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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Dentro del rosal

"Si vais para poetas, cuidad vuestro folklore. 
Porque la verdadera poesía la hace el pueblo" (Juan de Mairena)

En 1933, hace 83 años, Federico García Lorca dio, en Buenos Aires, una conferencia titulada "Juego y teoría del duende", cuyo objetivo principal consistía en explicar la contribución del carácter español en la cultura universal. Este viejo texto lorquiano daba respuesta, sin quererlo, a otra incógnita: el porqué la fiesta de los toros sigue existiendo y fascinando.


"En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En Estaña se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera [...] Hay una barandilla de flores de salitre, donde se asoma un pueblo de contempladores de la muerte, con versículos de Jeremías por el lado más áspero, o con ciprés fragante por el lado más lírico; pero un país donde lo más importante de todo tiene un último valor metálico de muerte.

La casulla y la rueda del carro, y la navaja y las barbas pinchosas de los pastores, y la luna pelada, y la mosca, y las alacenas húmedas, y los derribos, y los santos cubiertos de encaje, y la cal, y la línea hiriente de aleros y miradores tienen en España diminutas hierbas de muerte, alusiones y voces para un espíritu alerta, que nos llenan la memoria con el aire yerto de nuestro propio tránsito".

Y Lorca terminaba su discurso recitando aquellos versos anónimos:

Yo me iba, mi madre,
las rosas coger,
hallara la muerte
dentro del vergel.
Yo me iba, madre, 
las rosas cortar,
hallara la muerte
dentro del rosal.
Dentro del vergel
moriré,
dentro del rosal
matar me han.


En España, casi un siglo después de pronunciarse esta conferencia, algunos hombres continúan dando la vida por morir en el rosal de una plaza de toros. Mientras eso siga sucediendo, las jarchas, los versos anónimos y los poemas de Lorca tendrán sentido; nuestra cultura será rotundamente distinta a la del resto -dolorida pero distinta-, y los toreros caídos en el ruedo estarán aún más vivos. Ellos forman parte de la poesía que hace el pueblo, ésa de la que hablaba Juan de Mairena. No hay que renegar de esta fuerza trágica; al contrario: debe cultivarse y honrarse porque define lo que hemos sido, lo que somos. Hallar la muerte dentro del rosal es nuestro sino.


jueves, 6 de marzo de 2014

Los gustos de Belmonte

Viendo reír a Belmonte cuando se habla de supersticiones, y oyéndole exponer sus gustos, nadie diría que este muchacho es sevillano, y además torero. Más bien parece un yankee práctico y escéptico.
 
- La prueba de que no creo en esas cosas -contesta cuando se le pregunta si es supersticioso- está en que la vez primera de toreé en Madrid, que era un día en que se iba a decidir mi porvenir, llevé un mozo de espadas que era tuerto... El que yo tengo, que es además un buen amigo mío, estaba enfermo; el tuerto se me ofreció, y yo le dije: "Sí, hombre, sí: echa p´alante pá que traguen paquete todos estos...". Y no me fue mal con él, gracias a Dios.
 

En otras cosas, los gustos de Juanito, son también "escépticos". La lotería, por ejemplo, no le gusta. La cree, según afirma, un mal, causa de muchos males.
 
- Y por eso -añade firme en su juicio- tengo hacia ella aborrecimiento.
 
Al extremo, es verdad, que alguna vez que, en su último tiempo, le obsequiaron con participaciones, las rechazó si tenía confianza, o las regaló apenas las hubo recibido.
 
En la mesa, sus gustos son también delicados.
 
- Como de todo -dice- porque de todo tengo costumbre de comer; pero si puedo elegir, tomo cosas ligeras, generalmente que no sean de carne. Los calamares, por ejemplo, son, entre todos, mi plato favorito.
 
 
[...] - Y los toros, ¿cómo te gusta verlos cuando eres tú en ellos espectador?
 
Juan Belmonte responde:
 
- Al sol. Si yo no temiera que mi gesto se comentase y se me dijera cursi y tonto, los vería siempre desde un tendido de sol. Porque, yo no sé explicarlo bien, pero desde la sombra me parece que se ven de otra manera menos artística, menos castiza, menos española... ¡Yo no sé, no sé!...
 
