortadoras palabritas de consuelo y resignación, al oído. Los niños echarían su piel color de rosa del mes de abril y las señoritas casaderas, ya con los partes de boda encargados, se columpiarían en la guirnalda del suave ridículo como griegas de la antigüedad.

Daríamos lo que se nos pidiera –confiamos en que nunca se nos pediría demasiado- por poder usar en la navidad, alrededor del día de Inocentes, nuestro hermoso jipijapa blanco. Miraríamos a los turistas de un modo realmente comprensivo y nos reiríamos las tripas, en el depósito de cadáveres, contemplando los graciosos adolescentes muertos de insolación. Los niños pedirían helados de grosella –helados para el exclusivo uso de orquídeas y caracoles- a sus tíos carnales, y las niñas vocearían sin compás buscando a la viudita del conde del romance. Son las cosas que la guerra trae –dirían los sesudos varones- al alimón con la gripe y la disentería, las cosas malas que la guerra nos deja… Los mirlos silbarían a Bach –en lugar de silbar a Chopin y a Strawinsky, que sería lo correcto-, y los familiares canarios que pican terrones de azúcar entonarían, de todo corazón, piadosos himnos al compás de tres por cuatro.

Nadie, en su insensatez, podría calcular el mal de los refranes del campo al quebrar las leyes de la indumentaria.

A la navidad en viernes, siembra por do pudieres, respaldado por su primo hermano el navidad en domingo, vende los bueyes y échalos en trigo, se opondrían siempre las sinrazones de la piscina decembrina, de la vaporosa toilette navideña, del niño que suda en el Retiro, sintiéndose hondamente, despiadadamente desgraciado.

Calculamos el error óptico de la presbicia del mundo, cuando vemos al loco barbudo que se empeña en escribir cuentos breves sólo por ver su nombre en letra de molde. Es grave lo que sucede. Sólo la mera divagación, bordeando siempre la costa mansa de la indiferencia, puede con las sombras del que se queda –como un ciervo disecado-, rascándole el pie a la navidad del siempre fuera de tiempo.

Seamos caritativos y pensemos que la navidad llegue vestida de blanco como una novia. Los himnos de los poblados temblarían colgados de las acacias y el muérdago y el acebo de los árboles de navidad se sentirían más, todavía más verdes que en todos los años conocidos.

Recemos porque así sea. La navidad llega con el fin de año, y el tictac del reloj de cuco –el único reloj con vida- sopla las migas de turrón de Jijona que quedan sobre el mantel azul con flores blancas de las grandes solemnidades.

Es, quizá, lo mejor y más saludable. Algo así como el agua medicinal que, a cambio del mal olor, nos quita todos los granos y sarpullidos que hace años nos enviaron por correo, desde la Guinea continental.
 
CAMILO JOSÉ CELA (1963)

Feliz y cálida Nochebuena, amigos

sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Pero es que queda alguien que aún pida una taza de café con leche?


Nunca el café había estado tan de moda. La archiconocida frase de "a relaxing cup of café con leche" -quizás fruto del azar o una premeditada estrategia publicitaria- se ha impreso ya sobre tazas, camisetas y tiras cómicas, emborrona varias pizarras de todo el país y ha dado pie a un perfil de Twitter.
 
 
Sin embargo, desde que nacieron las cafeteras de cápsulas, tomar café produce cualquier reacción excepto la calma. Decantarse por un sabor ya provoca un auténtico dilema vital. ¿Qué elegir? ¿Un Dulsão do Brasil? ¿Un Rosabaya de Colombia? ¿Un Espresso Arpeggio? ¿Un Indriya from India? ¡El quebradero de cabeza de las capsulitas es mortal! Casi imperceptiblemente, el café solo, el cortado o el manchado han sido expulsados de nuestras vidas.
 
 
Mucho peor son los maceteros de café que sirven en el Starbucks. Últimamente, a las celebrities norteamericanas les gusta dejarse ver por la calle con un tanque de Frappuccino en la mano.
 
