A contraquerencia de los tiempos. Este es un lugar pasado de moda, irremediablemente demodé; como una taberna aislada en la era de los pubs y las discotecas: vacía, silenciosa, sombría, con el dueño acodado en la barra, ataviado con su mandil, entre el olor a madera y vino. Este blog es como esa taberna, condenado a desaparecer.
Si alguien tiene buen ojo para el marketing en este país es, sin duda, la Asociación El Toro de Madrid, que ha decidido repartir su boletín, "La voz de la afición", en los aledaños de Las Ventas una hora antes de comenzar la corrida de Núñez del Cuvillo. La lectura de la gacetilla mientras desfilaban los lisiados de "El Grullo" ha salvado la tarde. O casi. También ha colaborado un sobrero de Toros de El Torero que respondía al nombre de "Lenguadito". Dicho lenguado ha sido para llevárselo a casa y ponerle una pecera... ¡una máquina de embestir por mar y tierra! El prototipo del toro del siglo XXI: manso en el caballo y exquisito en la muleta, de tremenda clase y duración. Ante él, Castella ha estado casi a su altura, lo que no es minucia. Aunque al lenguado cinqueño se le caían las dos orejas, el francés firmó una elegante y templada faena iniciada con el ya tradicional pase cambiado por la espalda en el centro del anillo, marca de la casa. Primoroso el cambio de mano. Lástima la espada, que cayó baja. Los tendidos -abarrotados- pidieron una oreja que reconcilia a Castella con Madrid tras años plúmbeos.
Fotografía de Antonio Heredia
Del resto de la corrida, salvo los artículos de "La voz de la afición", poco más que destacar. Algunos Cuvillos salieron derrengados de los cuartos traseros y otros de los delanteros. Ni el prometedor "Arrojado" arregló aquello. Diego Urdiales -que brindó su segunda faena a Curro Romero- pegó una trincherilla eterna. Estremecedora. El resto de la faena tuvo detalles de mucha torería y bastantes imperfecciones... pero, por la trincherilla, se ganó la vuelta al ruedo. De todos modos, que no me hablen de pureza: en el cartel de esta tarde quien realmente sabe torear es Talavante. Ha dejado unas verónicas -mucho debe agradecerle a Curro Vázquez- y un par de naturales sensacionales. Hoy por hoy, es la única figura que apetece ver.
Aplaudidos el picador Óscar Bernal y el banderillero Juan José Trujillo, de la cuadrilla de Talavante. El rey Juan Carlos I presenció la corrida desde la meseta de toriles.
El pasado lunes, 29 de abril, un "tuit" salió desde El Grullo, centro de producción de toros-artistas:
(Si pinchan sobre la imagen, el "tuit" del Grullo se amplía)
En el ABC del 19 de agosto de 1965, dentro de la sección de breves, publicaban la siguiente noticia:
Moraleja: mucho cuidado cuando, durante este puente, compren su suavizante favorito y pongan la lavadora. Son electrodomésticos terriblemente comerciales y sorpresivos, sobre todo en el momento del centrifugado: van con la cara suelta y no permiten disfrutar ni estar a gusto.
A todas luces, estos toros comerciales necesitan como el comer unas clases de repaso para retomar los buenos modales y la "bravura exquisita". Precisamente, esta semana hemos sabido que un grupo de científicos británicos se halla inmerso en un ambicioso proceso de alteración genética de vacas lecheras para crear una nueva raza de ganado sin cornamenta. ¿Y si ese descubrimiento lo aplicásemos a las ganaderías comerciales? ¡Sería la bomba! ¡A gozar sin freno!
Como colofón, unas declaraciones del "ganadero-no-comercial" Poli Maza en el último opus de Tierras Taurinas: "¿Cuál es la obligación del toro? Coger al tío, ¿no? Cuando
sale a la plaza, el toro tiene que acojonar, dar miedo al que está con el
capote y al que está sentado arriba, y no parecer una cabra. [...] El que está
arriba tiene que pasar miedo o esto se cae. ¿Qué la cabra le puede pegar una
cornada y matarlo? Nos han jodido. ¿Y el del andamio se puede caer y matarse?
Entonces no me cuenten historias del miedo. El toro tiene que coger y dar
miedo. ¡Nada más! Aquí hay gente que quiere ser figura del mundo y sin sudar.
Váyase usted a tomar por culo".