FRANCISCO GÓMEZ HIDALGO
(abril de 1913)

domingo, 3 de noviembre de 2013

Valle-Inclán habla de toros como si fuera hoy

Una vez, en la revista La Lidia, al gran don Ramón María del Valle-Inclán le preguntaron si creía en la existencia de arte en los toros. Ésta fue la respuesta que dio:


"Naturalmente que sí, y mucho. Mire usted: la mayor manifestación del arte es la tragedia. El autor de una tragedia crea un héroe y le dice al público: Tenéis que amarle. ¿Y qué hace para que sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios… y el público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y más cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro. Supongamos que un niño está jugando en esta habitación, y nosotros no le hacemos caso; al contrario, tal vez sus juegos nos molesten. De repente, el niño se acerca al balcón y está a punto de caer a la calle; entonces, todos nosotros nos levantamos angustiados y gritamos: ¡Ése niño! En aquel momento todos queremos al niño, pero ha hecho falta para eso, para que nuestro corazón dé rienda suelta a su amor, que ese ser esté a punto de deshacerse. Es la tragedia…

En los toros la tragedia es real. Allí el torero es autor y actor. Él puede a su antojo crear una tragedia, una comedia o una farsa. Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de tragedia y más grande es la manifestación de arte. Hay toreros, como Belmonte, que crean la tragedia, la sienten, y al ejecutar las suertes del toreo, se entregan al toro borrachos de arte. Entonces los cuernos rozan las sedas y el oro de sus trajes; la tragedia se aproxima, el público, sin saberlo, se pone de pie, se emociona, se entusiasma. ¿Por qué? Por el arte.


Quitemos a los toros la facultad de matar, y ya no hay fiesta, porque no hay tragedia, no hay arte. Supongamos que en diez años no muere un torero, y entonces se acabó el interés de las corridas de toros. A un torero que no tuviese peligro de ser cogido, acabaría por aburrir al público. Eso le pasó al Guerra. Hoy tenemos el caso de Joselito. Joselito es el torero que tiene mayores conocimientos y que tiene más facultades físicas. Sin embargo, Joselito cansará a los públicos. Joselito es el primer actor de la tauromaquia; pero como en este arte el autor y actor van juntos, Joselito-autor no quiere crear tragedia; no siente el arte de la tragedia, y a pesar de sus faenas asombrosas, de sus facultades, de sus maravillas, el público nota que le falta algo, algo que será la causa de que le aburra un día, algo que no sabe lo que es. La tragedia… el arte…Su hermano Rafael ya es otra cosa; tiene menos facultades que él, sabe menos que él; cuando sale un toro que le inspira, entonces crea arte, entonces es divino, porque, como Belmonte, se transfigura, y transfiguración es teología.

Los toros, para ser tal como deben de ser, precisan tener la parte trágica, la muerte del toro, del caballo, y de vez en cuando del torero. El torero que toreando se acerque más a la muerte, ése será el mayor artista, el que mejor interpretará la tragedia taurina, aunque el otro, el que toree con mayor facilidad, quede más veces mejor que él. Joselito, los Quintero y la Argentinita son la misma cosa… Están bien. Bueno, que de todo esto que le he dicho, los técnicos taurinos, ni aún los mismos toreros, saben una palabra".
 
 
Han pasado diez años y, en buena medida por la evolución de la cirugía taurina y por la mejora de las enfermerías, no ha caído ningún torero en la plaza. Con Ponce o El Juli -sucesores del Guerra y Joselito-, la técnica de la Tauromaquia ha alcanzado niveles prodigiosos, sin embargo, como predijo Valle-Inclán, la emoción se escapa igual que un chorro incesante. Todo se ha vuelto demasiado previsible. El diestro del siglo XXI se asemeja más a un funcionario que a un artista. En los burladeros de muchas plazas, deberían colocar espejos cóncavos, como los del Callejón del Gato de Luces de Bohemia, para que reflejen el esperpento en el que se ha convertido esta amada Fiesta nuestra.
 
 

martes, 22 de octubre de 2013

Coja usted un puchero y beba sangre de toro


Serían las cinco de la mañana cuando llegué al Matadero, y ya la cola rebasaba la fuente que hay cerca de la Puerta de Toledo, ocupando parte del patio de entrada, muy próxima la cabecera a la gran nave donde se descuartizan las reses bravas y se apartan los mondongos.
 