 
Así que nada de "relaxing cup". Eso es de antiguos. Para los Juegos Olímpicos de Madrid 2040, ya pueden estar actualizando el eslogan. Quién nos iba a decir que, no hace tanto, este país sólo conocía la achicoria y el torrefacto. ¿Qué habría pensado doña Rosa, en La Colmena de Cela, con esta proliferación de cafés?
 
 


La dueña da media vuelta y va hacia el mostrador. La cafetera niquelada borbotea pariendo sin cesar tazas de café exprés, mientras la registradora de cobriza antigüedad suena constantemente. Algunos camareros de caras fláccidas, tristonas, amarillas, esperan, embutidos en sus trasnochados smokings, con el borde de la bandeja apoyada sobre el mármol, a que el encargado les dé las consumiciones y las doradas y plateadas chapitas de las vueltas. El encargado cuelga el teléfono y reparte lo que le piden.
-¿Conque otra vez hablando por ahí, como si no hubiera nada que hacer?
-Es que estaba pidiendo más leche, señorita. 

-¡Sí, más leche! ¿Cuánta han traído esta mañana?
-Como siempre, señorita: sesenta.

-¿Y no ha habido bastante?
-No, parece que no va a llegar.
-Pues, hijo, ¡ni que estuviésemos en la Maternidad! ¿Cuánta has pedido?
-Veinte más.
-¿Y no sobrará?
-No creo.
-¿Cómo "no creo"? ¡Nos ha merengao! ¿Y si sobra, di?
-No, no sobrará. ¡Vamos, digo yo!
-Sí, "digo yo", como siempre, "digo yo", eso es muy cómodo. ¿Y si sobra?
-No, ya verá como no ha de sobrar. Mire usted cómo está el salón.
-Sí, claro, cómo está el salón, cómo está el salón. Eso se dice muy pronto. ¡Porque soy honrada y doy bien, que si no ya verías a donde se iban todos! ¡Pues menudos son!
Los camareros, mirando para el suelo, procuran pasar inadvertidos.
-Y vosotros, a ver si os alegráis. ¡Hay muchos cafés solos en esas bandejas! ¿Es que no sabe la gente que hay suizos, y mojicones, y torteles? No, ¡si ya lo sé! ¡Si sois capaces de no decir nada! Lo que quisierais es que me viera en la miseria, vendiendo los cuarenta iguales. ¡Pero os reventáis! Ya sé yo con quienes me juego la tela. ¡Estáis buenos! Anda, vamos, mover las piernas y pedir a cualquier santo que no se me suba la sangre a la cabeza.
Varias relaxing cups para ellos y ellas
 

sábado, 6 de abril de 2013

Balada del tiempecillo incierto


"Como un niño sentimental y arbitrario, zascandil y bien intencionado, el tiempo -ese misterio- se nos hace tiempecillo incierto por las fechas en las que aún no sonaron los bronces y las platas de la primavera, la primera muestra de los ángeles sobre los campos donde Dios apunta como un arquero fiel.

El tibio, el fresquitemplado tiempecillo incierto de los entretiempos - ese tiempo que no es ni carne ni pescado, ni chicha ni limoná- nos va despertando las últimas y más remotas venas que el invierno durmió con sus sombras, con sus heladas y con sus desplantes. Y, en ese despertar, que es un desperezarse vegetal y milenario, el hombre va sintiendo en su piel viva, en su carne viva, el hálito aún confuso del incierto tiempecillo, que lucha por tomar carta de mayoría y ser llamado tiempo como los otros tiempos, los que se marcharon y los que están por venir, los que fueron buenos y los que nos hicieron mal, los de las vacas gordas y los de la humillación y el doloroso desprecio.
Es como una bendición, sabe como las bendiciones saben, esta suave templanza con la que el tiempo, a veces, quiere regalarnos, se entretiene en premiarnos. El aire renuncia al peso y a la velocidad; la luz se hace diáfana, amable y transparente; el sol, aún sin presión en sus calderas, no nos castiga inclemente, fiero y despótico, y el rumor de todo lo que está vivo empieza a hacerse susurrante, bullidor y jovial.
Éste es el tiempo de echar las campanas al vuelo, y si pinta en buenos ánimos, de echar la casa por la ventana, porque la casa puede empezar a estar sin tejado y los hombres podemos hacer de la calle nuestra casa, que cosas más raras se han visto.

