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domingo, 11 de septiembre de 2016

De la locura y la personalidad de Esplá a la majestuosidad de Bautista. Apunte a color


¿Y si a la maja desnuda la hubiera raptado el mítico toro blanco que, sediento tras su travesía por Creta y buena parte de Europa, se hubiera detenido a orillas del Vaccarès, en el mismo corazón de La Camarga? ¿Y si la maja, acalorada por tanto trote, hubiera decidido darse un baño en el estanque de los dioses y comprar en Arles un abanico del color de un cielo de Van Gogh? ¿Y si la mujer plasmada por Goya, en un arrebato de enamoramiento, hubiera decidido tatuarse en el vientre la cruz del marqués de Baroncelli? Todo el universo simbólico y mitológico de Luis Francisco Esplá cupo en el lienzo ovalado del anfiteatro de Arles, mas poco duró la fantasía, apenas unas horas, antes de esfumarse con las huellas del paseíllo. Sonaba ya el violín de Paco Montalvo que interpretaba la música de Carmen y el primer toro asomaba por los chiqueros.


Un toro, el de la reaparición de Esplá, que con un certero golpe de realidad, con su violencia y pobre recorrido en el capote, hizo recordar que la tauromaquia es el único arte que juega con la muerte. Emocionante el regreso por un día del maestro después de siete temporadas de ausencia. Esplá demostró que, rozando la sesentena, el temperamento no se pierde y la personalidad aumenta. Ante el cuarto toro, se libró milagrosamente de la cornada y es que, como bien apuntó en el brindis a sus mujeres, “esto ya se acaba”, pero la torería, jamás. La locura goyesca de Esplá acabó felizmente, como él merece, con la frente ensangrentada, la conciencia tranquila y la paz del hombre que ha cumplido. No sólo decoró el anfiteatro Arles: también cortó una oreja de cada uno de sus toros.


Otro hombre que cumplió, como mecenas, empresario y torero, fue Juan Bautista quien, en su cuna, lució un terno goyesco teñido en las aguas grises del Vaccarès. Majestuoso el arlesiano en sus dos faenas. Inteligente a la hora de ver a sus toros, de plantear la lidia que cada uno requería; clásico, templado y elegante en la ejecución; superdotado en el momento de entrar a matar recibiendo. A ratos desmayado, siempre firme. Natural. Impecable. Bautista lo tiene todo para ser profeta, y no sólo en su tierra, en su marisma. Vuelve fácil lo sumamente difícil. Su toreo, cuando fluye así, como una pintura, parece la alucinación de un artista genial, como el viento irrefrenable en un óleo de Van Gogh. Cortó cuatro orejas y un rabo.


Morante de la Puebla es el sol y la sombra en un mismo ser; quien lo quiera, que lo compre. Decidió no torear a su primero, al que mató penosamente, mientras que, con el quinto, dejó ramalazos de su locura, de su originalidad, de su transparencia. Una oreja y el detalle de sacar a hombros a un compañero reaparecido, a Esplá.


La corrida de Zalduendo, bien presentada, rozó el aprobado. Sin resultar extraordinaria, mansa en el caballo, desarrolló, en general, movilidad y varios toros humillaron con clase. El tercero fue premiado con la vuelta al ruedo. Habría sido una corrida vulgar en manos de otros toreros. Pero, cuando hay personalidad, bien escaso, incluso una corrida mediocre se vuelve brillante.

Fotos de Isabelle Dupin

Cuando arrastraron al sexto toro, sobre el ruedo se desdibujaba la silueta de una cruz, de un corazón y de un ancla. Fe, caridad y esperanza. Porque, incluso las mayores obras, las más bellas, son tan emocionantes como efímeras, igual que las fantasías artísticas del maestro Esplá. Que si el sueño de la razón produce monstruos, el sueño de la locura produce toreros majestuosos.

martes, 13 de mayo de 2014

El toro que mató a Pepe-Hillo

Joseph-Hillo, Joseph-Hillo,
el de la peineta grana,
que a marquesas enamoras
y en los cosos toros matas.
(Fernando Villalón)
 
 
El matador de toros sevillano José Delgado Guerra, llamado Pepe-Hillo (1754-1801), además de ser uno de los diestros principales de su época, por su fragilidad y gracia, también fue uno de los personajes más populares de su sociedad, muy admirado tanto por el pueblo llano como por la más alta aristocracia. Publicó en 1796 el primer tratado sobre el toreo, titulado La Tauromaquia o Arte de Torear, obra de referencia en la bibliografía taurina histórica. Sin embargo, pasó a la leyenda tras morir entre las astas del toro Barbudo, un negro zaíno procedente de la ganadería salmantina de don José Gabriel Rodríguez Sanjuán, de Peñaranda de Bracamonte. Tal día como hoy, un 13 de mayo, pero de hace 213 años, Pepe-Hillo era enterrado en la iglesia madrileña de San Ginés.
 