Diseminados por todas partes veíase a los casqueros, hombrones del Norte casi todos, con las manos metidas en el peto de los mandiles mugrientos y teniendo a los pies una enorme cesta de cinc para transportar las asaduras, los despojos, las pezuñas, las criadillas, todos esos menudillos que huelen tan mal, expuestos por los tablajeros y que son la base de la comida de mucha gente y la fortuna de los gatos.
 
Algunos carreros se entretenían en limpiar un enorme cajón con ruedas formidables, lleno de sangre y piltrafas, vehículo de los que, al anochecer, transportan las carroñas hechas cuartos tan descaradamente como con peligro para los transeúntes. Y tan cierto es ello, que no hay en el mundo nada semejante a esta repugnante manera de transportar la carne, indigna de una capital europea, al aire libre la parte posterior del carro, hacinados los sangrientos despojos y balanceándose en los movimientos difíciles del monstruoso y pesado armatoste, arrastrado a través de las calles angostas por reatas de mulas a las que su desaprensión y bestialidad han hecho merecidamente célebres.
 

Saludé al matarife, a quien iba recomendado nada menos que por el concejal visitador del establecimiento, y por el caso que me hizo pude sospechar el que me hubiera hecho a no haberme recomendado tan grande personaje. Sin embargo, días más tarde se me hizo notar por el concejal de marras, asiduo lector de Nietzsche por cierto, que tales matarifes, por razón de su oficio, son poco comunicativos y de alma endurecida, a cuyas cualidades hay que forzosamente hacer honor, pues sin ellos la alimentación de las urbes sería un problema peliagudo.
 
Y tan era así y tan poseído estaba de su importancia el verdugo de los animales, que cuantos pasaban por nuestro lado le saludaban con deferencia, le daban palmaditas en los hombros y le hacían toda clase de sociales monerías.
 
Visité las dependencias, dignas de eterna recordación por lo nada higiénicas y lo insuficientes, y me hacía cruces al considerar que España tenga por capital un pueblo a quien no le arredra poseer en una de las calles más concurridas y populares un edificio semejante.
 

Pero lo que a mí aquella mañana me interesaba no era el edificio, ni su emplazamiento, ni la parte que en la mortalidad diaria pudiera caberle [...] El objetivo de mi visita era aquella cola, tan larga ya a las cinco de la mañana [...] He estado en el hospital, en la guerra y en la cárcel y no vi jamás cosa que igualara la tragedia horrible de aquella escena silenciosa. Apoyados en las paredes, reclinados en los salientes de las piedras, agarrados a los hierros de la verja, rígidos como estatuas, en cuclillas, sentados a lo turco, echados en el suelo, en esa forma que el lenguaje gráfico del pueblo define así, "echadazos", hombres, niños, mujeres, aguardaban tranquilos, inmovilizados en la postura primera que tomaron. Unos llevaban cazuelas; otros, pucheros; copas grandes de vidrio; jarras, algunos. Muchas mujeres vigilaban con cuidado panzudos cántaros de tierra de Vallecas. Un niño jugaba en las baldosas de la acera con un viejo perol abollado.
 
[...] Allí estaban, en la pared, encorvados, las manos en los bolsillos, el puchero en un sobaco, caído el sombrero hasta los ojos como si les diera el sol y aprovecharan el tiempo durmiendo [...] Pedí permiso a su madre, y tomé en brazos a un chiquillo. Era guapo de veras, pero tenía en las bellas líneas de su cara un no sé qué, el mismo "no sé qué" de todos los que con tanta resignación esperaban: falta de sangre. Sentían todos escapárseles la vida e ignoraban qué tenían. Todos pronunciaban la palabra anemia, y no sabían más.

 
[...] ¿De quién se ha de beber sangre en España sino del toro?... ¡Sangre del toro!... [...] La panacea, el remedio universal, es la sangre de este bicho indomable. La imaginación del pueblo le ha deificado, y harta de verle irritado, furioso, en actitudes de luchador sublime, cree en él como cree en Dios. Se rociaría el cuerpo con su baba rabiosa, con la espuma de sus morros, cuando en un lance difícil se cubre de ella el belfo tembloroso. Ese hombre es un toro, dice el pueblo para significar la bravura de un varón [...] El rey de los animales es el toro para el pueblo español [...] Su sangre es la nuestra, la soñada sangre de nuestro heroísmo. El pueblo la siente caer a chorros en su delirio de grandeza, y con la copa llena de sangre espumosa como un vino bueno comete locuras a la manera gloriosa y estúpida del toro.
 