A pie y a cuerpo gentil, el hombre se convierte en el paseante, y el arte difícil de darse un paseíto al sol -eso que tan pocos saben hacer como mandan los cánones: sin rumbo, sin impaciencia y sin pensar en nada- empieza a tener alumnos aplicados, como la última corriente estética que sopla de París.
Los jardines y las avenidas se pueblan con su fama alborotadora de los niños renovados y de las nurses, y de las amas secas eternas, y de los juegos infantiles se hacen más vivos, cobran mayor descaro y se visten y adornan con la patente de corso de la ingenuidad.
El novio pobre tiene que hacer menos equilibrios en su economía porque puede sacar a su novia de paseo y ya no tiene que meterla en un café para que no se moje ni se enfríe, y a Juanita, la novia pobre y considerada que siempre pedía lo más barato, se le alegran las campanillas del alma porque sabe que, ahorrándose siete cafés, podrá, en su día, comprarse unos visillos para la ventana de la alcoba.
El perro vagabundo, y el gato de los tejados, el gorrión descuidero y el asnillo que tira del carro de hortalizas o del tenderete del afilador, y la mariposilla urbana que nació en un puesto de flores, sonríen agradecidos al tiempecillo incierto, que es el tiempo en el que todo -hasta las esperanzas- vive y en el que nada muere, aunque desaparezca.


Y al enfermo se le abre un mundo otra vez nuevo delante de los ojos. Y la mujer que espera su primer hijo -aquel que será más guapo y más lúcido que ninguno - se adorna y se estremece como un almendro en flor. Y el viejo se siente con más fuerzas. Y al triste empieza a remorderle la conciencia su tristeza.

Hace bien a las almas -y lo hace como el evangelio quiere, sin darle importancia- el anticipado e incierto tiempecillo de la templanza. Sus días son, a veces, ahogados por el súbito temporal que esperaba su turno agazapado, como el gato garduño, pero el recuerdo del tiempecillo bonancible da fuerza a los hombres para esperar animosos el estallido de la primavera, ese cohete de luz que convierte en mañana todas las horas del día.
Sí; el tiempecillo incierto, en ocasiones, muere a manos del agua o del frío, que resucitan unos instantes para morir matando; pero los días que el tiempecillo haya durado, que nos los quiten, si pueden, con las mismas artes que empleen -quienes quiera que sean- para quitarnos lo bailado.
Suena más claro y más alborotador en estos días el trompetero metal de la banda militar del cielo, y se palpan con mayor precisión y más numerosa frecuencia las manos amigas que nos saludan como prisioneros que vuelven, entre asustados y jubilosos, a sus hogares.

Y por este tiempecillo incierto que, ¡quién lo sabe! a lo mejor se nos va mañana mismo por la mañana, levantamos nuestra copa. Y en su honor y homenaje escribimos estas líneas. Y en su recuerdo, si se nos escapa, afilaremos nuestra memoria.
Porque, como un niño sentimental y zascandil, arbitrario, romántico y lleno de buena intención -de la intención mejor-, el tiempo, ese arcano, se nos ha hecho tiempecillo y a nosotros nos ha tocado gozarle: como una flor, como una sonrisa, como un corazón".
CAMILO JOSÉ CELA

domingo, 3 de febrero de 2013

Madrid en las tardes de partido

Las tardes de fútbol son las mejores para pasear por Madrid. No hablo de una vulgar tarde de fútbol, sino de ésas "históricas" que se celebran cinco o seis veces al año y baten todas las marcas de audiencia televisiva, como la del pasado miércoles, sin ir más lejos. Las mejores se producen cuando juega la Selección Española, a la que últimamente llaman "La Roja", porque está mal visto decir España... Pues yo lo digo, así, con todas sus letras: ES-PA-ÑA. Total, que cuando juega la Selección o eso que los cursis llaman "Clásico" -que no es una tostada de tomate con jamón ni una película de Fritz Lang, sino un Real Madrid-Barça- la ciudad se vuelve una delicia, con sus grandes avenidas tan íntimas y solitarias. Al igual que la belleza de una persona aumenta cuando la vemos en soledad, Madrid, siempre hermoso, se enaltece en las tardes de partido. Algunas calles parecen un cuadro de Antonio López.