La otra tarde, fui al cine a ver la versión en blanco y negro, muda y torera de "Blancanieves". Desde luego, Pablo Berger ha tenido reaños para meterse en semejante fregado: dirigir una película de temática taurina en los tiempos que corren le obligará a llevar guardaespaldas, como poco, hasta Navidades. No en vano, los antis ya han protestado porque consideran que durante el rodaje se incumplieron las leyes de protección animal. Qué gente más jartible.
¿De qué trata "Blancanieves"? Es, por supuesto, una adaptación del cuento de los hermanos Grimm, con la particularidad de estar ambientada en la España de los años 20 (aunque los de vestuario no han tenido valor para plantarle a los actores la montera de Paquiro). Cuenta la historia de Carmencita (Sofía Oria y Macarena García), una hermosa joven huérfana de madre que, desde niña, trata de huir de su malvada madrastra, Encarna (Maribel Verdú). Su padre, el popular matador Antonio Villalta (Daniel Giménez Cacho), desvalido desde que recibió una grave cornada en Sevilla, le enseña a torear en su cortijo de "Monte Olvido". Cuando puede valerse por sí misma, Carmencita escapa y se une a un espectáculo de enanitos toreros que recorre las ferias de España. Gracias a estos festejos populares, la Blancanieves del toreo va ganando popularidad hasta que una tarde debuta en La Colosal de Sevilla ante un toro llamado "Satanás" (suponemos que procedente de la misma familia de aquel otro que corneó a su padre, "Lucifer"). Mientras da la vuelta al ruedo recogiendo los parabienes del público, su madrastra, escondida en un burladero, le lanza una manzana envenenada...
Tanto la adaptación de la historia como la puesta en escena resultan terriblemente originales. La iluminación, en algunas escenas de inspiración expresionista, aprovecha la luz dura de los mediodías andaluces para crear fortísimos contrastes. El montaje rápido de otras secuencias recuerda al cine ruso de Eisenstein (la cogida de Antonio Villalta bien podría compararse con el ataque en la escalera de Odesa). Otras imágenes hacen claros guiños al Hollywood clásico: la verja del cortijo "Monte Olvido" se asemeja a la cancela de "Xanadoo" de "Ciudadano Kane"; o la muerte del chófer de la madrastra ahogado en la piscina, que copia el inicio del "Crepúsculo de los dioses". A estos detalles se suman secuencias puramente ibéricas: el ritual para vestir al torero, la capilla en la plaza de toros, la banda de música tocando el pasodoble, el patio andaluz con el gallo picoteando el suelo, la mesa camilla, la ropa lavada a mano, las plazas de talanqueras con vecinos desdentados, la torre de la iglesia y sus campanas... Ningún plan para promocionar la Marca España en el extranjero funcionará mejor que "Blancanieves" (la película, por cierto, ya ha sido elegida para la próxima ceremonia de los Óscar). A esto se suman interpretaciones brillantes. La actriz Macarena García, con sus pestañas infinitas, tiene un rostro auténticamente mudo. Magnífica también Maribel Verdú en su papel de madrastra perversa.
Sin embargo, la película tiene, para mi gusto, dos grandes fallos: uno de forma y otro de fondo. El primero, su larga duración: pocas obras soportan bien la frontera de los 90 minutos (ésta alcanza los 104). El segundo desacierto resulta más complejo: me repatea el indulto final en la plaza de toros de Sevilla (que, en realidad, es la de Aranjuez) con el público enfervorezido aireando sus pañuelos hacia la presidencia (quizás porque esta escena ya la he vivido en mis carnes y con estupefacción cuando Manzanares indultó a "Arrojado" de Núñez del Cuvillo en 2011). Esta ridícula decisión ha sido la puntilla: ¡a Blancanieves también le ha entrado la fiebre de la indultitis! Una película española, bárbara y expresionista, con sus imágenes arrebatadoras, tendría que haber terminado con la muerte del toro en el centro del ruedo. Pero, a última hora, cuando todo marchaba bien, afloraron los complejos; la filosofía moderna de que la vida no es sueño, como dijo Calderón, sino un cuento para niños, como "El Principito" o "Peter Pan".
Me lo temí antes de entrar en la sala, cuando le leí al director la siguiente frase en una entrevista: "Blancanieves es un cuento en imágenes. La película habla del niño que todos llevamos dentro. Sentaré al espectador sobre mis rodillas y le contaré un cuento lleno de fantasía, drama, horror y humor negro. Érase una vez...". No, señor Berger: el infantilismo no cabe en el ruedo. Lo cantan hasta en la copla: "Aquí no hay plaza ni nombre / ni traje tabaco y oro, / aquí hay un niño muy hombre / que está delante de un toro". Para un final redondo, Blancanieves tendría que haber entrado a matar hasta la bola, sin dejar de mirar al burel, como le enseñó su padre.