Las vecinas lo saben bien. Su consejo es idéntico al del curandero. La enferma oye energéticamente el dicho:
- Coja usted un puchero y beba sangre de toro. Se cierran los ojos, y ojos que no ven, corazón que no siente.
 
Si en vez de la sangre del toro fuera otra sangre, el consejo no se aceptaría. Pero el alma está llena de la visión de la fiera, y sólo pensar que esa fiereza puede precipitarse en nuestras venas...

EUGENIO NOEL

miércoles, 27 de marzo de 2013

Fotografías con olor a incienso

 

Jueves Santo… Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad.

Con la mantilla negra y los ojos que matan, las hembras repiquetean sus tacones sobre las lápidas de las aceras, se consternan al comprobar que no se derrumba ni una casa, que no resucita ningún Lázaro, y, cual si salieran de un toril, irrumpen en los atrios, donde los hombres les banderillean un par de miraduras, a riesgo de dejarse coger el corazón.
Oliverio Girondo (1923)
 
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
¡Campanas con café con leche!
¡Campanas que nos imponen una cadencia al
abrocharnos los botines!
¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras!
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
 
Oliverio Girondo (1923)
 
 
 
 
 
Las cuatro primeras fotografías son de Rafael Sanz Lobato.
De la cinco a la once, llevan la firma de Cristina García Rodero.
Las cinco últimas son de Martín Santos Yubero.

lunes, 4 de marzo de 2013

El romanticismo y el toreo


"La granazón de la fiesta de los toros coincide con el desbordamiento del romanticismo que no fue sólo un estilo literario, sino también un estilo de vida. Se vivía románticamente [...] Tengo para mí que constituyó gran fortuna para la fiesta el contagio, el apoyo del romanticismo. El toreo era aventura en la que podía perderse la vida y ganar la gloria. Gloria es una pura palabra romántica, en ella va comprendida el ansia humana de la notoriedad, la apetencia de la riqueza, la comezón del halago de la admiración popular. El torero buscaba todo esto, no para retenerlo, sino para derrocharlo. El torero vivía en héroe, no sólo en los ruedos, sino también fuera de las plazas. El torero no tenía vida privada, se daba siempre en espectáculo. Gustaba de las galas en sus atavíos, de la fachenda de su apostura, de lo jaque de su temple. Don Juan con las mujeres y el Cid con los toros. Por la calle iba un torero y todos los ojos se iban tras él. Era un ser aparte. Era un hombre iluminado por los resplandores de lo legendario. Era un ser fabuloso que se ganaba la vida jugando con la muerte.

Manolete fotografiado por Martín Santos Yubero

[...] Los riesgos de la profesión taurina, por los avances de la cirugía y la disminución de la fuerza del toro y la menor crueldad de los públicos, son mucho menores que los de antaño y por consecuencia la aureola heroica del torero ha empalidecido con pérdida de sus vivos fulgores. Hoy en día escasos toreros logran extensa e intensa popularidad. Despojados del atractivo deslumbrador de los trajes de luces, en la calle se confunden con la multitud anónima. Ya no son toreros fuera de los ruedos. Su pergeño y sus costumbres son semejantes a las de un señoritingo cualquiera. Su vida privada, reposada y burguesa, no tumultuosa y alocada, cual la de sus antepasados los románticos, fanfarrones de su majeza. El norte y guía de los toreros románticos fue la carátula de la gloria. Hoy es la ambición mercantil, que es el signo y la meta de los tiempos actuales".
ANTONIO DÍAZ CAÑABATE
(Paseo por el planeta de los toros, 1970)

¿Diferencias?

lunes, 31 de diciembre de 2012

Navidades pasadas

"Corrían muy malos tiempos,
pero vistos a distancia quizás fueran los más nuestros".
(Manuel Alcántara)
 
Feliz 2013, siempre desde la contraquerencia,
y sin perder de vista el retrovisor del pasado.
 