"La mañana era hermosa, en todo idéntica a tantas mañanas madrileñas en las que la cínica candidez del cielo pretende hacer ignorar las lacras estruendosas de la tierra" (Luis Martín Santos)


"La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones. La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena..." (Camilo José Cela).

Y cuando acaba el partido, la ciudad vuelve a llenarse de coches y personas, como si una presa se hubiera roto y el caudal bajara incontenible por las calles, formando un gran estruendo. De nuevo, "las gentes se cruzan, presurosas. Nadie piensa en el de al lado, en ese hombre que a lo mejor va mirando para el suelo; con el estómago deshecho o un quiste en un pulmón o la cabeza destornillada..." (Cela).



Cuadros de Jeremy Mann

Inspiración Pollock

Hace unos meses, un informe revelaba que la Gran Vía es la calle más transitada de Madrid con 29.000 peatones al día (cuando no hay partido, por supuesto).

Lisette Model



miércoles, 23 de enero de 2013

Separaos como la ortiga y el trigo

En la universidad, me dieron mucho la brasa con la evolución de las marcas corporativas, es decir, la importancia de cambiar de imagen según "las tendencias del momento". Ejemplo gráfico:


El otro día encontré una adaptación gadita de la evolución de marca: una carnicería abrió por primera vez con el nombre de "Mi mujer y yo" y ahora se llama "Mi ex mujer y yo". Cuentan que el carnicero corta ahora los filetes mientras entona a Antonio Molina. Ejemplo de marketing rancio.


"Si me lo hubieran contado,
no me lo hubiera creído,
que van a estar separados
y cada cual por su lado,
corazón, tu cariño y el mío.
Fuimos dos en uno
por la veredita de la eternidad,
y de aquello, mi vida, ninguno
se quiere acordar".


El divorcio se ha convertido en "tendencia" (trending topic en el lenguaje twittero). Los españoles tenemos mentalidad "divorcista", según dicen los del Foro de la Familia. Para ajustar esta tara sentimental, se han puesto de moda los orientadores matrimoniales. El gurú en este campo, un tal Goldsmith, ha redactado los mandamientos de la pareja feliz:

1. Ser los mejores amigos.
2. Ser capaces de reiros de vosotros mismos.
3. Estar abiertos a nuevas ideas y experiencias.
4. Tener una actitud constructiva.
5. Ser amables.
6. Ser capaces de prestar atención.
7. Ser cariñosos.
8. Ser dignos de confianza.
9. Estar siempre disponibles el uno para el otro.
10. Y la clave del éxito: ser proactivos.


Al final, el mejor consejo era aquel que contaba Cela en un pasaje de "La Colmena".

“Don José Sierra hizo un sonido raro con la garganta, un sonido que tanto podía significar que sí, como que no, como que quizá, como que quién sabe. Don José es un hombre, que a fuerza de tener que aguantar a su mujer, había conseguido llegar a vivir horas enteras, a veces hasta días enteros, sin más que decir, de cuando en cuando, ¡hum!, y al cabo de otro rato, ¡hum!, y así siempre. Era una manera muy discreta de darle a entender a su mujer que era una imbécil, pero sin decirlo claro".

Mark: ¿Qué son dos personas sentadas la una frente a la otra sin hablarse?
Joanna: ¿Un matrimonio?
El propio Stanley Donen cuenta que cuando rodaron "Dos en la carretera" (1967), Albert Finney, Audrey Hepburn y él acababan de divorciarse, una "coyuntura" idónea para reflejar el tema de la película: el deterioro de las relaciones de pareja. Por cierto, el personaje de Mark Wallace fue rechazado por Paul Newman... Con un hombre así, nos casaríamos sólo por el placer de contemplarlo en silencio cada día; como el cuadro más hermoso de un museo.
El amor según Les Luthiers: el lamento de una apasionada mujer
ante el recuerdo del hombre que la abandonó... más o menos.