La cogida mortal de Pepe-Hillo en Madrid fue presenciada por la reina María Luisa, según se desprende de una carta que le envió a Manuel Godoy, y tal acontecimiento resultó tan impactante en todos los ámbitos, que el propio Goya, probablemente testigo presencial, le dedicó algunos grabados en su serie de La Tauromaquia. Menos conocido es el óleo titulado El toro que mató a Pepe-Hillo, también del pintor de Fuendetodos.
 
 
¡Huir!
Pero quedarse para ver,
para morirse sin morir.
¡Oh luz de enfermería!
Ruedo tuerto de la alegría.
Aspavientos de la agonía.
Cuando todo se cae
y en adefesio España se desvae
y una escoba se aleja.
Volar.
El demonio, senos de vieja.
Y el torero,
Pedro Romero.
Y el desangrado en amarillo,
Pepe-Hillo.
Y el anverso
de la duquesa con reverso.   
(Rafael Alberti)


El suceso de la cogida mortal de Pepe-Hillo fue difundido por el pueblo mediante pliegos de cordel en este romance compuesto por un tal Pimentel:
 
O Desgraciado Mancebo!
O desgracia tan proterva!
O! Quién le dixera a él
de que en esa tarde mesma
había de ser fragmento,
ó víctima de una fiera
de un Toro, que Castellano
es de Castilla la Vieja,
la divisa era morada,
y del toro su amo era
Peñaranda Bracamonte,
y el color la carta expresa,
que era de color muy negro,
como lo explican sus letras;
y á el tiempo de ir a matarlo,
tanto se arrestó, que á fuerza
de meterle bien la espada
(como acostumbraba) queda
la espada á el toro metida,
y el toro con gran fiereza
lo ha agarrado de tal suerte,
que por un bacio le entra
el cuerno, y por el pescuezo
de Hillo lo saca, el qual queda
por el tiempo de dos Credos
colgado de su cabeza,
y después lo despidió
cadáver; o qué tristeza.
 

Como decimos, Pepe-Hillo fue un personaje tan popular que, de los pliegos de cordel, saltó a la gran pantalla en 1929. Posteriormente, en 1943, se rodó La maja del capote, dirigida por Fernando Delgado, donde se narraban los escarceos amorosos entre el diestro sevillano y la maja Mari Blanca, interpretada por la inconfundible Estrellita Castro.

 
Actualmente, el nombre de Pepe-Hillo sigue en los labios de los sevillanos gracias a una popular taberna sita en El Arenal.
 
 

martes, 25 de junio de 2013

Oda al perro del mayoral

Da mil vueltas ladrando, y da mil vueltas
bramando, el perro y toro, cual sucede
al galgo y libre, cuando corre y huye,
que marros ella da, mas dale mate.
Así sucede aquí, que de la oreja
trabó con tal coraje y tal rabia
al toro, el fuerte alano, que de un sitio
no le dejó mover en cuarto y medio
(Juan Yagüe de Salas).


El domingo por la mañana a primera hora, antes de que el árido calor extremeño comenzara a asolar el campo, estaba el bueno de Félix embarcando una corrida cinqueña que iba a lidiarse para rejones en un pueblo perdido del Alentejo portugués.
 

Cuando el curtido mayoral, ya con sudor en la frente, llegó al último corral de Las Tiesas de Santa María, uno de los toros, con más de 600 kilos, se dio la vuelta en la manga y se arrancó con vehemencia hacia su fiel caballo, Bolero, al que le sacó las tripas de un desgarrón. Félix y el infeliz jamelgo cayeron de inmediato al suelo. El toro, un astigordo patasblancas de Monteviejo, aplastó al jinete contra la tierra tras elevarlo varios metros por el aire en una escalofriante voltereta que no terminaba de acabar. A continuación, dos angustiosos sonidos: primero, un golpe seco; después, el quejido de varias costillas fracturadas, una de ellas perforando el pulmón. Justo en ese instante, enfervorecido, el perro de Félix se interpuso entre el toro y su dueño, realizando un quite providencial que le salvó la vida. Victorino Martín aprovechó aquel segundo, en el que el toro comenzó a perseguir al astuto perro, para sacar del cercado a su mayoral.
 