Estos días, la prensa continúa resacosa tras la catarsis tomasista-nimeña, que purificó el espíritu de tantas criaturas que viajaron cientos de kilómetros para tutearse con el Dios del toreo y arrancarle los alamares en el umbral del anfiteatro romano. La mañana, como comprenderán, dio para llenar varios pantanos de épica incluso en tiempos de sequía. Tal y como aseguró Simón Casas, empresario/productor artístico de Las Arenas de Nîmes, «José Tomás ya ha muerto en la plaza: en realidad, es Manolete resucitado». En la catarsis nimeña -fruto, como todas las catarsis, de la compasión y el miedo, eleos y phobos- no faltó de nada: tuvo una resurrección... y un indulto.
Simón, ese empresario que, si no existiera, habría que inventarlo
Ya ha regresado "Ingrato", el toro de Parladé salvado por el Dios JT -a semejanza de los emperadores cuando le concedían la vida a los gladiadores elevando el pulgar-, a su finca en "Lo Álvaro", paraíso en la tierra donde tiene a sus pezuñas un harén de 25 vacas. Gracias a la bondad de JT y sus picadores, el animalito sólo recibió dos puyazos breves, limpios y al relance y, una semana después de la catarsis, se encuentra fuerte y sano. Su ganadero, Juan Pedro Domecq Morenés, hijo del creador del "toro artista" y la "toreabilidad", aseguraba en una entrevista para "La Razón" que «no ha tenido ni fiebre, que es la mejor señal». Continúa Juan Pedro: «No pude ir a Nimes, pero por los vídeos que he visto fue un toro muy importante, con una bravura exquisita [...] Todo un cóctel de caracteres aglutinado en un genio y para otro genio».
El exquisito "Ingrato"
No me negarán que las palabras del ganadero son asimismo geniales: la "bravura exquisita" me ha llegado al alma. También me gusta cuando los toros salen "manejables", "toreables", "comerciales" o "enrazaditos" (¿no es más bonita la palabra "casta" en vez de "raza", que suena a perro?). Recuerdo otra frase maravillosa de Álvaro Núñez Benjumea, propietario de la ganadería de Núñez del Cuvillo: «La bravura nace de la mente del ganadero». Olvidó decir que también de su boca. Habría que registrar todas estas perversiones lingüísticas en un diccionario sobre la neolengua del toro de lidia que, a buen seguro, se convertiría en todo un best-seller.
Ejemplo de toro manejable
Pero, bien mirado, ¿cómo no van a salir toros de bravura exquisita si son "instrumentos musicales"? A la pregunta de si consideraba ético que los toreros eligieran para sus gestas "astados mansitos", Simón Casas, el productor de arte, respondió hace pocos días: «Mire, yo estoy a favor de que escojan el tipo de toro. Como los músicos, son libres para elegir su 'instrumento', ya sea un chelo o una trompeta. El peligro no viene de la envergadura del animal ni de su peso. Lo pone la manera de torear, el estilo... ¡Lo importante es la interpretación!».
Cuestión de estilo
Precisamente, esta semana se quejaba Alfonso Ussía también en "La Razón" de los neousos lingüísticos de la modernidad en los medios de comunicación: «En los informativos de las radios y las cadenas de televisión, han crecido como enanos los trituradores del lenguaje. O por analfabetos, o por cursis o por obediencia y seguimiento de consignas nubladas». En el toro, sin duda, nos hemos vuelto unos cursis: exhalamos almíbar. Franco, a nuestro lado, con su España como destino en lo Universal, por el Imperio hacia Dios y la conspiración judeo-masónica, era una sobria fachada románica. ¡Los ganaderos son los verdaderos prodigios del barroquismo lingüístico!
Para prendas delicadas y exquisitas
¿Qué análisis haría Víctor Klemperer de las musarañas verbales de los nuevos criadores de toros exquisitos, verdadera coctelería de caracteres? Probablemente las llamaría LNT ("Lengua de la Nueva Tauromaquia" o "Lengua de las Nuevas Tonterías"). La polisemia de las siglas, otra cuestión muy de moda, ya se sabe, es peligrosa y, a menudo, no entiende de exquisiteces.