Recogiendo la cesta de Navidad (1933)

Niños mirando escaparate de juguetes (1959)

Niños en los puestos de la Plaza de Santa Cruz (1933)

Fabricación de pasteles y roscones (1952)

Puestos de Navidad en la Plaza Mayor (1961)

Plaza Mayor nevada (1944)

Iluminación en Santa Ana (1961)

Los Reyes llegan al Auxilio Social (1944)

Niña con pandero (1933)

FOTOGRAFÍAS: MARTÍN SANTOS YUBERO
 
"El aire va tomando cierto color de Navidad. Sobre Madrid, que es como una planta con tiernos tallitos verdes, se oye, a veces, entre el hervir de la calle, el dulce voltear, el cariñoso voltear de las campanas de alguna capilla. Las gentes se cruzan, presurosas. Nadie piensa en el de al lado, en ese hombre  que a lo mejor va mirando para el suelo; con el estómago deshecho o un quiste en un pulmón o la cabeza destornillada..."
(Camilo José Cela)

sábado, 22 de diciembre de 2012

Todos iguales ante la desgracia


El primer Gordo de la Navidad se sorteó en Cádiz hace exactamente dos siglos, en 1812, el año de La Pepa... y del hambre. Tras los enfrentamientos con los ingleses y los franceses, las epidemias y los vaivenes políticos, el país estaba canino y anhelante de fortuna. En sus orígenes, la mascota de la lotería fue un ser afrancesado, bajito, bastante feo y en sus carnes al que bautizaron El Enano Fanático.


El 18 de diciembre de 1812, un españolito tieso ganó el primer "gordo" -dotado con 8.000 reales- tras comprar una papeleta con el 03604. La progresiva retirada de las tropas de Napoleón provocó que el Enano Fanático expandiera sus fronteras y se instalase definitivamente en Madrid en 1814.

Lotera (1944) y cola delante de Doña Manolita (1943).
Fotografías de Santos Yubero

Los años y gobiernos iban pasando pero el reinado del Enano Fanático se vigorizaba cada Navidad. El martes 23 de diciembre de 1930, el ABC publicaba este poético pasaje titulado "El sorteo de las ilusiones": "Apoyada en el cañón de la estufa una joven de labios carmíneos y mirada anhelante es la estampa de la renovación. Es la rosa que crece entre las ruinas, la mariposa que revolotea sobre las heladas tumbas. Este rostro juvenil y primaveral aparece todos los años jubiloso y radiante, y al finalizar el sorteo se esfuma, todo chafado y despintado, entre la multitud descorazonada. Nada, que no toca. No hay que hacerse ilusiones (y si no toca, ¿cómo se ha jugado este año más que todos los anteriores?)".


Loteros en la Puerta del Sol (1913)


Público en la Puerta del Sol contemplando las pizarras donde
se escribían los números premiados en el sorteo (1915)
 

Niños de San Ildefonso (Foto: Santos Yubero)

"Porque aquí todos hacen lo mismo: el presidente, los guardias, los jóvenes, las viejas, hasta los periodistas, que ponen un ojo en las cuartillas y otro en la relación numérica de sus respetables ilusiones. Este es el salón de la verdadera igualdad, del comunismo integral. ¡Todos iguales ante la desgracia!".


En aquella duodécima página del ABC del 23 de diciembre de 1930, bajo el artículo "El sorteo de las ilusiones", había un anuncio... El grandes letras se leía: "La vieja manera de probar un aceite" y, a continuación, un texto: "Eche Ud. un pedacito de pan en la sartén -como hacía su abuela- al poner a calentar, en crudo, el Aceite Uca. Cuando esté dorado, cómalo y comprobará que este aceite no tiene ningún mal sabor que quitar. Es aceite puro, filtrado y refinado por procedimientos naturales. Crudo o frito, sabe siempre bien, a aceitunas maduras y escogidas. Se extrae de ellas por primera presión, y después de un filtrado cuidadoso, se guarda en trujales muy limpios, recubiertos de cristal. Comprando el Aceite Uca en su lata original, viene de la Fábrica a su mesa".

Si en 2013 tenemos para tostones de pan frito, ¡capitán general!