Félix a caballo. Fotografías: Tierras Taurinas
 
El perro me pregunta
y no respondo.
Salta, corre en el campo y me pregunta
sin hablar
y sus ojos
son dos preguntas húmedas, dos llamas
líquidas que interrogan
y no respondo,
no respondo porque
no sé, no puedo nada.
A campo pleno vamos
hombre y perro.
[…] Es su frescura tierna,
la comunicación de su ternura,
y allí me preguntó
con sus dos ojos,
por qué es de día, por qué vendrá la noche,
por qué la primavera
no trajo en su canasta
nada
para perros errantes,
sino flores inútiles,
flores, flores y flores.
Y así pregunta
el perro
y no respondo.
Vamos
hombre y perro reunidos
por la mañana verde,
por la incitante soledad vacía
en que sólo nosotros
existimos,
esta unidad de perro con rocío
y el poeta del bosque,
porque no existe el pájaro escondido,
ni la secreta flor,
sino trino y aroma
para dos compañeros,
para dos cazadores compañeros:
un mundo humedecido
por las destilaciones de la noche,
un túnel verde y luego
una pradera,
una ráfaga de aire anaranjado,
el susurro de las raíces,
la vida caminando,
respirando, creciendo,
y la antigua amistad,
la dicha
de ser perro y ser hombre
convertida
en un solo animal
que camina moviendo
seis patas
y una cola
con rocío.
PABLO NERUDA
Si Paca Mora hubiera tenido un perro como el de Félix, a buen seguro su historia habría sido menos trágica.
Paca Mora va a caballo,
soñando alegre con un "te quiero",
y de pronto, igual que un rayo,
le sale un toro por el sendero.
Corrió el mayoral celoso,
a la defensa de su querer,
pero por pronto que quiso el mozo,
llegó la muerte primero que él.

jueves, 2 de mayo de 2013

Crónica del 2 de mayo: "La fortuna del medio queso"


Si el sueño de la razón produce monstruos, el vestido de torear goyesco, también. Ahora que está tan de moda prohibir cosas, las autoridades deberían tomar medidas y meter "el pijama" en el lote. Sin embargo, si todas las corridas goyescas salieran tan entretenidas como la de este 2 de mayo en Madrid, los aficionados firmaríamos ahora mismo un pacto con el sombrero de medio queso. Y que nadie piense que el festejo terminó felizmente merced al juego de los toros. Ni mucho menos. Los Lozano trajeron un saldo cinqueño -tres toros de El Cortijillo y tres de Lozano Hermanos- en "manso toreable". A buen seguro, una oferta 3x2 -llévate tres y paga dos- que la empresa de Las Ventas ha metido en el carrito con fervor. Descartada la bravura de los toros, el mérito de la tarde ha recaído, pues, en la terna, compuesta por Antonio Ferrera, Morenito de Aranda y el único madrileño, Alberto Aguilar.


Fue Morenito el primero en caldear el ambiente, toreando de capa francamente bien al segundo de la tarde. El burgalés, con el capote, tiene manos de seda. La lidia fue "in crescendo" con los pares de banderillas de Luis Carlos Aranda, que reaparecía tras su reciente cornada en Zaragoza. Tan torero como de costumbre, expuso mucho y recibió una ovación. Después, Morenito -que brindó a la Infanta Elena con un "por la Fiesta y por España"- firmó una faena desmayada, personal y liviana, con los mejores momentos por la diestra. El toro, como la mayoría de sus hermanos, se movió mucho, pero sin clase y manseando, con la cara suelta, sin romperse ni empujar con los cuartos traseros. La actuación se saldó con una estocada fulminante y el castellano cortó una oreja cariñosa. En el quinto, en cambio, no convenció. El toro, desde luego, tampoco, y cada uno fue por su camino.  


El siguiente que tocó pelo fue Antonio Ferrera, que este dos de mayo estuvo soberbio: torero cuajado como lidiador, como matador y con la infrecuente virtud de saber ver y adaptarse a sus toros. El cuarto de Lozano Hermanos no quería ver el peto del caballo ni forrado de alfalfa. Ferrera fue ordenando a su picador que se desplazase hacia chiqueros, pero ni por ésas el bicho sintió el acero. En otro tiempos, habría merecido banderillas negras, sin embargo, acabó enarbolando dos pares con la bandera extremeña y uno con la española clavados por el propio matador. Ferrera, roto y entregado, apostó por el manso y, en terreno de chiqueros, empezó a propinarle naturales encajado, vertical y con la muleta por el albero. Y la plaza de Madrid, que se había puesto borde, sucumbió como siempre hace ante el toreo de verdad. Lanzó el diestro la ayuda al albero y, tras los lances por la izquierda, comenzó a torear al natural por la derecha. Madrid crujió. La estocada, hasta la bola, explosiva, cayó baja y el de Lozano dobló sin puntilla. Oreja de ley que, en mi modesta opinión, podría haber ido acompañada de la segunda.


Cerraba la goyesca Alberto Aguilar, que tampoco es manco ni está falto de valor. Con el tercero -que tuvo el honor de ser lidiado por el capote de Rafael González-, largo como un tren y feo como un demonio, anduvo valentísimo. Sobrado. Empezó dándole sitio y citándole desde largo; luego, pudo con él por la derecha y se la jugó por la izquierda. El premio llegó tras la lidia del sexto, el mejor toro del lote enviado por los Lozano: un ejemplar que metió los riñones en el caballo y que empujó en la muleta, hasta que se rajó. Aguilar, cruzándose y sincero, ganó la partida pegado a las tablas, pasándoselo más cerca que la mar. Lo despachó de un estoconazo al encuentro, tirándose sobre la divisa, y paseó una merecida oreja.


A "pelúa" por coleta, por tanto. Y la terna con sus correspondientes cuadrillas, se marchó de Las Ventas sonriente al son de "Los Nardos". El sábado, prometo completar la crónica con unas notas de sociedad y moda, porque la goyesca, tras las bambalinas, también tuvo su miga. Ahora sólo me queda tiempo para adelantar una conclusión: Luis Carlos Aranda y Rafael González son los únicos toreros a los que les cae bien "el pijama". Eso es tan loable como cuajar a un manso en Las Ventas.

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡A ver quién quiere el pavito!

“Madrileños: entregaos con todo el desahogo de que es capaz vuestra proverbial pereza a saborear el nutritivo mazapán de la imperial Toledo, el turrón de Jijona, el pavo tradicional y las mil quinientas sabrosas confituras que por calles y plazas os ofrecen al pasar los iluminados escaparates de las tiendas”.
(Fragmento publicado en el periódico La Guirnalda en diciembre de 1876).

Pavera en el centro de Madrid (1925)

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando llegaba la Navidad, Madrid se llenaba de pavos. Literalmente. No estoy hablando de los pavos adolescentes que vemos ahora en rebaño a la entrada de cualquier discoteca, sino de pavos vivos; aquellas gallinas de las Indias, como los bautizaron los conquistadores españoles.

Pavos del siglo XXI

“¡Quién no come besugo el 24! ¡Quién no tiene pavo el 25! ¡Quién no se atraca de turrón el 26! ¡Quién no tiene una indigestión el 27!
”, escribía con fervor un periodista de Madrid Cómico en 1883.


"Pavo desplumado" (Goya, 1812)
Pelar la pava siempre ha llevado su tiempo...

En 1915, un pavo costaba apróximadamente 30 reales, es decir, 7-8 pesetas. Luego, durantes los años del hambre -no hay que olvidar que, durante la posguerra, Madrid fue una ciudad aterida y famélica- un pavo no tenía precio.
Paveros en la Plaza Mayor (1919)

Los emplumados animalitos llegaban a la capital desde Galicia y Extremadura y, al igual que los toros bravos cuando desembarcan en Las Ventas, eran reconocidos por los veterinarios municipales antes de su traslado al mercado de Los Mostenses -muy cerca de la actual Plaza de España-, donde se vendían al por mayor. Después, los paveros conducían hasta la Plaza Mayor sus manadas -que no podían sobrepasar las 40 cabezas-, mientras que en la Plaza de Santa Cruz se instalaban los puestos dedicados a los adornos navideños, como las figuritas de barro para el Nacimiento. Pasear por el centro Madrid en Navidad e ir esquivando pavos constituía una tradición más.

“-¡A ver quién quiere el pavito!…
¡Quién lo quiere… que lo vendo!
- ¿Cuánto vale?
- Seis pesetas.
- ¡Anda Dios, por ese precio
dicen papa!
- Y dicen tata,
y le arrullan a uste el sueño
con el valche de las olas!
- ¿Hacen cuatro?
- Ni una menos.
- ¿Es precio fijo?
- ¡Pus claro!
- Pus ni que fuera su nieto
u algo así de la familia,
pa´no rebajarle el precio!
¿Hacen cinco?
¡No hace nada!
¡Canario como está el tiempo!
- ¡Hijo, por Dios, si este pavo
cuasi, cuasi, está en los huesos!
- Pues dele uste el aceite
del bacalao!
- ¡Y un torrezno!
- ¡U llévele a Panticosa!
¡A que tome agua de hierro!”
(Antonio Casero)
Fotografía de Martín Santos Yubero (1935)
Venta de pavos en la Plaza Mayor (1902)

El pavo anda ahora de capa caída: los canapés, productos ibéricos y langostinos le han hecho mucho daño. Ya no le echamos guindas al pobre pavo...



Esta Navidad, cada español gastará 514 euros, una cifra que, nunca mejor dicho, ¡no es moco de pavo! Concretamente, en alimentación la media se situará en 191 eurazos por barba.


La competencia del pavo en 2012

"
El mayor mal que puede sobrevenir a un ser naturalmente estúpido, es adquirir de pronto los dones de la inteligencia. Si lo dudáis, os referiré la aventura de un pavo, del cual, si se descuida, no quedarían ni huesos, porque los huesos de pavo son muy gratos a los canes..."
(continuar leyendo "La Navidad del pavo" de doña Emilia Pardo Bazán).